REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 17-10-22

“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

La liturgia para este lunes de la vigésima novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

“Oh Dios, Padre bueno y misericordioso: Buscamos con frecuencia seguridad y garantía en cosas que anhelamos poseer y acaparar. No permitas que las cosas nos posean y controlen,… y danos el valor de buscar primero las riquezas de tu reino por medio de Jesucristo, nuestro Señor” (de la Oración Colecta).

Que pasen una linda semana llena de PAZ.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 20-09-22

“Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 8,19-21) es otra de esas que, a pesar de ser corta, puede parecer desconcertante para muchos: “En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces le avisaron: ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Él les contestó: ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’”.

Lo cierto es que el mensaje central del pasaje lo encontramos en la última oración: “Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. Tal parece que estuviese poniendo a los que señala por encima de su propia Madre. No se trata de que Jesús esté menospreciando a su Madre; por el contrario la está ensalzando diciendo que es más Madre suya por “escuchar la palabra de Dios y ponerla por obra” (la definición de la fe), que por haberlo parido.

San Agustín nos dice que María, dando su consentimiento a la Encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los hombres el paraíso… Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: “Bienaventurada Tú porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor” (Lc 1,45). Y añade san Agustín: “Más bienaventurada es María recibiendo por la fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo”. De ese modo María, la que guardaba cada palabra de Dios y la guardaba en su corazón (Cfr. Lc 2,19), se nos presenta como modelo a seguir.

Jesús ha venido a inaugurar un nuevo tiempo, un nuevo “pueblo de Dios” que sustituiría el concepto de “pueblo elegido” del Antiguo Testamento. La Antigua Alianza, que se heredaba por la sangre, por la carne, daría paso a la nueva y definitiva Alianza en la persona de Cristo. El nuevo pueblo de Dios ya no se formaría por la herencia carnal, sino por la herencia del Espíritu de Dios. Es decir, Jesús sustituye el concepto de “pueblo elegido” por el de Iglesia como nuevo “pueblo de Dios”, el “nuevo Israel”, fundado en la efusión de la sangre de la Nueva Alianza (Cfr. Mt 26,28).

Y el vínculo que nos va a unir al Padre, como hijos, y a Jesús, como hermanos, es la escucha atenta de su Palabra y la puesta en práctica de la misma. Lucas coloca este pasaje inmediatamente después de las parábolas del “sembrador” y de la “lámpara”, ambas relacionadas también con la Palabra, con toda intención. El mensaje salta a la vista: El que escucha la Palabra de Dios y la pone por obra, es como la semilla que cae en tierra buena, que produce “ciento por uno”, como la lámpara que ilumina “a los que entran”, y finalmente, se convierte en “familia” de Dios. ¡Qué promesa! ¿Te animas?

Señor, dame oídos para escuchar tu Palabra, y perseverancia para ponerla por obra, de tal modo que “se me note” que soy de tu Familia.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (C) 28-08-22

“Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

La primera lectura que nos ofrece la liturgia para este vigesimosegundo domingo del tiempo ordinario está tomada del libro del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29). Este libro se conoce también como Sirácides, o Ben Sirac y es uno de los llamados “deuterocanónicos” que no están incluidos en el canon Palestinense del Antiguo Testamento. Por eso tampoco lo encontraremos en la Biblia protestante. Y es una lástima, porque este es un libro cuya finalidad es orientar la vida en armonía con la ley y, sobre todo, recalcar la importancia de la moral y la religión como bases para la mejor educación integral del hombre.

Así, por ejemplo, el pasaje de hoy nos ofrece un sabio consejo relacionado con la importancia de proceder con humildad en todas las instancias de nuestras vidas: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”. Años más tarde, Jesús recogerá esa sabiduría en su oración: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11,25-26).

De igual  modo, Jesús nos pediría que le siguiéramos en el camino de la humildad, que es producto del amor y se traduce en el servicio al prójimo: “aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Mas no se limitó a decirlo, sino que nos dio el mayor ejemplo de humildad al lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,1-15).

Siguiendo la misma línea, en el evangelio que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 14,1.7-14) Jesús advierte a los fariseos que es preferible ocupar los últimos lugares (últimos en términos de importancia) antes que los primeros, pues nos corremos el riesgo de que llegue otro “de más categoría” que nosotros y nos pidan que le cedamos nuestro puesto. Por el contrario, es preferible ocupar los últimos puestos y que el anfitrión nos diga “Amigo, sube más arriba”. Uno de los defectos de los fariseos precisamente era el deseo de figurar. Por eso Jesús recalca: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Jesús se refiere por supuesto a la humildad de corazón, pone su énfasis en la conversión interior, no en lo exterior. El día del juicio seremos juzgados, no por los honores y puestos que obtuvimos, sino por cuánto servimos a otros, cuánto amamos.

A renglón seguido Jesús cambia su enfoque de los invitados a su anfitrión. Para ello usa la figura del “banquete”, que en términos bíblicos se refiere al Reino de los cielos: Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. Esa invitación a los marginados a sentarse a nuestra mesa implica solidarizarse, hacerse uno con ellos. Así, en el día final cuando ellos, por quienes Jesús siempre mostró preferencia sean llamados a entrar en el Reino, el Padre nos dirá a nosotros también: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34).

No olviden visitar la Casa del Padre; Él les espera…

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOCTAVO DOMINGO DEL T.O. (C) 31-07-22

“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

La liturgia para este decimoctavo domingo Tiempo Ordinario nos presenta un pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero por encima de los valores del Reino.

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (Job 1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

En la segunda lectura (Col 3,1-5.9-11), san Pablo nos exhorta: “buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios”. Nos invita a despojarnos del “hombre viejo” y revestirnos del hombre nuevo “que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo”. A los gálatas les planteará el mismo pensamiento con su famosa frase, que debe ser la aspiración de todo cristiano: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor. Si aún no has ido a visitar la Casa del Padre, todavía estás a tiempo. Anda, vas a ver cuán contento se pone…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 19-10-20

“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

La liturgia para este lunes de la vigésima novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

“Oh Dios, Padre bueno y misericordioso: Buscamos con frecuencia seguridad y garantía en cosas que anhelamos poseer y acaparar. No permitas que las cosas nos posean y controlen,… y danos el valor de buscar primero las riquezas de tu reino por medio de Jesucristo, nuestro Señor” (de la Oración Colecta).

Que pasen una linda semana llena de PAZ.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 22-09-20

“Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 8,19-21) es otra de esas que, a pesar de ser corta, puede parece desconcertante para muchos: “En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Él les contestó: ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’”.

Lo cierto es que el mensaje central del pasaje lo encontramos en la última oración: “Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. Tal parece que estuviese poniendo a los que señala por encima de su propia Madre. No se trata de que Jesús esté menospreciando a su Madre; por el contrario la está ensalzando diciendo que es más Madre suya por “escuchar la palabra de Dios y ponerla por obra” (la definición de la fe), que por haberlo parido.

San Agustín nos dice que María, dando su consentimiento a la Encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los hombres el paraíso… Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: “Bienaventurada Tú porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor” (Lc 1,45). Y añade san Agustín: “Más bienaventurada es María recibiendo por la fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo”. De ese modo María, la que guardaba cada palabra de Dios y la guardaba en su corazón (Cfr. Lc 2,19), se nos presenta como modelo a seguir.

Jesús ha venido a inaugurar un nuevo tiempo, un nuevo “pueblo de Dios” que sustituiría el concepto de “pueblo elegido” del Antiguo Testamento. La Antigua Alianza, que se heredaba por la sangre, por la carne, daría paso a la nueva y definitiva Alianza en la persona de Cristo. El nuevo pueblo de Dios ya no se formaría por la herencia carnal, sino por la herencia del Espíritu de Dios. Es decir, Jesús sustituye el concepto de “pueblo elegido” por el de Iglesia como nuevo “pueblo de Dios”, el “nuevo Israel”, fundado en la efusión de la sangre de la Nueva Alianza (Cfr. Mt 26,28).

Y el vínculo que nos va a unir al Padre, como hijos, y a Jesús, como hermanos, es la escucha atenta de su Palabra y la puesta en práctica de la misma. Lucas coloca este pasaje inmediatamente después de las parábolas del “sembrador” y de la “lámpara”, ambas relacionadas también con la Palabra, con toda intención. El mensaje salta a la vista: El que escucha la Palabra de Dios y la pone por obra, es como la semilla que cae en tierra buena, que produce “ciento por uno”, como la lámpara que ilumina “a los que entran”, y finalmente, se convierte en “familia” de Dios. ¡Qué promesa! ¿Te animas?

