REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE DE 2013, VÍSPERA DE NAVIDAD

Zacarias

La liturgia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. La primera lectura (1 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”.

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el “Cántico de Zacarías”. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley, que leíamos en la liturgia de ayer. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (v. 63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Al “soltársele la lengua”, Zacarías, empezó a recitar el cántico profético que conocemos como el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO 23-12-13

juan BAUTISTA

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy, los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Pasado mañana es Navidad. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO 22-12-13

adviento hogar

Según sigue llegando a su fin el Adviento, las lecturas continúan repitiéndose, como cuando uno sabe que algo grande está a punto de suceder, y se sorprende repitiendo una frase o un nombre, producto de anticipar ese momento esperado. Así la primera lectura (Is 7,10-14) y el Evangelio (Mt 1,18-24) para este cuarto domingo de Adviento nos repiten la primera lectura del pasado viernes y el Evangelio del miércoles, respectivamente.

Con la lectura de Isaías la liturgia nos reitera que dentro de apenas tres días estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Señor y Salvador: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “‘Dios-con-nosotros’”.

En el Evangelio, Mateo nos recuerda que el nacimiento de Jesús es el cumplimiento de la profecía de Isaías que leemos en la primera lectura. La segunda lectura, tomada de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos, nos reitera que Jesús es el Hijo de Dios que había sido prometido por los profetas: “Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor”. Nos dice además que esa Buena Noticia (Evangelio) no estaba limitada al pueblo judío, sino a todos los pueblos (nosotros): “Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús”.

Estas lecturas son un ejemplo de lo que anteriormente hemos llamado la perspectiva histórica, o del pasado, que nos presenta el “adviento” que vivió el pueblo de Israel durante prácticamente todo el Antiguo Testamento, esperando, anticipando, preparando la llegada del mesías libertador que iba a sacar a su pueblo de la opresión, y cómo en María se hacen realidad todas esas expectativas mesiánicas del pueblo judío. Su “sí”, su “hágase” hizo posible la “plenitud de los tiempos” que marcó el momento para el nacimiento del Hijo de Dios (Cfr. Gál 4,4). Como dijo el Beato Juan Pablo II: “Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas”.

Estamos a escasos tres días de esa fecha. La liturgia nos ha llevado “in crescendo” hasta este momento en que nos encontramos en el umbral de la Navidad. Es el momento de hacer inventario… ¿Hemos vivido un verdadero Adviento? ¿Estamos preparados para recibir al Niño Dios? ¿Nos hemos reconciliado con nuestros hermanos, con nosotros mismos y con Dios? ¿Hemos dispuesto nuestro pesebre interior para que la Virgen coloque en Él a nuestro Señor y Salvador, como lo hizo aquella noche en Belén? Es la perspectiva presente, el “hoy” del Adviento.

Todavía estamos a tiempo (Él nunca se cansa de esperarnos). En este cuarto domingo de Adviento, acércate la casa del Padre y reconcíliate con Él. Entonces sabrás lo que es la verdadera Navidad.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 21-12-13

Visitación med

Ya está cerca el gran día. Y la anticipación hace que nuestro corazón salte de alegría, igual que Juan el Bautista en el vientre de su madre Isabel ante la visita de María que se nos narra en el evangelio de hoy (Lc 1,39-45).

Esa alegría ya se destila en la primera lectura, tomada del Cantar de los Cantares (2,8-14), en la cual se nos presenta la alegría inigualable e indescriptible de dos jóvenes amantes. “¡Oíd que llega mi amado saltando sobre los montes, brincando por los collados!”, dice la joven, mientras el joven la llama: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura”. Este pasaje nos evoca esa anticipación del encuentro entre los amantes, que hace que mientras más cercana esté la hora del encuentro se acelere el pulso y la respiración, al punto de sentir que el corazón se va salir por la boca. Esa es la alegría y anticipación que debe provocar en nosotros la cercanía del encuentro con el Amor de los amores que hemos de tener al final del camino del Adviento.

