REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 04-02-16

Los envió de dos en dos

“Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Así nos dice el Evangelio según san Marcos al narrarnos la “vocación” de los doce. De ahí en adelante vemos cómo Marcos constantemente nos presenta a “Jesús con sus discípulos” enfrentándose a las multitudes que se agolpaban frente a Él, frente a los adversarios que querían eliminarlo, frente a los incrédulos, haciéndole frente al maligno, expulsando demonios. Los discípulos, especialmente los “doce”, han seguido sus pasos, se han sentado a sus pies a escuchar sus enseñanzas, has sido testigos del anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, han aceptado compartir su destino. En otras palabras, se han comportado como verdaderos discípulos.

El relato evangélico de hoy (Mc 6,7-13) nos presenta el momento de la “prueba”. Ha terminado el período de adiestramiento. Llegó la hora de la verdad. Jesús llama a los doce y por primera vez los “envía”. Solos, sin el maestro, en su primer “vuelo de práctica”. Pero los envía de dos en dos. Ese gesto de Jesús, como todos sus actos, tiene un fin pedagógico. La misión evangelizadora es una labor de equipo, no hay (o no debe haber) lugar para protagonismos.

Y al enviarlos, les dio “autoridad sobre los espíritus inmundos”. Esta frase tenemos que leerla en el contexto religioso-cultural de la época de Jesús en la cual sus contemporáneos veían a Satanás en todas partes. Lo cierto es que la Palabra que ellos iban a proclamar no era una campaña publicitaria para vender algo que va a “hacernos sentir bien”, a la manera de algunas sectas. No, la Palabra de Dios, “cortante como espada de dos filos” (Hb 4,12), nos hace enfrentarnos a nuestros pecados, a nuestros propios demonios.

En palabras de Bruno Maggioni, “la misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor”.

Como parte esencial de las “instrucciones” (me imagino a Jesús como el “coach” de un equipo de fútbol, dando las últimas instrucciones a sus jugadores antes del primer partido de la temporada), les encargó que viajaran livianos, que llevaran “un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. Dos lecciones. Nada que pueda preocuparles perder; nada que desvíe su atención de la misión que se les ha encomendado. Segundo: confiar en la providencia divina. El que los envió, se encargará de proveer.

Finalmente, les prepara para el rechazo, compañero inseparable del misionero. Y la instrucción es sencilla y al grano: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies”. El mensaje de Jesús interpela, no nos puede dejar neutrales e indiferentes; lo aceptamos o lo rechazamos. Y muchos optan por el rechazo, la vía más fácil. En ese caso, vayamos a “sembrar” en otros campos.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 22-01-16

eleccion de los 12

La lectura evangélica que contemplamos hoy nos ofrece la versión de Marcos de la elección de los “doce” (Mc 3,13-19). Hasta este momento los discípulos de Jesús eran cinco: Simón y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, y Leví (Mateo).

Nos narra el pasaje que Jesús “mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él”. Para los judíos la montaña es siempre lugar de encuentro con Dios, de oración; por eso es lugar de toma de decisiones. De hecho, el paralelo de Lucas (6,12-16) comienza diciendo que “por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios”, y entonces “llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles”.

Vemos cómo Jesús vivió toda su vida en un ambiente de oración; su vida se nutría de ese constante diálogo amoroso con el Padre. Y eso incluía hacer al Padre parte del proceso de tomar las decisiones importantes. Jesús es Dios, y aun así contaba con el concurso del Padre, y estaba siempre dispuesto a acatar Su voluntad (Cfr. Lc 22,42). Y tú, ¿consultas al Padre en oración cada vez que vas a tomar una decisión, o confías solo en tus capacidades humanas?

Continúa diciendo el pasaje de hoy que Jesús “llamó” a los que Él quiso. Característica principal de la vocación (“vocación” quiere decir “llamado”). La iniciativa SIEMPRE es de Dios. Es Él quien llama y capacita a los que escoge. Nos dice además la Escritura que aquellos a quienes llamó “se fueron con él”. Aceptaron el llamado.

