REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA 21-04-22

“¿Tenéis ahí algo de comer?”

El relato evangélico que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 24,35-48) es continuación del que leíamos ayer. Estaban los discípulos a quienes Jesús se les apareció en el camino de Emaús contando a los Once lo sucedido, “cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: ‘Paz a vosotros’”.

Los presentes se quedaron atónitos y llenos de miedo, pues “creían ver un fantasma”. Veían, pero sus cerebros se negaban a aceptar lo que estaban viendo. ¡Cuántas veces nos sucede que, al presenciar un milagro, comenzamos a buscar toda clase de explicación “lógica”, antes de aceptar que ha sido obra de Dios! Vemos y no creemos, porque vemos con los ojos del cuerpo y no con los ojos de la fe.

Resulta curioso que el relato no nos dice cómo Jesús llegó a allí, cómo se “apareció” entre los discípulos. ¡Ese detalle no tiene relevancia alguna ante el hecho trascendente de que Jesús está allí! Sí, el Jesús de Nazaret que caminó junto a ellos, que compartió con ellos la mesa, que les instruyó, es el mismo que el Resucitado.

Jesús percibe el miedo y el asombro de los discípulos, y quiere animarlos para que no quede duda, para que puedan ser testigos de su Resurrección. Por eso, después de mostrarle las heridas, “como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ‘¿Tenéis ahí algo de comer?’  Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos”. El relato quiere enfatizar que el Resucitado es real, que se trata de la misma persona que Jesús de Nazaret; que no se trata de un invento ni un cuento de camino. Jesús de Nazaret ha resucitado y sus discípulos, especialmente los Once, cuya presencia enfatiza el relato de Lucas, son testigos de ello. Cómo Jesús, con su cuerpo glorificado es capaz de comer, es un misterio que escapa a nuestro entendimiento humano, pero con ese gesto se quiere establecer que Jesús está real y verdaderamente frente a sus discípulos.

Y al igual que lo hizo con los de Emaús, les explica lo que sobre su persona dicen las Escrituras, desde Moisés hasta los profetas, y cómo todo se cumplía en Él. Nos dice el pasaje que Jesús entonces “les abrió el entendimiento para comprender las escrituras”, añadiendo al final: “Vosotros sois testigos de esto”. Una vez más Jesús enfatiza la relación entre Él y las Escrituras, y el testimonio de los que creen en Él. Esta es la última aparición de Jesús en el evangelio según san Lucas, que el autor coloca justo antes de su Ascensión.

Antes de ascender, en el versículo que sigue al pasaje de hoy, Jesús les reitera la promesa del Espíritu Santo que recibirán en Pentecostés: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”.

Es el Espíritu quien les dará la fortaleza para ser testigos: “Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8).

La misma promesa aplica a todos los que profesamos nuestra fe en el Resucitado. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DEL TIEMPO DE NAVIDAD 05-01-22

¡Sígueme!

La liturgia continúa brindándonos el primer capítulo del Evangelio según san Juan. Recordemos que Juan es quien único nos narra con detalle esta vocación de los primeros discípulos, pues fue el que la vivió. De hecho, Juan es el único evangelista que nos presenta los tres años de la vida pública de Jesús. Los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) centran su narración en el último año. El pasaje de hoy (Jn 1,43-51) nos narra la vocación (como habíamos dicho en reflexiones anteriores, vocación quiere decir “llamado”) de Felipe y Natanael (a quien se llama Bartolomé en los sinópticos).

La narración comienza con un gesto de Jesús que reafirma su humanidad; nos dice que Jesús “determinó” (otras traducciones usan el verbo “decidió”) salir para Galilea. Un acto de voluntad muy humano, producto de escoger, decidir entre dos o más alternativas. Juan continúa presentándonos el misterio de la Encarnación.

