REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 10-07-21

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”.

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Así concluye la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 10,24-33). Jesús continúa su “discurso apostólico”, las instrucciones que da a “los doce” al enviarlos a predicar su Evangelio, la Buena Noticia del Reino.

Con esta aseveración Jesús nos recuerda que, si bien Él es misericordioso, es igualmente justo. Él toca a nuestra puerta, pero no se impone. Como decía el padre Ignacio Larrañaga: “Jesús es un perfecto caballero”. Está en nosotros abrirle y dejarle pasar, o ignorarlo. Si le escuchamos, abrimos la puerta y le dejamos entrar, Él entrará en nuestra casa y cenará con nosotros (Ap 3,20).

Dejarle entrar en nuestra casa significa abrazar su Palabra, hacernos uno con Él; dejarnos arropar por su Amor y actuar de conformidad. Que podamos decir con Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Jesús está diciendo a los apóstoles qué características ha de tener el verdadero discípulo-apóstol. La lectura de hoy comienza con la humildad, una de las características sobresalientes de Jesús, el que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28), el que siendo Dios “se abajó para tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2,7), el que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13,1-16). Por eso les recuerda a los apóstoles que “un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo”.

Antes de ser considerados “apóstoles” tenemos que ser discípulos. Y el discípulo sigue al maestro, se sienta a sus pies, lo imita, trata de ser igual que él, comparte su destino. “Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados!”. Jesús se compara con el “dueño de la casa”, y a nosotros con la gente de su casa (la palabra “criado” no es tal vez la más afortunada). Nos está diciendo que si Él, que es el “jefe” de nuestra “casa”, es decir, nuestra Iglesia, sufrió ultrajes y calumnias, nosotros tenemos que estar dispuestos a sufrir lo mismo, y a hacerlo con dignidad, y hasta con alegría (Cfr. Mt 5,11-12; 1 Pe 4,14). No importa las consecuencias, tenemos que pregonar Su mensaje “desde las azoteas”.

Son muchos los que prefieren ignorar el llamado de Jesús a sus puertas, porque a pesar de que les impresiona la oferta de vida eterna que les hace, no están de acuerdo con la “letra chica”; entienden que el precio es demasiado alto. Prefieren la comodidad, el placer, ahora, en este mundo. Se ponen de parte del mundo en lugar de ponerse de parte de Jesús. Es ahí que resuenan las palabras de Jesús en este relato evangélico que citamos al principio.

Si algo tiene el mensaje de Jesús es que es consistente. A esos, cuando llegue el día del Juicio el Padre les dirá: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).

Y tú, ¿en qué grupo quieres ser contado?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 13-07-19

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Así concluye la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 10,24-33). Jesús continúa su “discurso apostólico”, las instrucciones que da a “los doce” al enviarlos a predicar su Evangelio, la Buena Noticia del Reino.

Con esta aseveración Jesús nos recuerda que, si bien Él es misericordioso, es igualmente justo. Él toca a nuestra puerta, pero no se impone. Como decía el padre Ignacio Larrañaga: “Jesús es un perfecto caballero”. Está en nosotros abrirle y dejarle pasar, o ignorarlo. Si le escuchamos, abrimos la puerta y le dejamos entrar, Él entrará en nuestra casa y cenará con nosotros (Ap 3,20).

Dejarle entrar en nuestra casa significa abrazar su Palabra, hacernos uno con Él; dejarnos arropar por su Amor y actuar de conformidad. Que podamos decir con Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Jesús está diciendo a los apóstoles qué características ha de tener el verdadero discípulo-apóstol. La lectura de hoy comienza con la humildad, una de las características sobresalientes de Jesús, el que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28), el que siendo Dios “se abajó para tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2,7), el que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13,1-16). Por eso les recuerda a los apóstoles que “un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo”.

Antes de ser considerados “apóstoles” tenemos que ser discípulos. Y el discípulo sigue al maestro, se sienta a sus pies, lo imita, trata de ser igual que él, comparte su destino. “Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados!”. Jesús se compara con el “dueño de la casa”, y a nosotros con la gente de su casa (la traducción “criado” no es tal vez la más afortunada). Nos está diciendo que si Él, que es el “jefe” de nuestra “casa”, es decir, nuestra Iglesia, sufrió ultrajes y calumnias, nosotros tenemos que estar dispuestos a sufrir lo mismo, y a hacerlo con dignidad, y hasta con alegría (Cfr. Mt 5,11-12; 1 Pe 4,14). No importa las consecuencias, tenemos que pregonar Su mensaje “desde las azoteas”.

Son muchos los que prefieren ignorar el llamado de Jesús a sus puertas, porque a pesar de que les impresiona la oferta de vida eterna que les hace, no están de acuerdo con la “letra chica”; entienden que el precio es demasiado alto. Prefieren la comodidad, el placer, ahora, en este mundo. Se ponen de parte del mundo en lugar de ponerse de parte de Jesús. Es ahí que resuenan las palabras de Jesús en este relato evangélico que citamos al principio.

Si algo tiene el mensaje de Jesús es que es consistente. A esos, cuando llegue el día del Juicio el Padre les dirá: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).

