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¡Te esperamos! Ven a culminar tu preparación cuaresmal para la Pascua en compañía de la Madre de Nuestro Señor y Madre nuestra…
Para ayudar a estas hermanas, y a la comunidad que sirven, pueden hacer sus donativos a:
Número cuenta Banco Popular: 077397932
Hermanas Dominicas de Fátima
Ruta y transito: 021502011
Número ATH móvil: 787-458-2411.
PayPal: economafat@yahoo.com
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cincuenta años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cuarenta y siete años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias a todos por sus oraciones con motivo de reciente paso del huracán Irma por la zona del Caribe.
Gracias a Dios no hubo pérdida de vidas y los daños fueron materiales, unido a la incomodidad de no tener servicio de energía eléctrica ni suministro de agua potable durante varios días, durante los cuales tampoco hemos tenido servicio de internet y data limitada en nuestros teléfonos móviles.
Ya poco a poco está normalizándose la situación, incluyendo la restitución de los servicios de energía eléctrica y agua. Todavía no tenemos servicio de internet, razón por la cual no hemos podido publicar nuestras acostumbradas reflexiones. Este mensaje lo estamos escribiendo desde nuestro lugar de trabajo, en donde acaba de restablecerse el servicio, para dejarles saber la situación. Tan pronto se restablezca el servicio de internet en mi hogar, reanudaremos nuestras reflexiones.
Mientras tanto, les exhorto a orar por todos aquellos hermanos de las islas de sotavento del Caribe, algunas partes de Puerto Rico, Cuba, y Florida, que sufrieron el embate de los vientos de fuerza huracanada, para que el Señor les brinde la fortaleza y resiliencia para sobreponerse a este evento.
En Cristo y María,
Héctor, O.P.
El 14 de enero se acaban oficialmente las Navidades en Puerto Rico. Nos jactamos de ser la nación que tiene el periodo navideño más largo del mundo. Éstas comienzan el último jueves de noviembre y duran hasta el 14 de enero. 45 días, o sea, un mes y medio de duración. En Puerto Rico (como en toda Iberoamérica) se celebra cada 6 de enero el Día de los Tres Santos Reyes Magos, pero al otro día comienza una temporada que conocemos como las Octavitas, que “estiran” las celebraciones ocho días más. Muchas personas, empresas y negocios celebran sus fiestas en estos días.
Si usted como un boricua del siglo XXI considera que esos días son de alargar las Navidades demasiado, no conoce o recuerda cómo la celebraban nuestros abuelos y demás antepasados. Ellos sí que las estiraban. Después del Día de Reyes no comenzaban para ellos las Octavitas, eso era después; primero eran las Octavas… ¿Qué es eso de Octavas? Lee bien.
En las tradiciones de aquellas épocas se le asignaba un día a cada Rey Mago: el 6 de enero se honraba al rey Gaspar; el 7 de enero al rey Melchor y el 8 de enero le tocaba el turno al rey Baltasar. El día 9 de enero honraban unos personajes femeninos conocidos como las Tres Marías y ese mismo día comenzaban las celebraciones de lo que ellos llamaban las Octavas. Todos los vecinos continuaban reyando y organizando diversos festejos propios de la temporada navideña. Estas fiestas se describían muy bien en sus cantos:
“Se fueron los Reyes, con mucha alegría y viene la Octava a los nueve días”.
Claramente establecen al ritmo de la música que las Octavas comenzaban el día 9 y se extendían hasta el día 16 de enero.
“Se fueron los Reyes vienen las Octavas; Dios nos dé salud para celebrarlas”.
La gente pedía salud para continuar fiestando y en estas celebraciones no escatimaban en gastos, hasta quedarse “pelaos”.
“Se fueron los Reyes y vino la Octava se quedó la gente más pobre que estaba”.
Por si fuera poco, el 17 de enero era entonces cuando comenzaban lo que conocemos como las Octavitas, que se extendían hasta el 24 del primer mes del año. Los más fiesteros la “alargaban” hasta lo que se conocía como la “media raja” o sea, la víspera del miércoles de ceniza.
Todo el jolgorio se acababa con la llegada de la Cuaresma, durante ese periodo cristiano que se extiende por 40 días no había música, bailes ni fiestas. Para lograr esto, les quitaban las cuerdas a los cuatros, tiples, guitarras y se procedía a colgarlas en la pared hasta que llegara la llamada Fiesta de la Resurrección del Cristo.
Mi gente, no hay dudas, en el tema de grandes celebraciones y fiestas navideñas tenemos que quitarnos el sombrero y tratar a nuestros abuelos de “usted y tenga”. ¡Qué rico es ser boricua!
Fuentes: http:–www.primerahora.com/XStatic/prime…, según citado en http://espanol.answers.yahoo.com/question/index?qid=20100102170505AAOX3RA
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona del archipiélago de Puerto Rico, declarada como tal por el papa beato Pablo VI hace cuarenta y siete años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa Pablo VI hace cuarenta y seis años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María (a quien Juan en su evangelio nunca menciona por su nombre, sino que se refiere a ella como “mujer” o la “madre de Jesús”), haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje, encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por nosotros!