REFLEXIÓN PARA EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA 22-03-15

si el grano no muere

Hoy es el quinto domingo de Cuaresma. A la distancia nos parece divisar el Gólgota y todo el drama de la Pasión de Jesús, su muerte redentora que sellará con su sangre la Nueva y definitiva Alianza en su persona, y su gloriosa Resurrección.

La primera lectura, tomada de la profecía de Jeremías (31,31-34), nos apunta hacia la naturaleza permanente de esa Alianza, superior a la Antigua, y el valor redentor de la misma: “así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.

El relato evangélico (Jn 12,20-33), que Juan sitúa en el contexto de la Pascua, cuando todos “subían” a Jerusalén a celebrarla, añade el elemento de unos “griegos” que querían ver a Jesús, y utiliza como uno de los mensajeros a Andrés, hermano de Simón Pedro, a quien Juan el Bautista le había señalado a Jesús al comienzo de su Evangelio: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Todo el pasaje gira en torno a la “hora” de su glorificación que ya está cercana.

La presencia de los griegos, por su parte, apunta hacia la universalidad de la redención mediante una Alianza que no quedará circunscrita al pueblo de Israel, sino a toda la humanidad.

El domingo pasado leíamos en el Evangelio (Jn 3,14-21): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Hoy ratifica esa redención, y la universalidad de la misma al decir: “cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. De este modo, Juan nos presenta la Cruz como triunfo y glorificación, la “locura de la Cruz” de la que nos habla san Pablo (1Cor 1,18).

Otro aspecto importante es la radicalidad del seguimiento, significado en la figura de la semilla de trigo que tiene que morir para que rinda fruto: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Se refería, no tan solo a su Pasión y muerte inminentes, sino también a los que decidamos seguirlo. “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”.

Como tantas otras veces, Jesús echa mano de los símbolos agrícolas, conocidos por todos los de su tiempo, para transmitir su mensaje. Y el mensaje es claro; el verdadero seguidor de Jesús tiene que “morir” para poder convertirse en generador de fraternidad y agente de salvación para otros. Aunque Jesús lo llevó al extremo de la privación violenta de la vida, ese “morir” para nosotros implica morir a todo lo que nos impida seguir sus pasos y entregarnos a servir a otros por amor, que es a lo que Él nos invita, con la certeza de que, al igual que Él, el Padre nos premiará.

Jesús nos invita a seguirle. El camino es difícil, pero la recompensa es eterna…

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SEMANA XXX DEL T.O. (2) 30-10-14

gallina reune

La liturgia continúa narrándonos la última subida de Jesús a Jerusalén donde iba a culminar su misión. En el pasaje que se nos presenta hoy (Lc 13,31-35), unos fariseos se le acercaron para decirle: “Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte”.

La persona, pero sobre todo la predicación de Jesús, habían causado un ambiente de tensión. Su suerte estaba echada. Los poderosos habían tomado la decisión de acabar con él; se había convertido en una persona peligrosa a quien había que eliminar. Entre esos estaba Herodes Antipas, quien ya había mandado matar a Juan el Bautista. Este era hijo de Herodes el Grande quien había ordenado la matanza de los inocentes.

Jesús está consciente de que su tiempo se acaba, pero asume con libertad y valentía las consecuencias de su misión. Por eso le dice a sus interlocutores: “ld a decirle a ese zorro: ‘Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término’ Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”.

Llama “zorro” a Herodes, un mote ofensivo. El zorro es un animal que, aunque dañino, es miedoso, ataca sus presas bajo el manto de la oscuridad de la noche, y al menor peligro emprende la huida. Está llamado “cobarde” a Herodes. Esa actitud constituye un desafío abierto a la autoridad política de su tiempo. Herodes mostrará su cobardía al no atreverse a matar a Jesús y “endosárselo” a Pilato.

