En este corto te explicamos por qué celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la Conmemoración del Inmaculado Corazón de María en días consecutivos. #sagradocorazóndejesús #inmaculadocorazóndemaría #ajesúspormaría
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cincuenta y tres años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
Les invito a ver el vídeo sobre esta advocación en nuestro canal de YouTube De la mano de María TV para conocer el origen de esta advocación mariana y cómo llegó a Puerto Rico. De paso, te invito a suscribirte al canal y activar la campanita de las notificaciones.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Mi esposa y yo renovando votos matrimoniales en Caná de Galilea, en el lugar que se celebraron las bodas de Caná. Jesús escogió la celebración de un matrimonio para realizar su primer milagro.
“Porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra
tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te
construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu
Dios contigo”. Así termina la primera lectura de hoy, tomada del libro del
profeta Isaías (62,1-5). Encontramos en este pasaje esa imagen que permea todo
el Antiguo Testamento y nos presenta la relación entre Dios y su Pueblo, entre
Dios y nosotros, como la que existe entre el marido y la mujer. Ese amor que es
una mezcla perfecta del amor que llamamos “eros” y el amor “agapé” (Cfr. Encíclica Deus caritas est del papa emérito Benedicto XVI); ese amor que
quiere poseer y a la vez entregarse, que quiere la intimidad, pero está
dispuesto a sacrificarlo todo, hasta la misma intimidad, por el bien del ser
amado.
Sí, así nos ama Dios a nosotros, a ti y a mí;
¡con pasión, con locura! “Y este, igual que un esposo que sale de su alcoba, se
alegra como un atleta al recorrer su camino…” (Sal 19,6). Así se siente Dios después de un momento de
intimidad con nosotros. Nos ama hasta el punto que nos envió a su único Hijo
para que se inmolara por nuestra salvación, por nuestro bien, por nuestra
felicidad eterna. Y todo por amor…
Y es en ese mismo ambiente de bodas que Jesús comienza
su vida pública, su primer “signo” (Juan llama “signos” a los milagros de
Jesús), como vemos en la lectura evangélica que nos presenta la liturgia para
este segundo domingo del Tiempo durante el año (Jn 2,1-11), el pasaje de las
bodas de Caná. Y allí, junto a Él, propiciando ese milagro, estaba su madre
María, nuestra Madre. Llegada la plenitud de los tiempos (Cfr. Gál 4,4), Dios nos envió a su Hijo, el “vino nuevo”, el mejor
vino reservado por el “novio” para lo último: “Y entonces (el mayordomo) llamó
al novio y le dijo: ‘Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora’”. Los
novios comenzaban una nueva vida. Así Jesús nos ofrece una nueva vida, la vida
eterna.
Y su madre María nos da la fórmula para poder
disfrutar de ese vino nuevo: “Hagan lo que él diga”. Si escuchamos su Palabra y
la ponemos en práctica (Cfr. Lc
11,28), podremos sentirnos amados por Dios como la novia en su noche de bodas…
“Oh Dios, siempre fiel y lleno de amor: Tu
Hijo Jesús compartió con gente ordinaria la alegría de una boda, en Caná.
Prepara la mesa para nosotros y escáncianos el vino sabroso de tu alianza,
atráenos más cerca hacia ti y envíanos a acercarnos más a los hermanos. Caldea
nuestros corazones con tu mismo amor. Haz que nuestras vidas se conviertan en
fiesta, canto sin fin de alegría y alabanza dirigido a ti, nuestro Dios vivo,
por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).
La imagen original, venerada por los Siervos de María y otras órdenes religiosas italianas, es un hermoso óleo en el que aparece la Virgen con el Niño dormido plácidamente en sus brazos.
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cincuenta y dos años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná.
Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su
prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo.
Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina.
Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se
limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra:
“Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María
parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo,
a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como
lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer
y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está
disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2).
Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente
embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se
enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45),
emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado
de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de
los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”,
ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de
nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros
problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa:
“Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje
encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los
novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a
nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan
lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su
Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe
de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros
corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona,
pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su
intercesión para que lleve ante Él todas
nuestras necesidades materiales y espirituales.
Les invito a ver el vídeo que va al aire el 19 de noviembre a las 8:00 AM en nuestro canal de YouTube De la mano de María TVpara conocer el origen de esta advocación mariana y cómo llegó a Puerto Rico. De paso, te invito a suscribirte al canal y activar la campanita de las notificaciones.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por
Puerto Rico; ruega por nosotros!
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cincuenta y un años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná.
Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su
prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo.
Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina.
Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se
limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra:
“Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María
parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo,
a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como
lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer
y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está
disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2).
Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente
embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se
enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45),
emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado
de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de
los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”,
ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de
nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros
problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa:
“Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje
encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los
novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a
nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan
lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su
Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe
de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros
corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona,
pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su
intercesión para que lleve ante Él todas
nuestras necesidades materiales y espirituales.
Especialmente en estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, oremos: María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de
Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico,
declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cincuenta años, el 19 de
noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná.
Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su
prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo.
Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina.
Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se
limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra:
“Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María
parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo,
a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como
lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer
y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está
disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2).
Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente
embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se
enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45),
emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado
de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de
los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”,
ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de
nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros
problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa:
“Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje
encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los
novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a
nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan
lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su
Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe
de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros
corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona,
pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su
intercesión para que lleve ante Él todas
nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por
Puerto Rico; ruega por nosotros!