Es la alegría que experimentó María al saber que llevaba dentro de sí al Dios-con-nosotros camino a asistir a su prima Isabel, convirtiéndose así en la primera custodia, y su viaje hacia la casa de su prima en la primera procesión del “corpus”. María acababa de recibir el Espíritu Santo (¡y de qué manera!), y estaba tan llena de la alegría desbordante que produce el encuentro con el Espíritu Santo, que “contagió” a Isabel y a la criatura que llevaba en su vientre, al punto que “la criatura saltó de alegría”, e hizo exclamar a Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”, para luego “retratar” a María diciendo: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, lo que hizo que María entonara el hermoso canto del Magníficat. María acababa de convertirse en la primera portadora de la Buena Nueva de Dios al mundo, ¡la primera evangelizadora!

Siguiendo el ejemplo de María, nosotros deberíamos convertirnos en portadores de la Buena Noticia durante este tiempo de Adviento, para contagiar a otros con la alegría que produce la anticipación de la llegada de nuestro Salvador. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestros corazones al gozo que nos trae esa Buena Noticia. Y cuando sintamos ese “chorro” de amor que invade todo nuestro ser, las palabras sobrarán, pues con nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestros gestos, contagiaremos a todo el que se nos acerque.

Es tanto lo que podría decirse sobre este pasaje, que el tiempo y espacio limitado que tenemos permite tan solo un breve comentario. El pasaje nos narra el encuentro entre dos mujeres, una de avanzada edad y otra adolescente, ambas con una maternidad inesperada, producto de la largueza de Dios, que les produce una alegría indescriptible, como la de los amantes que describía la primera lectura. Ambas esperan gozosas la llegada del Salvador. Eso, queridos hermanos y hermanas, ¡es Adviento!

La Virgen no está para que la contemplem​os y admiremos

Una buena amiga compartió esta hermosa anécdota y reflexión que, a mi vez, comparto con ustedes:

A un arquitecto le pidieron construir un templo cuyo titular fuese la Virgen. El día de la inauguración los cientos de fieles que asistieron a la celebración, incluso el Obispo, se quedaron sorprendidos y en cierto modo decepcionados. La imagen de María no ocupaba ningún retablo. No se encontraba en el centro del altar. Mucho menos cerca del sagrario.

La estatua de la Virgen, el arquitecto, la diseñó para ponerla y colocarla sentada en el primer banco.

Ante las protestas de los asistentes, la explicación del arquitecto fue la siguiente: “La Virgen no está para que la contemplemos y admiremos, sino para que la imitemos”. Es la primera, el modelo y nosotros vamos detrás, la seguimos. Su postura ante Dios y los hombres la debemos hacer nuestra. Caminando tras sus huellas llegaremos hasta Jesucristo. Ella, y por eso la he puesto en el primer banco, es la primera oyente de la Palabra de Dios para saber cómo tiene que responder ante El”.

REFLEXIÓN:

¿Qué nos sugiere esta lectura? ¿Cómo vemos a María? ¿En el altar, o como un modelo de referencia?

¿Qué nos inspira la Virgen María? ¿Sólo ternura? ¿Es un testimonio y una interpelación para nuestra fe?

¿Caemos en la cuenta de que, María, es la portadora más auténtica del Evangelio de Dios? ¿No la dejamos, con frecuencia, demasiado elevada en las hornacinas, retablos, procesiones, etc., sin trascendencia para nuestra vida cristiana?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 20-12-13

anunciacion med

La liturgia de hoy nos brinda uno de los pasajes más hermosos de todas las Sagradas Escrituras, si no el más hermoso y conmovedor; la Anunciación de ángel a María (Lc 1,26-38). Todavía me estremece el recordar la sensación que me arropó cuando tuve la dicha de estar en la gruta de la Anunciación, en Nazaret, el año antepasado. Les aseguro que aún hoy se siente la fuerte presencia del Espíritu en ese santo lugar.

