De la mano de María

Héctor L. Márquez, O.P. (Conferencista católico)

De la mano de María

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN 16-07-15

Virgen del Carmen

Hoy celebramos la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, también conocida simplemente como la Santa María del Monte Carmelo, Virgen del Carmen, Nuestra Señora del Monte Carmelo, Flor del Carmelo, y Stella Maris (Estrella del Mar).

Esta es una de las advocaciones más antiguas, si no la más antigua, de la Virgen María. Deriva su nombre del Monte Carmelo (del hebreo Karmel, o Al-Karem, que quiere decir “jardín”), que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la vista del puerto marítimo de Haifa. Fue en este monte que el profeta Elías tuvo la visión de la nube (1 Re 18,44) que pondría fin a la sequía que había azotado la región.

Desde los primeros ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, se ha interpretado la nube de la visión de Elías (1 Re 18,44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Una tradición dice que Elías interpretó la visión de aquella nube como un símbolo de la llegada del Salvador esperado, que nacería de una doncella inmaculada para traer una lluvia de bendiciones. Desde entonces, aquella pequeña comunidad que tenía por hogar el Monte Carmelo, se dedicó a rezar por la que sería madre del Redentor, sin conocer su identidad, comenzando así la devoción a Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Fue en ese lugar que, en el siglo XII, un grupo de hombres, inspirados por el profeta Elías, fundó la orden de los Carmelitas.

Dijimos que otro nombre por el cual se conoce a la Virgen del Carmen es Estrella del Mar, o Stella Maris. Antes de que existieran las brújulas, ni los medios de navegación electrónicos modernos, los marineros se guiaban por las estrellas. Cuando los sarracenos invadieron el Carmelo en el año 1235, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar por un tiempo el monasterio. Otra antigua tradición dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo. Por eso también es patrona de marineros, pescadores, y todos los que se hacen a la mar.

En Puerto Rico, por ser fiesta litúrgica, se contemplan las lecturas propias de la celebración.

Como primera lectura se nos presenta el pasaje en que Zacarías (2,14-17) profetiza el jubiloso acontecimiento del nacimiento del Salvador: “Grita de júbilo y alégrate, hija de Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti –oráculo del Señor-”. Hija de Sión es uno de los títulos que se dan a Nuestra Señora, invitada por Dios a una gran alegría, título que expresa su papel extraordinario de madre del Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. Es la mujer que desde antaño veneraban los ermitaños del Monte Carmelo, sin conocer su identidad, pero sí su misión de convertirse en madre del Redentor.

Hoy, en esta celebración de Nuestra Señora, pidámosle que sea nuestra Estrella de Mar que nos dirija al puerto seguro que es su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DECIMOQUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 15-07-15

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La primera lectura de hoy (Ex 3,1-6.9-12) nos presenta el comienzo del episodio de la zarza ardiendo. Este es el pasaje en que Yahvé escogió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud que estaba sufriendo a manos de los egipcios. Esa misión de Moisés comenzó como todas (incluyendo la tuya y la mía), con el llamado: “Moisés. Moisés”. Moisés le respondió: “Aquí estoy”.

Moisés escuchó la Palabra de Dios y se mostró receptivo a la misma. Entonces Dios le reveló la misión que tenía para él: “Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas”. El envío. Y ante la incertidumbre de Moisés sobre su capacidad para llevar a cabo la misión, la promesa: “Yo estoy contigo”. Dios nunca abandona a los que escoge y envía. En el pasaje siguiente le revelará Su nombre.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Mt 11,25-27) contiene una de mis frases favoritas de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Jesús parece referirse a los “sabios” y “entendidos” de su tiempo (los escribas, fariseos, sacerdotes, doctores de la ley), quienes cegados por su conocimiento de la Ley creían saberlo todo. Por eso eran incapaces de asimilar el mensaje sencillo pero profundo de Jesús. “Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,13).

Jesús nos pide que nos hagamos como niños, para que podamos conocer y reconocer al “Abba” que Él nos presenta: “nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Por eso escogió sus discípulos de entre la gente sencilla, creyentes que no estaban “contaminados” por el ritualismo y legalismo excesivo de los sacerdotes y fariseos. Escogió la tierra buena sobre la que estaba llena de abrojos (Mt 13,1-9; Mc 4,1-9; Lc 8,4-8).

