Hoy la Iglesia está de fiesta. Celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, conocida por su nombre el latín: Corpus Christi. Esta solemnidad surge en la Iglesia universal mediante la bula Transiturus ad hoc mundo firmada por el papa Urbano IV el 11 de agosto de 1264, que la fijó para el jueves después de la octava de Pentecostés (en Puerto Rico, por disposición de la Conferencia Episcopal, se celebra el domingo siguiente – hoy).
En esta celebración proclamamos Su presencia verdadera, real y sustancial bajo la las especies de Pan y Vino. Por eso las lecturas que nos presenta la liturgia están relacionadas con la Eucaristía, el sacramento alrededor del cual gira toda la liturgia de la Iglesia, y en el que se hace presente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
La primera lectura (Dt 08,2-3.14b-16a) nos presenta la figura del maná, aquél pan misterioso que alimentó al pueblo de Israel durante su marcha por el desierto, pan que saciaba el hambre corporal pero no daba Vida, pues los que lo comían estaban destinados a morir. “Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná —que tú no conocías ni conocieron tus padres— para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”. La Palabra, que sale de la boca de Dios, es la verdadera fuente de Vida. Esa Palabra que luego se encarnaría (Jn 1,14) y se nos daría a Sí misma como alimento para darnos Vida eterna.
La segunda lectura, tomada de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17), nos recuerda que la Eucaristía es el pan que nos une al cuerpo místico de Cristo, haciéndonos uno con Él por medio de la Iglesia. “Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.
Pablo se refiere al misterio de la Eucaristía, que el mismo Jesús nos presenta en el Evangelio de hoy: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Ante la incredulidad de los judíos que le escuchaban (“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”), Jesús reitera su mensaje: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.
Y para que los judíos acabaran de entender, les refiere a la primera lectura de hoy: “Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre”.
“El que come este pan vivirá para siempre”… Es una promesa y una invitación de parte de Jesús. Él te está esperando… ¿Aceptas?