Junto a esa lectura, como primera lectura, leemos la profecía de Isaías (7,10-14), en la cual el profeta nos anuncia, casi siete siglos antes del suceso, el nacimiento de Jesús: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”. Dios-con-nosotros. Dios hecho uno con nosotros. Dios humanado. Dios encarnado. Dios-en-nosotros. La culminación del plan de salvación que el mismo Dios había dispuesto desde la caída (Gn 3,13).

Y el éxito o el fracaso de ese plan de salvación dependían de una jovencita del pueblo de Nazaret llamada Mariam (María). “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Ese “hágase” de María hizo posible la culminación de la “plenitud de los tiempos” cuando “Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer” (Gál 4,4) para hacer posible la instauración de su Reino en medio de la historia humana. Su humildad y desprendimiento, productos de la virtud de la caridad, al aceptar encarnar a un “Dios-hecho-hombre”, no para ella, sino para entregárselo a toda la humanidad, dieron paso a nuestra salvación.

El lugar del “hágase” sigue siendo aquí, “hoy”, en el mundo, que es el lugar en que todos y cada uno de nosotros está en disposición de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Este es el lugar en donde el Verbo se hace carne, el lugar en que cada uno que acepta la Palabra de Dios, la pone en práctica y se deja poseer plenamente por la gracia, convirtiéndose en otro “Cristo” y ofreciéndose a los demás. (Cfr. Gál 2,20).

Así María, con su ejemplo, nos sigue mostrando el camino para continuar la construcción del Reino que su Hijo vino a inaugurar. María está “aquí” para servir (“He aquí la esclava del Señor”), como lo hizo con su prima Isabel, a quien fue a servir sin pensar en los peligros del viaje, como veremos en el Evangelio de mañana.

“Hágase en mi según tu Palabra”. La plenitud de los tiempos está significada en la figura de María, que nos enseña la virtud de la espera, la escucha de la Palabra de Dios, y la colaboración con el plan de salvación dispuesto desde el principio por el Padre. Si emulamos el “hágase” de María, y lo convertimos en lema de nuestro diario vivir, podemos cambiar el rumbo tan preocupante que está tomando la historia de la humanidad.

En esta última parte del Adviento, pidamos al Padre que nos ayude a seguir el ejemplo de María, para recibir a Jesús en nuestros corazones y nuestras vidas, y compartirlo con el mundo.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 19-12-13

Isabel - Juan Bautista

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Estamos escasamente a una semana del nacimiento de Jesús y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia va aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre.

Con María, hacia mi propia Navidad

Comparto con ustedes este bello relato, producto de la imaginación de la autora, que encontré navegando la web. Espero que lo disfruten.

Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net

¡Ya pronto es Navidad! María me invita a caminar hacia Belén, no la dejes sola, esperando, en un recodo del camino…
Con María, hacia mi propia Navidad
Con María, hacia mi propia Navidad

Faltan pocos días para la Navidad aquí en mi ciudad. Ya has salido, junto a José, camino de Belén, Señora mía…

Preparaste amorosamente la ropita del pequeño, llevas todo lo que imaginas podrás necesitar. José organizó la logística del viaje, por donde ir, cuando parar, cuando llegar… cada uno en lo suyo, pero juntos. En el aire se respira “aroma de parto”.
¡Cómo quisiera acompañarte, Señora mía, en ésta, la más hermosa y decisiva peregrinación de la historia! ¡Cómo quisiera haber sido tan sólo uno de los perros que seguían al asno en su camino!…

Si tanto lo deseas, hija querida ¿Por qué entonces, no vienes con nosotros? …Vamos … sin tanto preámbulo ¿Vienes?Tu voz clara, tu mirada serena, tu perfume indescriptible, le preguntan a mi pobre alma aturdida por las cosas del mundo. Tantas veces te he olvidado, Señora, tantas veces te he dejado esperando y, aún así, tu amor de madre me invita a caminar hacia Belén.

– ¡Claro que sí, Madre querida!- te contesta mi voz en un hilo… quisiera llorar, reír… no sé… opto por seguirte.

Anochece. Nazaret ha quedado atrás. Se han detenido a descansar un poco. José junta un poco de leña para hacer fuego. Tú estás sentada tratando de cocinar algo… justo se cruza un animal del campo, José lo atrapa.

