REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 23-08-13

amaras al Senor

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mt 22,34-40) nos dice que un fariseo se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Los fariseos y los escribas tenían prácticamente una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contiene 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos, enfrascándose en polémicas sobre cuales eran más importantes que otros.

La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. (Dt 6,4-5). Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”.

Si leemos el libro del Deuteronomio, este mandamiento está precedido por “Escucha, Israel” (el famoso “Shemá”)… Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve Sí, todavía estamos celebrando el año de la fe.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Que no quede duda. Jesús quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional (a Jesús no le gustan los términos medios). Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. Cuando nos abrimos al amor de Dios no tenemos otra alternativa que amar de igual manera.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. Cumpliéndolos cumples todos los demás. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo.

Que no se diga que no intentamos…

REFLEXION PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA 22-08-13

maria reina del universo

Hoy celebramos la memoria obligatoria de Nuestra Señora María Reina. Las lecturas propias de la memoria (Is 9,3.5-6 y Lc 1,26-38) tienen un denominador común: Jesús ocupa el trono de David “para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y como todo lo que tiene que ver con María, siempre es en función de su Hijo.

Las lecturas de hoy no dejan lugar a dudas que Jesús es el último y definitivo Rey del linaje de David. Y la tradición davídica dispone que la reina sea la madre del rey, la “Reina Madre”. Vemos así, por ejemplo, cómo en el libro primero de los Reyes (2,19), cuando Betsabé, la madre de Salomón, entró en el salón del trono para interceder en favor de Adonías, “El rey se levantó a su encuentro, hizo una inclinación ante ella (otras traducciones dicen que “se postró” ante ella), y tomó luego asiento en su trono. Dispuso un trono para la madre del rey, que tomó asiento a su derecha”. En el pueblo judío, la madre del rey era la persona más importante e influyente en el reino. También era considerada la defensora, la abogada del pueblo, la que “tenía el oído del rey” y era su principal consejera. La llamaban “Gabirah”, que quiere decir “gran señora”.

Por eso decimos que María es la “Reina del Universo”, título que ostenta por el derecho que le concede el ser la Madre del Rey, la “Reina Madre”. De ahí que el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (59), declara que María “fue enaltecida por Dios como Reina universal para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte”.

Desde allí, en el trono que su Hijo ha dispuesto a su derecha, ella intercede por nosotros ante Él como nuestra abogada. De ahí que en esa hermosa oración de la “Salve”  decimos: “Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Por eso la veneramos como María Reina, no solamente hoy, sino todos los días de nuestras vidas, y por eso nos dirigimos a ella recitando una de las oraciones más antiguas:

“Bajo tu amparo nos acogemos,

Santa Madre de Dios.

No deseches las súplicas que te dirigimos

en nuestras necesidades; antes bien,

líbranos siempre de todo peligro,

oh Virgen gloriosa y bendita”. Amén.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 21-08-13

obreros viña

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 19,30-20,16) pone de manifiesto la misericordia divina, y cómo esa misericordia se manifiesta en los que ponen su confianza en Él. Se trata de la “parábola de los obreros de la viña”. Para entender la enseñanza detrás de esta parábola tenemos que analizar detenidamente la conversación entre el dueño de la viña y cada grupo de jornaleros, y el salario que “ajusta” con cada uno. Veamos.

La parábola nos narra la historia del dueño de una viña que salió a contratar jornaleros para su viña. Fue a la plaza pública donde usualmente se congregaban los que buscaban trabajo. Nos dice la parábola que con los que contrató al amanecer, ajustó el salario en un denario por día. Salió por segunda vez a media mañana y contrató a otros que encontró sin trabajo diciéndoles: “os pagaré lo debido”. Lo mismo hizo al mediodía y a media tarde. Finalmente salió al caer la tarde y encontró a otros que habían estado todo el día y nadie los había contratado. A estos se limitó a decirles: “Id también vosotros a mi viña”.