Aceptado el llamado, “a doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce”. Los “envió”. La palabra griega para “enviado” es “apóstol”. Y su primera encomienda fue “predicar”, hacer el anuncio de Reino, que fue también la misión primordial de Jesús. Lo dijo al comienzo de su misión (Mc 1,38), y se lo repetirá a los apóstoles al final, antes de ascender a la derecha del Padre (Mc 16,15): “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”.

El número de “doce” que Jesús escogió para instituir como apóstoles tampoco es casualidad. En la mentalidad y cultura judías el número doce es número de “elección”. El mismo nos remite a las doce tribus de Israel que fueron la base del Pueblo judío. Del mismo modo, ahora Jesús instituye el “nuevo Pueblo de Dios”, la Iglesia, edificada sobre el cimiento de los doce apóstoles (Cfr. Ef, 2,20). De ahí que cuando recitamos el Credo de los apóstoles decimos que la Iglesia es “apostólica”.

Y aunque nosotros no somos sucesores de los apóstoles, como los obispos, somos miembros de una comunidad de fe, la Iglesia instituida por Jesucristo sobre el fundamento de los apóstoles, Iglesia “Apostólica”. Así, cuando celebramos la Eucaristía nos unimos a Él como lo hicieron aquél día los “doce”, y al final de la misa se nos “envía” a predicar la Buena Noticia del Reino. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMO SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 01-10-15

ruegen al señor de la mies

El Evangelio que contemplamos hoy (Lc 10,1-12) nos presenta el envío misionero de los “setenta y dos”. Cabe señalara que Lucas es el único que nos narra este envío, además del de los “doce”, que también nos narra Mateo (9,37; 10,15).

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. Con esa aseveración, Jesús envía a ese primer “ejército” de misioneros. Ya no se trata solo de los apóstoles, sino de un nutrido grupo de discípulos, es decir, de seguidores de Jesús, de los que le escuchan, de los que han “dejado todo” para seguirle.

Probablemente Lucas incluye este relato para enfatizar la “catolicidad” (católico quiere decir “universal”), el alcance de la misión, que por su extensión es imposible de realizar solo por los “doce”. Para alcanzar esa meta se necesitan más “obreros”, y para lograr ese propósito Jesús instruye a sus discípulos utilizar el arma más poderosa que Él conoce, la oración: “…rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. Y no es por casualidad que este relato evangélico se escoja para un jueves, día en que se acostumbra celebrar la hora santa por las vocaciones. Es un llamado a todos nosotros a orar por las vocaciones.

No obstante, la Iglesia, especialmente después del Concilio Vaticano II, ha sido clara en enfatizar que la tarea de evangelización no puede ser de la exclusividad del clero y las personas consagradas a la vida religiosa. Nosotros, los laicos, estamos llamados a evangelizar, a llevar la Buena Noticia del Reino a todos, en todo momento, en todo lugar; de palabra, pero sobre todo con nuestras obras. “La mies es abundante y los obreros pocos”. Esa frase de Jesús es tan pertinente hoy como cuando Él la pronunció; y tal vez más que entonces.

El papa Francisco nos ha exhortado a salir a la calle, a hacer ruido, a “armar lío”: “Quiero lío, quiero que la Iglesia salga a la calle”. Y ese llamado no es solo para los jóvenes ante quienes pronunció esas palabras; va dirigido a todos nosotros, sacerdotes, religiosos, laicos. Solo así haremos realidad el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