El Señor nos mandó una buena cena, hermosa mía te dice el esposo cuando llega con su trofeo de caza.

Él nos provee siempre, esposo mío, sabe nuestras necesidades, pero por sobre todo, nos provee el alma con fuerza de su amor.

Te recuestas un rato, estás cansada. Yo te observo a pocos pasos… José va por más leña… Miras el cielo… Le hablas a tu bebé:

“Mira amor, desde aquella estrella grande, que brilla, Papá nos mira… ¿La ves?… bueno, bueno, tranquilo, no saltes así.- te ríes, una lágrima te acaricia la mejilla y se pierde en el viento de la noche – Amor, falta poco para llegar. ¿Qué haremos cuando sea tu tiempo? ¿Dónde nacerás? Seguro Papá ya tiene todo preparado, yo no pregunto, soy su esclava, voy donde me mande. ¿Sabes amor? Ser su esclava no es como las esclavitudes del mundo, que ahogan y atan, ser su esclava es como tener alas… como… soñar sin límites. Ser su esclava es llenarse de paz, no temer, caminar confiada, saber que todo camino es trazado por sus manos, que toda circunstancia es Camino hacia el Padre. Duerme ahora, hijo mío querido ¿Sabes? Estoy impaciente por verte, por besarte, por abrazarte… pero ya habrá tiempo, ahora, hijo, ahora es tiempo de caminar…

José vuelve con más leña, prepara la cena, y te sirve una abundante y rica porción. El olor de la carne asada trepa el aire… comen alegres, riendo con recuerdos del pasado, soñando con el día del nacimiento…

De pronto, les sobresalta un ruido…

Quédate aquí quieta, veré lo que es…

Teme José a los asaltantes que podían haberse escondido entre las sombras ¿Qué podrían llevarles? Nada, pues nada tienen. El mayor de los tesoros estaba escondido en el seno purísimo de María.

No temas, querida, es sólo un animal vagabundo. Duerme, duerme ahora, hermosa mía, que el viaje aún no termina, y el día de mañana será largo.

Te recuestas, Señora mía, cerca del fuego, José te cubre delicadamente con una manta. Te quedas dormida. Él te mira con ternura infinita. ¿Qué pensamientos estarán cruzando por su mente y su corazón en estos momentos? No quiero yo moverme, pues temo me vea José.

¿Te piensas quedar toda la noche tras una piedra? – el esposo voltea hacia mí y me mira con una mirada llena de paz, aunque no exenta de cierta preocupación.

– Yo… lo siento, no quería molestar… es que…

Lo sé ¿Olvidas que me cuenta todo? Ella te invitó a venir con nosotros en este viaje del 2012?

– ¿Qué dices José? ¿Cómo del 2012? ¿No es éste una especie de sueño donde yo los acompaño en un viaje realizado hace más de 2000 años?

Pues no, querida mía. Cada año, María y yo volvemos a viajar a Belén. Cada año es como si Cristo volviera a nacer. Sólo que su nacimiento no es físico… Jesús quiere nacer en el corazón de cada uno.

– Pero… no entiendo… hay mucha gente buena en el mundo, religiosos, sacerdotes, laicos, que también quisieran acompañarlos… ¿Cómo, entonces, viajan tan solos?

Porque éste, mi querida, es TU viaje hacia Belén, nadie puede hacerlo por ti. Éste es tu camino para dejar que Jesús nazca en tu alma. Éste es el viaje que debes hacer, a través de las montañas de tu corazón, debes cruzar los ríos de tu orgullo, que, aunque torrentosos, pueden cruzarse si te acompañamos. Debes soportar los vientos de la soledad y la tristeza. Debes enfrentarlos y vencerlos por amor a Jesús. ¿Comprendes ahora? .