Señor, dame oídos para escuchar tu Palabra, y perseverancia para ponerla por obra, de tal modo que “se me note” que soy de tu Familia.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 21-10-19

“Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos”.

La liturgia para este lunes de la vigésimo novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

En el cántico que se nos propone como salmo para hoy (Lc 1,69-70.71-72.73-75), compuesto por fragmentos del Benedictus, Zacarías bendice y alaba al Señor, en quien depositó su confianza, al reconocer en su hijo Juan la figura del precursor del Mesías esperado, quien traería a su pueblo la salvación “realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán”. Y tú, ¿en quién pones tu confianza?

Que pasen una linda semana llena de PAZ.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (C) 01-09-19

“Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

La primera lectura que nos ofrece la liturgia para este vigesimosegundo domingo del tiempo ordinario está tomada del libro del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29). Este libro se conoce también como Sirácides, o Ben Sirac y es uno de los llamados “deuterocanónicos” que no están incluidos en el canon Palestinense del Antiguo Testamento. Por eso tampoco lo encontraremos en la Biblia protestante. Y es una lástima, porque este es un libro cuya finalidad es orientar la vida en armonía con la ley y, sobre todo, recalcar la importancia de la moral y la religión como bases para la mejor educación integral del hombre.

Así, por ejemplo, el pasaje de hoy nos ofrece un sabio consejo relacionado con la importancia de proceder con humildad en todas las instancias de nuestras vidas: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”. Años más tarde, Jesús recogerá esa sabiduría en su oración: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11,25-26).

De igual  modo, Jesús nos pediría que le siguiéramos en el camino de la humildad, que es producto del amor y se traduce en el servicio al prójimo: “aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Mas no se limitó a decirlo, sino que nos dio el mayor ejemplo de humildad al lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,1-15).

Siguiendo la misma línea, en el evangelio que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 14,1.7-14) Jesús advierte a los fariseos que es preferible ocupar los últimos lugares (últimos en términos de importancia) antes que los primeros, pues nos corremos el riesgo de que llegue otro “de más categoría” que nosotros y nos pidan que le cedamos nuestro puesto. Por el contrario, es preferible ocupar los últimos puestos y que el anfitrión nos diga “Amigo, sube más arriba”. Uno de los defectos de los fariseos precisamente era el deseo de figurar. Por eso Jesús recalca: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Jesús se refiere por supuesto a la humildad de corazón, pone su énfasis en la conversión interior, no en lo exterior. El día del juicio seremos juzgados, no por los honores y puestos que obtuvimos, sino por cuánto servimos a otros, cuánto amamos.

A renglón seguido Jesús cambia su enfoque de los invitados a su anfitrión. Para ello usa la figura del “banquete”, que en términos bíblicos se refiere al Reino de los cielos: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. Esa invitación a los marginados a sentarse a nuestra mesa implica solidarizarse, hacerse uno con ellos. Así, en el día final cuando ellos, por quienes Jesús siempre mostró preferencia sean llamados a entrar en el Reino, el Padre nos dirá a nosotros también: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34).

No olviden visitar la Casa del Padre; Él les espera…

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOCTAVO DOMINGO DEL T.O. (C) 04-08-19

La liturgia para este decimoctavo domingo Tiempo Ordinario nos presenta un pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero por encima de los valores del Reino.

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (Job 1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

En la segunda lectura (Col 3,1-5.9-11), san Pablo nos exhorta: “buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios”. Nos invita a despojarnos del “hombre viejo” y revestirnos del hombre nuevo “que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo”. A los gálatas les planteará el mismo pensamiento con su famosa frase, que debe ser la aspiración de todo cristiano: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor. Si aún no has ido a visitar la Casa del Padre, todavía estás a tiempo. Anda, vas a ver cuán contento se pone…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 22-10-18

La liturgia para este lunes de la vigésimo novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

“Oh Dios, Padre bueno y misericordioso: Buscamos con frecuencia seguridad y garantía en cosas que anhelamos poseer y acaparar. No permitas que las cosas nos posean y controlen,… y danos el valor de buscar primero las riquezas de tu reino por medio de Jesucristo, nuestro Señor” (de la Oración Colecta).

Que pasen una linda semana llena de PAZ.