Muchos son los llamados y pocos los escogidos – Microreflexión para el domingo 28 del t.o. (A)

En este corto comentamos la “parábola del banquete” y el mensaje que nos transmite sobre nuestra vocación común a la santidad que nos permitirá participar del banquete del Reino para celebrar la boda del Cordero.

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REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 11-11-22

“El mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”.

La liturgia de hoy nos presenta como primera lectura un pasaje del libro más corto de la Biblia (2 Jn 4-9), tan corto que ni tan siquiera está dividido en capítulos y tiene apenas trece versículos. La carta está dirigida a una comunidad desconocida, a quien el apóstol se refiere como “Señora elegida”.

Dos temas se tratan en la carta: el mandamiento y primacía del amor, y la importancia de la creencia en la encarnación de Cristo.

Sobre el primero Juan le expresa a la comunidad que no les dice nada nuevo, que meramente desea reiterar “el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”, y que debe regir nuestra conducta como cristianos. A renglón seguido añade que “amar significa seguir los mandamientos de Dios”. Una fórmula tan sencilla como compleja por sus profundas implicaciones.

El mismo Juan dirá más adelante al escribir su relato evangélico que Jesús resumió todos los mandamientos en uno: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35). En otras palabras, el que ama cumple todos los mandamientos, pues todos los mandamientos tienen como denominador común el amor; amor a Dios y amor al prójimo.

El segundo tema que plantea Juan en su carta se refiere a los herejes que negaban la encarnación del Verbo (herejía que aún persiste en nuestro tiempo): “Es que han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo”. Juan fue el primero en utilizar la palabra “anticristo” para referirse a aquellos que se oponen o pretenden sustituir a Cristo (Cfr. 1 Jn 2,18; 4,3).

El apóstol enfatiza a los destinatarios de esta carta que todo el que se “propasa” y no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios. Esta aseveración es consistente con las palabras que el mismo Juan pone en boca de Jesús en su Evangelio: “Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,6b-7.9b). Está claro que si Cristo no se hubiera encarnado no habríamos tenido la plena revelación de Dios, que se concretiza cuando “llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley” (Gal 4,4). En otras palabras, solo encontramos a Dios en la “encarnación de Dios”, en Jesucristo.

Gracias Padre, porque te dignaste encarnar a tu Hijo para que conociéndolo a Él llegáramos al conocimiento de tu persona, y de tu infinito amor que has derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que nos has dado (Rm, 5,5).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 07-03-22

“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Las lecturas que nos presenta la liturgia para este lunes de la primera semana de Cuaresma giran en torno al amor, y a la máxima expresión de este: la misericordia.

La primera, tomada del libro del Levítico (19,1-2.11-18), nos presenta el llamado “código de santidad” que fue presentado por Moisés al pueblo de Israel para que pudiera estar a la altura de lo que Dios, que es santo, espera de nosotros: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Además de las leyes acerca del culto debido a Dios y las reglas de convivencia con el prójimo (no matar, no robar, no explotar al trabajador, no tomar venganza, etc.), termina con una sentencia: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dios nos está pidiendo que seamos santos como Él es santo, que le honremos con nuestras obras, no con nuestras palabras. Dios nos ama hasta morir, y espera que nosotros hagamos lo propio. De ahí que Jesús elevará más aún ese mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos cuando nos diga: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34).

En la lectura evangélica de hoy (Mt 25,31-46), Mateo nos estremece con el pasaje del “juicio final”. Este pasaje nos recuerda que un día vamos a enfrentarnos a nuestra historia, a nuestras obras, y vamos a ser juzgados. A ese juicio no podremos llevar nuestras palabras ni nuestra conducta exterior. Solo se nos permitirá presentar nuestras obras de misericordia. Y seremos nosotros mismos quienes hemos de dictar la sentencia.

Mateo pone en boca de los que escuchaban a Jesús, la pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” La contestación no se hace esperar: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo mismo ocurre en la negativa: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y la respuesta es igual: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”.

Durante ese tiempo de Cuaresma se nos propone el compromiso de amar al prójimo como preparación para la “gran noche” de la Pascua de resurrección. El Evangelio de hoy va más allá de no hacer daño, de no odiar; nos plantea lo que yo llamo el gran pecado de nuestros tiempos: el pecado de omisión. Jesús nos está diciendo que es Él mismo quien está en ese hambriento, sediento, forastero, enfermo, desnudo, preso, a quien ignoramos, a quien abandonamos (pienso en nuestros viejos). “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (san Juan de la Cruz).