Dios no es fácil de alcanzar, nadie lo ha visto nunca. Por eso nos envió a su Hijo, quien sí le conoce, para que Él nos de a conocer al Padre. Para conocer al Padre tememos que reconocer nuestra incapacidad de conocerlo por nosotros mismos. Jesús nos ofrece la oportunidad de conocerle a Él a través de su Palabra, y a través de Él al Padre. Parece un trabalenguas, pero el mensaje es sencillo, como aquellos a quienes va dirigido: Él es el “Camino” que nos conduce al Padre; y quien le conoce a Él conoce al Padre (Jn 14,6-7).

Jesús nos ha llamado a cada cual por su nombre y nos ha encomendado una misión que tenía pensada para cada uno de nosotros desde antes que fuésemos concebidos, desde siempre. Si nos apartamos del bullicio y el ruido del mundo, como lo estaba Moisés en la primera lectura, podremos escuchar la voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Lo único que tenemos que decir es: “Aquí estoy”, como lo hizo Moisés; o como Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10).

Y tú, ¿qué le vas a contestar?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DECIMOQUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 14-07-15

Mt 11,20-24

Estamos acostumbrados a escuchar a Jesús pronunciar palabras de amor, llenas de misericordia; por eso nos estremece y hasta nos confunde escucharle pronunciar palabras fuertes de reproche y condenación, como las que encontramos en el evangelio de hoy (Mt 11,20-24). Jesús acaba de impartir las instrucciones a sus apóstoles antes de enviarlos en misión. Y hacia el final de esas instrucciones ya les había dicho que si en algún lugar no los recibían bien, que se sacudieran el polvo de los pies y continuaran su camino a otro lugar en el cual estuvieran dispuestos a escucharles.

No hay duda, la Palabra de Jesús a veces nos resulta amenazadora, precisamente por las exigencias de vida que contiene, por lo que yo llamo la “letra chica”. No se trata de un juego, es algo bien serio. Si algo está en “juego” es nuestra salvación, la Vida eterna. Tenemos dos opciones: o aceptamos a Jesús (con todo lo que implica), o lo rechazamos. No hay términos medios. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62). “Conozco tu conducta: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,15).

Los habitantes de las ciudades que Él menciona en la lectura de hoy, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, donde Él realizó la mayoría de los milagros, donde predicó en las sinagogas y en las ciudades, donde pronunció el discurso de las Bienaventuranzas, no le hicieron caso (Cfr. Jn 1,11). Por eso las compara con ciudades paganas de Tiro, Sidón y Gomorra, y les anuncia que correrán una suerte peor que aquellas.

Jesús se muestra especialmente fuerte con Cafarnaún, la ciudad donde llevó  cabo la parte más significativa de su ministerio, y que sirvió como “centro de operaciones” de su misión evangelizadora: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”.

Esa misma Palabra nos pregunta hoy, a cada uno de nosotros: “Y tú, ¿piensas escalar el cielo?”

¿Cuál es tu respuesta?

Está claro, para ser ciudadanos del Reino, y acreedores a la Vida eterna tenemos que imitar a Jesús, que no es otra cosa que vivir la Ley del Amor, que Él mismo resume en dos mandamientos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37.39). Y el cumplimiento del primero se logra en el cumplimiento del segundo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. (Mt 25, 31-46).

Se lee fácil, pero, Señor, ¡qué difícil se nos hace seguirte!

“Señor, Dios nuestro, abre nuestras mentes y corazones para poder percibir los signos de Tu presencia en el bien que tantos hermanos nos hacen a nosotros mismos y a los demás. Danos la gracia de poder percibir también la presencia de nuestro Señor crucificado en los afligidos y en los que sufren. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor” (Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOQUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 13-07-15

cargue con su cruz y me siga

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (Ex 1,8-14.22) continúa narrando la historia de los descendientes de Jacob en Egipto, y cómo el pueblo de Israel se multiplicó, según lo había prometido Yahvé a Abraham; promesa que luego había repetido a Jacob. Han pasado cuatrocientos años desde la llegada de los israelitas a Egipto bajo la protección de José, episodio que también puso fin a la llamada era de los “patriarcas”.

Durante las próximas tres semanas exploraremos la historia de la esclavitud en Egipto, y cómo Dios se compadece de su pueblo y decide intervenir en la historia para suscitar la liberación de su pueblo bajo el liderato de Moisés, quien los conducirá a la libertad y de vuelta a la tierra prometida a través del desierto, en donde establecerá la Alianza del Sinaí. Esta historia es bien importante porque nos presenta los orígenes de la Ley que regirá al pueblo judío por el resto de su historia. Esa historia y esa Ley (llevada a la plenitud por Jesús con el mandamiento del Amor) también conforman la base nuestra fe cristiana.

