Nuevo vídeo en YouTube: Micro-reflexión para el undécimo domingo del T.O (A) 19-06-23

En esta micro-reflexión comentamos el Evangelio para el undécimo domingo del tiempo ordinario, que nos brinda el pasaje de los trabajadores de la mies, y cómo no podemos depender de nuestras fuerzas para cosechar la semilla de la Palabra, sino que necesitamos ayuda de lo alto. Eso incluye a sacerdotes, religiosos y laicos, cada cual según los carismas que el Espíritu Santo nos ofrece para beneficio común.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-07-22

“Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

En la primera lectura de hoy (Os 8,4-7.11.13) continuamos leyendo la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos. La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.

Casi doscientos años después, el profeta Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.

En mis clases de Biblia en la universidad digo mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso misionero de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va  por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos ha hecho el papa Francisco desde el momento que ocupó la cátedra de san Pedro.

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, laicos. Y, al igual que Jesús, al aceptar nuestra misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Oremos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 07-07-20

“Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,37).

Como primera lectura de hoy continuamos leyendo la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos. La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.

Casi doscientos años después, el profeta Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.

En mis clases de Biblia en la universidad digo mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso misionero de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va  por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos ha hecho el papa Francisco desde el momento en que ocupó la cátedra de san Pedro.

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, laicos. Y, al igual que Jesús, al aceptar nuestra misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Oremos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2) 30-07-18

En el evangelio que nos propone la liturgia de hoy (Mt 13,31-35), la Iglesia continúa rumiando las parábolas del Reino. Hoy nos presenta dos: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambas están comprendidas en el llamado “discurso parabólico” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 13 del evangelio según san Mateo.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Mateo escribe su relato para los judíos de la Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías esperado, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. Por eso aprovecha la oportunidad para explicar por qué Jesús habla en parábolas: “Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: ‘Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo’” (Cfr. Sal 78,2).

Ambas parábolas que contemplamos hoy nos presentan el crecimiento del Reino de Dios en la tierra. En la primera (la del grano de mostaza) vemos cómo Jesús sembró la simiente, cómo el Hijo del Padre se hizo uno de nosotros, haciéndose Él mismo semilla fértil. Esparció su Palabra en los corazones de los hombres, como el sembrador en el campo, y esa Palabra dio fruto. Esa pequeña semilla, comparable a un grano de mostaza (la más pequeña de las semillas), que Jesús sembró hace dos mil años continúa dando frutos. Y nosotros hemos sido llamados a ser testigos de ese milagroso crecimiento, de cómo ese puñado de unos ciento veinte seguidores en Jerusalén (Hc 1,15), ha continuado creciendo y dando fruto hasta convertirse en la Iglesia que conocemos hoy. Pero aún queda mucho por hacer…

Para que esa cosecha no se pierda, Jesús necesita trabajadores: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha.” (Mt 9,37). El dueño de los sembrados ha colocado un letrero a la entrada del campo: “Se necesitan trabajadores”. Tú, ¿te apuntas?

Cuando nos acercamos a la segunda parábola, pensamos que de seguro Jesús observó muchas veces a su madre mezclar harina con levadura, para luego contemplar con admiración cómo aquella masa crecía ante sus ojos, antes de meterla en el horno. Con esta parábola Jesús dice a sus discípulos (incluyéndonos a nosotros) que estamos llamados a ser “levadura” entre los hombres para que su Palabra, y el Reino que ella anuncia, siga creciendo hasta llegar a los confines de la tierra. Por eso el papa Francisco nos llama a salir al mundo, a “las periferias”, para que ese mensaje de salvación que nos trae Jesús llegue a todos, porque “Dios, nuestro Salvador… quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4).

Pidamos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales, diaconales y religiosas, y para que cada día haya más laicos comprometidos dispuestos a trabajar hombro a hombro con los consagrados en el anuncio del Reino.

Que pasen una hermosa semana llena de bendiciones.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 10-07-18

En la primera lectura de hoy continuamos leyendo la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos. La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.

Casi doscientos años después, el profeta Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.

En mis clases de Biblia en la universidad digo mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso misionero de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va  por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos hace ahora el papa Francisco.

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, laicos.

