El evangelio de hoy nos presenta la última de las parábolas del Reino que ocupan el capítulo 13 de san Mateo (13,47-53), la parábola de la red. Esta es otra de esas parábolas con “sabor” escatológico, Compara el Reino de los cielos con una red que saca toda clase de peces del mar, buenos y malos. Y nos dice que al final de los tiempos los ángeles harán con nosotros lo mismo que hacen los pescadores con los peces que atrapan en la red: “separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido”, seguido de esa frase que encontramos en Mateo y en Lucas: “Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. El rechinar de dientes es una frase tomada del Antiguo Testamento (Job16,9; Sal 35,16), que expresa odio y rabia, pero que unida al llanto expresa la desesperación y el dolor de los que quedarán excluidos de la salvación.
Esa imagen del Reino como una red en la que caben tanto los peces buenos como los malos, nos apunta también al hecho de que el Reino ya está aquí, que ha comenzado. La ventaja que tenemos es que el Pescador nos da la oportunidad de ser contados entre los “peces buenos”. Y de la misma manera que nos creó del barro (Gn 2,7), si nos entregamos a las manos del Alfarero, Él puede triturarnos y hacernos de nuevo, creaturas nuevas nacidas de la conversión, el “hombre nuevo” de que nos hablaba san Pablo (Cfr. Ef 4,24). Y seremos contados entre los elegidos (Cfr. Ap 7).
Precisamente la primera lectura de hoy, tomada del profeta Jeremías (18,1-6), nos presenta la figura del alfarero. Con esta figura Dios está diciéndole al profeta que de la misma manera que cuando el alfarero no está satisfecho con la vasija que ha hecho, lejos de desanimarse, hace una bola nueva con el mismo barro y comienza otra pieza con el mismo barro, Él hará lo mismo con el pueblo, Así actúa Dios con nosotros. Otra muestra de la infinita paciencia de Dios que nunca se cansa de esperar nuestra conversión.
En la celebración eucarística entonamos un cántico que dice “Yo quiero ser Señor amado, como el barro en manos del alfarero, toma mi vida hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo”.
Hoy tenemos que preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a entregarme en Sus manos para que Él me moldee en un “vaso nuevo” que sea de Su agrado?
“Señor, concédeme ser cada día más dócil a los impulsos de tus dedos divinos. Termina en mí tu creación”.