En los pasados días hemos estado leyendo cómo Jesús nos “llama” a todos nosotros, sus discípulos, no sin advertirnos de las implicaciones que conlleva el seguimiento. No hay duda, “el dueño de la mies” necesita obreros; ha colocado un letrero en su campo, en el que se enumeran los requisitos, las exigencias del mismo. Es un llamado a examinarnos y preguntarnos: “Ese trabajo, ¿es para mí?; ¿estoy dispuesto a cumplir con esas exigencias?” Y, ¿cómo puedo saber si ese trabajo es para mí? No hay duda que la vocación (incluyendo la vocación del laico) es un don, una gracia, un regalo, un “llamado” de Dios (Cfr. 1 Co 15,10). Si sientes el llamado, consulta con el Padre en oración, como el mismo Jesús lo hizo siempre. Seguro encontrarás la respuesta. Pero, no importa cuál sea esa respuesta, te invito a no dejar de orar para que dueño siga enviando obreros a la mies.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMO QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 23-09-15

envio

La lectura evangélica que nos propone la liturgia de hoy (Lc 9,1-6), nos narra el “envío” de los doce, que guarda cierto paralelismo con el envío de “los setenta y dos” que el mismo Lucas nos narra más adelante (Lc 10,1-12). En ambos relatos encontramos unas instrucciones para la “misión” casi idénticas. En la de los doce que contemplamos hoy nos dice: “No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto”. A los setenta y dos les dirá: “No lleven dinero, ni alforja, ni sandalias…” La intención es clara; dejar atrás todo lo que pueda estorbarles en su misión. La verdadera pobreza evangélica.

Es de notar que en ambos casos la “misión” es la misma: el anuncio del Reino, que fue precisamente la misión de Jesús. “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Esa es la gran misión de la Iglesia, anunciar al todo el mundo la Buena Nueva del Reino, dando testimonio del amor de Dios. Y de la misma manera que Jesús abandonó Nazaret dejándolo todo, eso mismo instruye tanto a los apóstoles como a los setenta y dos.

Aunque hay ciertas variantes entre ambos envíos, nos concentraremos en las citadas “instrucciones” a ambos grupos; instrucciones que son de aplicación a todo discípulo, incluyéndonos a nosotros. Ese “dejarlo todo”, incluyendo las cosas “básicas” para sobrevivir, es la prueba del verdadero discípulo que confía en la Divina Providencia, y nos evoca la vocación de los primeros apóstoles, quienes “abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11), y la de Mateo, que “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (Lc 5,28). “Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?” (Mt 6,26).

Una de las características del verdadero discípulo es la libertad. Y esa libertad solo es posible cuando nos desprendemos de todo. Si nada tenemos, nada tememos perder. Por tanto, no tendremos preocupaciones que nos impidan concentrarnos totalmente nuestra misión. Piénsalo; desde el momento que tienes una “posesión”, tienes la preocupación de no dejarla en un lugar donde puedas perderla, o alguien pueda apropiarse de ella. Solo el que ha tenido la experiencia de perderlo todo, al punto de no ser dueño ni tan siquiera de la ropa que lleva puesta, sabe a lo que me refiero.

Si creemos en Dios y le creemos a Dios, sabemos que cuando Él nos encomienda una misión siempre va a permanecer a nuestro lado, acompañándonos y proporcionándonos las fuerzas y los medios para cumplirla (Cfr. Ex 3,12; Jr 1,8). Por eso el verdadero discípulo no teme enfrentar la adversidad. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31).

Hoy, pidamos al Señor que nos permita liberarnos de todo equipaje inútil que pueda estorbar u opacar la misión a la que hemos sido llamados, de anunciar la Buena Noticia del Reino y el Amor de Dios.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DECIMOQUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 14-07-15

Mt 11,20-24

Estamos acostumbrados a escuchar a Jesús pronunciar palabras de amor, llenas de misericordia; por eso nos estremece y hasta nos confunde escucharle pronunciar palabras fuertes de reproche y condenación, como las que encontramos en el evangelio de hoy (Mt 11,20-24). Jesús acaba de impartir las instrucciones a sus apóstoles antes de enviarlos en misión. Y hacia el final de esas instrucciones ya les había dicho que si en algún lugar no los recibían bien, que se sacudieran el polvo de los pies y continuaran su camino a otro lugar en el cual estuvieran dispuestos a escucharles.

