REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C) 20-11-22

Hoy es el trigésimo cuarto del Tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo; solemnidad que marca el fin de Tiempo Ordinario y nos dispone a comenzar ese tiempo litúrgico tan especial del Adviento.

La solemnidad de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Quería el Papa motivar a los católicos a reconocer públicamente que la cabeza de la Iglesia es Cristo Rey. Posteriormente, se movió al último domingo del tiempo ordinario para resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal, colocándola entre un ciclo litúrgico y otro.

Todas las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (2 Sam 5,1-3; Sal 121,1-2.4-5; Col 1,12-20; y Lc 23,35-43) nos apuntan al señorío y reinado de Jesús, con un sabor escatológico, es decir, a esa segunda venida de Jesús que marcará el fin de los tiempos y la culminación de su Reino por toda la eternidad.

La primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel, nos presenta la unción de David como rey de Israel: “Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel”. Siglos más tarde, en el momento de Anunciación, el ángel dirá a la Virgen María: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,30-33). Jesús es el último rey de la estirpe de David, y su reino, que ya ha comenzado, no tendrá fin.

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, san Pablo nos reitera el señorío de Jesucristo: “Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.

De ambas lecturas surge claramente que el Reinado de Jesús no se rige por las normas de los reinos terrenales. Un reino que “no tiene fin”, es eterno, y en vez de convertirnos en súbditos, nos libera, según queda patente en el pasaje evangélico que contemplamos hoy, cuando el “buen ladrón” reconoce el señorío de Jesús al decirle: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús lo reitera cuando le contesta: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El Reino de Jesucristo no es de este mundo, pero se inicia y se va germinando en este mundo, y alcanzará su plenitud definitiva al final de los tiempos, cuando el diablo, el pecado, el dolor y la muerte hayan sido erradicados para siempre. Entonces contemplaremos su rostro y llevaremos su nombre en la frente, y reinaremos junto al Él por los siglos de los siglos (Cfr. Ap 22,4-5). ¡Qué promesa!

Recuerda visitar la Casa de nuestro Rey; Él mismo vendrá a tu encuentro.

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOCTAVO DOMINGO DEL T.O. (C) 31-07-22

“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

La liturgia para este decimoctavo domingo Tiempo Ordinario nos presenta un pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero por encima de los valores del Reino.

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (Job 1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

En la segunda lectura (Col 3,1-5.9-11), san Pablo nos exhorta: “buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios”. Nos invita a despojarnos del “hombre viejo” y revestirnos del hombre nuevo “que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo”. A los gálatas les planteará el mismo pensamiento con su famosa frase, que debe ser la aspiración de todo cristiano: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor. Si aún no has ido a visitar la Casa del Padre, todavía estás a tiempo. Anda, vas a ver cuán contento se pone…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C) 24-11-19

“Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos»”.

Hoy es el trigésimo cuarto del Tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo; solemnidad que marca el fin de Tiempo Ordinario y nos dispone a comenzar ese tiempo litúrgico tan especial del Adviento.

La solemnidad de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Quería el Papa motivar a los católicos a reconocer públicamente que la cabeza de la Iglesia es Cristo Rey. Posteriormente, se movió al último domingo del tiempo ordinario para resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal, colocándola entre un ciclo litúrgico y otro.

Todas las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (2 Sam 5,1-3; Sal 121,1-2.4-5; Col 1,12-20; y Lc 23,35-43) nos apuntan al señorío y reinado de Jesús, con un sabor escatológico, es decir, a esa segunda venida de Jesús que marcará el fin de los tiempos y la culminación de su Reino por toda la eternidad.

La primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel, nos presenta la unción de David como rey de Israel: “Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel”. Siglos más tarde, en el momento de Anunciación, el ángel dirá a la Virgen María: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. Jesús es el último rey de la estirpe de David, y su reino, que ya ha comenzado, no tendrá fin.

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, san Pablo nos reitera el señorío de Jesucristo: “Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.

De ambas lecturas surge claramente que el Reinado de Jesús no se rige por las normas de los reinos terrenales. Un reino que “no tiene fin”, es eterno, y en vez de convertirnos en súbditos, nos libera, según queda patente en el pasaje evangélico que contemplamos hoy, cuando el “buen ladrón” reconoce el señorío de Jesús al decirle: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús lo reitera cuando le contesta: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El Reino de Jesucristo no es de este mundo, pero se inicia y se va germinando en este mundo, y alcanzará su plenitud definitiva al final de los tiempos, cuando el demonio, el pecado, el dolor y la muerte hayan sido erradicados para siempre. Entonces contemplaremos su rostro y llevaremos su nombre en la frente, y reinaremos junto al Él por los siglos de los siglos (Cfr. Ap 22,4-5). ¡Qué promesa!

Recuerda visitar la Casa de nuestro Rey; Él mismo vendrá a tu encuentro.