REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2) 12-10-22

“Ay de vosotros los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas…”

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que nos insta san Pablo en la primera lectura de hoy (Gál 5, 18-25 2,1-11) cuando nos dice: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.”.

A partir del Año del Jubileo Extraordinario de la Misericordia proclamado por el papa Francisco hace unos años, este nos ha venido invitando a todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe. Y para lograrlo no hay que reinventar la rueda, lo único que se requiere es leer y poner en práctica el Evangelio de Jesucristo y los documentos del Concilio Vaticano II.

Siempre que pienso en la Iglesia de los pobres vienen a mi mente las palabras que el Espíritu Santo puso en boca del Cardenal Claudio Hummes cuando le dijo al entonces Cardenal Bergoglio al momento de ser elegido como Papa: “No te olvides de los pobres”; frase que dio origen al nombre papal que este escogió.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (2) 20-08-22

Les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas…

El relato evangélico correspondiente a la liturgia de hoy es el preámbulo de las “siete maldiciones” que Jesús lanza contra los escribas y fariseos, recogidas en el capítulo 23 de Mateo. El pasaje nos muestra a Jesús hablando a un público numeroso (“habló a la gente y a sus discípulos”) denunciando los excesos de estos personajes que habían usurpado la “cátedra de Moisés”, que por derecho le correspondía a los sacerdotes, quienes eran los llamados por la ley de Moisés a interpretar las escrituras.

Dos cosas critica Jesús a los escribas y fariseos. En primer lugar, que habían interpretado la ley de Moisés de tal manera que habían establecido una serie de preceptos que habían convertido los diez mandamientos originales en 613 preceptos (la llamada Mitzvá), que constituían una verdadera camisa de fuerza para el pueblo, “fardos pesados e insoportables [que le] cargan a la gente en los hombros, pero [que] ellos (los escribas y fariseos) no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Una carga creada por mentes humanas, no por Dios; carga que contrasta grandemente con el “yugo suave y la carga ligera” (Mt 11,30) propuesta por Jesús.

En segundo lugar, Jesús critica el protagonismo y elitismo, y el deseo de reconocimiento que habían desarrollado los escribas y fariseos, quienes pretendían ocupar siempre los primeros puestos en todo, y exigían que se les rindiera pleitesía (¡cuántos de esos vemos a diario!). Por eso Jesús advierte a los que le escuchan que hagan y cumplan lo que les digan los escribas y fariseos, pero que no hagan lo que ellos hacen, “porque ellos no hacen lo que dicen”. Esa actitud es la que llevará a Jesús a referirse a ellos más adelante como “sepulcros blanqueados” (Mt 23,27); actitud que contrasta con el mensaje de humildad, sencillez y pobreza apostólica recogido en las Bienaventuranzas (Mt 5), y con su aseveración de que “si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos”, porque “el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,27-28).

El mensaje de Jesús es claro, pero sobre todo consistente. Y lo que le da sentido, el “pegamento” que le da esa consistencia, es el Amor. El Amor abundante e incondicional que Él nos profesa, y que nosotros venimos llamados a “derramar” con la misma abundancia sobre nuestro prójimo, sobre nuestros hermanos; el mismo Amor que llevó a Jesús a lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,12-15).

Cuando nos decidamos servir al Señor, asegurémonos de ser humildes y misericordiosos con todo el que se nos acerque, y pidámosle al Señor nos libre de caer en la tentación del orgullo o la ostentación que nos impida ser verdaderos servidores de nuestro prójimo como lo hizo el Maestro. “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Más claro no puede ser el mensaje.

En este fin de semana que comienza, recordemos que el Padre nos espera con la mesa dispuesta para que nos sentemos junto a Él a disfrutar del banquete de la Palabra y la Eucaristía. ¡Anda, anímate!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA 15-03-22

“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy nos confrontan con la hipocresía religiosa del pueblo. En la primera lectura (Is 1,10.16-20), el profeta pronuncia un oráculo de Yahvé en el que repudia los sacrificios que le ofrece el pueblo mientras  sus corazones están cada vez más alejados de Él. Si leemos el pasaje completo, incluyendo los vv. 11-15, notamos que este oráculo aparenta haber sido proclamado en medio de una celebración litúrgica, pues hace referencia a los “holocaustos de carneros y grasa de animales cebados”, “incienso”, y “manos extendidas”. Yahvé hace claro que está “harto”, que “detesta” esos rituales vacíos, esas celebraciones litúrgicas falsas, que se han convertido para Él en “una abominación”, en una “carga” que no está dispuesto a soportar. Llega al punto de comparar su generación con la de Sodoma y Gomorra.

