Hoy celebramos la memoria obligatoria (fiesta para nosotros los dominicos) de Nuestra Señora del Rosario, y nuestra Provincia Eclesiástica nos propone las lecturas propias de la celebración. Todas ensalzan la persona de María, especialmente en su dimensión orante.
Como primera lectura contemplamos Hc 1,12-14, que concluye con el colegio apostólico unidos en oración en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús. Como salmo se nos regala el hermoso cántico del Magníficat (Lc 1,46-55) y, para el evangelio, el pasaje de la Anunciación (Lc 1,26-38). ¡Un verdadero banquete mariano! Y todas las lecturas nos apuntan al papel protagónico de la Santísima Virgen María en la labor redentora de su hijo y en la historia de la salvación.
Estas lecturas son tan ricas que podríamos predicar un retiro espiritual sobre cada una de ellas.
Por el momento, nos limitaremos a señalar que la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, que fue instituida por el Papa dominico san Pío V el 7 de octubre, en el aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la Batalla naval de Lepanto (1571) atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario (originalmente se instituyó con el nombre de “Nuestra Señora de la Victoria”, y al año siguiente el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la la fiesta por Nuestra Señora del Rosario.
La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.
Según la tradición, la Madre de Dios, en persona, le enseñó a Santo Domingo de Guzmán a rezar el rosario en el año 1208 y le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la fe. Nuestro Padre Domingo de Guzmán había ido al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albingense.
Luego de varios intentos no muy exitosos en su afán de convertir a los albigenses, Domingo se sentía un tanto defraudado, mas no falto de fe. Para ese tiempo inició una orden religiosa para las mujeres jóvenes convertidas. Su convento se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen. Fue en esta capilla en donde Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando casi nada. Cuentan que mientras estaba en oración la Santísima Virgen se le apareció en la capilla. En su mano sostenía un rosario y le enseñó a Domingo a recitarlo. Dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias.
Domingo salió de allí lleno de celo, con el rosario en la mano. Efectivamente, lo predicó, y con gran éxito porque muchos albingenses volvieron a la fe católica.
Lamentablemente la situación entre albingenses y cristianos estaba además vinculada con la política, lo cual hizo que la cosa llegase a la guerra. Simón de Montfort, el dirigente del ejército cristiano y a la vez amigo de Domingo, hizo que éste enseñara a las tropas a rezar el rosario. Lo rezaron con gran devoción antes de su batalla más importante en Muret. De Montfort consideró que su victoria había sido un verdadero milagro y el resultado del rosario. Como signo de gratitud, De Montfort construyó la primera capilla a Nuestra Señora del Rosario.
Nuestra Señora del Rosario, ruega por nosotros.