REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 04-11-22

 “¿Cuánto debes a mi amo?” Éste respondió: “Cien barriles de aceite.” Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.”

El texto que nos presenta la lectura evangélica para hoy (Lc 16,1-8), es la primera parte de la llamada parábola del “administrador astuto”, una de esas que nos deja confundidos, pues da la impresión que está premiando la actuación de un administrador corrupto; que se nos está poniendo como ejemplo a una persona inescrupulosa que es capaz de cualquier trampa con tal de salir de un aprieto, al punto de que “el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. ¿Cómo podemos compaginar esto con el mensaje de Jesús?

Para ello, como en todo ejercicio serio de exégesis bíblica, tenemos que remitirnos al idioma y entorno cultural de la época que se desarrolla el relato. Veamos.

En aquellos tiempos, el administrador usualmente era un empleado a quien el amo había escogido y adiestrado para ejercer ese cargo. Ese administrador no recibía un salario propiamente, sino una comisión, unos porcientos establecidos para cada renglón de lo administrado. Por eso vemos cómo este administrador astuto altera los recibos de forma distinta con los dos deudores. El amo iba a recibir su dinero íntegro, pues lo que el administrador había “rebajado” a la deuda de cada uno de los deudores era su comisión.

De ese modo, a cambio de renunciar a su comisión, se ganó el favor de unos acreedores que podían contratarle ahora que había quedado desempleado (recordemos que había sido despedido al comienzo del relato). Por eso Jesús dice a sus discípulos: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Ahora comienza a hacer sentido el relato. No se trata de ser “tramposo”; se trata de saber escoger y, más aún, saber renunciar al dinero, a las riquezas, con tal de obtener un bien o beneficio mayor. ¿Y qué beneficio mayor que el Reino de los Cielos? Este sentido se hace más claro aun cuando examinamos la conclusión del pasaje en el texto que sigue al pasaje que leemos hoy, en donde Jesús termina diciendo a sus discípulos: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

La palabra utilizada en el texto original que ha sido traducida como “dinero”, es mammón, palabra aramea de origen fenicio que se refiere a aquella riqueza que ejerce tanta influencia sobre la persona al punto que la envilece, la esclaviza, al punto de convertirse en un dios. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores. El dinero, la riqueza, producto de nuestro trabajo y la bendición de Dios no son malos. Lo que no podemos permitir es que el dinero, la riqueza, se conviertan en un “dios”, en un obstáculo para seguir a Jesús (Cfr. Mt 19,16-22). “No podéis servir a Dios y al dinero”.

El administrador astuto supo renunciar a su dinero (su comisión) a cambio de ganar un beneficio mayor. Jesús nos propone al administrador astuto como ejemplo para dejarnos saber que aún estamos a tiempo. Si somos astutos, todavía podemos renunciar a lo que “nos toca” de este mundo para obtener una mayor riqueza, que nos “reciban en las moradas eternas”.

Que disfruten de un hermoso fin de semana.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DEL T.O. (C) 18-09-22

“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.

El texto que nos presenta la lectura evangélica para este vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario (Lc 16,1-13), la llamada parábola del “administrador astuto”, es una de esas que nos deja confundidos, pues da la impresión que está premiando la actuación de un administrador corrupto; que se nos está poniendo como ejemplo a una persona inescrupulosa que es capaz de cualquier trampa con tal de salir de un aprieto, al punto de que “el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. ¿Cómo podemos compaginar esto con el mensaje de Jesús?

Para ello, como en todo ejercicio serio de exégesis bíblica, tenemos que remitirnos al idioma y entorno cultural de la época que se desarrolla el relato. Veamos.

En aquellos tiempos, el administrador usualmente era un empleado a quien el amo había escogido y adiestrado para ejercer ese cargo. Ese administrador no recibía un salario propiamente, sino una comisión, unos por cientos establecidos para cada renglón de lo administrado. Por eso vemos cómo este administrador astuto altera los recibos de forma distinta con los dos deudores. El amo iba a recibir su dinero íntegro, pues lo que el administrador había “rebajado” a la deuda de cada uno de los deudores era su comisión.