Me quedo sin palabras. José es un hombre sabio, me explica lo que sucede con la sencillez de los grandes hombres. Estoy en el desierto de mi corazón, cuando amanezca… ¡Oh Dios! Cuando amanezca se mostrarán todos los valles, quebradas y torrentosos ríos de mi alma… ¡Qué vergüenza!. Mi corazón está tan lleno de pecados, que… no sé… quisiera salir corriendo pero ¿Adónde?. Ni siquiera hallaré un lugar donde esconder mi rostro…

¿Por qué quieres esconderte? preguntas, María querida, despertando de tu reparador descanso.

– Es que José me ha explicado… y temo que, al amanecer, no te guste lo que veas, Señora…

¿Y que se supone que veré?

– Mi corazón, que no es como yo quisiera, que hace el mal que no quiere y no hace el bien que desea, mi torpe corazón, tan lleno de culpas y olvidos para contigo.

Creo, hija mía, que no comprendes la verdadera dimensión del amor que Jesús tiene por ti- y colocas tu pequeña mano sobre el vientre abultado -Jesús estaba esperando a que tú desearas realizar este viaje, Jesús está esperando que tú te arrepientas de tus errores, pues Él es manantial de misericordia, Jesús espera que tú quieras recibirlo en tu alma. Para ello, busca el sacramento de la Reconciliación. Allí, verás cómo el paisaje de tu corazón se transforma, como los ríos se vuelven calmos, las quebradas se transforman en fértiles valles y el desierto de tu corazón se llena del perfume de su Amor. Jesús te llama, hija, te llama siempre. Desde su lastimado corazón, parte su pedido hasta el tuyo. El llamado es de Él, la decisión, tuya… indefectiblemente tuya… Ahora descansa, el día de mañana será largo.

Me recuesto cerca del fuego. No puedo dormir, mas bien no puedo dejar de llorar. Tanto me amas Jesús mío, que haces todo esto por mí, por cada ser humano, por todos, por todos. José me cubre con una manta… por fin me duermo.

Amanece. Tu esposo ha preparado un poco de pan para comer antes de reiniciar el viaje. Pan… me tiemblan las manos, lo recibo agradecida. Tiene el sabor del pan de la mesa de mi casa, el sabor conocido de las pequeñas cosas de mi vida.

Nos ponemos en camino, hay viento, cuesta avanzar, José y yo caminamos, María viaja sobre el animal que parece muy feliz de transportar tan preciado equipaje. Hay demasiado viento, la arena casi nos ciega, apenas si podemos conservar el rumbo.

– ¡Debemos detenernos!- le grito a José.

¡Aquí no, avanzaremos hasta esas rocas y buscaremos refugio!

– ¡No lo lograremos, casi no se ve nada!

Déjate guiar, conozco el terreno, no temas, llegaremos ¿Ves? Igual actúas en las tormentas de tu alma, en lugar de dejarte guiar por Jesús, acampas en cualquier parte de tu dolor y te tapa la arena de la desesperación.

Llegamos por fin a las rocas, que ofrecían buen refugio. La tormenta pasó. José propone seguir el viaje. María está realmente agotada pero calla, sabe que no puede quedarse a la mitad del camino, ahora debe seguir, no hay regreso.

Anochece. Se pone frío. A lo lejos se divisa una fogata, José nos deja en buen resguardo y se acerca a ver si son confiables. Regresa emocionado.

¡Es Pablo, mi primo y unas familias más! Ellos también deben registrarse en Belén. Dicen que la ciudad esta atestada de gente. Eso me preocupa, pero ya veremos al llegar, ahora vamos, nos invitaron a compartir la cena.

José avanza con el animal. María prefiere caminar un poco. Le ofrezco mi brazo, y se apoya.

¿Ves hija? Muchas veces Dios nos pone buenos amigos, buenos consejeros en el camino, la decisión es nuestra, o quedarnos en la oscuridad de nuestra propia noche o arriesgarnos a avanzar un poco hacia aquellos que nos pueden ayudar.

La familia de José se muestra amable. María tiene una sonrisa encantadora y una voz tan exquisita que todos quedan muy admirados de ella y no dejan de felicitar a José por tan bella esposa.

Al amanecer seguimos caminando, José se despide de su familia, ya que ellos se quedarán en el campamento por unos días esperando a otros parientes.

