Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy tienen un tema común. La Palabra de Dios es cortante, pone al descubierto los pecados de los hombres. Por eso incomoda a muchos, especialmente a aquellos que no son sinceros. La reacción es siempre la misma: Hay que eliminar el mensajero.
En la primera lectura (Jr 18,18-20) vemos cómo sus detractores conspiran para difamar a Jeremías, desprestigiarlo para restarle credibilidad a su mensaje, que es Palabra de Dios. Él es tan solo un profeta, un portavoz de Dios.
Los malvados dijeron: “Venid, maquinemos contra Jeremías”. De este modo Jeremías se convierte en prefigura de Cristo, quien será perseguido y difamado a causa de esa Palabra (Él mismo es la Palabra encarnada). “Venid, lo heriremos con su propia lengua”. Lo que hacen los difamadores, tergiversan las palabras del que quieren difamar, tratan de herirlo con sus propias palabras. Me recuerda la Pasión. Jesús habla del Reino y lo acusan de proclamarse rey (Jn 18, 18-20); dice que destruirá el templo y lo reconstruirá en tres días (refiriéndose a su muerte y resurrección), y lo acusan de blasfemo y terrorista (Mt 26,60b-61). El poder de la lengua… Capaz de herir a una persona en lo más profundo de su ser, de “matar” su reputación. No solo peca contra el quinto mandamiento el que mata físicamente a su prójimo; también el que mata su reputación (Cfr. Mt 5,21-22).
La lectura evangélica de hoy (Mt 20,17-28) nos presenta el tercer anuncio de la pasión por parte de Jesucristo a sus discípulos en el Evangelio según san Mateo. Ya anteriormente lo había hecho en Mt 16, 21-23 y 17, 22-23; 20.
Este tercer anuncio, a diferencia de los anteriores, tiene un aire de inminencia. Jesús sabe que su hora está cerca, el pasaje comienza diciendo que Jesús iba “subiendo a Jerusalén”. Su última subida a Jerusalén, en donde culminaría su misión, enfrentaría su muerte: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará”. Anuncia su misterio pascual.
Pero a pesar de que era el tercer anuncio, los discípulos no parecieron comprender la seriedad ni el alcance del mismo. Siguen pensando en “pequeño”, en su “mundillo”, en “puestos”, en reconocimiento. Ya se acerca la hora definitiva y todavía no han captado el mensaje de Jesús, del que vino a servir y no a ser servido. Por eso Jesús les dice: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
Tal vez por eso, en la hora final, recurre al gesto dramático de quitarse el manto, ceñirse una toalla, echar agua en un recipiente, y lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,4-5).
Hoy hemos de preguntarnos: ¿He captado el mensaje de Jesús, o estoy todavía como los discípulos, pendiente de puestos y reconocimientos?
Señor, danos el don de la humildad.