De ese modo, a cambio de renunciar a su comisión, se ganó el favor de unos acreedores que podían contratarle ahora que había quedado desempleado (recordemos que había sido despedido al comienzo del relato). Por eso Jesús dice a sus discípulos: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Ahora comienza a hacer sentido el relato. No se trata de ser “tramposo”; se trata de saber escoger y, más aun, saber renunciar al dinero, a las riquezas, con tal de obtener un bien o beneficio mayor. ¿Y qué beneficio mayor que el Reino de los Cielos? Este sentido se hace más claro aun cuando Jesús termina diciendo a sus discípulos: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

La palabra utilizada en el texto original que ha sido traducida como “dinero”, es mammón, palabra aramea de origen fenicio que se refiere a aquella riqueza que ejerce tanta influencia sobre la persona al punto que la envilece, la esclaviza, al punto de convertirse en un dios. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores. El dinero, la riqueza, producto de nuestro trabajo y la bendición de Dios, no son malos. Lo que no podemos permitir es que el dinero, la riqueza, se conviertan en un “dios”, en un obstáculo para seguir a Jesús (Cfr. Mt 19,16-22). “No podéis servir a Dios y al dinero”.

El administrador astuto supo renunciar a su dinero (su comisión) a cambio de ganar un beneficio mayor. Jesús nos propone al administrador astuto como ejemplo para dejarnos saber que aún estamos a tiempo. Si somos astutos, todavía podemos renunciar a lo que “nos toca” de este mundo para obtener una mayor riqueza, que nos “reciban en las moradas eternas”.

Que pasen todos una hermosa semana en la PAZ del Señor.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 06-11-21

“Ganaos amigos con el dinero injusto”.

La lectura evangélica que contemplamos hoy es conclusión de la parábola del “administrador astuto” que leíamos ayer. Jesús no se cansa de advertirnos contra los peligros de la riqueza, que puede desviar nuestra atención de las cosas que tienen verdadero valor (las cosas del Reino), y convertirse en un obstáculo para nuestra salvación. De ahí que en el Evangelio de hoy (Lc 16,9-15) nos diga: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. Ayer decíamos que la palabra utilizada en el texto original que ha sido traducida como “dinero”, es mammón, palabra aramea de origen fenicio que se refiere a aquella riqueza que ejerce tanta influencia sobre la persona al punto que la envilece, la esclaviza, al punto de convertirse en un dios.

El mensaje de Jesús es claro: el dinero no es el “verdadero bien”. La riqueza material puede que nos haga “tener”, pero eso no nos da la felicidad. La verdadera riqueza, la verdadera felicidad, está en conocer a “aquel que me conforta” y sabernos amados por Él. Pablo lo entendió a cabalidad (Fil 4,13).

Hoy Jesús nos dice que el dinero puede “servir” y llegar así a ser un símbolo del amor. “Ganaos amigos con el dinero injusto”. En el fondo, ésta aseveración paradójica parece ser el sentido profundo de la parábola del “administrador astuto”. Con una pedagogía rayando en el humor, la parábola acumula las cuatro “apreciaciones” desarrolladas aquí: un “no importante”, un “bien ajeno”, un “bien mal adquirido”, “con el cual se puede servir”. Cuando lo analizamos Jesús parece decir: ¡tanto mejor si tu cofre se llena con tal que se vacíe a medida que se llena!

Si tenemos la dicha de vivir en la abundancia, seamos agradecidos y compartámoslo con el que no tiene, “para que, cuando [nos] falte, [nos] reciban en las moradas eternas”. Porque sirviendo a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados, servimos a Cristo (Mt 25,40). Si nos encontramos en necesidad, demos gracias a Dios por todas sus bendiciones, pero sobre todo por su amor infinito y, con la confianza de un hijo que se dirige a su padre, imploremos su ayuda y misericordia infinitas.

“Todo lo puedo en aquel que me conforta” …

Que pasen un hermoso fin de semana en la paz del Señor, y no olviden visitar su Casa. Él los espera con los brazos abiertos.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 05-11-21

El administrador le dijo: “Toma tu recibo y haz otro por ochenta”.

