TODAVÍA ESTÁS A TIEMPO…

María en los Evangelios Apócrifos y el Corán

Todavía estás a tiempo para matricularte en el curso de MARIOLOGÍA que comienza mañana miércoles, 22 de enero, en las facilidades de la Academia Nuestra Señora del Carmen de Carolina.

El curso se ofrecerá todos los miércoles de 7:00 a 9:00 PM hasta el 7 de mayo de 2014.

Uno de los muchos temas interesantes que trataremos será “María en los Evangelios Apócrifos y el Corán”.

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REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. 22-01-04

Extiende el brazo

La lectura evangélica de hoy (Mc 3,1-6) nos presenta la culminación del conflicto entre Jesús y los fariseos; entre la ley y el amor, que vimos en el pasaje que leímos ayer. La lectura nos muestra a Jesús una vez más entrando en la sinagoga, en donde se encontró un hombre con un brazo paralizado. Ya los fariseos habían visto actuar a Jesús y estaban “al acecho” para ver si curaba en sábado, para acusarlo. De nuevo la observancia estricta del sábado. El judaísmo a ultranza. La letra de la ley por encima de todo.

Jesús, que conoce los pensamientos de los fariseos, decide dramatizar su enseñanza, y hace al hombre ponerse en medio de todos. Entonces les pregunta a los fariseos: “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?”. Silencio total. Una pregunta tan bien formulada, que la única contestación correcta daría la razón a Jesús.

A renglón seguido tenemos otra instancia en la que Marcos acentúa la dimensión humana de Jesús. Ya en otra ocasión habíamos señalado que Marcos habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús. Nos dice que Jesús, “echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: ‘Extiende el brazo’”. Y el hombre quedó curado de inmediato y extendió el brazo. Algunas versiones pretenden suavizar este pasaje diciendo que Jesús los miró con “indignación”. Pero la palabra griega utilizada por Marcos es οργης, que literalmente quiere decir “ira”. Jesús estaba enfadado, molesto, indignado ante estas personas obstinadas en su interpretación estricta de la ley, capaces de cruzarse de brazos ante la necesidad, incluso ante el peligro de muerte de su prójimo, con la excusa de no violar el “sábado”.

Jesús había puesto en evidencia a los fariseos, los había hecho quedar mal delante de todos en la sinagoga. Había herido su orgullo. Por ello, “en cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él”. El relato evangélico apenas comienza, y ya la suerte de Jesús está echada.

La ley constituye un valor, es necesaria, no hay duda. Pero, ¿constituye el valor supremo, o tiene que estar supeditada al bien del hombre y la gloria de Dios? En la lectura de ayer Jesús nos decía que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Y más aún, que “el Hijo del hombre es señor también del sábado”. Como nota curiosa, las últimas palabras del Código de Derecho Canónico (can. 1752) leen: “teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”. En otras palabras, al interpretar la ley, no podemos perder de vista el propósito primordial de las mismas: la salvación de las almas.

Desafortunadamente, el “fariseísmo” está vivo. A diario vemos cómo, aún en medio de nuestras comunidades de fe, se “utiliza” la letra estricta de la ley para perjudicar a uno de nuestros hermanos, aún a sabiendas de que hay unas circunstancias subyacentes que moverían la misericordia de Jesús. Ante esa situación, ¿qué bando vas a tomar? Seamos hijos de la luz…

CURSO DE MARIOLOGÍA – ISTEPA

Queridos hermanos y hermanas en Jesús y María:

Para informarles que mañana miércoles, 22 de enero, comenzaremos a impartir un curso de Mariología a través del Instituto Superior de Teología y Pastoral de la Arquidiócesis de San Juan, en las facilidades de la Academia Nuestra Señora del Carmen de Carolina.

El curso se ofrecerá todos los miércoles de 7:00 a 9:00 PM hasta el 7 de mayo de 2014.

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REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. 21-01-14

samuel-unge-david La primera lectura de hoy, tomada del primer libro de Samuel (16,1-13), nos narra la unción de David por parte de Samuel. En los pasados días la liturgia nos ha narrado cómo, a petición del pueblo, Samuel había ungido a Saúl como su primer rey. Pero Yahvé lo rechazó, e instruyó a Samuel a ir a Belén y visitar a Jesé “porque entre sus hijos me he elegido un rey”, que sería aquél que Él le señalara. Las palabras de Yahvé a Samuel nos prefiguran la enseñanza del Mesías que nacería de ese linaje: “Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”.

Habiendo tenido ante sí todos los hijos de Jesé, excepto el más pequeño, sin que Yahvé hubiese escogido, hizo traer ante sí este último. Tan pronto entró David, el Señor dijo a Samuel: “Anda, úngelo, porque es éste”. Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Este episodio tan sencillo marca el comienzo de la dinastía davídica, de la cual nacería Jesús el Cristo (Cfr. Is 11,1; Mt 1,1-17; Lc 1,32).

La lectura evangélica (Mc 2,23-28) nos muestra a Jesús, un sábado, atravesando un campo con sus discípulos, quienes arrancaban espigas mientras caminaban, para comerse los granos. Éste último detalle no surge explícitamente de la lectura, pero el evangelio paralelo de Mateo (12,1-8), dice que los discípulos “desgranaban” las espigas para comerse los granos porque “tenían hambre”.

Los fariseos que observaban la escena les critican severamente: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?” Al decir eso se referían a la prohibición contenida en Ex 20,8-11 que ellos interpretaban de manera estricta, considerando una transgresión lo que los discípulos hacían. Los fariseos pretenden utilizar las escrituras para condenar a Jesús, pero Jesús les riposta citando el pasaje en el que el mismo rey David hizo algo prohibido al tomar los panes consagrados del templo para saciar el hambre de sus hombres (1 Sam 21,2-7).

La observancia estricta del sábado, la circuncisión, la pureza ritual, fueron fomentadas durante el destierro en Babilonia, para, entre otras cosas, distinguir al pueblo judío de todos los demás. Esto dio margen al nacimiento del llamado “judaísmo”. Estas prácticas llegaron al extremo de controlar todos los aspectos de la vida de los judíos. La observancia de la Ley, por la ley misma, por encima de los hombres. Es por eso que Jesús dice: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. El amor, la misericordia, están por encima de la Ley. Jesús es Dios, es el Amor. Por tanto, termina diciendo Jesús que “el Hijo del hombre es señor también del sábado”.

Dar cumplimiento a la ley no es suficiente (la palabra cumplimiento está compuesta por dos: “cumplo” y “miento”). Estamos llamados a ir más allá. Si aceptamos que Jesús es el dueño del sábado, y que Él nos invita a seguirle (como lo hicieron los discípulos en la lectura), no podemos permitir que la observancia de una conducta exterior impida ese seguimiento, porque “Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. 20-01-14

vino nuevo odres nuevos

Junto con el anuncio, Jesús recalca la novedad de su mensaje, que había resumido en el sermón de la montaña, recogido en el capítulo 5 de Mateo. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17). Por tanto, hay que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley del Amor. Es una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo de que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24). En fin, se trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios y con nuestro prójimo. No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado.

Este anuncio está implícito en la utilización por parte de Jesús de la figura del “novio” cuando los fariseos le cuestionan por qué sus discípulos no ayunan. De su contestación se desprende que sus discípulos no ayunan porque no tienen nada que esperar, ya que los tiempos mesiánicos han llegado, no tienen que hacer penitencia para la llegada de un Mesías que ellos ya le han encontrado.

Por eso Jesús nos dice que no se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan. Este simbolismo del “vino nuevo” junto con la figura del “novio” lo vemos también en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la novedad de su mensaje.

El problema es que nosotros muchas veces pretendemos aplicar nuestros propios criterios, nuestros viejos paradigmas al mensaje de Jesús, seguirle “a nuestra manera”, sin comprometernos. Queremos abrazarle, recibirle, pero no estamos dispuestos a vivir en forma radical la ley del Amor, no estamos dispuestos a amar y perdonar a todos, especialmente a los que más nos han herido, no estamos dispuestos a abrazar la cruz… “Si alguien quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Uf, ¡qué difícil!

Hoy, pidámosle al Padre que nos ayude a despojarnos de los “odres viejos”, y que nos dé “odres nuevos” para recibir y retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.

Que pasen todos una hermosa  semana, y no olviden visitar la Casa del Padre al menos una vez a la semana y, de ser posible, más de una vez. De paso, dejen sus “odres viejos” a la entrada del templo, y acepten el “odre nuevo” que allí se les ofrece… ¡Es gratis!

REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (A) 19-01-14

id a todo el mundo

Como primera lectura para este Segundo domingo del Tiempo Ordinario la liturgia nos presenta un fragmento del segundo “cántico del Siervo de Yahvé” (Is 49,3-6). Este cántico, que forma parte del “Segundo Isaías”, o libro de la consolación, que comprende los capítulos 40 al 55 del libro de Isaías, pretende consolar al pueblo de Israel durante el destierro en Babilonia, dándole esperanza de una restauración que vendrá de manos del Siervo que describe: “‘Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso’. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: ‘Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra’”.

El versículo inmediatamente anterior (v.2) nos propone dos comparaciones que nos describen a ese Siervo: “Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó”. Se refiere a la Palabra que saldrá de su boca, que será viva y eficaz, “más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4, 12-13).

Y la lectura que contemplamos hoy nos describe la misión que Dios le encomienda al Siervo: reunir a Israel y, más aún, hacerle “luz de las naciones” para que Su salvación “alcance hasta el confín de la tierra”. Ese Siervo es Jesús, a quien el anciano Simeón reconoce cuando sus padres le llevan a presentar al Templo como la “luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,32).

Jesús es el Siervo de Yahvé que había sido prefigurado por el profeta Isaías. La luz para alumbrar a todas las naciones, el que con su muerte habría de reunir a los dispersos y traer la salvación a todos, “a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”, como nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (1 Cor 1-3).

Es aquel de quien Juan da testimonio en la lectura evangélica de hoy (Jn 1,29-34) diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él” (Cfr. Is 11,2). Jesús nunca salió de Palestina, pero nos dejó su Palabra, el anuncio de la Buena Noticia del Reino, encomendándonos una misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

Al igual que al Siervo, Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros desde el vientre materno, encomendándonos una misión: Ser testigos de Jesucristo. Y para cumplir esa misión nos dejó su Santo Espíritu, a quien no debemos vacilar en invocar. Hoy, pidamos al Señor que su Espíritu descienda sobre nosotros para que demos testimonio de su Hijo, sobre todo con nuestro modo de vida, que es el mejor y más creíble testimonio que podemos brindar.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 18-01-14

Jesus comiendo

El relato evangélico que nos trae la liturgia para hoy (Mc 2,13-17) podríamos dividirlo en tres partes. Comienza con la repetición por parte de Marcos de algo que es como una constante en su evangelio. La gente se acercaba a Jesús, y Él “les enseñaba”. El anuncio del Reino.

Inmediatamente, sin preámbulos, nos narra la vocación de Leví (Mateo) en dos oraciones cortas: “Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»  Se levantó y lo siguió”. De nuevo esa mirada penetrante, imposible de resistir, acompañada de una sola palabra: “Sígueme”. Mateo fue el quinto discípulo reclutado por Jesús. Sigue conformando su “equipo de trabajo”. Esta vez escoge a un publicano (recaudador de impuestos). En cada ciudad había al menos un recaudador de impuestos, flanqueado por guardias armados. Trato de imaginarme la escena. Mateo trabajando, cuadrando sus cuentas. De momento siente esta “presencia” ante él, y una voz que le habla. Al escuchar el llamado de Jesús, Leví se levantó y dejó la mesa con todos los libros en que llevaba cuenta de los impuestos recaudados, y el dinero, para seguirle. Así es el llamado de Jesús. Te pregunto: Y tú, ¿has sentido el llamado de Jesús para seguirle?

Debes tener presente que si decides seguirlo Él siempre va a salir en tu defensa; nunca te va a dejar solo. Eso lo vemos en este relato, cuando nos dice que tan pronto Leví se levantó de la mesa para seguirle, Jesús se fue a la casa de éste y se sentó a la mesa con un grupo de publicanos y pecadores: “Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos”. Unos escribas y fariseos que le vieron, se escandalizaron y dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”.

Los escribas y fariseos no le hablaron a Jesús, se dirigieron a los discípulos con el propósito aparente de desanimarlos y criticar a Jesús, o al menos hacerle desmerecer ante sus ojos. Jesús no se hizo esperar, y salió de inmediato en defensa de estos: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Jesús aprovechó la oportunidad, no solo para defender a sus discípulos, sino para enseñarles.

Jesús nos ama tal y como somos; santos y pecadores. Lo único que Él quiere es nuestra salvación, y va a hacer todo lo que esté a su alcance para salvarnos. Él no juzga a los que se le acercan, los trata a todos con la misma compasión y misericordia, con el mismo amor.

Somos pecadores, pero eso no debe ser obstáculo para que nos acerquemos a Él. Si le invitamos a nuestra mesa Él se sentará con nosotros, y nos invitará a la suya (constantemente nos invita al banquete eucarístico). Eso nos hace preguntarnos: Yo, ¿juzgo a los que se me acercan, o soy comprensivo y tolerante con ellos? Gracias, Señor por aceptarme como soy, con todos mis defectos y debilidades. Ayúdame igualmente a no juzgar a mi prójimo y mostrarme comprensivo y tolerante con ellos, para que vean tu infinito amor y misericordia reflejados en mí.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (A) 17-01-14

tus_pecados_son_perdonados

La lectura evangélica (Mc 2,1-12) que nos brinda la liturgia para hoy nos presenta la continuación de la misión de Jesús. Ya Él había ganado fama por los prodigios que estaba obrando, y donde quiera que fuera la gente se le acercaba para que les curara a ellos o a sus seres queridos.

En el pasaje de hoy encontramos a Jesús regresando a Cafarnaún. Tan pronto llegó a la casa y se corrió la voz, llegó tanta gente que no cabían en el lugar. “Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta”. La escritura hace énfasis en que Jesús “les proponía la palabra”. El anuncio del Reino. El tema central de la predicación de Jesús.

Estando allí llegaron unos hombres que traían a un amigo paralítico para que Jesús lo curara. “Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico”. Ellos creían en el poder sanador de Jesús. Y esa fe les hizo actuar de conformidad con esa creencia.

Este pasaje nos lleva a una cuestión fundamental de la fe. Aunque muchas veces usemos los términos indistintamente, una cosa es creer y otra tener fe. Son dos cosas distintas.

Yo puedo creer, pero si no actúo de conformidad con lo que creo, no tengo fe. La fe es la que me hace actuar, y esa actuación es la que hace que el poder de Dios se manifieste. La fe es el “gatillo” que dispara el poder de Dios. Si yo no actúo conforme a lo que creo nunca veré el poder de Dios. Por eso la fe es algo que “se ve”, como lo fue la de aquellos que llevaron su amigo ante Jesús para que éste le curara. Ellos creían, y actuaron conforme a lo que creían. No se limitaron a creer que Jesús podía curar a su amigo; actuaron acorde a dicha creencia. Tan seguros estaban que llegaron al extremo de treparlo al techo, hacer un boquete en el techo, y descolgarlo hasta enfrente de Jesús. Es de notar que la escritura nos dice que “Viendo Jesús la fe que tenían”, primero dice al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”, y más adelante: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”.

La frase clave es “VIENDO Jesús la fe que tenían”. De nada nos sirve creer en Dios si esa creencia no se convierte en un acto que demuestre lo que creemos. Si nos limitamos a “creer” y nos cruzamos de brazos, nunca veremos manifestarse la gloria de Dios. Un ejemplo lo tenemos en Zacarías, el padre de Juan en Bautista. Cuando Dios le dejó saber que su esposa concebiría y daría a luz un hijo a pesar de su esterilidad y avanzada edad, si él se hubiese cruzado de brazos y no se hubiese juntado con su esposa Isabel, esta no habría concebido y dado a luz.

Señor que mi fe se “vea”, de manera que todo el que se acerque a mí, vea la manifestación de tu poder y crea. Por Jesucristo nuestro Señor.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 15-01-14

Curacion de la suegra de Pedro

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 1,29-39) es la continuación de la leíamos ayer, en la que Jesús curó a un endemoniado. Entre ambas, nos narran un día completo en la vida de Jesús.

Hoy encontramos a Jesús que sale de la sinagoga y se dirige a casa de Pedro. El que ha tenido la oportunidad de visitar Cafarnaúm sabe que la casa de Pedro no dista mucho de la sinagoga, al punto que de una se ve la otra.

Al llegar a la casa de Pedro, Jesús encuentra a la suegra de Pedro enferma con fiebre. Inmediatamente la cura y ella sin dilación se pone a servirles. Jesús continúa manifestando su poder sobre la enfermedad, pero sobre todo su compasión y misericordia infinitas. Vemos cómo la suegra de Pedro se pone a servirles tan pronto es curada. Un reflejo de la actitud fundamental de Jesús, que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28). Un reflejo de lo que debería ser nuestra actitud (Cfr. Gál 2,20) para con nuestro prójimo.