El mensaje que le envía a Herodes es claro y contundente. Él va a seguir adelante con su misión, va a continuar curando enfermos y echando demonios. Así nos está diciendo a los que decidimos seguirlo que no podemos dejarnos amedrentar, que tenemos que llevar a cabo nuestra misión con valentía. No hay duda, vamos a encontrar muchos “zorros” en nuestro camino, pero Jesús nos repite constantemente: “No tengas miedo, solamente ten fe” (Mc 5,36).

La siguiente frase de Jesús reconoce la inminencia de su fin: “pasado mañana llego a mi término” (otras traducciones dicen “al tercer día”). Comoquiera no se refiere literalmente a pasado mañana; “pasado mañana” es una traducción de una frase en arameo que quiere decir “en breve” o “dentro de poco”. Jesús sabe que hasta el momento ha cumplido el objetivo de su misión. Tan solo le resta la parte más difícil, la hora final. Por eso apresura su paso para llegar a Jerusalén (“no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”). Allí culminará su misión redentora. Todo está en manos del Padre, a cuya voluntad se entrega. Por eso podrá decir al final: “¡Consummatum est: Todo está cumplido!” (Jn 19,30).

“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido”. Esta imagen de la gallina clueca nos evoca el “rostro femenino de Dios”, quien como una madre recoge a sus hijos bajo su manto con ternura y les ofrece su protección. Pero lo rechazamos. Preferimos valernos por nosotros mismos (la soberbia), o poner nuestra confianza en los hombres.

Hoy, pidamos al Señor nos brinde la valentía de seguirlo, con la certeza de que nada podrá dañarnos porque Él marcha junto a nosotros.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMONOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 11-08-14

dracma

La primera lectura de hoy nos presenta al profeta Ezequiel (1,2-5.24-2,1a). Ezequiel fue el primer profeta del exilio en Babilonia. Los judíos habían perdido su libertad, sus tierras, pero más importante aún, habían perdido su Templo, el lugar sagrado en que habitaba Yahvé. Se sentían desamparados. Por eso Ezequiel, quien se había mantenido fiel a Dios en medio de la tribulación, cae “rostro en tierra” ante la presencia de Yahvé, a quien él percibe en la visión que nos narra, con todos los “efectos especiales” a la Steven Spielberg, típico del género apocalíptico. Muy distinto de la “suave brisa” con que el profeta Elías percibió la presencia de Yahvé en la primera lectura que leíamos ayer, decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario. Se trata del mismo Dios; pero un género literario diferente.

Lo cierto es que Ezequiel nos presenta a un Yahvé que no ha abandonado a su pueblo, y con Templo o sin Templo, se manifiesta en toda su gloria, con una visión que incluye cuatro “seres vivientes”, que en la literatura apocalíptica representan seres angélicos de alto rango, y encima de todo, “una figura que parecía un hombre” rodeado de un resplandor “como el arco que aparece en las nubes cuando llueve”. Esto último nos recuerda el arcoíris con el que Yahvé selló su pacto con Noé de que no volvería a destruir la humanidad con otro diluvio (Gn 9,14-17). Una promesa de restauración y, más aún, una promesa mesiánica.

El evangelio (Mt 17,22-27), por su parte, nos presenta uno de esos pasajes en que Jesús no aparece haciendo grandes portentos, sino más bien en su vida diaria como uno más de nosotros. El impuesto de los “dos dracmas” que el colector de impuestos reclama es uno que se cobraba para el mantenimiento del Templo. Jesús es superior al Templo, pero aun así paga sus impuestos; no reclama privilegios para sí, cumple con su deber ciudadano.

Hace un tiempo leía una reflexión sobre este pasaje que señalaba un simbolismo profundo en ese gesto de Jesús de decirle a Pedro que eche un anzuelo, coja el primer pez que pique, coja la moneda de plata que va encontrar en la boca del pez, y con ella pague el impuesto por ambos: “Cógela y págales por mí y por ti”. Con ese gesto parece decirle a Pedro que sus destinos están unidos, que han de correr la misma suerte (al principio del pasaje acababa de hacer el segundo anuncio de su pasión), que persevere en su misión.