No hay duda, la Palabra de Jesús a veces nos resulta amenazadora, precisamente por las exigencias de vida que contiene, por lo que yo llamo la “letra chica”. No se trata de un juego, es algo bien serio. Si algo está en “juego” es nuestra salvación, la Vida eterna. Tenemos dos opciones: o aceptamos a Jesús (con todo lo que implica), o lo rechazamos. No hay términos medios. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62). “Conozco tu conducta: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,15).

Los habitantes de las ciudades que Él menciona en la lectura de hoy, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, donde Él realizó la mayoría de los milagros, donde predicó en las sinagogas y en las ciudades, donde pronunció el discurso de las Bienaventuranzas, no le hicieron caso (Cfr. Jn 1,11). Por eso las compara con ciudades paganas de Tiro, Sidón y Gomorra, y les anuncia que correrán una suerte peor que aquellas.

Jesús se muestra especialmente fuerte con Cafarnaún, la ciudad donde llevó  cabo la parte más significativa de su ministerio, y que sirvió como “centro de operaciones” de su misión evangelizadora: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”.

Esa misma Palabra nos pregunta hoy, a cada uno de nosotros: “Y tú, ¿piensas escalar el cielo?”

¿Cuál es tu respuesta?

Está claro, para ser ciudadanos del Reino, y acreedores a la Vida eterna tenemos que imitar a Jesús, que no es otra cosa que vivir la Ley del Amor, que Él mismo resume en dos mandamientos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37.39). Y el cumplimiento del primero se logra en el cumplimiento del segundo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. (Mt 25, 31-46).

Se lee fácil, pero, Señor, ¡qué difícil se nos hace seguirte!

“Señor, Dios nuestro, abre nuestras mentes y corazones para poder percibir los signos de Tu presencia en el bien que tantos hermanos nos hacen a nosotros mismos y a los demás. Danos la gracia de poder percibir también la presencia de nuestro Señor crucificado en los afligidos y en los que sufren. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor” (Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOQUINTO DOMINGO DEL T.O. (B) 12-07-15

los envio de dos en dos

En este decimoquinto domingo de tiempo ordinario, la primera lectura está tomada la profecía da Amós (Am 7,12-15). Amós no fue muy bien visto en Israel (Reino del Norte), pues, además de ser un simple pastor, era de Judá (el Reino del Sur) y, para colmo, vino a denunciar las infidelidades del pueblo de Israel contra Yahvé. Amasías, sacerdote de Betel (Betel era una de dos capitales religiosas del Reino Israel – junto con Dan), se siente amenazado, pues las denuncias de Amós le tocan directamente. Por eso se queja ante el rey Jeroboam, e intenta expulsar a Amós.

Amós se le enfrenta con la valentía que caracteriza a los enviados de Dios y contesta: “Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel’.” Y la respuesta de Yahvé Dios a Amasías, a través de su profeta, no se hace esperar (Am 7,17): “Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, tu tierra será repartida a cordel, tú mismo morirás en tierra impura (tierra extranjera, manchada por la presencia de los ídolos), e Israel será deportado de su tierra”. Esto ocurrió efectivamente en el año 722 a.C.

Dios nos habla continuamente y de muchas maneras; sobre todo a través de su Palabra, nos señala el Camino y, como le sucedió a Israel, esa Palabra de vida eterna cae en oídos sordos. Por eso continuamos adorando nuestros “diosecillos”, que no hacen otra cosa que mantenernos apegados a las cosas materiales, alejándonos cada vez más de Dios.

Hoy, día del Señor, hagamos un pequeño examen de consciencia para tratar de identificar esos “ídolos” que nos esclavizan y nos impiden, como al pueblo de Israel, acercarnos a Dios y ser acreedores de su promesa de vida eterna.