Un día vamos a tomar el examen de nuestras vidas, y Jesús nos está dando las preguntas y contestaciones por adelantado. ¿Aprobaremos, o reprobaremos? De nosotros depende… Que pasen una hermosa semana.

RFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 13-10-21

Papa Francisco no aceptó los privilegios y entró en la fila del café igual a los demás…

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que se refiere san Pablo en la primera lectura de hoy (Rm 2,1-11) cuando nos dice: “Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios?”.

Ese es el problema del hipócrita; que le presenta una cara al mundo mientras su corazón está lleno de mezquindad y pecado. Podrá engañar a la gente, pero no a Dios “que ve en lo secreto”. Ese es incapaz de recibir el beneficio del sacrificio de la Cruz, porque llega el momento en que se cree que “es” el personaje que está interpretando.

En muchas ocasiones el papa Francisco nos ha invitado todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O (1) 03-06-21


“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 12,28b-34) es la misma que contemplamos el viernes de la tercera semana de Cuaresma. Nos dice la Escritura que un escriba se acercó a Jesús y le preguntó cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían prácticamente una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contiene 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos, enfrascándose en polémicas sobre cuales eran más importantes que otros.

Como dijéramos anteriormente, la respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4-5). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús a los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. Cumpliéndolos cumplimos todos los demás. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo.

Que no se diga que no intentamos…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 13-11-20

“El mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”.

La liturgia de hoy nos presenta como primera lectura un pasaje del libro más corto de la Biblia (2 Jn 4-9), tan corto que ni tan siquiera está dividido en capítulos y tiene apenas trece versículos. La carta está dirigida a una comunidad desconocida, a quien el apóstol se refiere como “Señora elegida”.

Dos temas se tratan en la carta: el mandamiento y primacía del amor, y la importancia de la creencia en la encarnación de Cristo.

Sobre el primero Juan le expresa a la comunidad que no les dice nada nuevo, que meramente desea reiterar “el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”, y que debe regir nuestra conducta como cristianos. A renglón seguido añade que “amar significa seguir los mandamientos de Dios”. Una fórmula tan sencilla como compleja por sus profundas implicaciones.

El mismo Juan dirá más adelante al escribir su relato evangélico que Jesús resumió todos los mandamientos en uno: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35). En otras palabras, el que ama cumple todos los mandamientos, pues todos los mandamientos tienen como denominador común el amor; amor a Dios y amor al prójimo.

El segundo tema que plantea Juan en su carta se refiere a los herejes que negaban la encarnación del Verbo (herejía que aún persiste en nuestro tiempo): “Es que han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo”. Juan fue el primero en utilizar la palabra “anticristo” para referirse a aquellos que se oponen o pretenden sustituir a Cristo (Cfr. 1 Jn 2,18; 4,3).

El apóstol enfatiza a los destinatarios de esta carta que todo el que se “propasa” y no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios. Esta aseveración es consistente con las palabras que el mismo Juan pone en boca de Jesús en su Evangelio: “Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,6b-7.9b). Está claro que si Cristo no se hubiera encarnado no habríamos tenido la plena revelación de Dios, que se concretiza cuando “llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley” (Gal 4,4). En otras palabras, solo encontramos a Dios en la “encarnación de Dios”, en Jesucristo.

Gracias Padre, porque te dignaste encarnar a tu Hijo para que conociéndolo a Él llegáramos al conocimiento de tu persona, y de tu infinito amor que has derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que nos has dado (Rm, 5,5).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 02-03-20

“Porque tuve hambre y me disteis de comer”…

Las lecturas que nos presenta la liturgia para este lunes de la primera semana de Cuaresma giran en torno al amor, y a la máxima expresión de este: la misericordia.

La primera, tomada del libro del Levítico (19,1-2.11-18), nos presenta el llamado “código de santidad” que fue presentado por Moisés al pueblo de Israel para que pudiera estar a la altura de lo que Dios, que es santo, espera de nosotros: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Además de las leyes acerca del culto debido a Dios y las reglas de convivencia con el prójimo (no matar, no robar, no explotar al trabajador, no tomar venganza, etc.), termina con una sentencia: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dios nos está pidiendo que seamos santos como Él es santo, que le honremos con nuestras obras, no con nuestras palabras. Dios nos ama hasta morir, y espera que nosotros hagamos lo propio. De ahí que Jesús elevará más aún ese mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos cuando nos diga: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34).