Belén se dibuja nítido en el horizonte. La gente va y viene a causa del censo. Vamos llegando, cuando María le dice a José.

Esposo mío, ya es tiempo… el niño nacerá pronto…

Ayúdame a encontrar un sitio para el nacimiento me pide José- recuerda que debe ser digno de Él, no por el lujo sino por la sencillez, el amor, la generosidad y la predisposición para recibirlo

– Pero ¿Dónde encuentro ese sitio, José?

No lo sé, recuerda que estamos en tu corazón, tú lo conoces, al menos, deberías. Busca en tu corazón un lugar donde María pueda dar a luz.

El lugar que José me solicitaba debía estar libre de las espinas de mi egoísmo, protegido y al reparo de los vientos de mi ira, sin grietas, para que no le inundase la lluvia fría de mi falta de fe.

José me pide ese lugar… antes de ponerme a buscar haré caso del consejo de María, buscaré el sacramento de la Reconciliación.

María me despide…

Aquí estaremos esperando, hija querida, ve y encuentra ese lugar para Jesús. Dale esa alegría a mi Corazón Inmaculado, busca, hija, busca… estoy segura que ese lugar existe, pero debes encontrarlo por ti misma Recuerda, nadie puede hacer esa búsqueda por ti. Vamos, que Jesús espera…

Abrazo a mi Madre querida con todas mis fuerzas, beso sus hermosas manos. Abrazo a José, quien besa mi frente y murmura…

Confío en ti, sé que volverás, sé que no nos dejarás en espera. No te distraigas en el camino, no te distraigas, por fuerte que sea la tentación. Busca, hija, que el que busca encuentra.

– Gracias, gracias- y mi voz es un susurro ahogado por el llanto.

Los dejo, cada tanto giro el rostro para verlos, aún están donde les dejé, en un recodo del camino… debo encontrar el mejor lugar dentro de mi corazón. Queda poco tiempo. Debo encontrar ese lugar y venir por ellos para guiarlos…Sé que lo hallaré, no será fácil, deberé limpiarlo, asearlo y acondicionarlo. Llenarlo de amor y de fe. Pediré al Padre incremente mi fe… haré oración, seguiré los caminos del Adviento…

Dios jamás defrauda a los que en él depositan sus mejores sueños. Recuerdo que desde setiembre vengo pensando cómo hacer de ésta una Navidad especial… Dios me escuchó, María me escuchó, me invitó a caminar hacia Belén, nos invita a todos, no la dejemos sola, esperando, en un recodo del camino…

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NOTA de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de “Cerrar los ojos y verla” o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

 

 

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 18-12-13

Adviento 4 sm

La primera lectura de hoy (Jr 23,5-8) nos muestra cómo la liturgia de Adviento continúa presentándonos la estirpe de David como aquella de la cual se ha de suscitar el Mesías esperado por el pueblo.

La lectura evangélica (Mt 1,18-24), la misma que leeremos el próximo domingo, nos presenta un pasaje que de primera instancia puede parecer un tanto desconcertante. José se entera que María, con quien estaba desposada, estaba embarazada, ante lo cual él opta por repudiarla en secreto. Nos dice la lectura que apenas había tomado esa decisión, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Habíamos dicho en la reflexión de ayer que José le dio su nombre al Niño convirtiéndose en su padre legal, asegurando de ese modo que perteneciera a la estirpe de David. Ese era el papel que Dios tenía dispuesto para José. Muchos se han preguntado el porqué de la vacilación de José, y su decisión de repudiar a su esposa, a pesar de que el mismo pasaje nos dice de entrada que José era un “hombre justo”. También se ha cuestionado cómo es posible que María le ocultara a José el origen divino de su embarazo. Sobre este punto los exégetas han adelantado múltiples explicaciones. Una de las más lógicas (y hermosas) es la contenida en el siguiente comentario de san Bernardo, citando a san Efrén:

“¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de los Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?”.

Durante este tiempo de Adviento, escuchemos el llamado del ángel, y acerquémonos sin temor a María como lo quiere su Hijo.