El texto que nos presenta la lectura evangélica para hoy (Lc 16,1-8), es la primera parte de la llamada parábola del “administrador astuto”, una de esas que nos deja confundidos, pues da la impresión que está premiando la actuación de un administrador corrupto; que se nos está poniendo como ejemplo a una persona inescrupulosa que es capaz de cualquier trampa con tal de salir de un aprieto, al punto de que “el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. ¿Cómo podemos compaginar esto con el mensaje de Jesús?

Para ello, como en todo ejercicio serio de exégesis bíblica, tenemos que remitirnos al idioma y entorno cultural de la época que se desarrolla el relato. Veamos.

En aquellos tiempos, el administrador usualmente era un empleado a quien el amo había escogido y adiestrado para ejercer ese cargo. Ese administrador no recibía un salario propiamente, sino una comisión, unos porcientos establecidos para cada renglón de lo administrado. Por eso vemos cómo este administrador astuto altera los recibos de forma distinta con los dos deudores. El amo iba a recibir su dinero íntegro, pues lo que el administrador había “rebajado” a la deuda de cada uno de los deudores era su comisión.

De ese modo, a cambio de renunciar a su comisión, se ganó el favor de unos acreedores que podían contratarle ahora que había quedado desempleado (recordemos que había sido despedido al comienzo del relato). Por eso Jesús dice a sus discípulos: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Ahora comienza a hacer sentido el relato. No se trata de ser “tramposo”; se trata de saber escoger y, más aún, saber renunciar al dinero, a las riquezas, con tal de obtener un bien o beneficio mayor. ¿Y qué beneficio mayor que el Reino de los Cielos? Este sentido se hace más claro aun cuando examinamos la conclusión del pasaje en el texto que sigue al pasaje que leemos hoy, en donde Jesús termina diciendo a sus discípulos: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

La palabra utilizada en el texto original que ha sido traducida como “dinero”, es mammón, palabra aramea de origen fenicio que se refiere a aquella riqueza que ejerce tanta influencia sobre la persona al punto que la envilece, la esclaviza, al punto de convertirse en un dios. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores. El dinero, la riqueza, producto de nuestro trabajo y la bendición de Dios no son malos. Lo que no podemos permitir es que el dinero, la riqueza, se conviertan en un “dios”, en un obstáculo para seguir a Jesús (Cfr. Mt 19,16-22). “No podéis servir a Dios y al dinero”.

El administrador astuto supo renunciar a su dinero (su comisión) a cambio de ganar un beneficio mayor. Jesús nos propone al administrador astuto como ejemplo para dejarnos saber que aún estamos a tiempo. Si somos astutos, todavía podemos renunciar a lo que “nos toca” de este mundo para obtener una mayor riqueza, que nos “reciban en las moradas eternas”.

Que disfruten de un hermoso fin de semana.

REFLEXIÓN PARA EL SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA – SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A) 24-05-20

Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. En Puerto Rico celebramos esta Solemnidad el séptimo domingo de Pascua en lugar del jueves de la sexta semana (como aún se celebra en otros lugares), que es cuando se cumplen los cuarenta días desde la Resurrección. Y las lecturas que nos brinda la liturgia son la narración de la Ascensión que nos hace san Lucas en Hc 1,1-11 (cabe señalar que Lucas es quien único nos narra el hecho de la Ascensión) y, para este Ciclo A, la conclusión del Evangelio según san Mateo (28,16-20).

Lo que parecería ser la “conclusión” del relato evangélico de Mateo que nos presenta la liturgia de hoy, leída a la luz de la primera lectura, es en realidad el “comienzo” de la historia de la Buena Noticia del Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Estas palabras, pronunciadas por Jesús justo antes de su gloriosa ascensión, le imprimen a la Iglesia su talante misionero.

Por eso la solemnidad de la Ascensión nos sirve de preámbulo a la Fiesta de Pentecostés que observaremos el próximo domingo, ya que en aquella se ha de cumplir la promesa de Jesús a sus discípulos antes de su Ascensión: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y ‘hasta el confín de la tierra’” (Hc 1,8).

La Ascensión es la culminación de la misión redentora de Jesús. Deja el mundo y regresa al mismo lugar de donde “descendió” al momento de su encarnación: a la derecha del Padre. Pero no regresa solo. Lleva consigo aquella multitud imposible de contar de todos los justos que le antecedieron en el mundo y fueron redimidos por su muerte de cruz. Las puertas del paraíso que se habían cerrado con el pecado de Adán, estaban abiertas nuevamente.