Inmediatamente se nos dice que Jesús “encuentra a Felipe y le dice ‘Sígueme’”. Una sola palabra… La misma palabra que nos dice a nosotros día tras día: “Sígueme”. Una sola palabra acompañada de esa mirada penetrante. De nuevo esa mirada… Cierro los ojos y trato de imaginármela. Imposible de resistir; no porque tenga autoridad, sino porque el Amor que transmite nos hace querer permanecer en ella por toda la eternidad. Es la mirada de Dios que nos invita a compartir ese amor con nuestros hermanos, como nos dice San Juan en la primera lectura de hoy (1 Jn 3,11-21): “Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros”, y no “de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.

Felipe se ha sumergido en la mirada de Dios y se ha sumergido en el Amor que transmite. Y ya no conoce otro camino que el que marcan sus pasos. Y al igual que en el pasaje inmediatamente anterior a este, en el que veíamos cómo Andrés, al encontrar a Jesús se lo dijo a su hermano Simón y lo llevó inmediatamente ante Él, hoy se desata el mismo “efecto dominó”. Felipe no puede contener la alegría de haber encontrado al Mesías, y se lo comunica a Natanael: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Trato de imaginar la alegría reflejada en su rostro y me pregunto: Cuando yo hablo de Jesús, ¿se nota esa misma alegría en mi rostro? Natanael se mostró esquivo, le cuestionó si de Nazaret podría salir algo bueno. Pero Felipe no se dio por vencido, le invitó a seguirle para que viera por sí mismo: “Ven y verás”. La certeza que proyecta el que está seguro de lo que dice, convencido de lo que cree. Y me pregunto una vez más, ¿muestro yo ese mismo empeño y celo apostólico cuando me cuestionan si lo que yo digo de Jesús es cierto? Para ello tengo que preguntarme: ¿Estoy convencido de haber encontrado a mi Señor y Salvador?

Hace unos días celebrábamos el nacimiento de aquél Niño, que en la lectura de hoy vemos convertido en ese hombre que provoca estas reacciones en aquellos a quienes llama. Ese mismo nos hace una promesa si creemos en Él: “Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

Mañana celebraremos la Epifanía, la manifestación de Dios al mundo entero. Pidamos al Señor que nos permita convertirnos en una manifestación de su poder y gloria, pero sobre todo de su Amor, a todo el que se cruce en nuestro camino.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA 08-04-21

“Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí”.

El relato evangélico que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 24,35-48) es continuación del que leíamos ayer. Estaban los discípulos a quienes Jesús se les apareció en el camino de Emaús contando a los Once lo sucedido, “cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: ‘Paz a vosotros’”.

Los presentes se quedaron atónitos y llenos de miedo, pues “creían ver un fantasma”. Veían, pero sus cerebros se negaban a aceptar lo que estaban viendo. ¡Cuántas veces nos sucede que, al presenciar un milagro, comenzamos a buscar toda clase de explicación “lógica”, antes de aceptar que ha sido obra de Dios! Vemos y no creemos, porque vemos con los ojos del cuerpo y no con los ojos de la fe.

Resulta curioso que el relato no nos dice cómo Jesús llegó a allí, cómo se “apareció” entre los discípulos. ¡Ese detalle no tiene relevancia alguna ante el hecho trascendente de que Jesús está allí! Sí, el Jesús de Nazaret que caminó junto a ellos, que compartió con ellos la mesa, que les instruyó, es el mismo que el Resucitado.

Jesús percibe el miedo y el asombro de los discípulos, y quiere animarlos para que no quede duda, para que puedan ser testigos de su Resurrección. Por eso, después de mostrarle las heridas, “como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ‘¿Tenéis ahí algo de comer?’  Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos”. El relato quiere enfatizar que el Resucitado es real, que se trata de la misma persona que Jesús de Nazaret; que no se trata de un invento ni un cuento de camino. Jesús de Nazaret ha resucitado y sus discípulos, especialmente los Once, cuya presencia enfatiza el relato de Lucas, son testigos de ello. Cómo Jesús, con su cuerpo glorificado es capaz de comer, es un misterio que escapa a nuestro entendimiento humano, pero con ese gesto se quiere establecer que Jesús está real y verdaderamente frente a sus discípulos.