Hace claro que ese no es el sacrificio agradable a Él. Por el contrario, les exhorta: “Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda”. La primacía del amor, de la caridad, sobre la ley y el ritualismo vacío. A Él no le interesan los sacrificios ni holocaustos. Si, por el contrario, obramos el bien y nos apartamos del pecado, “aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana”. El profeta nos señala en qué consiste el verdadero culto religioso: en obras de caridad (misericordia-amor).

En el pasaje del Evangelio (Mt 23,1-12), que es el preámbulo de las “siete maldiciones” que Jesús lanza contra los escribas y fariseos, Jesús arremete contra la hipocresía de los escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés (el “autor” de la Ley) y “no hacen lo que dicen”. “Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Se refería Jesús a todos los numerosos preceptos (613 en total) en que los fariseos habían convertido la Ley de Moisés y que, por su número eran prácticamente imposible cumplir.

Se consideraban superiores, mejores que los demás (de hecho, “fariseo” significa “separado”). Toda su actitud iba dirigida a ostentar su superioridad (que pretendía ser producto de su “santidad”) ante todos: las vestimentas y otros accesorios, como las filacterias (unas bandas que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley), los primeros lugares, los asientos de honor, las reverencias que esperaban, los títulos. Todo era apariencia exterior, “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27-28). Y por dentro, ¿qué?

El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo para eliminar la “pompa” en nuestros ritos y celebraciones litúrgicas, inculturándolos a nuestros respectivos países. Pero, ¿logró acabar con el fariseísmo?

En esta Cuaresma, hagamos examen de conciencia: ¿Me gusta recibir honores?, ¿reconocimiento?, ¿me siento mejor o superior a los demás? Señor, ayúdame a recordar que todos somos hermanos, y que “el que se humilla será enaltecido”, como Aquél que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28), de modo que al llevar a cabo mi misión pastoral pueda tener “olor de oveja”.

Lo repito; el papa Francisco no está diciendo nada nuevo; simplemente está leyendo el Evangelio…

RFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 13-10-21

Papa Francisco no aceptó los privilegios y entró en la fila del café igual a los demás…

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que se refiere san Pablo en la primera lectura de hoy (Rm 2,1-11) cuando nos dice: “Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios?”.

Ese es el problema del hipócrita; que le presenta una cara al mundo mientras su corazón está lleno de mezquindad y pecado. Podrá engañar a la gente, pero no a Dios “que ve en lo secreto”. Ese es incapaz de recibir el beneficio del sacrificio de la Cruz, porque llega el momento en que se cree que “es” el personaje que está interpretando.

En muchas ocasiones el papa Francisco nos ha invitado todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 25-08-21

“Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes”.

En la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 23,27-32), Jesús continúa su diatriba contra los escribas y fariseos a quienes llama hipócritas. La palabra “hipócrita” se deriva de un vocablo griego que se refiere a la función de desempeñar un papel en una obra teatral, es decir, a actuar. De hecho, ese era el término que se usaba para designar a los actores teatrales. También se designaban con ese nombre las máscaras que utilizaban en el teatro. De ahí, el vocablo evolucionó para referirse a las personas que “actúan” en su vida cotidiana, es decir, que fingen ser lo que en realidad no son.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes”. El término “sepulcro encalado” (otras traducciones utilizan “sepulcro blanqueado”) se deriva de la costumbre judía de encalar, o pintar con cal, las lápidas de los sepulcros para no tocarlas sin querer, pues de hacerlo incurrían en impureza legal. Según la ley judía, todo el que tocase un cadáver, o una tumba que albergara un cadáver, incurría en impureza y tenía que someterse a ritos de purificación y ofrecer sacrificios para quedar “limpio”.

De nuevo vemos en la actitud de los escribas y fariseos el énfasis en lo exterior por encima de la actitud interior, de la intención. Si tocas la lápida, aunque no sepas que tiene un cadáver adentro, incurres en impureza. La “pureza ritual” por encima de la pureza de corazón. Por el contario, aunque tu alma esté llena de pecado y podredumbre, mientras mantengas la apariencia exterior das cumplimiento a la ley. La configuración perfecta del “actor”, el hipócrita griego, el “sepulcro blanqueado”.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!’ Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”

Esta actitud que Jesús condena nos evoca la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), quien oraba de pie en el templo diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano (se refería al publicano que había subido con él al templo). Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Se olvidaba el fariseo que Dios “ve en lo secreto”, es decir, en nuestro corazón, y nos recompensará según lo que encuentre allí (Cfr. Mt 6,1-6.16-18).