La lectura evangélica (Mt 10,34-11,1) nos presenta la conclusión del “discurso apostólico”, o de envío de los “doce”, antes de partir por su cuenta a “enseñar y predicar en sus ciudades”.

Jesús quiere asegurarse que los apóstoles tienen plena consciencia del compromiso que implica el aceptar la misión, y lo difícil, conflictiva y peligrosa que va a ser la misma. Ha utilizado toda clase de ejemplos y alegorías, pero antes de concluir, por si no han entendido el alcance de sus palabras, les habla en lenguaje más duro: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”.

Así es el mensaje de Jesús, conflictivo. Él no admite términos medios; nos quiere “calientes” o “fríos”, porque los “tibios” no tienen cabida en el Reino (Cfr. Ap 3, 15-16). Ya lo había dicho el anciano Simeón cuando llevaron al Niño a presentar al Templo: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2,34).

Para enfatizar la radicalidad en el seguimiento que espera de los apóstoles, Jesús lo contrapone a uno de los deberes más sagrados del pueblo judío y del nuestro el amor paterno y el amor filial: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”. Jesús utiliza, como lo hace en otras ocasiones, el recurso de la hipérbole con un fin pedagógico. No es que esté renegando de las enseñanzas de los mandamientos y la ley del amor contendida en las bienaventuranzas. Nos está diciendo que el que acepta continuar Su misión, tiene que estar dispuesto a, si llega momento, renunciar a todo lo que sea un obstáculo para la misma, aún las cosas que son más importantes en nuestras vidas.

¡Ay de aquellos que se dejan seducir por los cantos de sirena de las “iglesias de la prosperidad”! Esos no son verdaderos discípulos de Cristo.

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOQUINTO DOMINGO DEL T.O. (B) 12-07-15

los envio de dos en dos

En este decimoquinto domingo de tiempo ordinario, la primera lectura está tomada la profecía da Amós (Am 7,12-15). Amós no fue muy bien visto en Israel (Reino del Norte), pues, además de ser un simple pastor, era de Judá (el Reino del Sur) y, para colmo, vino a denunciar las infidelidades del pueblo de Israel contra Yahvé. Amasías, sacerdote de Betel (Betel era una de dos capitales religiosas del Reino Israel – junto con Dan), se siente amenazado, pues las denuncias de Amós le tocan directamente. Por eso se queja ante el rey Jeroboam, e intenta expulsar a Amós.

Amós se le enfrenta con la valentía que caracteriza a los enviados de Dios y contesta: “Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel’.” Y la respuesta de Yahvé Dios a Amasías, a través de su profeta, no se hace esperar (Am 7,17): “Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, tu tierra será repartida a cordel, tú mismo morirás en tierra impura (tierra extranjera, manchada por la presencia de los ídolos), e Israel será deportado de su tierra”. Esto ocurrió efectivamente en el año 722 a.C.

Dios nos habla continuamente y de muchas maneras; sobre todo a través de su Palabra, nos señala el Camino y, como le sucedió a Israel, esa Palabra de vida eterna cae en oídos sordos. Por eso continuamos adorando nuestros “diosecillos”, que no hacen otra cosa que mantenernos apegados a las cosas materiales, alejándonos cada vez más de Dios.

Hoy, día del Señor, hagamos un pequeño examen de consciencia para tratar de identificar esos “ídolos” que nos esclavizan y nos impiden, como al pueblo de Israel, acercarnos a Dios y ser acreedores de su promesa de vida eterna.

Por eso en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,7-13), que es la versión de Marcos del envío de los “doce”, cuya versión de Mateo leyéramos el jueves, Jesús instruye a sus apóstoles que, para poder llevar a cabo su misión en forma efectiva tienen que despojarse de todas las cosas materiales, de todo peso que pueda convertirse un lastre para el Camino: “los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Jesús no condena las posesiones materiales, especialmente aquellas que son producto del trabajo bendecido por Él. Lo que Jesús condena reiteradamente es el “apego” a esas posesiones que nos impide “dejarlo todo” para seguirle (Cfr. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23); aquellas cosas que nos impiden amar al Señor nuestro Dios “con todo [nuestro] corazón, con toda [nuestra] alma, con todas [nuestras] fuerzas, y con toda [nuestra] mente” (Cfr. Dt 6,5; Lc 10,27).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor y, si aún no lo han hecho, no olviden visitarle en su Casa; Él les espera.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 11-07-15

desde las azoteas

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Así concluye la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 10,24-33). Jesús continúa su “discurso apostólico”, las instrucciones que da a “los doce” al enviarlos a predicar su Evangelio, la Buena Noticia del Reino.