“No seáis nunca hombres o mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo”. Papa Francisco
El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy
(Mt 9,14-17), contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús en el
evangelio según san Mateo: “Llegará un día en que se lleven al novio, y
entonces ayunarán” (9,15). Es la primera vez que Jesús hace alusión su muerte,
pero sus discípulos no lo captan.
Este anuncio se da en el contexto de la
respuesta de Jesús a la crítica que se le hace porque sus discípulos no ayunaban.
Siempre se les veía contentos, en ánimo de fiesta. Esa conducta resultaba
escandalosa para los discípulos de Juan y de los fariseos, a quienes sus
maestros les imponían un régimen estricto de penitencia y austeridad.
La respuesta de Jesús comienza ubicando a sus
discípulos en un ambiente de fiesta: una boda, y se compara a sí mismo con el
novio, y a sus discípulos con los amigos del novio. El discípulo de Jesús, el
verdadero cristiano, es una persona alegre, porque se sabe amado por Jesús. Por
eso, aun cuando ayuna lo hace con alegría, porque sabe que con su ayuno está
agradando al Padre y a su Amado. Ya anteriormente había dicho a sus discípulos:
“Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu
ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto”
(Mt 6,17-18).
Sobre este particular, el papa Francisco nos
ha dicho: “No seáis nunca hombres o
mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el
desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de
haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos
solos, incluso en los momentos difíciles”.
Es lo que quiere decirnos Jesús en este pasaje,
para recalcar la novedad de su mensaje, que ya había resumido en el sermón de
la montaña. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17).
Por tanto, había que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley
del Amor. Se trata de una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de
aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del
hombre viejo para revestirse del hombre nuevo de que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24).
No se trata de “echar remiendos” a la Ley; se
trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con
nuestro prójimo.
Jesús está consciente que su mensaje
representa un realidad nueva, totalmente incompatible con las conductas de
antaño. Por eso añade que no “se echa vino nuevo en odres viejos, porque
revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino
nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”. Esto
significa que tenemos que dejar atrás las viejas actitudes que nos impiden
escuchar su Palabra y ponerla en práctica.
Este simbolismo del “vino nuevo” lo vemos
también en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos
brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la
novedad de su mensaje.
Hoy, pidamos al Padre que nos ayude a
despojarnos de los “odres viejos”, y que nos de “odres nuevos” para recibir y
retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.
Mi esposa y yo acabando de renovar nuestros votos matrimoniales en Caná de Galilea, en el lugar donde la tradición dice que se celebraron las bodas de Caná. Jesús escogió la celebración de un matrimonio para realizar su primer milagro.
“Porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra
tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te
construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu
Dios contigo”. Así termina la primera lectura de hoy, tomada del libro del
profeta Isaías (62,1-5). Encontramos en este pasaje esa imagen que permea todo
el Antiguo Testamento y nos presenta la relación entre Dios y su Pueblo, entre
Dios y nosotros, como la que existe entre el marido y la mujer. Ese amor que es
una mezcla perfecta del amor que llamamos “eros” y el amor “agapé” (Cfr. Encíclica Deus caritas est del papa emérito Benedicto XVI); ese amor que
quiere poseer y a la vez entregarse, que quiere la intimidad, pero está
dispuesto a sacrificarlo todo, hasta la misma intimidad, por el bien del ser
amado.
Sí, así nos ama Dios a nosotros, a ti y a mí;
¡con pasión, con locura! “Y este, igual que un esposo que sale de su alcoba, se
alegra como un atleta al recorrer su camino…” (Sal 19,6). Así se siente Dios después de un momento de
intimidad con nosotros. Nos ama hasta el punto que nos envió a su único Hijo
para que se inmolara por nuestra salvación, por nuestro bien, por nuestra
felicidad eterna. Y todo por amor…
Y es en ese mismo ambiente de bodas que Jesús comienza
su vida pública, su primer “signo” (Juan llama “signos” a los milagros de
Jesús), como vemos en la lectura evangélica que nos presenta la liturgia para
este segundo domingo del Tiempo durante el año (Jn 2,1-11), el pasaje de las
bodas de Caná. Y allí, junto a Él, propiciando ese milagro, estaba su madre
María, nuestra Madre. Llegada la plenitud de los tiempos (Cfr. Gál 4,4), Dios nos envió a su Hijo, el “vino nuevo”, el mejor
vino reservado por el “novio” para lo último: “Y entonces (el mayordomo) llamó
al novio y le dijo: ‘Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora’”. Los
novios comenzaban una nueva vida. Así Jesús nos ofrece una nueva vida, la vida
eterna.
Y su madre María nos da la fórmula para poder
disfrutar de ese vino nuevo: “Hagan lo que él diga”. Si escuchamos su Palabra y
la ponemos en práctica (Cfr. Lc
11,28), podremos sentirnos amados por Dios como la novia en su noche de bodas…
“Oh Dios, siempre fiel y lleno de amor: Tu
Hijo Jesús compartió con gente ordinaria la alegría de una boda, en Caná.
Prepara la mesa para nosotros y escáncianos el vino sabroso de tu alianza,
atráenos más cerca hacia ti y envíanos a acercarnos más a los hermanos. Caldea
nuestros corazones con tu mismo amor. Haz que nuestras vidas se conviertan en
fiesta, canto sin fin de alegría y alabanza dirigido a ti, nuestro Dios vivo,
por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).
Hoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, declarada como tal por el papa san Pablo VI hace cuarenta y siete años, el 19 de noviembre de 1969.
La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.
Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.
Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.
En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.
En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!