Y al igual que Jesús, al aceptar nuestra misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Oremos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) MEMORIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA 31-07-17

En el evangelio que nos propone la liturgia de hoy (Mt 13,31-35), la Iglesia continúa rumiando las parábolas del Reino. Hoy nos presenta dos: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambas están comprendidas en el llamado “discurso parabólico” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 13 del evangelio según san Mateo.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Mateo escribe su relato para los judíos de la Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías esperado, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. Por eso aprovecha la oportunidad para explicar por qué Jesús habla en parábolas: “Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: ‘Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo’” (Cfr. Sal 78,2).

Ambas parábolas que contemplamos hoy nos presentan el crecimiento del Reino de Dios en la tierra. En la primera (la del grano de mostaza) vemos cómo Jesús sembró la simiente, cómo el Hijo del Padre se hizo uno de nosotros, haciéndose Él mismo semilla fértil. Esparció su Palabra en los corazones de los hombres, como el sembrador en el campo, y esa Palabra dio fruto. Esa pequeña semilla, comparable a un grano de mostaza (la más pequeña de las semillas), que Jesús sembró hace dos mil años continúa dando frutos. Y nosotros hemos sido llamados a ser testigos de ese milagroso crecimiento, de cómo ese puñado de unos ciento veinte seguidores en Jerusalén (Hc 1,15), ha continuado creciendo y dando fruto hasta convertirse en la Iglesia que conocemos hoy. Pero aún queda mucho por hacer…

Para que esa cosecha no se pierda, Jesús necesita trabajadores: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha.” (Mt 9,37). El dueño de los sembrados ha colocado un letrero a la entrada del campo: “Se necesitan trabajadores”. Tú, ¿te apuntas?

Cuando nos acercamos a la segunda parábola, pensamos que de seguro Jesús observó muchas veces a su madre mezclar harina con levadura, para luego contemplar con admiración cómo aquella masa crecía ante sus ojos, antes de meterla en el horno. Con esta parábola Jesús dice a sus discípulos (incluyéndonos a nosotros) que estamos llamados a ser “levadura” entre los hombres para que su Palabra, y el Reino que ella anuncia, siga creciendo hasta llegar a los confines de la tierra. Por eso el papa Francisco nos llama a salir al mundo, a “las periferias”, para que ese mensaje de salvación que nos trae Jesús llegue a todos, porque “Dios, nuestro Salvador… quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4).

Pidamos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales, diaconales y religiosas, y para que cada día haya más laicos comprometidos dispuestos a trabajar hombro a hombro con los consagrados en el anuncio del Reino.

Hoy celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (mejor conocida como la orden de los Jesuitas), de la cual fue su primer general. Para una buena biografía de este gran santo les recomiendo visitar el portal de las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, en: http://www.corazones.org/santos/ignacio_loyola.htm.

Que pasen una hermosa semana llena de bendiciones.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 11-07-17

Como parte de la historia de los inicios del pueblo de Israel, la primera lectura de la liturgia de hoy (Gn 32,22-32) nos narra el episodio en que Jacob recibe el nombre de Israel, nombre por el que se conocerá el conjunto de su descendencia, hasta el día de hoy.

Nos dice la Escritura que Jacob peleó toda la noche con un “hombre”, quien al acercarse la aurora sin que hubiese un claro vencedor le dijo: “Suéltame, que llega la aurora”. A lo que Jacob respondió: “No te soltaré hasta que me bendigas”. En el diálogo que sigue el hombre le pregunta su nombre, y al contestarle que su nombre era Jacob, le dijo: “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel (ישראל), porque has luchado con dioses y con hombres y has podido”. Ahí el origen del nombre, que quiere decir literalmente “el que lucha con Dios”.

“Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esa oración termina la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo. El llamado discurso misionero, de envío, a sus apóstoles.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias” (Cfr. 3er misterio luminoso – El anuncio del Reino).

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”, nos dice. Podemos ver que la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, y laicos.

Y eso nos incluye a todos los miembros de la comunidad parroquial, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-07-16

La mies es abundante y los obreros pocos

En la primera lectura de hoy continuamos leyendo la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos. La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.

Casi doscientos años después, el profeta Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.

En mis clases de Biblia en la universidad digo mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso misionero de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos hace ahora el papa Francisco.

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, laicos.

Y al igual que Jesús, al aceptar nuestra misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Oremos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).