En la lectura evangélica de hoy (Mt 25,31-46), Mateo nos estremece con el pasaje del “juicio final”. Este pasaje nos recuerda que un día vamos a enfrentarnos a nuestra historia, a nuestras obras, y vamos a ser juzgados. A ese juicio no podremos llevar nuestras palabras ni nuestra conducta exterior. Solo se nos permitirá presentar nuestras obras de misericordia. Y seremos nosotros mismos quienes hemos de dictar la sentencia.

Mateo pone en boca de los que escuchaban a Jesús, la pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” La contestación no se hace esperar: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo mismo ocurre en la negativa: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y la respuesta es igual: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”.

Durante ese tiempo de Cuaresma se nos propone el compromiso de amar al prójimo como preparación para la “gran noche” de la Pascua de resurrección. El Evangelio de hoy va más allá de no hacer daño, de no odiar; nos plantea lo que yo llamo el gran pecado de nuestros tiempos: el pecado de omisión. Jesús nos está diciendo que es Él mismo quien está en ese hambriento, sediento, forastero, enfermo, desnudo, preso, a quien ignoramos, a quien abandonamos (pienso en nuestros viejos). “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (san Juan de la Cruz).

Un día vamos a tomar el examen de nuestras vidas, y Jesús nos está dando las preguntas y contestaciones por adelantado. ¿Aprobaremos, o reprobaremos? De nosotros depende… Que pasen una hermosa semana.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMO OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 16-10-19

Papa Francisco no aceptó los privilegios y entró en la fila del café igual a los demás…

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que se refiere san Pablo en la primera lectura de hoy (Rm 2,1-11) cuando nos dice: “Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios?”.

Ese es el problema del hipócrita; que le presenta una cara al mundo mientras su corazón está lleno de mezquindad y pecado. Podrá engañar a la gente, pero no a Dios “que ve en lo secreto”. Ese es incapaz de recibir el beneficio del sacrificio de la Cruz, porque llega el momento en que se cree que “es” el personaje que está interpretando.

En muchas ocasiones el papa Francisco nos ha invitado todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 16-03-19

“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Con esa frase pronunciada por Jesús termina la lectura evangélica que la liturgia nos propone para hoy (Mt 5,43-48). Y esa perfección se manifiesta en el amor que Dios prodiga a toda la humanidad, sin distinción, aún sobre los que no le conocen, aquellos que lo ignoran, aquellos que lo odian, aquellos que blasfeman contra Él. Esa es la medida que se nos exige. ¡Uf!

“Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?”

La ley del amor. Jesús la repite sin cansancio. No podemos acercarnos a Él sin toparnos de frente con ese mensaje. Jesús nos ofrece la filiación divina (¡qué regalo!). Hay un solo requisito: amar; amar sin distinción y sin excepciones, especialmente a aquellos que nos hacen la vida imposible, aquellos que nos traicionan, nos odian, aquellos que son “diferentes”… Y más aún, orar por los que nos persiguen, los que nos hacen daño. Tú nos has mostrado el camino: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). ¡Señor, qué difícil se nos hace seguirte!

Tú siempre nos hablas claro, sin dobleces: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13,34). ¿No será eso nada más que un sueño, un ideal, una ilusión, una quimera, una ingenuidad de Tu parte, Señor?

Pero Tú nunca nos pides nada que no podamos lograr; y mientras más difícil la encomienda, más cerca de nosotros estás para ayudarnos. En este caso nos dejaste el Espíritu de Verdad que iba a venir y hacer morada en nosotros: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,16-17).

Durante este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a la conversión. Esa conversión de corazón es una obra de la Gracia de Dios. Como nos dice el libro de las Lamentaciones: “Conviértenos Señor, y nos convertiremos” (Lm 5,21). Y esa Gracia que obra la conversión en nosotros la recibimos cuando le abrimos nuestro corazón a ese Espíritu de la Verdad y le permitimos que haga morada en nosotros; ese Espíritu que es el Amor entre el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros. Solo entonces podremos decir con san Pablo: “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

“Conviértenos Señor, y nos convertiremos”.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 08-06-17

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 12,28b-34) es la misma que contemplamos el viernes de la tercera semana de Cuaresma. Nos dice la Escritura que un escriba se acercó a Jesús y le preguntó cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían prácticamente una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contiene 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos, enfrascándose en polémicas sobre cuales eran más importantes que otros.

Como dijimos anteriormente, la respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4-5). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús a los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. Cumpliéndolos cumplimos todos los demás. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo.

Que no se diga que no intentamos…