Por eso en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,7-13), que es la versión de Marcos del envío de los “doce”, cuya versión de Mateo leyéramos el jueves, Jesús instruye a sus apóstoles que, para poder llevar a cabo su misión en forma efectiva tienen que despojarse de todas las cosas materiales, de todo peso que pueda convertirse un lastre para el Camino: “los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Jesús no condena las posesiones materiales, especialmente aquellas que son producto del trabajo bendecido por Él. Lo que Jesús condena reiteradamente es el “apego” a esas posesiones que nos impide “dejarlo todo” para seguirle (Cfr. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23); aquellas cosas que nos impiden amar al Señor nuestro Dios “con todo [nuestro] corazón, con toda [nuestra] alma, con todas [nuestras] fuerzas, y con toda [nuestra] mente” (Cfr. Dt 6,5; Lc 10,27).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor y, si aún no lo han hecho, no olviden visitarle en su Casa; Él les espera.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 11-07-15

desde las azoteas

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Así concluye la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 10,24-33). Jesús continúa su “discurso apostólico”, las instrucciones que da a “los doce” al enviarlos a predicar su Evangelio, la Buena Noticia del Reino.

Con esta aseveración Jesús nos recuerda que si bien Él es misericordioso, es igualmente justo. Él toca a nuestra puerta, pero no se impone. Como decía el padre Ignacio Larrañaga: “Jesús es un perfecto caballero”. Está en nosotros abrirle y dejarle pasar, o ignorarlo. Si le escuchamos, abrimos la puerta y le dejamos entrar, Él entrará en nuestra casa y cenará con nosotros (Ap 3,20).

Dejarle entrar en nuestra casa significa abrazar su Palabra, hacernos uno con Él; dejarnos arropar por su Amor y actuar de conformidad. Que podamos decir con Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Jesús está diciendo a los apóstoles qué características ha de tener el verdadero discípulo-apóstol. La lectura de hoy comienza con la humildad, una de las características sobresalientes de Jesús, el que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28), el que siendo Dios “se abajó para tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2,7), el que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13,1-16). Por eso les recuerda a los apóstoles que “un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo”.

Antes de ser considerados “apóstoles” tenemos que ser discípulos. Y el discípulo sigue al maestro, se sienta a sus pies, lo imita, trata de ser igual que él, comparte su destino. “Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados!”. Jesús se compara con el “dueño de la casa”, y a nosotros con la gente de su casa (la palabra “criado” no es tal vez la más afortunada). Nos está diciendo que si Él, que es el “jefe” de nuestra “casa”, es decir, nuestra Iglesia, sufrió ultrajes y calumnias, nosotros tenemos que estar dispuestos a sufrir lo mismo, y a hacerlo con dignidad, y hasta con alegría (Cfr. Mt 5,11-12; 1 Pe 4,14). No importa las consecuencias, tenemos que pregonar Su mensaje “desde las azoteas”.

Son muchos los que prefieren ignorar el llamado de Jesús a sus puertas, porque a pesar de que les impresiona la oferta de vida eterna que les hace, no están de acuerdo con la “letra chica”; entienden que el precio es demasiado alto. Prefieren la comodidad, el placer, ahora, en este mundo. Se ponen de parte del mundo en lugar de ponerse de parte de Jesús. Es ahí que resuenan las palabras de Jesús en este relato evangélico que citamos al principio.

Si algo tiene el mensaje de Jesús es que es consistente. A esos, cuando llegue el día del Juicio el Padre les dirá: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).

Y tú, ¿en qué grupo quieres ser contado?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 10-07-15

sagaces como serpientes y sencillos como palomas 2

Sagaces como serpientes y sencillos como palomas…

La primera lectura de la liturgia para hoy (Gn 46,1-7.28-30), nos narra el desenlace de la historia de José, con la salida de Jacob y sus descendientes de la tierra de Canaán hacia Egipto, en donde se establecerán por cuatro siglos. Este pasaje sirve de preludio a la esclavitud en Egipto que dará paso a la figura de Moisés, que aparecerá al comienzo del libro del Éxodo.

