REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-22

Gruta de la Anunciación, debajo del altar mayor de la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”.

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

¡Gracias, Mamá María!

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REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-21

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”.

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir con la pandemia del COVID-19, oremos todos como Iglesia al Padre Misericordioso y digamos junto con María, hágase, haciendo todo lo que nos corresponda, y abandonándonos a la Voluntad del Padre con la certeza de que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es Su voluntad.

¡Gracias, Mamá María!

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-20

“María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”.

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir con la pandemia del COVID-19, oremos todos como Iglesia al Padre Misericordioso y digamos junto con María, hágase, haciendo todo lo que nos corresponda, y abandonándonos a la Voluntad del Padre con la certeza de que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es Su voluntad.

¡Gracias, Mamá María!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 19-12-19, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas cinco días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA 23-04-19

Como habíamos adelantado ayer, los pasajes evangélicos que vamos a contemplar durante la Octava de Pascua nos narran las apariciones de Jesús a sus discípulos luego de su gloriosa resurrección.

Hoy la liturgia nos presenta la versión de Juan de la aparición de Jesús a María Magdalena (Jn 20,11-18). En los versículos anteriores María había encontrado que la piedra que cubría el sepulcro había sido removida, había ido a avisarles a Pedro y a Juan, estos habían llegado y habían encontrado el sepulcro vacío. Al regresarse a casa los discípulos, María se quedó llorando junto al sepulcro.

Al asomarse al sepulcro vio dos ángeles en donde había estado el cuerpo del Señor. “Ellos le preguntan: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’ Ella les contesta: ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto’”. Vemos que el llanto de María se ve acentuado por la ausencia del cadáver. Ya no solo llora por la muerte de Jesús, sino porque no sabe dónde está su cadáver. No podría sentirse más “abandonada”.

Jesús lo había adelantado: “Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar;… Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20). Y esa Palabra no se hizo esperar. Estando María ahogada en llanto se le presenta Jesús y le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Pero María no lo reconoce (Jesús estaba con su cuerpo glorificado) y le confunde con el jardinero, diciéndole que si él se ha llevado el cadáver que le diga dónde está para ir a recogerlo. Un acto de misericordia y caridad.

Hasta este momento toda la conversación, tanto con los ángeles como con Jesús, ha trascurrido en un plano impersonal, se le ha llamado por el apelativo de “mujer”, tal vez reflejo del vacío y la tristeza que ella experimentaba en su corazón. Ese mismo vacío que sintió María Magdalena, lo sentimos nosotros en nuestros corazones cuando estamos en pecado. En ese momento nuestra alma está tan vacía como lo estuvo aquel sepulcro hace casi dos mil años. Jesús no está y no lo podemos encontrar…

Pero todo cambia cuando Jesús se le revela y la llama por su nombre: “¡María!” En ese momento se le abren los ojos del alma, y su vacío y tristeza se convierten en gozo, y reconoce a Jesús: “¡Rabboni!”. Trato de imaginar lo que María debe haber sentido en ese momento. Sentiría que su pecho iba a estallar; no encontraría palabras para expresar su alegría, por eso trata de abrazarlo y Jesús no se lo permite: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre”. Y le envía a dar la buena noticia a sus hermanos.

Del mismo modo, cuando nuestra alma está vacía por causa del pecado, cuando no encontramos a Jesús dentro de nosotros o, como María, lo vemos pero no le reconocemos, si nos arrepentimos de corazón y lloramos nuestra culpa, Jesús nos llamará por nuestro propio nombre. Y entonces se nos abrirán los ojos del alma y le reconoceremos. Pero a diferencia de María, quien no pudo abrazar al Resucitado porque todavía no había subido al Padre, nosotros sí podemos fundirnos con Él en el abrazo más amoroso imaginable. Y saldremos con júbilo a decir a nuestros hermanos: ¡Él vive!

REFLEXIÓN PARA EL 18-12-18, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

La primera lectura de hoy (Jr 23,5-8), nos muestra cómo la liturgia de Adviento continúa presentándonos la estirpe de David como aquella de la cual se ha de suscitar el Mesías esperado por el pueblo.

