REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 17-07-13

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La primera lectura de hoy (Ex 3,1-6.9-12) nos presenta el comienzo del episodio de la zarza ardiendo. Este es el pasaje en que Yahvé escogió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud que estaba sufriendo a manos de los egipcios. Esa misión de Moisés comenzó como todas (incluyendo la tuya y la mía), con el llamado: “Moisés. Moisés”. Moisés le respondió: “Aquí estoy”.

Moisés escuchó la Palabra de Dios y se mostró receptivo a la misma. Entonces Dios le reveló la misión que tenía para él: “Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas”. El envío. Y ante la incertidumbre de Moisés sobre su capacidad para llevar a cabo la misión, la promesa: “Yo estoy contigo”. Dios nunca abandona a los que escoge y envía. Mañana le revelará Su nombre.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Mt 11,25-27) contiene una de mis frases favoritas de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Jesús parece referirse a los “sabios” y “entendidos” de su tiempo (los escribas, fariseos, sacerdotes, doctores de la ley), quienes cegados por su conocimiento de la Ley creían saberlo todo. Por eso eran incapaces de asimilar el mensaje sencillo pero profundo de Jesús. “Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,13).

Jesús nos pide que nos hagamos como niños, para que podamos conocer y reconocer al “Abba” que Él nos presenta: “nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Por eso escogió sus discípulos de entre la gente sencilla, creyentes que no estaban “contaminados” por el ritualismo y legalismo excesivo de los sacerdotes y fariseos. Escogió la tierra buena sobre a la que estaba llena de abrojos (Mt 13,1-9; Mc 4,1-9; Lc 8,4-8).

Dios no es fácil de alcanzar, nadie lo ha visto nunca. Por eso nos envió a su Hijo, quien sí le conoce, para que Él nos de a conocer al Padre. Para conocer al Padre tememos que reconocer nuestra incapacidad de conocerlo por nosotros mismos. Jesús nos ofrece la oportunidad de conocerle a Él a través de su Palabra, y a través de Él al Padre. Parece un trabalenguas, pero el mensaje es sencillo, como aquellos a quienes va dirigido: Él es el “Camino” que nos conduce al Padre; y quien le conoce a Él conoce al Padre (Jn 14,6-7).

Jesús nos ha llamado a cada cual por su nombre y nos ha encomendado una misión que tenía pensada para cada uno de nosotros desde antes que fuésemos concebidos. Si nos apartamos del bullicio y el ruido del mundo, como lo estaba Moisés en la primera lectura, podremos escuchar la voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Lo único que tenemos que decir es: “Aquí estoy”, como lo hizo Moisés; o como Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10).

Y tú, ¿qué le vas a contestar? Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN 16-07-13

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Hoy celebramos la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, también conocida simplemente como la Virgen del Carmen, Nuestra Señora del Monte Carmelo, Flor del Carmelo, y Stella Maris (Estrella del Mar).

Esta es una de las advocaciones más antiguas, si no la más antigua, de la Virgen María. Deriva su nombre del Monte Carmelo (del hebreo “Karmel”, o “Al-Karem”, que quiere decir “jardín”), que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la vista del puerto marítimo de Haifa. Fue en este monte que el profeta Elías tuvo la visión de la nube (1 Re 18,44) que pondría fin a la sequía que había azotado la región.

Desde los primeros ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, se ha interpretado la nube de la visión de Elías (1 Re 18,44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Una tradición dice que Elías interpretó la visión de aquella nube como un símbolo de la llegada del Salvador esperado, que nacería de una doncella inmaculada para traer una lluvia de bendiciones. Desde entonces, aquella pequeña comunidad que tenía por hogar el Monte Carmelo, se dedicó a rezar por la que sería madre del Redentor, comenzando así la devoción a Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Fue en ese lugar que, en el siglo XII, un grupo de hombres, inspirados por el profeta Elías, fundó la orden de los Carmelitas.