Podemos ver tres tipos de jornaleros. Con los primeros el dueño se ajusta en un salario fijo, ha acordado un contrato de empleo. Un denario por día. Van a trabajar a cambio de una compensación específica. Los que contrató a media mañana, a mediodía y a media tarde, acordaron trabajar por una justa compensación, es decir, el dueño de la viña ofreció pagarles “lo debido” y ellos fueron a trabajar. Finalmente, los que contrató al atardecer, ni tan siquiera hablaron de compensación. Simplemente aceptaron el llamado del dueño: “Id también vosotros a mi viña”.

Los primeros recibieron el salario que habían acordado a cambio de su trabajo. Ni un céntimo más ni un céntimo menos. Estos nos recuerdan a los fariseos, quienes observaban el fiel “cumplimiento” de la Ley, y a cambio Dios les “debía” la recompensa del cielo. Tal parecería que pretendían “comprar” la salvación. El cumplimiento interesado de la Ley. Esos son los que no comprenden cómo es posible que los demás reciban el mismo salario. Sienten que Dios es “injusto” si les da la misma recompensa a otros que ellos consideran pecadores. Nos recuerdan la actitud del fariseo en la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14).

El segundo grupo de jornaleros, los que fueron a trabajar bajo la promesa de que recibirían “lo debido”, confiaron en que el dueño de la viña habría de ser justo con ellos. Estos representan a aquellos que se acercan a servir al Señor cuando son llamados. Confían en la justicia divina, que tiene su raíz en la misericordia divina, y su confianza es recompensada.

Pero los que más se asemejan al publicano de la parábola de Lucas son los que fueron contratados ya al final del día. Estos ni tan siquiera hablaron de salario. Se contentaron con trabajar. Y probablemente se sintieron bien por el mero hecho de poder trabajar en lugar de estar ociosos. Estos se dieron de corazón, y su esfuerzo y desinterés resultaron agradables al dueño de la viña. Asimismo, si te acercas a servir al Señor por amor, sin interés, aunque sea al final de tu vida, recibirás tu justa recompensa: la Vida eterna.

Por eso Jesús termina refiriendo la enseñanza a la vida eterna: “Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. Todavía estamos a tiempo.

Divulgan el programa de la consagración del mundo al Corazón de María que hará Francisco

Nuestra Senora de Fatima

Roma, 2 (Zenit.orgRedacción

El Vaticano dio a conocer el programa de la jornada del 12 y 13 de octubre en Roma en la que el papa Francisco consagrará el mundo al Inmaculado Corazón de María, ante la imagen de Nuestra Señora de Fátima.

En el programa disponible en varios idiomas, en la web del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, se indica que se contará con la presencia de la imagen de Nuestra Señora de Fátima que se venera en la Capilla de las Apariciones del santuario.

La Jornada Mariana que hace parte del Año de la Fe, ha sido… [contiuar leyendo]

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 20-08-13

Joven rico

La lectura evangélica que contemplamos en la liturgia para hoy (Mt 19,23-30), es la continuación de la del joven rico que se nos propusiera ayer. En esta lectura, Jesús dice a sus discípulos: “Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”. El “ojo de una aguja” a que se refiere Jesús era un pequeño portón que tenían las puertas principales de las ciudades como Jerusalén, por donde entraban los mercaderes después de la hora que se cerraban las mismas. Si el mercader traía camellos, le resultaba bien difícil entrarlos por “el ojo de la aguja”. Para poder lograrlo (no siempre podían), tenían que quitarle la carga y entrarlo arrodillado. ¿Ven el simbolismo?

De nuevo vemos a Jesús poniendo el apego a la riqueza como impedimento para alcanzar el reino de Dios, pero esta vez es, como ocurre a menudo, en un diálogo aparte con sus discípulos, luego del episodio. Los discípulos acaban de escuchar a Jesús pronunciarse en esos términos y están confundidos, pues en la mentalidad judía la riqueza y la prosperidad son sinónimos de bendición de Dios. ¿Cómo es posible que la riqueza, que es bendición de Dios, sea un impedimento para alcanzar el Reino? Pero Jesús se refiere a la conducta descrita en el Deuteronomio (8,11-18) que nos manda estar alertas, no sea que: “cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría y olvides a Yahvé tu Dios que te sacó de Egipto, de la casa de la servidumbre”.