La lectura evangélica (Mt 1,18-24) nos presenta un pasaje que de primera instancia puede parecer un tanto desconcertante. José se entera que María, con quien estaba desposada, estaba embarazada, ante lo cual él opta por repudiarla en secreto. Nos dice la lectura que apenas había tomado esa decisión, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

José le dio su nombre al Niño convirtiéndose en su padre legal, asegurando de ese modo que perteneciera a la estirpe de David. Ese era el papel que Dios tenía dispuesto para José. Muchos se han preguntado el porqué de la vacilación de José, y su decisión de repudiar a su esposa, a pesar de que el mismo pasaje nos dice de entrada que José era un“hombre justo”. También se ha cuestionado cómo es posible que María le ocultara a José el origen divino de su embarazo. Sobre este punto los exégetas han adelantado múltiples explicaciones. Una de las más lógicas (y hermosas) es la contenida en el siguiente comentario de san Bernardo, citando a san Efrén:

“¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de los Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí porqué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?”.

Durante este tiempo de Adviento, escuchemos el llamado del ángel, y acerquémonos sin temor a María como lo quiere su Hijo.

REFLEXIÓN PARA EL 19 DE DICIEMBRE DE 2016, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas seis días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 18-12-15

Adviento cuna

Continuamos en esta tercera semana de Adviento con el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para hoy (Jr 23,5-8) continúa con el anuncio profético del Mesías que ha de venir a liberar a su pueblo y restaurar el derecho y la justicia. Si examinamos la historia de la monarquía judía, encontramos que los reyes no cumplieron su misión y se apartaron de la Alianza. Por eso Yahvé, desde el mismo momento de la caída (Gn 3,15), había decidido que Él mismo se haría cargo de su pueblo a través de un Mesías. Fiel a todas las profecías mesiánicas, la lectura de hoy anuncia al pueblo que ese rey nacerá de la estirpe de David. “Suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.

El Evangelio (Mt 1,18-24), por su parte, nos presenta la versión de Mateo del Anuncio del ángel, que en este caso, fiel a la cultura judía, se le hace a José, a quien también se le encomienda el ponerle el nombre al niño (“tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”), función reservada al padre en esa cultura (comparar con Lc 1,30-31).

Mateo, fiel a su propósito de probar que Jesús es el Mesías prometido, en quien se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento, añade al final de este pasaje: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: ‘Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros»’” (Cfr. Is 7,14).

En este pasaje vemos la actitud de José, quien ante la preñez inexplicable de su desposada, con quien no ha tenido relaciones, decide repudiarla en secreto. Pero se le aparece en sueños un ángel que le anuncia que el hijo que espera su mujer es fruto del Espíritu Santo y será el que “salvará a su pueblo de los pecados”. El ángel le pide que se la lleve a su casa y José así lo hace. Por el saludo del ángel: “Hijo de David”, título que el ángel no utilizará en sus demás apariciones a José, él entendió que se trataba del Mesías anhelado y que era necesario que él asumiera la paternidad legal del niño para que se cumpliese la profecía de que el Mesías nacería de la estirpe de David. Es como si Dios le hubiese dicho: “Mira, José (a mí me gusta pensar que Dios nos habla así, con la confianza de un amigo), este Niño que tu esposa va a tener, es mi Hijo, y yo necesito que tú asumas su paternidad legal, para darle un nombre y que sea ‘Hijo de David’ igual que tú”. Y José, un hombre respetuoso de la voluntad de Dios, la aceptó y asumió el papel que Dios le había encomendado: introducir a Jesús en el linaje de David. Ayer decíamos que es Dios quien elige. José lo entendió.

Dios quiere nuestra salvación, quiere hacerse uno con nosotros, pero no puede hacerlo sin nuestra cooperación. Como nos dice San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Y tú, ¿estás dispuesto a asumir el papel que Dios te ha encomendado para tu salvación y la de los tuyos?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 19-12-13

Isabel - Juan Bautista

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Estamos escasamente a una semana del nacimiento de Jesús y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia va aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre.