REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA 06-05-14

Esteban martirio

Continuamos nuestra ruta Pascual en la liturgia. Como primera lectura (Hc 7,51-8,1a) retomamos la historia de Esteban. San Esteban, diácono, se había convertido en un predicador fogoso, lleno del Espíritu Santo, que le daba palabra y valentía para enfrentar a sus perseguidores. Hoy se nos presenta su testimonio final del martirio.

Esteban continuó denunciando a sus interlocutores y acusándolos de no haber reconocido al Mesías y de haberle dado muerte. Esto enfureció tanto a los ancianos y escribas que decidieron darle muerte. La Escritura nos dice que antes de que lo asesinaran Esteban “lleno de Espíritu Santo” tuvo una visión: “vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios”. Fue como si el Señor quisiera confirmarle que su fe era fundada. ¡Jesús vive!, el Resucitado está ya en la Gloria a la derecha del Padre, y justo antes de entregar su vida por esa verdad, le fue revelada por parte del Padre.

Aquí Lucas nos presenta un paralelismo entre la muerte de Esteban y la de Jesús. Ambos fueron llevados ante el Sanedrín y acusados con falsos testimonios, ambos son ajusticiados fuera de la ciudad, y ambos encomiendan su espíritu a Dios y piden perdón para sus victimarios: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”… “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”.

Siempre que leo este pasaje la pregunta es obligada. Enfrentado con la misma situación, ¿actuaría yo con la misma valentía que Esteban? Estamos celebrando la Pascua en la que se nos invita a creer que Jesús resucitó, más no solo como un hecho histórico o algo teórico, sino que estamos llamados a “vivir” esa misma Pascua, a imitar a Cristo, quien nos amó hasta el extremo, al punto de dar su vida por nosotros.

Cuando tomamos el paso y damos el “sí” definitivo a Jesús y a su Evangelio, vamos a enfrentar dificultades, pruebas, persecuciones, burlas… Nuestras palabras van a resultar “incómodas” para mucha gente, y la reacción no se hará esperar. Y cuando no encuentren argumentos para rebatirnos, recurrirán a la calumnia y los falsos testigos. Con toda probabilidad nunca nos veamos obligados a ofrendar nuestras vidas, pero nos encontraremos en situaciones que nos harán preguntarnos si vale la pena seguir adelante. Es en esos momentos debemos recordar el ejemplo del diácono Esteban.

La lectura evangélica es continuación de la de ayer y sigue presentándonos el “discurso del pan de vida” del capítulo 6 de Juan (6,30-35). La conversación entre Jesús y la multitud que había alimentado en la multiplicación, gira en torno a la diferencia entre el pan que Moisés “dio” al pueblo en el desierto y el pan de Dios, “que es el que baja del cielo y da vida al mundo” (Cfr. Sal 77,24). Cuando la multitud, cautivada por esa promesa le dice: “Señor, danos siempre de este pan”, Jesús responde con uno de los siete “Yo soy” que encontramos en el relato de Juan: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

Nuestra fe Pascual nos permite reconocer a Jesús, glorioso y resucitado, como el “pan de vida” que se nos da a Sí mismo en las especies eucarísticas, y que es el único capaz de saciar todas nuestras hambres, especialmente el hambre de esa vida eterna que podemos comenzar a disfrutar desde ahora si nos unimos a Él en la Eucaristía, “el pan que baja del cielo y da vida al mundo”.

REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA 27-04-14

reconcilacion

Hoy celebramos el segundo domingo de Pascua, último día de la Octava de Pascua, también conocido como domingo de la Divina Misericordia.

La primera lectura (Hc 2,42-47) nos narra el culto celebrativo de las primeras comunidades cristianas, centrado en la eucaristía (la “fracción del pan”), que hace memorial del misterio pascual de Jesús.

La segunda lectura (1 Pe 1,3-9) es un canto de alabanza al Padre “que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”.

La lectura evangélica (Jn 20,19-31) nos presenta las primeras dos apariciones de Jesús a sus discípulos. La primera el mismo día de la Resurrección, encontrándose encerrados en la estancia superior, por temor a las autoridades judías, luego de que Pedro y Juan encontraran la tumba vacía. La segunda tiene lugar una semana después, pero esta vez los discípulos estaban fortalecidos por la presencia del Resucitado. Ahora la controversia giraba en torno a la incredulidad de Tomás.

Este pasaje, que es la conclusión del evangelio según san Juan, es sumamente denso y lleno de símbolos. Nos limitaremos a dos, comenzando con el segundo: la incredulidad de Tomás.

La pregunta obligada es: ¿Dónde estaba Tomás cuando el Señor se apareció a los discípulos por primera vez? De seguro estaba vagando, triste y desilusionado porque Jesús había muerto; había visto tronchados todos sus sueños. Se había separado del grupo. Por eso no tuvo la experiencia de Jesús resucitado; como nos pasa a nosotros cuando nos alejamos de la Iglesia. Cuando regresó se negaba a creer porque no le había visto. Pero esta vez no se alejó, se mantuvo en comunión con sus hermanos, se congregó, y entonces tuvo el encuentro con Jesús resucitado. Igual nos pasa a nosotros cuando regresamos a la Iglesia y nos congregamos para la celebración eucarística; los ojos de la fe nos permiten tener un encuentro con Jesús resucitado. Por eso en el rito de la consagración decimos, al igual que Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús concluye el pasaje diciendo: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Los discípulos tuvieron la dicha de ver a Jesús resucitado. Nosotros por fe creemos que Él se hace presente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, en las especies de pan y vino durante la celebración eucarística; presencia tan real como lo fue la aparición a los discípulos en aquél primer domingo de Resurrección. ¡Y por ello Jesús nos llama dichosos, bienaventurados!

El otro aspecto que hay que resaltar es la institución del Sacramento de la Reconciliación. Jesús conoce nuestra naturaleza pecadora y no quiso dejarnos huérfanos: “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’”. Es el “Tribunal de la Divina Misericordia”, la  manifestación más patente de la Misericordia Divina; llamado así porque es el único Tribunal en el cual uno, al declararse culpable, es absuelto.

Durante la Cuaresma y Semana Santa la Iglesia nos hizo un llamado a reconciliarnos. Si no lo hiciste entonces, recuerda que HOY es el domingo de la Divina Misericordia. ¡Anda, declárate culpable; te garantizo que saldrás absuelto!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES SANTO 17-04-14

Francisco-lavatorio de pies

La liturgia para el Jueves Santo es un verdadero festín. En la Misa Vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía (que quiere decir “acción de gracias”). Es el comienzo del Triduo Pascual. A pesar de estar tan cercanos a la Pasión, estamos de fiesta; por eso los ornamentos litúrgicos son blancos.

Las primeras lecturas tratan más directamente el tema de la Eucaristía, mientras el pasaje evangélico nos presenta un episodio relacionado: el lavatorio de los pies.

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (12,1-8.11-14), hace memoria del hecho liberador más importante en la historia del pueblo de Israel, su liberación de la esclavitud en Egipto. La primera Pascua, y la celebración de la primera cena pascual, signo de la Alianza entre Dios y su pueblo a través de la persona de Moisés. Ese hecho liberador se convirtió en “memorial” (zikkaron) para los judíos. Por eso, al celebrar la Pascua, cada judío se considera que él mismo (no sus antepasados) fue liberado de la esclavitud en Egipto.

La segunda lectura nos presenta la mejor narración de la institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo Testamento, curiosamente por alguien que no estuvo allí, pero que la recibió por la Tradición: el apóstol san Pablo (1 Cor 11,23-26). Esa institución se dio precisamente durante la cena de Pascua que Jesús compartía con sus discípulos. Y en medio de esa celebración, Jesús se ofrece a sí mismo como signo de la Alianza nueva y eterna, y al ofrecer el pan y el vino pronunciando la acción de gracias, instituye la cena como zikkaron (memorial) de su Pasión: “Haced esto en memoria mía”.

La lectura evangélica, tomada del evangelio según san Juan (13, 1-15), contiene una de las frases más hermosas y profundas del Nuevo Testamento, y que le da sentido al Triduo Pascual que estamos comenzando: “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Tanto nos amó que no quiso separarse de nosotros. Por el contrario, quiso quedarse con nosotros en todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo las especies eucarísticas de pan y vino. Nos amó hasta el extremo, nos amó con pasión…

Este pasaje nos narra, como dijimos, el lavatorio de pies, que ocurre justo antes de la cena pascual. Todos conocemos el episodio. Lo importante es lo que Jesús les dice al terminar de lavarles los pies: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

Él estaba a punto de marcharse, pero quería “sentar la tónica” del comportamiento que sus discípulos debían seguir. Podríamos desarrollar toda una catequesis sobre el significado de este gesto de Jesús, pero el Espíritu Santo nos ha regalado la persona del papa Francisco, quien encarna ese mensaje de humildad y servicio. Les invito una vez más a mirarlo e imitarlo. Nuestra Iglesia ha comenzado una nueva era, y nos ha tocado la gracia de ser testigos.

 

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. 17-02-14

Eucaristia “En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: “¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla” (Mc 8,11-13). Este corto pasaje que nos propone la liturgia para hoy lunes de la sexta semana del tiempo ordinario como lectura evangélica, nos invita a reflexionar sobre nuestra fe.

Aquellos se negaban a aceptar el anuncio de Reino de parte de Jesús porque les faltaba fe, que no es otra cosa que “la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Gál 11,1). Sabemos por los relatos evangélicos que Jesús era un maestro del debate. Imagino que cuando los fariseos se sintieron acorralados ante los argumentos contundentes de Jesús, en un intento de quedar bien delante de los que les escuchaban, decidieron ponerle a prueba exigiendo un signo del cielo. Un riesgo para ellos y una tentación para Jesús; la oportunidad de demostrar su poder, como cuando el demonio tentó a Jesús en el desierto luego de ayunar por cuarenta días: “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4,3). Pero Jesús no vino a demostrar su poder sino a servir, a dar su vida por la salvación de todos. Los milagros que hace son producto de su amor y misericordia infinitos, no para demostrar su poder.

Aun así, los que decidimos seguir al Señor y proclamar su Palabra, en ocasiones nos sentimos frustrados y quisiéramos que Dios mostrara su poder y su gloria a todos, para que hasta los más incrédulos tuvieran que creer, experimentar la conversión. Y es que se nos olvida la cruz… Si fuera asunto de signos, las legiones celestiales habrían intervenido para evitar su arresto y ejecución. El que vino a servir y no a ser servido no necesita más signo que su Palabra.

Hoy que tenemos la Palabra de Jesús, sus enseñanzas, y su Iglesia con los sacramentos que Él instituyó, tenemos que preguntarnos: ¿Es eso suficiente para creer, para moverme a una verdadera conversión, o me gustaría al menos un “milagrito” para afianzar esa “conversión”? ¿Acaso no basta el milagro que se efectúa sobre el altar cada vez que las especies eucarísticas se convierten en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús? ¡Ah!, pero para percibir ese milagro hace falta fe…

En ocasiones veo esos “televangelistas” con su espectáculo multitudinario en el cual los ciegos recuperan la vista, los tullidos caminan, los sordos recuperan la audición y el habla, etc., etc., y me pregunto: ¿Acaso los que presencian esos portentos creerían igual si no tuvieran esos “signos”? ¿La Buena Noticia del Reino necesita de “signos” visibles para ser creída? Esas personas creen creer porque “ven”… (Cfr. Jn 20,25). ¿Es eso fe?

A veces el verdadero milagro consiste en la felicidad que produce el saberse amado por Dios en medio de la enfermedad, del dolor, de las dificultades, de las pérdidas, y confiar en su promesa de Vida eterna.

Que pasen una hermosa semana…

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. 16-02-14

multiplicacion de los panes

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y  comparte su pan: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

Si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (“eu-caristein” en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás. Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, de practicar las obras de misericordia, de “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

El Papa Francisco responde a “razones” de quienes no quieren ir a Misa

pppapafeliz VATICANO, 12 Feb. 14 / 10:55 am (ACI/EWTN Noticias).- En su catequesis de la audiencia general realizada esta mañana en la Plaza de San Pedro ante unas 30 mil personas, el Papa Francisco respondió a una serie de preguntas sobre cómo vivir la Misa y respondió a diversos cuestionamientos de quienes no quieren asistir a la Eucaristía dominical.

“¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, que se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien o es algo más? Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto. Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien”.

El Santo Padre dijo que, en cuanto a la Misa, es fundamental saber que allí tenemos la gracia “de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta: ‘¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la Misa son pecadores como los demás?’. ¡Cuántas veces hemos oído esto!”

“En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a Misa!”

“¿Por qué vamos a Misa?”, cuestionó el Papa y respondió: “porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en su perdón. ¡Ese ‘confieso’, que decimos al principio no es algo ‘formal’, es un verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la Misa”.

“No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘la noche en que fue traicionado’. En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y el Señor nos reconciliará”.

Otro indicador de la vivencia de la Misa adecuadamente, dijo el Pontífice, es la capacidad de descubrir a los otros como hermanos a partir del amor a Jesús, para lugar compartir su Pasión y su Resurrección, especialmente con los más necesitados como aquellos que han sido afectados por la lluvia en los días recientes en los alrededores de Roma.

“Me pregunto, todos preguntémonos: yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos, que tienen este problema? ¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: ‘¿viste cómo iba vestida aquella, como iba vestido aquél?’…. A veces se hace esto después de la Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un problema”.

Un “último y valioso indicador” sobre la vivencia de la Misa es la relación entre la Eucaristía y las comunidades cristianas: “debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida”.

“Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida: esta coherencia entre liturgia y vida”.

Tomado de: http://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-francisco-responde-a-razones-de-quienes-no-quieren-ir-a-misa-55579/#.Uvu_naq9LCR

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. 08-02-14

ovejas sin pastor

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 18-01-14

Jesus comiendo

El relato evangélico que nos trae la liturgia para hoy (Mc 2,13-17) podríamos dividirlo en tres partes. Comienza con la repetición por parte de Marcos de algo que es como una constante en su evangelio. La gente se acercaba a Jesús, y Él “les enseñaba”. El anuncio del Reino.

Inmediatamente, sin preámbulos, nos narra la vocación de Leví (Mateo) en dos oraciones cortas: “Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»  Se levantó y lo siguió”. De nuevo esa mirada penetrante, imposible de resistir, acompañada de una sola palabra: “Sígueme”. Mateo fue el quinto discípulo reclutado por Jesús. Sigue conformando su “equipo de trabajo”. Esta vez escoge a un publicano (recaudador de impuestos). En cada ciudad había al menos un recaudador de impuestos, flanqueado por guardias armados. Trato de imaginarme la escena. Mateo trabajando, cuadrando sus cuentas. De momento siente esta “presencia” ante él, y una voz que le habla. Al escuchar el llamado de Jesús, Leví se levantó y dejó la mesa con todos los libros en que llevaba cuenta de los impuestos recaudados, y el dinero, para seguirle. Así es el llamado de Jesús. Te pregunto: Y tú, ¿has sentido el llamado de Jesús para seguirle?

Debes tener presente que si decides seguirlo Él siempre va a salir en tu defensa; nunca te va a dejar solo. Eso lo vemos en este relato, cuando nos dice que tan pronto Leví se levantó de la mesa para seguirle, Jesús se fue a la casa de éste y se sentó a la mesa con un grupo de publicanos y pecadores: “Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos”. Unos escribas y fariseos que le vieron, se escandalizaron y dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”.

Los escribas y fariseos no le hablaron a Jesús, se dirigieron a los discípulos con el propósito aparente de desanimarlos y criticar a Jesús, o al menos hacerle desmerecer ante sus ojos. Jesús no se hizo esperar, y salió de inmediato en defensa de estos: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Jesús aprovechó la oportunidad, no solo para defender a sus discípulos, sino para enseñarles.

Jesús nos ama tal y como somos; santos y pecadores. Lo único que Él quiere es nuestra salvación, y va a hacer todo lo que esté a su alcance para salvarnos. Él no juzga a los que se le acercan, los trata a todos con la misma compasión y misericordia, con el mismo amor.

Somos pecadores, pero eso no debe ser obstáculo para que nos acerquemos a Él. Si le invitamos a nuestra mesa Él se sentará con nosotros, y nos invitará a la suya (constantemente nos invita al banquete eucarístico). Eso nos hace preguntarnos: Yo, ¿juzgo a los que se me acercan, o soy comprensivo y tolerante con ellos? Gracias, Señor por aceptarme como soy, con todos mis defectos y debilidades. Ayúdame igualmente a no juzgar a mi prójimo y mostrarme comprensivo y tolerante con ellos, para que vean tu infinito amor y misericordia reflejados en mí.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DESPUÉS DE LA EPIFANÍA 07-01-14

multiplicacion de los panes

Juan continúa dominando la primera lectura de la liturgia para este tiempo. La primera lectura de hoy (1Jn 4,7-10), que parece un trabalenguas, es tal vez el mejor resumen de toda la enseñanza de Jesús: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados”.

El amor de Dios, y la identidad del Amor con Dios, es el tema principal de Juan; nunca se cansa de insistir. Pero en esta lectura va más allá; entrelaza el tema del amor con el misterio de la Encarnación, unida a la vida, muerte y resurrección de su Hijo. De ese modo el amor no se nos presenta como algo espiritual, ideal, sino como algo real, palpable, histórico, con contenido y consecuencias humanas.

“Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”, nos dice san Juan. Nuestro amor es producto del Amor de Dios, de haber “nacido de Dios”. Si permitimos que ese Amor haga morada en nosotros, no tenemos más remedio que amar; amar con un amor que participa de la naturaleza del Amor divino. Por eso amando al prójimo amamos a Dios y seguimos creciendo en el Amor. Es un círculo que no termina. Alguien ha dicho que el amor es el único don que mientras más lo repartes más te sobra.

Y eso es precisamente lo que vemos en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,34-44), el pasaje de la “primera multiplicación de los panes”. Un milagro producto de la gratuidad del amor. Al caer la tarde los discípulos le sugieren a Jesús que despida la gente para que cada cual resuelva sus necesidades de alimento. La reacción de Jesús no se hace esperar: “Dadles vosotros de comer”. Ya anteriormente Marcos nos había dicho que Jesús se había compadecido de la gente porque andaban “como ovejas sin pastor”, lo que le motivó a “enseñarles con calma”. Tenían hambre; no hambre material, sino hambre espiritual. Jesús se la había saciado con su Palabra. Ya el rebaño tiene Pastor. El Pastor tiene que procurar alimento para su rebaño. Llegó el momento del alimento, de la fracción del pan. “Dadles vosotros de comer”.

Vemos en esta perícopa evangélica una prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies eucarísticas.

Hoy, pidamos al Señor por los ministros de Su Iglesia, para que continúen pastoreando Su rebaño, y alimentándolos con el Pan de Su Palabra y el Pan de la Eucaristía.

JESÚS EUCARISTÍA

pesebre eucaristia

No olvidemos que el Niño Dios viene a nosotros continuamente y que podemos adorarle como lo hicieron los pastores, cada vez que participamos de la adoración eucarística en nuestros templos. Averigua los horarios de adoración en tu parroquia, o la capilla de adoración perpetua más cercana y disfruta de esa experiencia única. Una vez más, ¡Feliz Navidad!