Dijimos que otro nombre por el cual se conoce a la Virgen del Carmen es Estrella del Mar, o Stella Maris. Antes de que existieran las brújulas, ni los medios de navegación electrónicos modernos, los marineros se guiaban por las estrellas. Cuando los sarracenos invadieron el Carmelo, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar por un tiempo el monasterio. Otra antigua tradición dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo. Por eso también es patrona de marineros, pescadores, y todos los que se hacen a la mar.

En Puerto Rico, por ser fiesta litúrgica, se contemplan las lecturas propias de la celebración.

Como primera lectura se nos presenta el pasaje en que Zacarías (2,14-17) profetiza el jubiloso acontecimiento del nacimiento del Salvador: “Grita de júbilo y alégrate, hija de Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti –oráculo del Señor-”. Hija de Sión es uno de los títulos que se dan a Nuestra Señora, invitada por Dios a una gran alegría, título que expresa su papel extraordinario de madre del Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. Es la mujer que desde antaño veneraban los ermitaños del Monte Carmelo, sin conocer su identidad, pero sí su misión de convertirse en madre del Redentor.

Hoy, en esta celebración de Nuestra Señora, pidámosle que sea nuestra Estrella de Mar que nos dirija al puerto seguro que es su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

¿Por qué Roncalli (Juan XXIII) será santo sin milagro?

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Andrea Tornielli
Ciudad del Vaticano

En el caso de Juan XXIII también hubo una petición para proclamarlo “santo subito”. Comienza de esta manera el artículo de Stefania Falasca publicado en el periódico “Avvenire” y en el que se explican las razones que llevaron a la decisión de canonizar a Papa Roncalli incluso sin el reconocimiento de un segundo milagro (que habría debido verificarse después de la beatificación). En medio de las sesiones de trabajo del Concilio, el teólogo Yves Congar escribió en su diario que el cardenal belga Lèon Joseph Suenens quería concluir las modificaciones al esquema “De Ecclesia” con la petición de canonizar (por aclamación) a Juan XXIII. «Un objetivo que hay que… [continuar leyendo] 

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 15-07-13

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt 10,37).

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt 10,37).

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (Ex 1,8-14.22) continúa narrando la historia de los descendientes de Jacob en Egipto, y cómo el pueblo de Israel se multiplicó, según lo había prometido Yahvé a Abraham; promesa que luego había repetido a Jacob. Han pasado cuatrocientos años desde la llegada de los israelitas a Egipto bajo la protección de José, episodio que también puso fin a la llamada era de los “patriarcas”.

Durante las próximas tres semanas exploraremos la historia de la esclavitud en Egipto, y cómo Dios se compadece de su pueblo y decide intervenir en la historia para suscitar la liberación de su pueblo bajo el liderato de Moisés, quien los conducirá a la libertad y de vuelta a la tierra prometida a través del desierto, en donde establecerá la Alianza del Sinaí. Esta historia es bien importante porque nos presenta los orígenes de la Ley que regirá al pueblo judío por el resto de su historia. Esa historia y esa Ley (llevada a la plenitud por Jesús con el mandamiento del Amor) también conforman la base nuestra fe cristiana.

La lectura evangélica (Mt 10,34-11,1) nos presenta la conclusión del “discurso apostólico”, o de envío de los “doce”, antes de partir por su cuenta a “enseñar y predicar en sus ciudades” (11,1).

Jesús quiere asegurarse que los apóstoles tienen plena consciencia del compromiso que implica el aceptar la misión, y lo difícil, conflictiva y peligrosa que va a ser la misma. Ha utilizado toda clase de ejemplos y alegorías, pero antes de concluir, por si no han entendido el alcance de sus palabras, les habla en lenguaje más directo: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”.

Así es el mensaje de Jesús, conflictivo. Él no admite términos medios; nos quiere “calientes” o “fríos”, porque los “tibios” no tienen cabida en el Reino (Cfr. Ap 3, 15-16). Ya lo había dicho el anciano Simeón cuando llevaron al Niño a presentar al Templo: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2,34).

