REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 23 DE DICIEMBRE DE 2022 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Juan es su nombre” … Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 19 DE DICIEMBRE DE 2022, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas cinco días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 15-12-22

El rey David “danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahvé, ceñido de un efod de lino”.

Nietzsche dijo que sólo iba a creer en un Dios que pudiese bailar. Bailar es un signo de alegría, de gozo, de júbilo. El rey David “danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahvé, ceñido de un efod de lino” (2 Sam 6,14). El efod o ephod es un vestido sacerdotal usado por los judíos; una de las vestiduras sacerdotales del Antiguo Testamento.

El pasado domingo celebramos el “Domingo Gaudete (alégrate)”, una invitación a alegrarnos, porque el Señor viene.

Y en la primera lectura de hoy (Is 54,1-10), tomada del “segundo Isaías, o libro de la consolación, el profeta invita a su pueblo a hacer lo propio ante la promesa de Yahvé de que regresarían a su tierra y Jerusalén sería restaurada: “Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate” … Hay que gritar de júbilo, porque el Señor “cambió el luto en danzas” (Sal 29).

Estamos apenas a nueve (9) días de la Nochebuena, esa noche mágica en que nace nuestro Señor y Salvador; el Señor que era, que es, y que será; ese Señor que está vivo, que es la Vida, que nos da la Vida; que viene constantemente a nosotros, pero cuya venida celebramos especialmente en la Navidad. Y por eso nos regocijamos, y cantamos, y bailamos, y sentimos ese “cosquilleo”, ese “no-sé-qué” en todo nuestro ser.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, el Adviento tiene también una dimensión escatológica, del final de los tiempos, que nos invita a esperar con alegría esa segunda venida de Jesús, cuando regrese a cerrar la historia para que podamos disfrutar de su presencia por toda la eternidad (Ap 22,4-5).

Los evangelios, por su parte, nos muestran a un Jesús alegre, que disfruta la compañía de sus amigos en las fiestas (Jn 2,1-12; 12,2). Por eso nuestra Iglesia es alegre; alegría que solo puede venir del Amor; de sabernos amados incondicionalmente por un Padre siempre dispuesto a perdonarnos (cfr. Lc 15,11-32) que celebra una fiesta cuando nos tornamos a Él.

En la lectura evangélica de hoy (Lc 7,24-30), continuación de la de ayer, Jesús nos pregunta tres veces: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?”; “¿qué salisteis a ver?”; “¿qué salisteis a ver?”. Tal parece que estuviera preguntándonos cómo estamos viviendo nuestro Adviento. ¿Qué salimos a ver? ¿Las luces de colores? ¿Los arbolitos de navidad? ¿Los pesebres? ¿Las decoraciones navideñas de casas y comercios? ¿En serio creemos que vamos a encontrar allí a Jesús?…

Si salimos a ver esas cosas no vamos a encontrar a Jesús, al igual que aquellos que salieron a ver un hombre “vestido con ropas finas”, y lo único que vieron fue un hombre vestido con piel de camello (Juan el Bautista) y por eso no lo reconocieron.

Para encontrar a Jesús tenemos que liberarnos de las luces de colores, del consumismo que caracteriza la Navidad, y salir al encuentro de los pobres y humildes. Solo allí encontraremos ese Amor que llena nuestro corazón de regocijo, que nos hace exultar y alegrarnos. Entonces podremos decir (dar testimonio) a todo el que se cruce en nuestro camino lo que Andrés le dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).

¡De eso se trata el Adviento; de eso de trata la Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 23 DE DICIEMBRE DE 2021 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 16-12-21

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?”; “¿qué salisteis a ver?”; “¿qué salisteis a ver?”. 

Nietzsche dijo que sólo iba a creer en un Dios que pudiese bailar. Bailar es un signo de alegría, de gozo, de júbilo. El rey David “danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahvé, ceñido de un efod de lino (El efod o ephod es un vestido sacerdotal usado por los judíos; una de las vestiduras sacerdotales del Antiguo Testamento).” (2 Sam 6,14). El pasado domingo celebramos el “Domingo Gaudete (alégrate)”, una invitación a alegrarnos, porque el Señor viene.

Y en la primera lectura de hoy (Is 54,1-10), tomada del “segundo Isaías, o libro de la consolación, el profeta invita a su pueblo a hacer lo propio ante la promesa de Yahvé de que regresarían a su tierra y Jerusalén sería restaurada: “Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate”… Hay que gritar de júbilo, porque el Señor “cambió el luto en danzas” (Sal 29).

Estamos a escasos ocho (8) días de la Nochebuena, esa noche mágica en que nace nuestro Señor y Salvador; el Señor que era, que es, y que será; ese Señor que está vivo, que es la Vida, que nos da la Vida; que viene constantemente a nosotros, pero cuya venida celebramos especialmente en la Navidad. Y por eso nos regocijamos, y cantamos, y bailamos, y sentimos ese “cosquilleo”, ese “no-sé-qué” en todo nuestro ser.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, el Adviento tiene también una dimensión escatológica, del final de los tiempos, que nos invita a esperar con alegría esa segunda venida de Jesús, cuando regrese a cerrar la historia para que podamos disfrutar de su presencia por toda la eternidad (Ap 22,4-5).

Los evangelios, por su parte, nos muestran a un Jesús alegre, que disfruta la compañía de sus amigos en las fiestas (Jn 2,1-12; 12,2). Por eso nuestra Iglesia es alegre; alegría que solo puede venir del Amor; de sabernos amados incondicionalmente por un Padre siempre dispuesto a perdonarnos (cfr. Lc 15,11-32) que celebra una fiesta cuando nos tornamos a Él.

En la lectura evangélica de hoy (Lc 7,24-30), continuación de la de ayer, Jesús nos pregunta tres veces: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?”; “¿qué salisteis a ver?”; “¿qué salisteis a ver?”. Tal parece que estuviera preguntándonos cómo estamos viviendo nuestro Adviento. ¿Qué salimos a ver? ¿Las luces de colores? ¿Los arbolitos de navidad? ¿Los pesebres? ¿Las decoraciones navideñas de casas y comercios? ¿En serio creemos que vamos a encontrar allí a Jesús?…

Si salimos a ver esas cosas no vamos a encontrar a Jesús, al igual que aquellos que salieron a ver un hombre “vestido con ropas finas”, y lo único que vieron fue un hombre vestido con piel de camello (Juan el Bautista) y por eso no lo reconocieron.

Para encontrar a Jesús tenemos que liberarnos de las luces de colores, del consumismo que caracteriza la Navidad, y salir al encuentro de los pobres y humildes. Solo allí encontraremos ese Amor que llena nuestro corazón de regocijo, que nos hace exultar y alegrarnos. Entonces podremos decir (dar testimonio) a todo el que se cruce en nuestro camino lo que Andrés le dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).

¡De eso se trata el Adviento; de eso de trata la Navidad!

Hoy celebramos la festividad de la Expectación del parto de la Bienaventurada Virgen María. Te invitamos a ver nuestro vídeo sobre esta hermosa fiesta en nuestro canal de YouTube, De la Mano de María TV

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 23-12 FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL 19 DE DICIEMBRE DE 2020 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas cinco días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA EL 23 DE DICIEMBRE DE 2019, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Juan es su nombre”…

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 19-12-19, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas cinco días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA EL 23 DE DICIEMBRE 2016, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…