Cada vez que leemos este capítulo 23 de Mateo comenzamos a pensar en cuántos fariseos conocemos, y de seguro identificamos unos cuantos de inmediato. Pero rara vez nos detenemos a mirar en nuestro interior. ¿Será por temor a encontrar el fariseo que allí habita?

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la humildad del publicano de la parábola para, en lugar de señalar con desdén a los que juzgamos “fariseos”, podamos decir de corazón: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (1) 21-08-21

El evangelio correspondiente a la liturgia de hoy (Mt 23,1-12) es el preámbulo de las “siete maldiciones” de Jesús contra los escribas y fariseos recogidas en el capítulo 23 de Mateo. El pasaje nos muestra a Jesús hablando a un público numeroso (“habló a la gente y a sus discípulos”) denunciando los excesos de estos personajes que habían usurpado la “catedra de Moisés”, que por derecho le correspondía a los sacerdotes, quienes eran los llamados por la ley de Moisés a interpretar las escrituras.

Dos cosas critica Jesús a los escribas y fariseos. En primer lugar, que habían interpretado la ley de Moisés de tal manera que habían establecido una serie de preceptos que habían convertido los diez mandamientos originales en 613 preceptos (la llamada Mitzvá), que constituían una verdadera camisa de fuerza para el pueblo, “fardos pesados e insoportables [que le] cargan a la gente en los hombros, pero [que] ellos [los escribas y fariseos] no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Una carga creada por mentes humanas, no por Dios; carga que contrasta grandemente con el “yugo suave y la carga ligera” (Mt 11,30) propuesta por Jesús.

En segundo lugar, Jesús critica el protagonismo y elitismo, y el deseo de reconocimiento que habían desarrollado los escribas y fariseos, quienes pretendían ocupar siempre los primeros puestos en todo, y exigían que se les rindiera pleitesía. Por eso Jesús advierte a los que le escuchan que hagan y cumplan lo que les digan los escribas y fariseos, pero que no hagan lo que ellos hacen, “porque ellos no hacen lo que dicen”. Esa actitud es la que llevará a Jesús a referirse a ellos más adelante como “sepulcros blanqueados” (Mt 23,27); actitud que contrasta con el mensaje de humildad, sencillez y pobreza apostólica recogido en las Bienaventuranzas (Mt 5), y con su aseveración de que “si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos”, porque “el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,27-28).

El mensaje de Jesús es claro, pero sobre todo consistente. Y lo que le da sentido, el “pegamento” que le da esa consistencia es el Amor. El Amor abundante e incondicional que Él nos profesa, y que nosotros venimos llamados a “derramar” con la misma abundancia sobre nuestro prójimo, sobre nuestros hermanos; el mismo Amor que llevó a Jesús a lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,12-15).

Cuando nos decidamos servir al Señor, asegurémonos de ser humildes y misericordiosos con todo el que se nos acerque, y pidámosle al Señor nos libre de caer en la tentación del orgullo o la ostentación que nos impida ser verdaderos servidores de nuestro prójimo como lo hizo el Maestro. “En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros” (Jn 13,35).

En este fin de semana que comienza, recordemos que el Padre nos espera con la mesa dispuesta para que nos sentemos junto a Él a disfrutar del banquete de la Palabra y la Eucaristía. ¡Anda, anímate!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA 02-03-21

Señor, ayúdame a llevar a cabo mi misión pastoral con “olor de oveja”.

Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy nos confrontan con la hipocresía religiosa del pueblo. En la primera lectura (Is 1,10.16-20), el profeta pronuncia un oráculo de Yahvé en el que repudia los sacrificios que le ofrece el pueblo mientras  sus corazones están cada vez más alejados de Él. Si leemos el pasaje completo, incluyendo los vv. 11-15, notamos que este oráculo aparenta haber sido proclamado en medio de una celebración litúrgica, pues hace referencia a los “holocaustos de carneros y grasa de animales cebados”, “incienso”, y “manos extendidas”. Yahvé hace claro que está “harto”, que “detesta” esos rituales vacíos, esas celebraciones litúrgicas falsas, que se han convertido para Él en “una abominación”, en una “carga” que no está dispuesto a soportar. Llega al punto de comparar su generación con la de Sodoma y Gomorra.

Hace claro que ese no es el sacrificio agradable a Él. Por el contrario, les exhorta: “Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda”. La primacía del amor, de la caridad, sobre la ley y el ritualismo vacío. A Él no le interesan los sacrificios ni holocaustos. Si, por el contrario, obramos el bien y nos apartamos del pecado, “aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana”. El profeta nos señala en qué consiste el verdadero culto religioso: en obras de caridad (misericordia-amor).