Para enfatizar la radicalidad en el seguimiento que espera de los apóstoles, Jesús lo contrapone a uno de los deberes más sagrados del pueblo judío y del nuestro, el amor paterno y el amor filial: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”. Jesús utiliza, como lo hace en otras ocasiones, el recurso de la hipérbole con un fin pedagógico. No es que esté renegando de las enseñanzas de los mandamientos y la ley del amor contendida en las bienaventuranzas. Nos está diciendo que el que acepta continuar Su misión, tiene que estar dispuesto a, si llega momento, renunciar a todo lo que sea un obstáculo para la misma, aún las cosas que son más importantes en nuestras vidas.

¡Ay de aquellos que se dejan seducir por los cantos de sirena de las “iglesias de la prosperidad”! Esos no son verdaderos discípulos de Cristo.

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOQUINTO DOMINGO DEL T.O. 14-07-13

Buen samaritano

La lectura evangélica que contemplamos hoy (Lc 10,25-37), nos presenta la conocida parábola del buen samaritano. Sobre esta parábola se han escrito “ríos de tinta”. Además de la historia que nos presenta la misma, edificante por demás, algunos exégetas ven en la compasión del samaritano una imagen de la misericordia de Dios, y en el regreso del samaritano al final de la parábola una especie de prefiguración del retorno de Cristo al final de los tiempos. Otros ven “claramente” en la parábola un reflejo de la historia de la salvación, al igual que en las “parábolas del Reino”.

Hoy nos limitaremos a señalar que el relato está precedido de una discusión sobre el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30-31); mandamiento que recoge el “Shemá” que recitan los judíos (Dt 6,4) y hasta escriben en un pergamino que colocan la jamba derecha de las puertas de sus hogares en un receptáculo llamado “mezuzah”, y el mandato sobre el prójimo contenido en Lev 19,18. Jesús llevará este último mandamiento un paso más allá, al pedirnos que amemos a nuestro prójimo, no como a nosotros mismos, sino como Él nos ha amado (Jn 13,34).

Lo cierto es que este relato nos enfrenta al pecado más común que cometemos a diario y pasamos por alto, lo ignoramos. Me refiero al pecado de omisión. Cuando rezamos el “Yo pecador”, decimos que “…he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Cuando pensamos en nuestros pecados, al hacer un examen de conciencia, pensamos en las actuaciones en que hemos incurrido que resultan ofensivas a Dios. Robar, matar, fornicar, mentir, etc., etc. ¿Pero qué de las veces que habiendo podido ayudar al prójimo que lo necesitaba nos hacemos de la vista larga? “Estoy muy ocupado… Voy tarde, y si me detengo… Voy a ensuciarme la ropa…”

“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”, nos dice San Juan de la Cruz. Y eso no se lo inventó él; ¿acaso el mismo Jesús no nos dijo: “Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber…? (Mt 25,35). En el mismo pasaje del “juicio final” Jesús encarna el pecado de omisión: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me dieron de beber…” En otras palabras, no basta con abstenerse de cometer “actos” pecaminosos; peca tanto el que roba el pan ajeno, como el que pudiendo dar de comer al hambriento no lo hace. Es decir, para pecar no es necesario hacer el mal, basta con no hacer el bien, teniendo la capacidad y los medios para hacerlo. A veces se trata tan solo de prestar nuestros oídos a un hermano que necesita desahogarse, y “no tenemos tiempo…”

Y se nos olvida que en nuestro prójimo, en cada uno de nuestros hermanos, está la persona de Cristo; pero somos tan ciegos que no lo vemos. “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt 25,45).

¡Cuántas veces actuamos como el sacerdote o el levita de la parábola!

Sonby4 cantará en los actos con el Papa Francisco

SonBy4

El grupo musical boricua Son by 4 cantará en próxima Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, como parte del encuentro que tendrá el Papa Francisco con jóvenes de todo el mundo.

“Vamos a estar en los eventos principales donde el Papa va estar. Es la primera vez que vamos a cantar en una actividad con el Papa. Estamos muy emocionados”, comentó uno de los vocalistas de Son by 4, Pedro Quiles. Saldrán de Puerto Rico el… [continuar leyendo]

 

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO 13-07-13

desde las azoteas

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Así concluye la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 10,24-33). Jesús continúa su “discurso apostólico”, las instrucciones que da a “los doce” al enviarlos a predicar su Evangelio, la Buena Noticia del Reino.