Más adelante Jesús habría de pagar, “por ti y por mí”, con su propia vida, nuestra redención (en el mundo antiguo “redención” era el precio que se pagaba por la libertad de un esclavo), para luego resucitar en toda su gloria y mostrarnos el camino que le espera a todo el que le siga.

Jesús ya pagó por ti y por mí y te entrega el boleto de entrada a la Casa del Padre. El boleto tiene una sola condición: “Ámense unos a otros, como yo los amo a ustedes” (Jn 13,14). ¿Lo aceptas?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DECIMOTERCERA SEMANA DEL T.O. 04-07-14

No tienen necesidad de medico

Cada vez que leo el pasaje evangélico que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 9,9-13), trato de imaginar la escena. Se trata de la vocación (el llamado) de Leví (Mateo) y la subsiguiente comida en casa de este. Los tres evangelios sinópticos nos narran este pasaje.

Mateo, publicano (recaudador de impuestos) de oficio, se encontraba sentado tras el mostrador de impuestos, y Jesús se le acercó. Mateo debe haber sentido la presencia de alguien frente a su mostrador y levantó la vista. Es imposible imaginar lo que Mateo percibió en aquellos ojos, aquella mirada penetrante y tierna a la vez que se cruzó con la suya. Y solo bastó una palabra, “sígueme”, para que Mateo se levantara y lo siguiera. A mí me impacta más la versión de Lucas (5,28) que dice que Mateo, “dejándolo todo”, se levantó y lo siguió. “Dejándolo todo…” Nuevamente nos encontramos ante la radicalidad del seguimiento.

Mateo era publicano, trabajaba para el Imperio, el pueblo consideraba a los publicanos enemigos del pueblo; no solo por “cooperar” con el poder imperial de Roma, sino porque le cobraban impuestos en exceso a la gente y se quedaban con la diferencia. Por tanto, su trabajo era un obstáculo para seguir a Jesús. Por eso tenía que “dejarlo todo”, y así lo hizo. Dejó la mesa con sus cuentas y el dinero recaudado; dejó su vida pasada para abrazar la nueva Vida a la que Jesús le llamaba. En ese momento él probablemente no conocía los detalles, pero estoy seguro que supo ver en aquella mirada intensa de Jesús la promesa de un mundo que las palabras no podrían describir. Algo similar a lo que experimentó Saulo de Tarso en aquél encuentro fugaz con el Resucitado en el camino a Damasco que cambió su vida para siempre.

Mateo tuvo un encuentro personal con Jesús y su vida ya no sería la misma. Lo mismo nos ocurre cuando tenemos un encuentro personal con Jesús. Resulta imposible mirarle a los ojos y no dejarse seducir. “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo, y me venciste” (Jr 20,7).

Jesús te está diciendo: “Sígueme”. Nos lo repite a diario; y no se cansa de hacerlo; y mientras más alejados estamos de Él, con mayor insistencia nos llama. No importa lo que haya en nuestro pasado. De eso se trata la conclusión del pasaje de hoy. Al levantarse Mateo, invitó a Jesús y sus discípulos a comer a su casa, junto a otros publicanos y pecadores. Al ver esto, los fariseos (¡qué muchos de estos hay en nuestros días!) se acercaron a los discípulos (así son, cobardes, hablan a espaldas de los que critican) diciéndoles: “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?”

Jesús les escuchó y su contestación no se hizo esperar: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa ‘misericordia quiero y no sacrificios’: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Jesús no vino a buscar a los justos para llevarlos a cielo. Él vino para ofrecerse  a sí mismo como víctima propiciatoria por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer, incluyendo los tuyos y los míos, porque Él quiere que todos nos salvemos (1 Tim 2,4; 2 Pe 3,9).

Que pasen un hermoso fin de semana. No olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-14

anunciacion med

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”. (Is 7,14).

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio del nacimiento de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

¡Gracias, María!