Tan pronto se enteró la gente que Jesús estaba allí, comenzaron a traerle enfermos y endemoniados y Él los cura a todos, liberándolos de sus dolencias físicas y de sus demonios. Esa es la misión de Jesús, junto al anuncio de la Buena Noticia del Reino. Y hoy Jesús continúa curando nuestras dolencias y deshaciendo toda clase de obstáculos e impedimentos a nuestra salvación; esos “demonios” que nos alejan de Él. Tan solo tenemos que acercarnos a Él.

Finalizada la jornada, de madrugada, hizo lo que tantas veces lo vemos hacer en los evangelios: “se marchó al descampado y se puso a orar”. Ese diálogo constante de Jesús con el Padre que caracteriza toda su misión. Jesús vivió en un ambiente de oración. Así, a manera de ejemplo, comenzó su vida pública con una oración en su bautismo (Lc 3,22). Del mismo modo culminó su obra redentora, en la última cena, pronunciando una oración de acción de gracias sobre las especies eucarísticas (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-30, 1 Co 11,23-25). Más adelante, se retiró al huerto de Getsemaní a solas a orar (Mt 26,36-44).

Podemos decir que la actividad salvadora de Jesús se “alimentaba” constantemente del diálogo amoroso con su Padre. Igualmente, antes de tomar cualquier decisión importante, como cuando fue a elegir a los “doce”, pasó toda la noche en oración (Lc 6,12). Son tantas las instancias en que Jesús oraba, que sería imposible enumerarlas todas, incluyendo al realizar muchos de sus milagros.

Con el ejemplo del pasaje de hoy, Jesús nos está enseñando que podemos y debemos conjugar la oración con nuestro trabajo. Él siempre, aún en los días de más actividad como el que nos narra la lectura de hoy, sacaba tiempo para hablar con el Padre. “Fabricaba” el tiempo, aún a costa de sacrificar el sueño (“se levantó de madrugada”). Me recuerda a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, que pasaba las noches en vela orando después de una larga jornada de predicación. Y nosotros, ¿le dedicamos al Padre el tiempo que Él merece?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 14-01-14

Cierra la boca y sal

La primera lectura para hoy (S 1,9-20) es continuación de la de ayer, y nos presenta la oración de Ana, madre de Samuel, quien le pedía un hijo al Señor, y cómo Dios escuchó su oración: “Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel”.

Como Salmo (1S 2,1.4-5.6-7.8abcd), la liturgia nos presenta el “cántico de Ana”, que ésta entona luego del nacimiento de Samuel, y guarda un paralelismo asombroso con el Magníficat que la Virgen María proclama al escuchar de labios de su prima Isabel decir: “¡Feliz la ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Les invito a leer con detenimiento este hermoso cántico de Ana:

“Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria”.

El mensaje es claro: Aquél que pone su confianza en el Señor, el que “ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”, verá la Gloria de Dios manifestarse en su vida. Así lo vivió Ana. María lo llevó un paso más allá. Ana tuvo que unirse a su esposo Elcaná para concebir, como otras tantas mujeres estériles que nos presentan las Sagradas Escrituras quienes concibieron gracias a la intervención divina (para Dios nada es imposible). En el caso de María, la llena de gracia, la concepción y nacimiento de Jesús representan la culminación: nacido de una mujer virgen, un regalo absoluto de Dios.

La lectura evangélica Mc 1,21-28) nos presenta a ese hijo, Jesús, en pleno ministerio “enseñando” en la sinagoga de Cafarnaún, en donde todos se quedaban asombrados, especialmente porque “porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Él está consciente de que los profetas y la Ley adquieren plenitud en su persona y su mensaje (Cfr. Mt 5,17). Él es el hijo a quien el Padre ha entregado todo (Mt 11,27). Por eso tiene autoridad para expulsar demonios, como de hecho lo hace en la lectura de hoy. Los propios demonios así lo reconocen: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.

Ana concibió a pesar de su esterilidad y María concibió siendo virgen porque creyeron. Jesús prometió a “los que crean”, el poder de expulsar demonios (Cfr. Mc 16,17). “En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14,12). Y no se trata necesariamente de exorcismos espectaculares. ¿Cuántos demonios tienes? Odios, resentimientos, vagancia, tibieza… Todos huyen cuando permites que Jesús haga morada en tu corazón. ¡Piénsalo!