En la lectura evangélica (Mt 10, 16-23), Jesús continúa las instrucciones a sus apóstoles (“los doce”) antes de enviarlos a proclamar la Buena Noticia del Reino. Jesús les advierte que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados.

Jesús es también consciente que el mensaje de amor que sus enviados van a predicar con entrega, con mansedumbre, será rechazado y hasta combatido con brutalidad y violencia por los adversarios de la Palabra. Los apóstoles serán de ese modo ejemplo de que el Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus enviados. San Pablo recogerá ese pensamiento cuando diga: “Él (Jesús) me respondió: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad’. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,9-10).

Pero a pesar de que les asegura que no los dejará solos, e inclusive que el Espíritu les sugerirá lo que tienen que decir cuando los arresten, les instruye que sean “sagaces como serpientes y sencillos como palomas”, que no se fíen de nadie. La mansedumbre no quiere decir que sean incautos o tontos. Por el contrario, al utilizar el ejemplo de la serpiente y la paloma, les dice que tienen que ser hábiles, inteligentes, cautos como la serpiente para discernir la presencia de lobos y no provocarlos innecesariamente, pero manteniendo al mismo tiempo la candidez, la simplicidad de las palomas, sin dobleces ni complicaciones.

Jesús siempre es claro con los que llama a seguirlo. El camino va a ser difícil, lleno de obstáculos, persecuciones e insultos. El que sigue a Jesús tiene que estar consciente que su recompensa no será en este mundo, sino en la vida eterna: “el que persevere hasta el final se salvará”. Y esa recompensa es la “corona de gloria que no se marchita” de que nos habla san Pedro (1 Pe 5,4).

Esas instrucciones de Jesús a los apóstoles son también para todos los que aceptamos el llamado de Jesús a participar de la misión evangelizadora. El Concilio Vaticano II dejó claramente establecido el papel de los laicos como “nuevos evangelizadores”. Ya no es una misión reservada a los ministros ordenados o consagrados (Apostolicam actuositatem). Nos toca a todos; a ti y a mí. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 09-07-15

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

La primera lectura que nos brinda la liturgia de hoy continúa narrándonos la historia de la descendencia de Abraham, y cómo Yahvé cumple la Alianza pactada con el pueblo elegido en la persona de aquél. Ayer leíamos la historia de los hijos de Jacob, quienes anteriormente se habían puesto de acuerdo para deshacerse de José, dirigiéndose a Egipto para comprar provisiones en medio de la hambruna que arrasaba toda la tierra. Al llegar se presentaron ante el administrador del faraón encargado de repartir las raciones, que era su hermano José, a quienes no reconocieron. Hoy se nos narra la culminación de esa historia cuando José se revela a sus hermanos (Gn 44,18-21.23b-29; 45; 1-5).

Aprovecho para hacer un paréntesis de formación. Muchas veces las lecturas que nos brinda la liturgia son porciones escogidas de una historia más larga, como está ocurriendo con esta historia de José. En esos casos es recomendable que vayamos a la Biblia y leamos el pasaje completo. De esa manera podremos apreciar toda la riqueza del relato y tener una mejor comprensión de los hechos y el mensaje que nos brinda la Palabra.

La enseñanza principal que encontramos en esta lectura se resume al final: “Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros”. Dios había permitido el mal que sus hermanos habían hecho a José con un propósito; que en el momento de mayor necesidad, José estuviera allí para librarles de la hambruna.

Muchas veces Dios permite que nos sucedan cosas que no comprendemos, pero si las aceptamos como la voluntad de Dios, eventualmente nos percatamos que todo lo sucedido era para nuestro propio bien. “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rm 8,28). Los que han escuchado mi testimonio saben que puedo dar fe de eso…

En la lectura evangélica (Mt 10,7-15) continuamos las instrucciones que Jesús imparte a los “doce” al enviarlos en la misión de proclamar el Evangelio. En el pasaje que leemos hoy Jesús enfatiza el desapego a las cosas materiales, instando a sus apóstoles a dejar atrás todo lo que pueda convertirse en una preocupación que desvíe su atención de la misión que les está encomendando. Se trata de abandonarse a la Providencia divina.