En el pasaje del Evangelio (Mt 23,1-12), que es el preámbulo de las “siete maldiciones” que Jesús lanza contra los escribas y fariseos, Jesús arremete contra la hipocresía de los escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés (el “autor” de la Ley) y “no hacen lo que dicen”. “Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Se refería Jesús a todos los numerosos preceptos (613 en total) en que los fariseos habían convertido la Ley de Moisés y que, por su número eran prácticamente imposible cumplir.

Se consideraban superiores, mejores que los demás (de hecho, “fariseo” significa “separado”). Toda su actitud iba dirigida a ostentar su superioridad (que pretendía ser producto de su “santidad”) ante todos: las vestimentas y otros accesorios, como las filacterias (unas bandas que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley), los primeros lugares, los asientos de honor, las reverencias que esperaban, los títulos. Todo era apariencia exterior, “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27-28). Y por dentro, ¿qué?

El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo para eliminar la “pompa” en nuestros ritos y celebraciones litúrgicas, inculturándolos a nuestros respectivos países. Pero, ¿logró acabar con el fariseísmo?

En esta Cuaresma, hagamos examen de conciencia: ¿Me gusta recibir honores?, ¿reconocimiento?, ¿me siento mejor o superior a los demás? Señor, ayúdame a recordar que todos somos hermanos, y que “el que se humilla será enaltecido”, como Aquél que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28), de modo que al llevar a cabo mi misión pastoral pueda tener “olor de oveja”.

Lo repito; el papa Francisco no está diciendo nada nuevo; simplemente está leyendo el Evangelio…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2) 14-10-20

Papa Francisco optó por hace fila como todos…

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que nos insta san Pablo en la primera lectura de hoy (Gál 5, 18-25 2,1-11) cuando nos dice: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.”.

A partir del Año del Jubileo Extraordinario de la Misericordia proclamado por el papa Francisco hace unos años, este nos ha venido invitando a todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe. Y para lograrlo no hay que reinventar la rueda, lo único que se requiere es leer y poner en práctica el Evangelio de Jesucristo y los documentos del Concilio Vaticano II.

Siempre que pienso en la Iglesia de los pobres vienen a mi mente las palabras que el Espíritu Santo puso en boca del Cardenal Claudio Hummes cuando le dijo al entonces Cardenal Bergoglio al momento de ser elegido como Papa: “No te olvides de los pobres”; frase que dio origen al nombre papal que este escogió.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 26-08-20

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre”.

En la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 23,27-32), Jesús continúa su diatriba contra los escribas y fariseos a quienes llama hipócritas. La palabra “hipócrita” se deriva de un vocablo griego que se refiere a la función de desempeñar un papel en una obra teatral, es decir, a actuar. De hecho, ese era el término que se usaba para designar a los actores teatrales. También se designaban con ese nombre las máscaras que utilizaban en el teatro. De ahí, el vocablo evolucionó para referirse a las personas que “actúan” en su vida cotidiana, es decir, que fingen ser lo que en realidad no son.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes”. El término “sepulcro encalado” (otras traducciones utilizan “sepulcro blanqueado”) se deriva de la costumbre judía de encalar, o pintar con cal, las lápidas de los sepulcros para no tocarlas sin querer, pues de hacerlo incurrían en impureza legal. Según la ley judía, todo el que tocase un cadáver, o una tumba que albergara un cadáver, incurría en impureza y tenía que someterse a ritos de purificación y ofrecer sacrificios para quedar “limpio”.

De nuevo vemos en la actitud de los escribas y fariseos el énfasis en lo exterior por encima de la actitud interior, de la intención. Si tocas la lápida, aunque no sepas que tiene un cadáver adentro, incurres en impureza. La “pureza ritual” por encima de la pureza de corazón. Por el contario, aunque tu alma esté llena de pecado y podredumbre, mientras mantengas la apariencia exterior das cumplimiento a la ley. La configuración perfecta del “actor”, el hipócrita griego, el “sepulcro blanqueado”.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!’ Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”

Esta actitud que Jesús condena nos evoca la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), quien oraba de pie en el templo diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano (se refería al publicano que había subido con él al templo). Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Se olvidaba el fariseo que Dios “ve en lo secreto”, es decir, en nuestro corazón, y nos recompensará según lo que encuentre allí (Cfr. Mt 6,1-6.16-18).

Cada vez que leemos este capítulo 23 de Mateo comenzamos a pensar en cuántos fariseos conocemos, y de seguro identificamos unos cuantos de inmediato. Pero rara vez nos detenemos a mirar en nuestro interior. ¿Será por temor a encontrar el fariseo que allí habita?

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la humildad del publicano de la parábola para, en lugar de señalar con desdén a los que juzgamos “fariseos”, podamos decir de corazón: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.