En este vídeo compartimos con ustedes unas breves notas sobre el significado de la ceniza que se nos impone al comienzo de la cuaresma, así como el origen de esta práctica.
Continuamos adentrándonos en el tiempo fuerte
de la Cuaresma, ese tiempo de conversión en que se nos llama a practicar tres
formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna. Las lecturas que nos
presenta la liturgia para hoy tratan la práctica del ayuno.
La primera, tomada del libro del profeta
Isaías (58,1-9a), nos habla del verdadero ayuno que agrada al Señor. Comienza
denunciando la práctica “exterior” del ayuno por parte del pueblo de Dios;
aquél ayuno que podrá mortificar el cuerpo pero no está acompañado de, ni
provocado por, un cambio de actitud interior, la verdadera “conversión” de
corazón. El pueblo se queja de que Dios no presta atención al ayuno que
practica, a lo que Dios, por voz del profeta les responde: “¿Es ése el ayuno
que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?, inclinar la
cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno,
día agradable al Señor?”
No, el ayuno agradable a Dios, el que Él
desea, se manifiesta en el arrepentimiento y la conversión: “El ayuno que yo
quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los
cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con
el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no
cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida
te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria
del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá:
‘Aquí estoy’” (¿No les parece estar escuchando al Papa Francisco?).
De nada nos vale privarnos de alimento, o como
hacen algunos, privarse de bebidas alcohólicas durante la cuaresma, para luego
tomarse en una juerga todo lo que no se tomaron durante ese tiempo, diz que
para celebrar la Pascua de Resurrección, sin ningún vestigio de conversión. Eso
no deja de ser una caricatura del ayuno.
El Salmo que leemos hoy (50), el Miserere, pone de manifiesto el
sacrificio agradable a Dios: “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera
un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un
corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”. Ese es el sacrificio, el
“ayuno” agradable a Dios.
La lectura evangélica (Mt 9,14-15) nos
presenta el pasaje de los discípulos de Juan que criticaban a los de Jesús por
no observar rigurosamente el ayuno ritual (debemos recordar que según la
tradición, Juan el Bautista pertenecía al grupo de los esenios, quienes eran
más estrictos que los fariseos en cuanto a las prácticas rituales). Jesús les
contesta: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el
novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces
ayunarán”. “Boda”: ambiente de fiesta; “novio”: nos evoca el desposorio de Dios
con la humanidad, esa figura de Dios-esposo y pueblo-esposa que utiliza el
Antiguo Testamento para describir la relación entre Dios y su pueblo. Es
ocasión de fiesta, gozo, alegría, júbilo. Nos está diciendo que los tiempos
mesiánicos han llegado. No hay por qué ayunar, pues no se trata de ayunar por
ayunar.
Luego añade: “Llegará un día en que se lleven
al novio y entonces ayunarán”. Ayer leíamos el primer anuncio de su Pasión por
parte de Jesús en Lucas; hoy lo hacemos en Mateo. Nos hace mirar al final de la
Cuaresma, la culminación de su pacto de amor con la humanidad, su Misterio
Pascual.