Y al igual que lo hizo con los de Emaús, les explica lo que sobre su persona dicen las Escrituras, desde Moisés hasta los profetas, y cómo todo se cumplía en Él. Nos dice el pasaje que Jesús entonces “les abrió el entendimiento para comprender las escrituras”, añadiendo al final: “Vosotros sois testigos de esto”. Una vez más Jesús enfatiza la relación entre Él y las Escrituras, y el testimonio de los que creen en Él. Esta es la última aparición de Jesús en el evangelio según san Lucas, que el autor coloca justo antes de su Ascensión.

Antes de ascender, en el versículo que sigue al pasaje de hoy, Jesús les reitera la promesa del Espíritu Santo que recibirán en Pentecostés: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”.

Es el Espíritu quien les dará la fortaleza para ser testigos: “Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8).

La misma promesa aplica a todos los que profesamos nuestra fe en el Resucitado. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 05-01-21 – TIEMPO DE NAVIDAD

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.»

La liturgia continúa brindándonos el primer capítulo del Evangelio según san Juan. Recordemos que Juan es quien único nos narra con detalle esta vocación de los primeros discípulos, pues fue el que la vivió. De hecho, Juan es el único evangelista que nos presenta los tres años de la vida pública de Jesús. Los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) centran su narración en el último año. El pasaje de hoy (Jn 1,43-51) nos narra la vocación (como habíamos dicho en reflexiones anteriores, vocación quiere decir “llamado”) de Felipe y Natanael (a quien se llama Bartolomé en los sinópticos).

La narración comienza con un gesto de Jesús que reafirma su humanidad; nos dice que Jesús “determinó” (otras traducciones usan el verbo “decidió”) salir para Galilea. Un acto de voluntad muy humano, producto de escoger, decidir entre dos o más alternativas. Juan continúa presentándonos el misterio de la Encarnación.

Inmediatamente se nos dice que Jesús “encuentra a Felipe y le dice ‘Sígueme’”. Una sola palabra… La misma palabra que nos dice a nosotros día tras día: “Sígueme”. Una sola palabra acompañada de esa mirada penetrante. De nuevo esa mirada… Cierro los ojos y trato de imaginármela. Imposible de resistir; no porque tenga autoridad, sino porque el Amor que transmite nos hace querer permanecer en ella por toda la eternidad. Es la mirada de Dios que nos invita a compartir ese amor con nuestros hermanos, como nos dice San Juan en la primera lectura de hoy (1 Jn 3,11-21): “Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros”, y no “de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.

Felipe se ha sumergido en la mirada de Dios y se ha sumergido en el Amor que transmite. Y ya no conoce otro camino que el que marcan sus pasos. Y al igual que en el pasaje inmediatamente anterior a este, en el que veíamos cómo Andrés, al encontrar a Jesús se lo dijo a su hermano Simón y lo llevó inmediatamente ante Él, hoy se desata el mismo “efecto dominó”. Felipe no puede contener la alegría de haber encontrado al Mesías, y se lo comunica a Natanael: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Trato de imaginar la alegría reflejada en su rostro y me pregunto: Cuando yo hablo de Jesús, ¿se nota esa misma alegría en mi rostro? Natanael se mostró esquivo, le cuestionó si de Nazaret podría salir algo bueno. Pero Felipe no se dio por vencido, le invitó a seguirle para que viera por sí mismo: “Ven y verás”. La certeza que proyecta el que está seguro de lo que dice, convencido de lo que cree. Y me pregunto una vez más, ¿muestro yo ese mismo empeño y celo apostólico cuando me cuestionan si lo que yo digo de Jesús es cierto? Para ello tengo que preguntarme: ¿Estoy convencido de haber encontrado a mi Señor y Salvador?

Hace unos días celebrábamos el nacimiento de aquél Niño, que en la lectura de hoy vemos convertido en ese hombre que provoca estas reacciones en aquellos a quienes llama. Ese mismo nos hace una promesa si creemos en Él: “Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

Mañana celebraremos la Epifanía, la manifestación de Dios al mundo entero. Pidamos al Señor que nos permita convertirnos en una manifestación de su poder y gloria, pero sobre todo de su Amor, a todo el que se cruce en nuestro camino.