En este corto reflexionamos sobre la relación entre el evangelio para el 14to domingo del T.O. y las primeras dos Bienaventuranzas; la pobreza de espíritu y la mansedumbre.
Hoy celebramos la memoria obligatoria de Santa
Teresa de Jesús, también conocida simplemente como Teresa de Ávila,
virgen y doctora de la Iglesia, mística y fundadora de las Carmelitas
Descalzas. Es una de las tres doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa
Catalina de Siena y Santa Teresita del Niño Jesús.
Aunque el calendario litúrgico pastoral para nuestra provincia eclesiástica propone las lecturas correspondientes al lunes XXVIII del tiempo ordinario, hoy comentaremos la lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la memoria (Mt 11,25-30). En ocasiones anteriores que hemos comentado sobre esta lectura nos hemos concentrado en el v. 28: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
Las lecturas de hoy, sin embargo, nos hacen
resaltar los vv. 25-26.9: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Cargad con
mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso”.
Ambos versículos son un eco de las primeras
dos bienaventuranzas (Mt 5,3-4): “Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque
ellos poseerán en herencia la tierra”. La pobreza de espíritu, que es del
desapego de las cosas materiales, nos lleva a la mansedumbre, a la humildad, a
no creernos superiores a los demás, a depender de la Providencia Divina. Solo
entonces podremos abrir nuestros corazones al Espíritu Santo, que es el Amor
que se profesan el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros. Y ese amor es
fuente de la verdadera Sabiduría.
La primera lectura (Eclo 15,1-6) nos apunta al
origen de esa Sabiduría que caracterizó a las tres santas mujeres que
mencionamos al principio, y que les valiera ser reconocidas como doctoras de la
Iglesia sin tener grandes estudios teológicos; Sabiduría que “le saldrá al
encuentro como una madre” al que logra ese grado de compenetración con el
Misterio del Amor de Dios, que “lo ensalzará sobre sus compañeros, para que
abra la boca en la asamblea”. Santa Teresa supo vivir el Amor de Dios a
plenitud al punto de experimentar arrebatos místicos que le permitieron hacerse
una con la fuente de todo Amor.
Teresa de Ávila supo también “cargar con el
yugo” de Cristo, entregándose a vivir la verdadera pobreza evangélica y el
rechazo, que la llevaron a impulsar grandes reformas en la Orden del Carmelo.
Cristo nos muestra el camino al Padre: “Aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”. Cfr.
Sal 22,2.
“Oh Dios de vida y amor: Santa Teresa de Jesús
fue profundamente consciente de qué manera tan especial tú vives en lo más
profundo de nosotros mismos. Que ella nos ayude a vivir la vida de Jesús como
sarmientos vivos unidos a la vid, que den fruto inagotable de justicia, bondad
y amor” (oración colecta).