REFLEXIÓN PARA EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (C) 13-03-16

Pecadora med

Hoy celebramos la liturgia correspondiente al quinto domingo de Cuaresma. El pasado domingo leíamos la parábola del hijo pródigo, o como yo prefiero, la parábola del padre misericordioso (Lc 15, 1-3.11-32). En esa parábola se nos presentaba el amor de un padre que perdona a su hijo, quien se había marchado luego de pedirle su parte de la herencia al padre (lo que equivalía a decirle que para él ya su padre estaba muerto), y habiendo malgastado la herencia regresa a su hogar.

La lectura evangélica que se nos presenta para hoy (Jn 8,1-11) también trata sobre el perdón, la misericordia, pero no es una parábola, es un episodio real en la vida de Jesús. El pasaje trata sobre una mujer que había sido sorprendida en adulterio y es traída delante de Jesús. No se trataba de una mera sospecha, la mujer había sido “sorprendida”.

Para comprender el episodio hay que ponerlo en contexto. Jesús estaba “enseñando” en el templo. En las lecturas de los días anteriores hemos visto cómo el malestar de los escribas, fariseos y sumos sacerdotes hacia la persona de Jesús había continuado creciendo. Por eso habían decidido “eliminarlo”. Y vieron en esta situación una oportunidad para acusarlo o, al menos, desacreditarle ante sus seguidores.

Por eso le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Una pregunta “cargada”. Si contestaba que sí, echaba por tierra todo lo que había predicado sobre el amor y el perdón. Si contestaba que no, lo acusaban de violar la ley de Moisés. Por eso Jesús decide ignorarlos, mientras “inclinándose, escribía con el dedo en el suelo”. Me imagino la ira que esta actitud de Jesús despertó en ellos. Por eso insisten en su pregunta. Ante su insistencia, Jesús “se incorporó y les dijo: ‘El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra’.” Y continuó escribiendo en el suelo, mientras todos los que se disponían a lapidar la mujer fueron escabulléndose uno a uno, “empezando por los más viejos”, hasta que solo quedaron Jesús y la mujer.

Luego se suscita el diálogo entre Jesús y la mujer, que constata que todos sus acusadores se habían desaparecido sin condenarla. Entonces Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

A diferencia de los fariseos, que se creían superiores a los demás y estaban prestos a levantar el dedo acusador contra cualquiera que cometiera la más mínima transgresión a la ley, Jesús, el Verbo encarnado, libre de mancha de pecado, no nos juzga, no nos condena. Tan solo nos pide que no pequemos más. Se trata de la misericordia, de la manifestación más pura del amor. El amor de una madre…

En lo que resta de esta Cuaresma, hagamos un examen de conciencia. ¿Con cuanta facilidad juzgamos a nuestro prójimo? ¿Con cuánta facilidad le condenamos? Cuando juzgamos a los demás es porque nos creemos superiores a ellos; porque no tenemos de qué ser juzgados ni condenados.

“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra…”

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 04-03-16

amarás al Señor tu Dios

Estamos finalizando la tercera semana de Cuaresma. Y las lecturas que nos está brindando la liturgia para estos días ponen énfasis en “escuchar” la Palabra de Dios. En la primera lectura de ayer Dios le decía a su pueblo: “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Jr 7,23). En el Evangelio de hoy (Mc 12,28b-34) un escriba se acerca a Jesús y le pregunta cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían casi una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contenía 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos.

La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo. Es parte del proceso de conversión a que se nos llama en la Cuaresma.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA 23-02-16

Mt 23,1-12

Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy nos confrontan con la hipocresía religiosa del pueblo. En la primera lectura (Is 1,10.16-20), el profeta pronuncia un oráculo de Yahvé en el que repudia los sacrificios que le ofrece el pueblo mientras  sus corazones están cada vez más alejados de Él. Si leemos el pasaje completo, incluyendo los vv. 11-15, notamos que este oráculo aparenta haber sido proclamado en medio de una celebración litúrgica, pues hace referencia a los “holocaustos de carneros y grasa de animales cebados”, “incienso”, y “manos extendidas”. Yahvé hace claro que está “harto”, que “detesta” esos rituales vacíos, esas celebraciones litúrgicas falsas, que se han convertido para Él en “una abominación”, en una “carga” que no está dispuesto a soportar. Llega al punto de comparar su generación con la de Sodoma y Gomorra.

Hace claro que ese no es el sacrificio agradable a Él. Por el contrario, les exhorta: “Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda”. La primacía del amor, de la caridad, sobre la ley y el ritualismo vacío. A Él no le interesan los sacrificios ni holocaustos. Si, por el contrario, obramos el bien y nos apartamos del pecado, “aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana”. El profeta nos señala en qué consiste el verdadero culto religioso: en obras de caridad (misericordia-amor).

En el pasaje del Evangelio (Mt 23,1-12), Jesús arremete contra la hipocresía de los escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés (el autor de la Ley) y “no hacen lo que dicen”. “Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Se refería Jesús a todos los numerosos preceptos (613 en total) en que los fariseos habían convertido la Ley de Moisés y que, por su número eran prácticamente imposible cumplir.

Se consideraban superiores, mejores que los demás (de hecho, “fariseo” significa “separado”). Toda su actitud iba dirigida a ostentar su superioridad (que pretendía ser producto de su “santidad”) ante todos: las vestimentas y otros accesorios, como las filacterias (unas bandas que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley), los primeros lugares, los asientos de honor, las reverencias que esperaban, los títulos. Todo era apariencia exterior, “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27-28). Y por dentro, ¿qué?

El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo para eliminar la “pompa” en nuestros ritos y celebraciones litúrgicas, inculturándolos a nuestros respectivos países. Pero, ¿logró acabar con el fariseísmo?

En esta Cuaresma, hagamos examen de conciencia: ¿Me gusta recibir honores?, ¿reconocimiento?, ¿me siento mejor o superior a los demás? Señor, ayúdame a recordar que todos somos hermanos, y que “el que se humilla será enaltecido”, como Aquél que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28), de modo que al llevar a cabo mi misión pastoral pueda tener “olor de oveja”.

El papa Francisco no está diciendo nada nuevo; simplemente está leyendo el Evangelio…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 19-02-16

reconciliarte-con-tu-hermano

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mt 5,20-26), nos reitera la primacía del amor y la disposición interior sobre el formalismo ritual y el cumplimento exterior de la Ley que practicaban los escribas y fariseos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Para demostrar su punto Jesús nos propone dos ejemplos.

El primero de ellos nos refiere al quinto mandamiento: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ‘renegado’, merece la condena del fuego”. La “condena del fuego” se refería a la gehena de fuego, el equivalente judío del infierno.

Esta sentencia de Jesús es un ejemplo de cómo Jesús no vino a abolir la Ley, sino a darle “plenitud” (Mt 5,17-19). La ley de Moisés prohibía matar, una prescripción importante para la convivencia humana, un paso firme hacia la no-violencia (lo mismo que prohíben los códigos penales en nuestra sociedad actual). Pero se limitaba al acto, no iba a la raíz del problema.

Jesús no se queda en el exterior; Él “interioriza” la Ley. Ya no se trata de que un acto, un gesto exterior sea malo. Todo lo que injurie gravemente al prójimo, o le manche su reputación; todo aquello que “envenene” las relaciones fraternas entre los hombres es contrario a la Ley y constituye un pecado grave que puede conllevar pena de condenación eterna.

La importancia de nuestra disposición de corazón por encima de nuestros gestos exteriores. Y Dios, “que ve en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6), nos juzgará de conformidad. ¡Cuántas veces “matamos” a nuestros hermanos haciendo comentarios hirientes sobre ellos, sean ciertos o no, a sabiendas de van a herir su reputación! Cuando lo hacemos, pecamos contra el quinto mandamiento como si le hubiésemos clavado un puñal en el costado. Hemos pecado contra el Amor, el principal de todos los mandamientos.

El segundo ejemplo, prácticamente una consecuencia del primero, nos remite a nuestra relación con Dios: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.

“Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”… El amor fraterno toma primacía sobre el culto. Dios nos está diciendo: “Si quieres relacionarte conmigo, tienes que amar a tu hermano. La razón es clara, cuando tenemos desavenencias o discordias con nuestro prójimo, nuestra relación con Dios se afecta, se rompe; pierde su fundamento que es el Amor.

Esto no se limita a cuando nosotros tengamos una desavenencia con alguien. Basta que nos enteremos que esa persona “tiene quejas” contra nosotros, con razón o sin ella. Jesús nos está exigiendo que demos nosotros el primer paso, que reparemos la relación afectada. Entonces nuestra ofrenda, nuestra oración aderezada con la virtud de la caridad, será agradable a Él.

Señor, durante esta Cuaresma y durante todo el año, ayúdame a ser agente de reconciliación fraterna, comenzando con mis propias relaciones, para que pueda ofrecerme yo mismo como hostia viva agradable a Ti.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 16-01-16

riqueza-amor

El relato evangélico que nos trae la liturgia para hoy (Mc 2,13-17) podríamos dividirlo en tres partes. Comienza con la repetición por parte de Marcos de algo que es como una constante en su evangelio. La gente se acercaba a Jesús, y Él “les enseñaba”. El anuncio del Reino.

Inmediatamente, sin preámbulos, nos narra la vocación de Leví (Mateo) en dos oraciones cortas: “Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»  Se levantó y lo siguió”. De nuevo esa mirada penetrante, imposible de resistir, acompañada de una sola palabra: “Sígueme”. Mateo fue el quinto discípulo reclutado por Jesús. Sigue conformando su “equipo de trabajo”. Esta vez escoge a un publicano (recaudador de impuestos). En cada ciudad había al menos un recaudador de impuestos, flanqueado por guardias armados. Trato de imaginarme la escena. Mateo trabajando, cuadrando sus cuentas. De momento siente esta “presencia” ante él, y una voz que le habla. Al escuchar el llamado de Jesús, Leví se levantó y dejó la mesa con todos los libros en que llevaba cuenta de los impuestos recaudados, y el dinero, para seguirle. Así es el llamado de Jesús. Te pregunto: Y tú, ¿has sentido el llamado de Jesús para seguirle?

Debes tener presente que si decides seguirlo Él siempre va a salir en tu defensa; nunca te va a dejar solo. Eso lo vemos en este relato, cuando nos dice que tan pronto Leví se levantó de la mesa para seguirle, Jesús se fue a la casa de éste y se sentó a la mesa con un grupo de publicanos y pecadores: “Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos”. Unos escribas y fariseos que le vieron, se escandalizaron y dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”.

Los escribas y fariseos no le hablaron a Jesús, se dirigieron a los discípulos con el propósito aparente de desanimarlos y criticar a Jesús, o al menos hacerle desmerecer ante sus ojos. Jesús no se hizo esperar, y salió de inmediato en defensa de estos: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Jesús aprovechó la oportunidad, no solo para defender a sus discípulos, sino para enseñarles.

Jesús nos ama tal y como somos; santos y pecadores. Lo único que Él quiere es nuestra salvación, y va a hacer todo lo que esté a su alcance para salvarnos. Él no juzga a los que se le acercan, los trata a todos con la misma compasión y misericordia, con el mismo amor.

Somos pecadores, pero eso no debe ser obstáculo para que nos acerquemos a Él. Si le invitamos a nuestra mesa Él se sentará con nosotros, y nos invitará a la suya (constantemente nos invita al banquete eucarístico). Eso nos hace preguntarnos: Yo, ¿juzgo a los que se me acercan, o soy comprensivo y tolerante con ellos? Gracias, Señor por aceptarme como soy, con todos mis defectos y debilidades. Ayúdame igualmente a no juzgar a mi prójimo y mostrarme comprensivo y tolerante con ellos, para que vean tu infinito amor y misericordia reflejados en mí.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMO OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 17-10-15

Espíritu Santo

Durante esa última subida a Jerusalén que san Lucas nos ha venido narrando en las pasadas semanas, Jesús ha estado enseñando a sus discípulos la importancia de la disposición interior sobre el ritualismo y observancia de la Ley de Moisés. Hemos visto cómo la emprende contra los escribas y fariseos por su exagerado énfasis en el cumplimiento estricto de los preceptos legales y los ritos por encima de la compasión y el amor al prójimo.

En la primera lectura que nos propone la liturgia para hoy (Rm 4,13.16-18), san Pablo nos recuerda que no fue la observancia de la Ley la que obtuvo para Abraham el cumplimento de la promesa de Yahvé de una descendencia numerosa que ocuparía la tierra de Canaán, a pesar de la ancianidad y la esterilidad de su esposa; fue “la justificación obtenida por la fe”, es decir el creer en la Palabra de Dios y ponerla por obra. “Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho”.

No quiere decir esto que podemos ignorar la Ley. Jesús fue claro: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Os lo aseguro: mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una tilde de la ley sin que todo se cumpla” (Mt 5,17-18; Cfr. Lc 16,17). Pero ese cumplimiento tiene que estar unido a la fe, es decir, a hacer la voluntad del Padre, que es ante todo misericordioso. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21).

En la lectura evangélica de hoy (Lc 12,8-12), Jesús nos exhorta a ser valientes al proclamar su Palabra ante los hombres, asegurándonos que Él mismo ha de interceder por nosotros ante el Padre cuando llegue la hora del Juicio: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios”. De paso, nos promete el auxilio del Espíritu Santo cuando tengamos que enfrentar el juicio los hombres por proclamar su Palabra: “Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir”.

Pero, ¡ay de aquél que “blasfeme” contra el Espíritu Santo!, pues a ese “no se le perdonará”. Se refiere a aquellos que, viendo la Luz, la niegan, es decir, a los que rechazan al Espíritu Santo, los que no quieren salvarse.

Hagamos examen de conciencia. ¿Soy valiente a la hora de profesar mi fe ante los hombres, o prefiero ser lo que los norteamericanos llaman politically correct con tal de ganar la aceptación de todos? Si optamos por lo segundo no dejamos espacio al Espíritu Santo para que venga en nuestro auxilio y nos enseñe lo que tenemos que decir.

¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 07-09-15

hombre con mano paralizada

Comenzamos la liturgia de esta semana con la lectura de la versión de Lucas de la curación del hombre con el brazo derecho paralizado (6,6-11). El pasaje sitúa a Jesús “un sábado”, otro sábado, en la sinagoga, enseñando. Con esto nos señala que era costumbre de Jesús acudir a la sinagoga a orar, pero sobre todo a “enseñar”. De ahí que sus contemporáneos le llamaban “rabboní” (rabbûnî en arameo), o maestro. Ya los escribas y fariseos comenzaban a resentirse y a discutir “qué había que hacer con Jesús”. Los estaba opacando y se sentían amenazados. Había que “sacarlo de circulación”. Va tomando forma la conspiración que culminará con su muerte.

Conociendo las enseñanzas de Jesús, y ante la presencia del hombre con el brazo paralizado, se ponen al acecho para ver si curaba en sábado y así encontrar de qué acusarlo (la ley del sábado prohibía curar en sábado, por ser el día de descanso dedicado exclusivamente al Señor). Y Jesús, que ve en lo oculto de los corazones y conoce sus pensamientos, manda al hombre a ponerse de pie en medio de la asamblea. Allí es Él quien pone a prueba a los fariseos, y les pregunta: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?”. Ante el silencio producido por la contundencia de sus palabras, Jesús ordena al hombre extender el brazo y este queda curado. La versión de Marcos (3,5), que es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, es mucho más dramática: “Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: ‘Extiende la mano’.” Esto exacerbó más aún la furia de los escribas y fariseos.