Con esta aseveración Jesús nos recuerda que si bien Él es misericordioso, es igualmente justo. Él toca a nuestra puerta, pero no se impone. Como decía el padre Ignacio Larrañaga: “Jesús es un perfecto caballero”. Está en nosotros abrirle y dejarle pasar, o ignorarlo. Si le escuchamos, abrimos la puerta y le dejamos entrar, Él entrará en nuestra casa y cenará con nosotros (Ap 3,20).

Dejarle entrar en nuestra casa significa abrazar su Palabra, hacernos uno con Él; dejarnos arropar por su Amor y actuar de conformidad. Que podamos decir con Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20).

Jesús está diciendo a los apóstoles qué características ha de tener el verdadero discípulo-apóstol. La lectura de hoy comienza con la humildad, una de las características sobresalientes de Jesús, el que vino para servir y no para ser servido (Mt 20,28), el que siendo Dios “se abajó para tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2,7), el que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13,1-16). Por eso les recuerda a los apóstoles que “un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo”.

Antes de ser considerados “apóstoles” tenemos que ser discípulos. Y el discípulo sigue al maestro, se sienta a sus pies, lo imita, trata de ser igual que él, comparte su destino. “Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados!”. Jesús se compara con el “dueño de la casa”, y a nosotros con la gente de su casa (la palabra “criado” no es tal vez la más afortunada). Nos está diciendo que si Él, que es el “jefe” de nuestra “casa”, es decir, nuestra Iglesia, sufrió ultrajes y calumnias, nosotros tenemos que estar dispuestos a sufrir lo mismo, y a hacerlo con dignidad, y hasta con alegría (Cfr. Mt 5,11-12; 1 Pe 4,14). No importa las consecuencias, tenemos que pregonar Su mensaje “desde las azoteas”.

Son muchos los que prefieren ignorar el llamado de Jesús a sus puertas, porque a pesar de que les impresiona la oferta de vida eterna que les hace, no están de acuerdo con la “letra chica”; entienden que el precio es demasiado alto. Prefieren la comodidad, el placer, ahora, en este mundo. Se ponen de parte del mundo en lugar de ponerse de parte de Jesús. Es ahí que resuenan las palabras de Jesús en este relato evangélico que citamos al principio.

Si algo tiene el mensaje de Jesús es que es consistente. A esos, cuando llegue el día del Juicio el Padre les dirá: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).

Y tú, ¿en qué grupo quieres ser contado?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 10-07-15

sagaces como serpientes y sencillos como palomas 2

Sagaces como serpientes y sencillos como palomas…

La primera lectura de la liturgia para hoy (Gn 46,1-7.28-30), nos narra el desenlace de la historia de José, con la salida de Jacob y sus descendientes de la tierra de Canaán hacia Egipto, en donde se establecerán por cuatro siglos. Este pasaje sirve de preludio a la esclavitud en Egipto que dará paso a la figura de Moisés, que aparecerá al comienzo del libro del Éxodo.

En la lectura evangélica (Mt 10, 16-23), Jesús continúa las instrucciones a sus apóstoles (“los doce”) antes de enviarlos a proclamar la Buena Noticia del Reino. Jesús les advierte que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados.

Jesús es también consciente que el mensaje de amor que sus enviados van a predicar con entrega, con mansedumbre, será rechazado y hasta combatido con brutalidad y violencia por los adversarios de la Palabra. Los apóstoles serán de ese modo ejemplo de que el Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus enviados. San Pablo recogerá ese pensamiento cuando diga: “Él (Jesús) me respondió: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad’. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,9-10).

Pero a pesar de que les asegura que no los dejará solos, e inclusive que el Espíritu les sugerirá lo que tienen que decir cuando los arresten, les instruye que sean “sagaces como serpientes y sencillos como palomas”, que no se fíen de nadie. La mansedumbre no quiere decir que sean incautos o tontos. Por el contrario, al utilizar el ejemplo de la serpiente y la paloma, les dice que tienen que ser hábiles, inteligentes, cautos como la serpiente para discernir la presencia de lobos y no provocarlos innecesariamente, pero manteniendo al mismo tiempo la candidez, la simplicidad de las palomas, sin dobleces ni complicaciones.

Jesús siempre es claro con los que llama a seguirlo. El camino va a ser difícil, lleno de obstáculos, persecuciones e insultos. El que sigue a Jesús tiene que estar consciente que su recompensa no será en este mundo, sino en la vida eterna: “el que persevere hasta el final se salvará”. Y esa recompensa es la “corona de gloria que no se marchita” de que nos habla san Pedro (1 Pe 5,4).