Con esta aseveración Jesús nos recuerda que si bien Él es misericordioso, es igualmente justo. Él toca a nuestra puerta, pero no se impone. Como dice el padre Larrañaga: “Jesús es un perfecto caballero”. Está en nosotros abrirle y dejarle pasar, o ignorarlo. Si le escuchamos, abrimos la puerta y le dejamos entrar, Él entrará en nuestra casa y cenará con nosotros (Ap 3,20).

Dejarle entrar en nuestra casa significa abrazar su Palabra, hacernos uno con Él; dejarnos arropar por su Amor y actuar de conformidad. Que podamos decir con Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Jesús está diciendo a los apóstoles qué características ha de tener el verdadero discípulo-apóstol. La lectura de hoy comienza con la humildad, una de las características sobresalientes de Jesús, el que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28), el que siendo Dios “se abajó para tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2,7), el que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13,1-16). Por eso les recuerda a los apóstoles que “un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo”.

Antes de ser considerados “apóstoles” tenemos que ser discípulos. Y el discípulo sigue al maestro, se sienta a sus pies, lo imita, trata de ser igual que él, comparte su destino. “Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados!”. Jesús se compara con el “dueño de la casa”, y a nosotros con la gente de su casa (la palabra “criado” no es tal vez la más afortunada). Nos está diciendo que si Él, que es el “jefe” de nuestra “casa”, es decir, nuestra Iglesia, sufrió ultrajes y calumnias, nosotros tenemos que estar dispuestos a sufrir lo mismo, y a hacerlo con dignidad, y hasta con alegría (Cfr. Mt 5,11-12; 1 Pe 4,14). No importa las consecuencias, tenemos que pregonar Su mensaje “desde las azoteas”.

Son muchos los que prefieren ignorar el llamado de Jesús a sus puertas, porque a pesar de que les impresiona la oferta de vida eterna que les hace, no están de acuerdo con la “letra chica”; entienden que el precio es demasiado alto. Prefieren la comodidad, el placer, ahora, en este mundo. Se ponen de parte del mundo en lugar de ponerse de parte de Jesús. Es ahí que resuenan las palabras de Jesús en este relato evangélico que citamos al principio.

Si algo tiene el mensaje de Jesús es que es consistente. A esos, cuando llegue el día del Juicio el Padre les dirá: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).

Y tú, ¿en qué grupo quieres ser contado?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 12-07-13

"Mirad que os mando como ovejas entre lobos" (Mt 10,16).

“Mirad que os mando como ovejas entre lobos” (Mt 10,16).

La primera lectura de la liturgia para hoy (Gn 46,1-7.28-30), nos narra la culminación de la historia de José, con la salida de Jacob y sus descendientes de la tierra de Canaán hacia Egipto, en donde se establecerán por cuatro siglos. Este pasaje sirve de preludio a la esclavitud en Egipto que dará paso a la figura de Moisés, que aparecerá al comienzo del libro del Éxodo.

En la lectura evangélica (Mt 10, 16-23), Jesús continúa las instrucciones a sus apóstoles (“los doce”) antes de enviarlos a proclamar la Buena Noticia del Reino. Jesús les advierte que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados.

Jesús es también consciente que el mensaje de amor que sus enviados van a predicar con entrega, con mansedumbre, será rechazado, y hasta combatido con brutalidad y violencia por los adversarios de la Palabra. Los apóstoles serán de ese modo ejemplo de que el Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus enviados. San Pablo recogerá ese pensamiento cuando diga: “Él (Jesús) me respondió: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad’. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,9-10).

Pero a pesar de que les asegura que no los dejará solos, e inclusive que el Espíritu les sugerirá lo que tienen que decir cuando los arresten, les instruye que sean “sagaces como serpientes y sencillos como palomas”, que no se fíen de nadie. La mansedumbre no quiere decir que sean incautos o tontos. Por el contrario, al utilizar el ejemplo de la serpiente y la paloma, les dice que tienen que ser hábiles, inteligentes, cautos como la serpiente para discernir la presencia de lobos y no provocarlos innecesariamente, pero manteniendo al mismo tiempo la candidez, la simplicidad de las palomas, sin dobleces ni complicaciones.