Jesús lo que nos propone es comprender que para seguirle tenemos que “desposeernos” de todo lo que pueda desviar nuestra atención de Dios como valor absoluto. Tenemos que aprender a depender, no de nuestra propia riqueza ni de aquello que pueda darnos “seguridad” humana, sino de los demás, y ante todo, de Dios, recordando que solo siguiéndole a Él podemos alcanzar la salvación. Por eso cuando los discípulos le preguntan: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”, Él les mira y les contesta: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo”…. “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.

Tarea harto difícil, la verdadera “pobreza evangélica”, imposible para nosotros si dependemos de nuestros propios recursos. Solo si nos abandonamos a Dios incondicionalmente podemos lograrlo, porque “Dios lo puede todo” (Cfr. Lc 1,37).

En este pasaje se nos describe, además, la renuncia a las cosas del mundo llevada al extremo, que encontramos en aquellos que abrazan la vida religiosa abandonando “casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras” con tal de seguir a Jesús.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de aprender a desprendernos de todo lo que nos impide seguirle plenamente; que podamos hacer de Él, y de su seguimiento, el valor absoluto en nuestras vidas, para así ser acreedores a la vida eterna, que Él nos tiene prometida.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 19-08-13

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La liturgia de hoy nos presenta el pasaje del joven rico (Mt 19,16-22). En la misma pregunta del joven encontramos el problema que presenta la situación: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” En primer lugar, acepta que el fin del hombre es la “vida eterna”. En segundo lugar, está consciente que para llegar a esa vida eterna hay un solo camino, el camino del bien (“¿qué tengo que hacer de bueno…?”).

En su forma de pensar, típica de la persona adinerada, el joven piensa en términos de “comprar”, “adquirir”, “obtener”. Por eso utiliza este último verbo con relación a la vida eterna al formular su pregunta. Jesús, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, le riposta: “¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Le dice que “uno solo es Bueno”, refiriéndose a Dios. Por eso le dice que tiene que cumplir los mandamientos, que vienen de Él.

El joven insiste diciéndole que él ya cumple con los mandamientos (resulta curioso que Jesús solo menciona los mandamientos que se refieren al prójimo, añadiendo el mandamiento del amor, que no forma parte del decálogo). Para el joven rico, por su posición cómoda, resulta fácil dar limosna a los pobres, pagar el diezmo al templo, “portarse bien”. Pero él quiere asegurarse que pueda “obtener” la vida eterna. Es alguien acostumbrado a adquirir las cosas sin importar el precio. Por eso no estaba preparado para la contestación de Jesús: “vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo”. La Escritura nos dice que “al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico”.

Si analizamos el pasaje, lo que Jesús hace es ponerlo a prueba. La realidad es que la riqueza no es impedimento para la salvación y la vida eterna; lo que sí es impedimento para seguir a Jesús es el apego a esa riqueza, al punto de nublar nuestro entendimiento cuando hay que decidir entre el seguimiento de Jesús y la protección de los bienes materiales. Esos bienes, esas posesiones, nos impiden entregar nuestro corazón totalmente a Dios. Por eso el joven se puso triste, porque su corazón, aunque bueno, estaba atrapado entre dos lealtades: Dios y el “ídolo” del dinero.

Durante las pasadas semanas Jesús nos ha estado hablando de la sencillez, la mansedumbre, la humildad como meta de los que queremos alcanzar la vida eterna. “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5,3). El “pobre” para Jesús no es el que no tiene bienes, sino más bien aquél que no tiene su corazón puesto en las cosas. Se puede ser relativamente pobre y estar demasiado apegado a las pocas cosas materiales que se tiene; entonces se es como el “joven rico”. Del mismo modo, se puede tener una gran fortuna y vivir para agradar a Dios y ayudar a otros. Esa es la verdadera “pobreza evangélica” que caracteriza al discípulo de Jesús.

En este día, pidámosle al Padre que nos conceda el don de la pobreza evangélica que le es agradable, para que podamos ser dignos ciudadanos del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O. 18-08-13

he venido a prender fuego 2

La palabra que sirve de hilo conductor a las lecturas que nos ofrece la liturgia para este vigésimo domingo del tiempo ordinario es “conflicto”.

La primera lectura, tomada del libro de Jeremías (38,4-6.8-10), nos presenta el resultado de la fidelidad a la palabra de Dios por parte del profeta, palabra que desenmascara el pecado de los hombres y provoca reacciones que llegan incluso a la violencia. Por eso todo el que es fiel a la Palabra provoca conflicto. En el caso de Jeremías estuvo a punto de costarle la vida: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”.

Con la frase “no busca el bien del pueblo” lo que querían decir los príncipes que pedían la muerte de Jeremías es que su discurso no se amoldaba a los deseos del pueblo. Es bien fácil adoptar un discurso que acomode los deseos o preferencias del pueblo, aunque estos sean contrarios a la Palabra de Dios.

No tenemos que ir muy lejos, basta mirar a nuestro alrededor para encontrarnos con gobernantes que adoptan un discurso reñido con los valores cristianos, especialmente los relacionados con la familia y el matrimonio, con tal de ganarse la simpatía de un grupo de personas, aunque ello implique darle la espalda a Dios. Y lo peor es que pretenden justificar su conducta con la misma Palabra que pisotean. Se trata de “fabricar” una imagen de Dios que se acomode a nuestros deseos y, ¿por qué no?, a nuestro pecado.

A estas personas se les olvida que con Jesús no hay términos medios; o estás con Él o en contra de Él: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,23). O como nos dice el Espíritu en el libro del Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (3,15-16). No se trata de “quedar bien”, tampoco de “no hacer sentir mal” al otro. Se trata de ser fiel a Dios y a su Palabra salvífica. En eso Jesús es radical.

La lectura evangélica (Lc 12,49-53) de hoy no puede ser más clara: “He venido a prender fuego en el mundo… ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. Todo el que acepta y proclama la Palabra de Dios va entrar en conflicto con el mundo, comenzando en nuestra propia familia. Porque esa Palabra, más cortante que espada de doble filo, “penetra hasta la división entre alma y espíritu”. Por eso resulta incómoda para muchos.

No podemos caer en la trampa del relativismo moral. Por eso nuestra sociedad está cada vez más alejada de Dios. Corresponde a nosotros “prender fuego en el mundo” o, como nos dijo el papa Francisco, “hacer lío”. Pero… ¡ojo!, eso tiene un costo bien alto. Si vas a seguir a Jesús, prepárate para la prueba (Cfr. Sir 2,1).

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO 17-08-13

Jesus ninos

“En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí” (Mt 19,13-15). Este corto pasaje, de apenas tres versículos, constituye la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para este decimonoveno sábado del tiempo ordinario. Este es uno de esos pasajes que, con variantes, nos narran los tres sinópticos (Ver: Mc 10,13-16; Lc 18, 15-17).

Trato de imaginar a las madres trayendo a sus niños a Jesús para que este les bendijera (¿qué madre no pide la bendición de Jesús para su hijo?). Para entender la actitud de los discípulos tenemos que conocer la mentalidad judía de la época. En otras ocasiones hemos señalado que en tiempos de Jesús los niños eran seres insignificantes, que ni tan siquiera se sentaban a la mesa con sus padres; se sentaban con los criados. Jesús se identifica con ellos, los acoge, los abraza. Con su gesto nos está demostrando, no solo sus sentimientos, sino su preferencia por los más pequeños, los más débiles, los más indefensos, los marginados.

Pero con sus palabras también nos está señalando la actitud que tenemos que seguir frente a Dios y las cosas de Reino. Tenemos que ser capaces de maravillarnos, ver las cosas sin dobleces, actuar espontáneamente, sin segundas intenciones ni agendas ocultas, ser capaces de acercarnos a Dios con la confianza y la inocencia de un niño: “de los que son como ellos es el reino de los cielos”.