Esas instrucciones de Jesús a los apóstoles son también para todos los que aceptamos el llamado de Jesús a participar de la misión evangelizadora. El Concilio Vaticano II dejó claramente establecido el papel de los laicos como “nuevos evangelizadores”. Ya no es una misión reservada a los ministros ordenados o consagrados (Apostolicam actuositatem). Nos toca a todos; a ti y a mí. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 09-07-15

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

José se da a conocer a sus hermanos (Gn 45,3-4).

La primera lectura que nos brinda la liturgia de hoy continúa narrándonos la historia de la descendencia de Abraham, y cómo Yahvé cumple la Alianza pactada con el pueblo elegido en la persona de aquél. Ayer leíamos la historia de los hijos de Jacob, quienes anteriormente se habían puesto de acuerdo para deshacerse de José, dirigiéndose a Egipto para comprar provisiones en medio de la hambruna que arrasaba toda la tierra. Al llegar se presentaron ante el administrador del faraón encargado de repartir las raciones, que era su hermano José, a quienes no reconocieron. Hoy se nos narra la culminación de esa historia cuando José se revela a sus hermanos (Gn 44,18-21.23b-29; 45; 1-5).

Aprovecho para hacer un paréntesis de formación. Muchas veces las lecturas que nos brinda la liturgia son porciones escogidas de una historia más larga, como está ocurriendo con esta historia de José. En esos casos es recomendable que vayamos a la Biblia y leamos el pasaje completo. De esa manera podremos apreciar toda la riqueza del relato y tener una mejor comprensión de los hechos y el mensaje que nos brinda la Palabra.

La enseñanza principal que encontramos en esta lectura se resume al final: “Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros”. Dios había permitido el mal que sus hermanos habían hecho a José con un propósito; que en el momento de mayor necesidad, José estuviera allí para librarles de la hambruna.

Muchas veces Dios permite que nos sucedan cosas que no comprendemos, pero si las aceptamos como la voluntad de Dios, eventualmente nos percatamos que todo lo sucedido era para nuestro propio bien. “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rm 8,28). Los que han escuchado mi testimonio saben que puedo dar fe de eso…

En la lectura evangélica (Mt 10,7-15) continuamos las instrucciones que Jesús imparte a los “doce” al enviarlos en la misión de proclamar el Evangelio. En el pasaje que leemos hoy Jesús enfatiza el desapego a las cosas materiales, instando a sus apóstoles a dejar atrás todo lo que pueda convertirse en una preocupación que desvíe su atención de la misión que les está encomendando. Se trata de abandonarse a la Providencia divina.

Una frase resalta en este relato del envío de los “doce”: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Con esta frase Jesús les (nos) recuerda que el Evangelio es para todos, que la salvación es regalo de Dios, y como tal tenemos que compartir con todos, los dones que hemos recibido de Él. No podemos convertir el anuncio de la Buena Nueva del Reino en un negocio o en una fuente de ingresos (como las Iglesias que tienen un listado de “tarifas” para los sacramentos), ni en una forma de obtener bienes para nosotros, porque se desvirtúa.

Hace un par de años el papa Francisco decía a un nutrido grupo de seminaristas y novicias congregados en el Vaticano: “Me duele ver a un cura o a una monja con el último modelo de coche”. Francisco está claro…

La historia del báculo de madera que el Papa está usando

Papa Francisco báculo madera

Tallado a mano en madera de olivo en Belén, es una réplica de uno anterior que le regalaron los presos de la cárcel de San Remo.

No es una novedad que los pequeños símbolos y gestos de Francisco atraigan con fuerza la atención de la gente. Al inicio de su pontificado fue la cruz pectoral o el cargar él mismo con su maletín en los vuelos papales. Esta vez, en Ecuador, los ojos de muchas personas se han fijado en el báculo que utiliza en las celebraciones eucarísticas.

Está hecho a mano y tallado en madera de olivo. Se trata de una copia idéntica del que le regalaron los presos de la cárcel de San Remo en Italia. La primera vez que lo utilizó fue el Domingo de Ramos del 2014 en la Plaza de San Pedro. Lamentablemente el báculo se dañó durante el viaje del Papa a Tierra Santa. Pero, ya que al Papa realmente le gustaba este báculo, se hizo otro idéntico en Belén con madera de olivo.

La historia del báculo de madera la explicó el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, durante la rueda de prensa el lunes por la noche en Quito. Asimismo aseguró que “probablemente, este báculo será utilizado por el Papa en muchos otros viajes”.


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