Jesús siempre es claro con los que llama a seguirles. El camino va a ser difícil, lleno de obstáculos, persecuciones e insultos. El que sigue a Jesús tiene que estar consciente que su recompensa no será en este mundo, sino en la vida eterna: “el que persevere hasta el final se salvará”. Y esa recompensa es la “corona de gloria que no se marchita” de que nos habla san Pedro (1 Pe 5,4).

Esas instrucciones de Jesús a los apóstoles son también para todos los que aceptamos el llamado de Jesús a participar de la misión evangelizadora. El Concilio Vaticano II dejó claramente establecido el papel de los laicos como “nuevos evangelizadores”. Ya no es una misión reservada a los ministros ordenados o consagrados (Apostilicam actuositatem). Nos toca a todos; a ti y a mí. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 11-07-13

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

Hoy celebramos la memoria obligatoria de san Benito Abad, el santo patrono de Europa, donde se celebra como fiesta, con lecturas propias para la liturgia. En Puerto Rico es memoria, por lo que se contemplan las lecturas propias del tiempo ordinario, hoy las del jueves de la decimocuarta semana del T.O.

La primera lectura que nos brinda la liturgia continúa narrándonos la historia de la descendencia de Abraham, y cómo Yahvé cumple la Alianza pactada con el pueblo elegido en la persona de aquél. Ayer leíamos la historia de los hijos de Jacob, y cómo los hermanos se habían puesto de acuerdo para deshacerse de José, quien gozaba del favor de su padre. Hoy se nos narra la culminación de esa historia con el encuentro entre José, convertido en administrador del faraón, y sus hermanos (Gn 44,18-21.23b-29; 45; 1-5).

Aprovecho para hacer un paréntesis de formación. Muchas veces las lecturas que nos brinda la liturgia son porciones escogidas de una historia más larga, como está ocurriendo con esta historia de José, y como ocurrió en días recientes con la historia de Rebecca. En estos casos es recomendable que vayamos a la Biblia y leamos el pasaje completo. De esa manera podremos apreciar toda la riqueza del relato y tener una mejor comprensión de los hechos y el mensaje que nos brinda la Palabra.

La enseñanza principal que encontramos en la primera lectura se resume al final: “Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros”. Dios había permitido el mal que sus hermanos habían hecho a José con un propósito; que en el momento de mayor necesidad, José estuviera allí para librarles de la hambruna.

Muchas veces Dios permite que nos sucedan cosas que no comprendemos, pero si las aceptamos como la voluntad de Dios, eventualmente nos percatamos que todo lo sucedido era para nuestro propio bien. “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rm 8,28). Los que han escuchado mi testimonio saben que puedo dar fe de eso…

En la lectura evangélica continuamos las instrucciones que Jesús les imparte a los “doce” al enviarlos en la misión de proclamar el evangelio, instrucciones que guardan cierto paralelismo con las instrucciones que impartió a los “setenta y dos”, que leyéramos el pasado domingo XIV del tiempo ordinario (Lc 10,1-9). En ambos “envíos” Jesús enfatiza el desapego a las cosas materiales, instándoles a dejar atrás todo lo que pueda convertirse en una preocupación que desvíe su atención de la misión que les está encomendando. Se trata de abandonarse a la Providencia divina.

Una frase añade en este relato de los “doce”: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Con esta frase Jesús les (nos) recuerda que el Evangelio es para todos, que la salvación es regalo de Dios, y como tal tenemos que compartir con todos, los dones que hemos recibido de Él. No podemos convertir el anuncio de la Buena Nueva del Reino en un negocio o en una fuente de ingresos, ni en una forma de obtener bienes para nosotros, porque se desvirtúa.

Recién esta semana el papa Francisco nos decía: “Me duele ver a un cura o a una monja con el último modelo de coche”. Francisco está claro…