Una frase resalta en este relato del envío de los “doce”: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Con esta frase Jesús les (nos) recuerda que el Evangelio es para todos, que la salvación es regalo de Dios, y como tal tenemos que compartir con todos, los dones que hemos recibido de Él. No podemos convertir el anuncio de la Buena Nueva del Reino en un negocio o en una fuente de ingresos (como las Iglesias que tienen un listado de “tarifas” para los sacramentos), ni en una forma de obtener bienes para nosotros, porque se desvirtúa.

Hace un par de años el papa Francisco decía a un nutrido grupo de seminaristas y novicias congregados en el Vaticano: “Me duele ver a un cura o a una monja con el último modelo de coche”. Francisco está claro…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 08-07-15

eleccion de los 12

La lectura evangélica que nos brinda la liturgia de hoy (Mt 10,1-7) es el comienzo del llamado discurso misionero, o de envío, de Jesús a sus apóstoles que ocupa todo capítulo 10 del Evangelio según san Mateo. El pasaje que Mateo nos presenta hoy es el envío de los “doce”; de aquellos que van a compartir con Él la responsabilidad de llevar a cabo y continuar la misión que el Padre le había encomendado (Cfr. Mt 9,35; Lc 4,43).

Por eso nos dice la Escritura que en primer lugar, “llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. Les delegó su autoridad. Los primeros obispos. El primer signo de la Iglesia apostólica.

Luego Mateo se toma el trabajo de mencionarlos a todos por su nombre. Ya no se trata de un grupo anónimo de setenta y dos discípulos (Lc 10,1-9). Se trata de los “doce”, a quienes Mateo llama “apóstoles” al identificarlos por sus nombres. Estos son aquellos a quienes Jesús, luego de pasar una noche entera en oración, escogió de entre sus discípulos para que continuaran Su misión, llamándoles apóstoles (Lc 6,12-13).

Luego de delegarles su autoridad, comenzó a darles las instrucciones, la primera de las cuales la recoge la lectura de hoy: “No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”.

Recordemos que Mateo escribió su relato evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, para demostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas; que en el Él se cumplían todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento. Por eso Mateo enfatiza que Jesús envió a los apóstoles en primera instancia a proclamar el anuncio del Reino al pueblo judío, que ellos entendían era el recipiente de todas esas promesas.

Es decir, que a pesar de que luego de su Resurrección nos diría que su mensaje liberador iba dirigido a toda la humanidad (Mt 28,19), instando a los apóstoles a ir a hacer discípulos a todas las naciones, decidió “comenzar por la casa”.

Si examinamos nuestra Iglesia, vemos que, al igual que aquellos primeros apóstoles, debemos comenzar evangelizando, formando a los “nuestros” antes que a los “de afuera”. Fortalecer nuestra Iglesia para entonces poder llevar nuestra misión evangelizadora a todas las gentes. De ahí nuestra insistencia en la formación de nuestra feligresía; personas cuya fe se “enfría” y terminan alejándose, por desconocimiento de la riqueza de nuestra tradición, nuestra liturgia y, sobre todo, de los fundamentos bíblicos de nuestra Iglesia, la única fundada por Jesucristo. Personas que se “aburren” en nuestras celebraciones litúrgicas, sencillamente porque desconocen lo que está ocurriendo. No se puede amar lo que no se conoce.

Todos estamos llamados a evangelizar. Pero vayamos primeramente “a las ovejas descarriadas” de nuestra Iglesia. Comencemos pues, al igual que “los doce”, por nuestra familia, nuestra comunidad parroquial, especialmente los que se han alejado…