Lo primero que nos llama la atención de este milagro, y que lo hace diferente, es que ni el hombre, ni sus familiares, ni sus amigos, pidieron el milagro; fue iniciativa de Jesús, producto de su gratuidad. Jesús toma la iniciativa porque percibe la necesidad del hombre, demuestra su capacidad de ponerse en el lugar de otros. Y estando toda su enseñanza matizada por el amor, todas sus actuaciones se rigen por el imperativo del amor. Sí, el descanso sabatino tenía el propósito de honrar al Señor, pero Jesús nos está diciendo con su actuación que no hay mejor manera de honrar a Dios que ayudando a nuestro prójimo, socorriendo a los necesitados, haciendo el bien. Esa es la mejor forma de “santificar” el sábado.

Una vez más vemos a Jesús enfatizando la caridad por encima de la oración y el ritualismo vacíos que caracterizaban a los escribas y fariseos. La rabia de estos parecería estar ligada al hecho que Jesús, con sus hechos y palabras, los desenmascara, no solo ante los demás, sino ante ellos mismos.

En este día y esta semana que comienza, pidamos al Señor que, al igual que Jesús, nos permita estar atentos, y nos conceda la gracia de percibir las necesidades materiales y espirituales de nuestros hermanos, y la voluntad para prestarles toda la ayuda que esté a nuestro alcance sin esperar que nos pidan ayuda, tal como hizo Jesús con el hombre del Evangelio de hoy.

Que pasen todos una hermosa semana llena de la PAZ que solo Dios puede brindarnos. ¡Bendiciones!

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 26-08-15

hipócritas

En la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 23,27-32), Jesús continúa su diatriba contra los escribas y fariseos a quienes llama hipócritas. La palabra “hipócrita” se deriva de un vocablo griego que se refiere a la función de desempeñar un papel en una obra teatral, es decir, a actuar. De hecho, ese era el término que se usaba para designar a los actores teatrales. También se designaban con ese nombre las máscaras que utilizaban en el teatro. De ahí, el vocablo evolucionó para referirse a las personas que “actúan” en su vida cotidiana, es decir, que fingen ser lo que en realidad no son.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes”. El término “sepulcro encalado” (otras traducciones utilizan “sepulcro blanqueado”) se deriva de la costumbre judía de encalar, o pintar con cal, las lápidas de los sepulcros para no tocarlas sin querer, pues de hacerlo incurrían en impureza legal. Según la ley judía, todo el que tocase un cadáver, o una tumba que albergara un cadáver, incurría en impureza y tenía que someterse a ritos de purificación y ofrecer sacrificios para quedar “limpio”.

De nuevo vemos en la actitud de los escribas y fariseos el énfasis en lo exterior por encima de la actitud interior, de la intención. Si tocas la lápida, aunque no sepas que tiene un cadáver adentro, incurres en impureza. La “pureza ritual” por encima de la pureza de corazón. Por el contario, aunque tu alma esté llena de pecado y podredumbre, mientras mantengas la apariencia exterior das cumplimiento a la ley. La configuración perfecta del “actor”, el hipócrita griego, el “sepulcro blanqueado”.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!’ Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”

Esta actitud que Jesús condena nos evoca la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), quien oraba de pie en el templo diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano (se refería al publicano que había subido con él al templo). Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Se olvidaba el fariseo que Dios “ve en lo secreto”, es decir, en nuestro corazón, y nos recompensará según lo que encuentre allí (Cfr. Mt 6,1-6.16-18).

Cada vez que leemos este capítulo 23 de Mateo comenzamos a pensar en cuántos fariseos conocemos, y de seguro identificamos unos cuantos de inmediato. Pero rara vez nos detenemos a mirar en nuestro interior. ¿Será por temor a encontrar el fariseo que allí habita?

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la humildad del publicano de la parábola para, en lugar de señalar con desdén a los que juzgamos “fariseos”, podamos decir de corazón: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.