Y tú, ¿en qué grupo quieres ser contado?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 09-02-19

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS, EVANGELISTA 18-10-18

Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio de hoy (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,10).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS EVANGELISTA 18-10-16

envío 72

Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio de hoy (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,10).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 26-04-16

Viajes de san Pablo

La liturgia de Pascua para hoy (Hc 14,19-28) nos presenta como primera lectura la conclusión del primer viaje misionero de Pablo. Si leemos cuidadosamente notaremos que a su regreso, Pablo y Bernabé hacen el viaje original a la inversa, pasando por las mismas ciudades que ya habían visitado, con el propósito de afianzar la fe de aquellos nuevos cristianos, convertidos en su mayoría del paganismo. Lo mismo hará Pablo posteriormente mediante las cartas que dirigirá a otras comunidades. Pablo estaba consciente que la semilla de la fe tiene que ser irrigada, abonada y podada en tiempo para que germine y de fruto.

El pasaje comienza con la lapidación de Pablo por parte de unos judíos que resentían la forma en que el Evangelio de Jesús se iba propagando. Luego de apedrearlo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron por muerto. Pero lejos de amilanarlo, esa experiencia le dio nuevos bríos para continuar predicando. Nos evoca las palabras del Señor a Ananías en el pasaje de la conversión de Pablo, cuando refiriéndose a Pablo le dijo: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre” (Hc 9,15-16).

Pablo había vivido esas palabras. Por eso lo encontramos al final del pasaje de hoy “animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. Ese es un tema recurrente en la predicación de Pablo. Nuestra fe en el Resucitado no suprime la tribulación, las pruebas; por el contrario, parecería que acompañan al que decide seguir los pasos de Jesús. La diferencia es que para el cristiano ese sufrimiento adquiere un significado distinto, adquiere sentido.

Sabemos que, de la misma manera que Jesús fue glorificado en su pasión, para luego ser resucitado e ir a reinar junto al Padre por toda la eternidad, nuestro sufrimiento es un “paso”, un peldaño, en esa escalera que nos conduce al Reino de Dios en donde reinaremos junto a Él “por los siglos de los siglos” (Ap 22,5).

Cuando me enfrento a mis sufrimientos, ¿puedo ver en ellos esa prueba que me purifica como el oro en el crisol, y me permitirá ser enaltecido ante Dios (Cfr. Sir 2,1-6) en el día final?

La lectura evangélica (Jn 14,27-31a) nos muestra a Jesús anunciando a sus discípulos que con su pasión iba destronar a Satanás como “príncipe de este mundo”. “Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago”. Y eso implica que padezca, muera, y sea resucitado, para que todos crean en Él, y todo el que crea en Él se salve. Ese es el mismo camino que estamos llamados a seguir los que nos llamamos sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,22-23).

No es cuestión de valor; se trata de creer en el Resucitado y creer en su Palabra.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 04-02-16

Los envió de dos en dos

“Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Así nos dice el Evangelio según san Marcos al narrarnos la “vocación” de los doce. De ahí en adelante vemos cómo Marcos constantemente nos presenta a “Jesús con sus discípulos” enfrentándose a las multitudes que se agolpaban frente a Él, frente a los adversarios que querían eliminarlo, frente a los incrédulos, haciéndole frente al maligno, expulsando demonios. Los discípulos, especialmente los “doce”, han seguido sus pasos, se han sentado a sus pies a escuchar sus enseñanzas, has sido testigos del anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, han aceptado compartir su destino. En otras palabras, se han comportado como verdaderos discípulos.

El relato evangélico de hoy (Mc 6,7-13) nos presenta el momento de la “prueba”. Ha terminado el período de adiestramiento. Llegó la hora de la verdad. Jesús llama a los doce y por primera vez los “envía”. Solos, sin el maestro, en su primer “vuelo de práctica”. Pero los envía de dos en dos. Ese gesto de Jesús, como todos sus actos, tiene un fin pedagógico. La misión evangelizadora es una labor de equipo, no hay (o no debe haber) lugar para protagonismos.

Y al enviarlos, les dio “autoridad sobre los espíritus inmundos”. Esta frase tenemos que leerla en el contexto religioso-cultural de la época de Jesús en la cual sus contemporáneos veían a Satanás en todas partes. Lo cierto es que la Palabra que ellos iban a proclamar no era una campaña publicitaria para vender algo que va a “hacernos sentir bien”, a la manera de algunas sectas. No, la Palabra de Dios, “cortante como espada de dos filos” (Hb 4,12), nos hace enfrentarnos a nuestros pecados, a nuestros propios demonios.

En palabras de Bruno Maggioni, “la misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor”.

Como parte esencial de las “instrucciones” (me imagino a Jesús como el “coach” de un equipo de fútbol, dando las últimas instrucciones a sus jugadores antes del primer partido de la temporada), les encargó que viajaran livianos, que llevaran “un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. Dos lecciones. Nada que pueda preocuparles perder; nada que desvíe su atención de la misión que se les ha encomendado. Segundo: confiar en la providencia divina. El que los envió, se encargará de proveer.

Finalmente, les prepara para el rechazo, compañero inseparable del misionero. Y la instrucción es sencilla y al grano: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies”. El mensaje de Jesús interpela, no nos puede dejar neutrales e indiferentes; lo aceptamos o lo rechazamos. Y muchos optan por el rechazo, la vía más fácil. En ese caso, vayamos a “sembrar” en otros campos.