San Cirilo de Alejandría lo expresa con gran elocuencia: “El Señor sabía que muchas de sus moradas ya estaban preparadas y esperaban la llegada de los amigos de Dios. Por esto, da otro motivo a su partida: preparar el camino para nuestra ascensión hacia estos lugares del Cielo, abriendo el camino, que antes era intransitable para nosotros. Porque el Cielo estaba cerrado a los hombres y nunca ningún ser creado había penetrado en este dominio santísimo de los ángeles. Es Cristo quien inaugura para nosotros este sendero hacia las alturas. Ofreciéndose él mismo a Dios Padre como primicia de los que duermen el sueño de la muerte, permite a la carne mortal subir al cielo. Él fue el primer hombre que penetra en las moradas celestiales… Así, pues, Nuestro Señor Jesucristo inaugura para nosotros este camino nuevo y vivo: ‘ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne’ (Hb 10,20)”.

Ahora que el Resucitado vive en la Gloria de Dios Padre, pidámosle que envíe sobre nosotros su Santo Espíritu para que, al igual que los apóstoles, tengamos el valor para continuar su obra salvadora en este mundo, para que ni uno solo de sus pequeños se pierda (Mt 18,14).

Veni Sancte Spiritus!

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DEL T.O. (C) 22-09-19

El texto que nos presenta la lectura evangélica para este vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario (Lc 16,1-13), la llamada parábola del “administrador astuto”, es una de esas que nos deja confundidos, pues da la impresión que está premiando la actuación de un administrador corrupto; que se nos está poniendo como ejemplo a una persona inescrupulosa que es capaz de cualquier trampa con tal de salir de un aprieto, al punto de que “el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. ¿Cómo podemos compaginar esto con el mensaje de Jesús?

Para ello, como en todo ejercicio serio de exégesis bíblica, tenemos que remitirnos al idioma y entorno cultural de la época que se desarrolla el relato. Veamos.

En aquellos tiempos, el administrador usualmente era un empleado a quien el amo había escogido y adiestrado para ejercer ese cargo. Ese administrador no recibía un salario propiamente, sino una comisión, unos por cientos establecidos para cada renglón de lo administrado. Por eso vemos cómo este administrador astuto altera los recibos de forma distinta con los dos deudores. El amo iba a recibir su dinero íntegro, pues lo que el administrador había “rebajado” a la deuda de cada uno de los deudores era su comisión.

De ese modo, a cambio de renunciar a su comisión, se ganó el favor de unos acreedores que podían contratarle ahora que había quedado desempleado (recordemos que había sido despedido al comienzo del relato). Por eso Jesús dice a sus discípulos: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Ahora comienza a hacer sentido el relato. No se trata de ser “tramposo”; se trata de saber escoger y, más aun, saber renunciar al dinero, a las riquezas, con tal de obtener un bien o beneficio mayor. ¿Y qué beneficio mayor que el Reino de los Cielos? Este sentido se hace más claro aun cuando Jesús termina diciendo a sus discípulos: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

La palabra utilizada en el texto original que ha sido traducida como “dinero”, es mammón, palabra aramea de origen fenicio que se refiere a aquella riqueza que ejerce tanta influencia sobre la persona al punto que la envilece, la esclaviza, al punto de convertirse en un dios. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores. El dinero, la riqueza, producto de nuestro trabajo y la bendición de Dios, no son malos. Lo que no podemos permitir es que el dinero, la riqueza, se conviertan en un “dios”, en un obstáculo para seguir a Jesús (Cfr. Mt 19,16-22). “No podéis servir a Dios y al dinero”.

El administrador astuto supo renunciar a su dinero (su comisión) a cambio de ganar un beneficio mayor. Jesús nos propone al administrador astuto como ejemplo para dejarnos saber que aún estamos a tiempo. Si somos astutos, todavía podemos renunciar a lo que “nos toca” de este mundo para obtener una mayor riqueza, que nos “reciban en las moradas eternas”.

Que pasen todos una hermosa semana en la PAZ del Señor.