No se trata de asumir una actitud “infantil” respecto a las cosas de Dios y del Reino. Se trata de confiar en la Divina Providencia, aprender a depender de Dios como lo hace un niño con su padre o, más aun, con su madre.

Para entrar en el Reino hay que despojarse de toda pretensión; hay que recordar que queremos entrar en un Reino donde el que reina se hizo servidor de todos. De hecho, durante los tiempos de Jesús, cuando llegaba un visitante a la casa el criado se encargaba de lavarle los pies. Y cuando no había criado, o este estaba ocupado en otros menesteres, esa función recaía sobre los niños. Lo mismo hizo Jesús con sus discípulos (Jn 13,1-16): “Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (vv. 15-15). El que era de condición divina “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Fil 2, 6-7).

Te lo aseguro. Si logras despojarte de toda ínfula de autosuficiencia, y bajar todas tus “defensas” ante la presencia de Dios, sentirás Su tierno y cálido abrazo, que sin necesidad de palabras te expresará el amor más grande que hayas experimentado jamás. Y no tendrás más remedio que compartirlo. De eso se trata el Reino.

Recuerden que el Padre les espera en su Casa este fin de semana. No lo dejen esperando…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 16-08-13

Mi esposa y yo renovando votos matrimoniales en Caná de Galilea, en el lugar que se celebraron las bodas de Caná. Jesús escogió la celebración de un matrimonio para realizar su primer milagro.

Mi esposa y yo renovando votos matrimoniales en Caná de Galilea, en el lugar que se celebraron las bodas de Caná. Jesús escogió la celebración de un matrimonio para realizar su primer milagro.

La liturgia de hoy nos presenta uno de esos pasajes en que los fariseos ponen a prueba a Jesús para ver si “resbala” y poder acusarlo de predicar contrario a la Ley de Moisés o, al menos, desprestigiarlo (Mt 19,3-12). El asunto que le plantean tiene tanta o más vigencia hoy, que en aquél momento.

Le preguntan: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?” Jesús, un verdadero maestro del debate, además de conocedor de la Ley, les devuelve la pregunta: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Ellos contestaron lo que Jesús esperaba: “¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?”

La respuesta de Jesús no se hace esperar: “Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –no hablo de impureza– y se casa con otra, comete adulterio”.

Jesús deja establecida la diferencia entre un precepto y un mandamiento. La ley del Deuteronomio no es un mandamiento; es un precepto, un “permiso” que Moisés se vio prácticamente obligado a concederles “por lo tercos que sois”. Pero ese precepto no alteró de modo alguno la ley fundamental del matrimonio, que permaneció intacta. Jesús va a las mismas raíces de la Ley, a la creación, a la ley del matrimonio contenida en la Palabra de Dios (Gn 1,27; 2,24): “macho y hembra los creó”… “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Cualquier desviación de esa ley no es mandamiento de Dios, es precepto de hombre, y no puede prevalecer en contra de aquél.

Todo está en la voluntad expresa de Dios al crear al hombre y a la mujer con diferentes sexos para que se complementaran, para que pudieran unirse y formar “una sola carne”, para cumplir el mandato de: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”. Esa es la base del matrimonio establecido por Dios. Y su indisolubilidad la encontramos, tanto en el hecho de que en lo adelante ya no serán dos, sino que “serán los dos una sola carne”, como en la radicalidad del voto, que implica romper con todos los lazos familiares sagrados para los judíos: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre”. No hay términos medios; “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

Hoy día vivimos en una sociedad sujeta a las “modas”, al relativismo moral, al culto al placer, a la búsqueda constante de la satisfacción personal, la que se ha elevado a nivel de “derecho”. Es la cultura del “yo”, que plantea que “como Dios es amor”, Él tiene que reconocer nuestro derecho a buscar nuestra propia “felicidad” aunque ello implique negar unos principios y mandamientos fundamentales de la Ley de Dios. En otras palabras, pretendemos imponerle a Dios nuestras propias pautas de lo que es lícito y lo que no lo es. Estamos dispuestos a quemar el Decálogo, y hasta al mismo Dios, en aras de nuestra “felicidad”. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Señor, ten piedad de nosotros…