REFLEXIÓN PARA EL LUNES 17-06-13

optica del amor

Las lecturas que nos ofrece la liturgia hoy constituyen una guía, un mapa, para los que aceptamos el llamado a la santidad que nos hace Jesús. Cuando escuchamos y aceptamos el “Sígueme” que Jesús nos propone, reconocemos que estamos llamados a la santidad, porque Él es santo. La santidad es la plenitud de nuestra felicidad, y la única forma de alcanzar esa plenitud es obrar bien.

La primera lectura, tomada de la Primera carta a los Corintios (6,1-10) nos proporciona un “código de conducta” para alcanzar esa plenitud que va más allá del mero cumplimiento de unos preceptos. Se trata de una nueva actitud hacia Dios, nuestro prójimo, y nosotros mismos; una nueva forma de ver la vida misma a través de la óptica del amor. Es entregarnos a la voluntad de Dios y vivir de conformidad. Por eso Pablo comienza exhortándonos a “no echar en saco roto la gracia de Dios” y a “no poner en ridículo nuestro ministerio”, ni a dar “a nadie motivo de escándalo”.

Siempre que leo este pasaje me recuerda esa pegatina que lee: “¿Crees en Cristo?; ¡Que se te note!” Nuestro mejor método de evangelización, nuestra mejor predicación, es nuestra conducta, que hace que todos los que se relacionan con nosotros noten que hay “algo” diferente en nosotros, algo que les atrae, algo que les lleva a decir “yo quiero de eso”. Eso incluye a nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros trabajos, nuestras escuelas, nuestras organizaciones cívicas, nuestra comunidad de fe.

Esta primera lectura es tan rica en contenido que a no ser por las limitaciones de espacio, la transcribiríamos íntegramente. Les exhorto a leerla; es una verdadera joya.

En la lectura evangélica (Mt 5,38-42), Jesús continúa su catequesis sobre la nueva interpretación de la Ley basada en el Amor. “Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”.

¡Uf, qué difícil nos lo plantea Jesús! Difícil cuando lo vemos desde la perspectiva del mundo secular que nos llama a “dar a cada cual según se merece”, al éxito, al confort, a acumular posesiones, al egoísmo; la cultura del “yo”. Fácil, y hasta lógico, para el que ha tenido un encuentro personal con Jesús y ha conocido su Amor.

Cuando Dios se convierte en el centro de nuestras vidas, todo adquiere un nuevo significado al punto que todo lo demás lo estimamos “basura” (Cfr. Fil 8,8).

Y tú, ¿has tenido un encuentro personal con Jesús? Él te ha llamado por tu nombre y tan solo está esperando tu respuesta. Anda, ábrele la puerta. Créeme, no te arrepentirás.

REFLEXIÓN PARA EL UNDÉCIMO DOMINGO DEL T.O. 16-06-13

pecadora perdonada

Todas las lecturas de la liturgia para este undécimo domingo del tiempo ordinario tienen un hilo conductor: el perdón de los pecados.

La primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel (12,7-10.13), nos presenta el pasaje en el que Yahvé, por medio del profeta Natán, enfrenta al rey David con sus pecados, recordándole todas las bendiciones que ha derramado sobre él: “¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?”. David reconoce sus pecados, y en un acto de arrepentimiento exclama: “¡He pecado contra el Señor!” La respuesta no se hace esperar: “El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”. Es la manifestación de la misericordia divina. “Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: ‘Confesaré al Señor mi culpa’, tú perdonaste mi culpa y mi pecado” (Sal 31). Dios perdona al pecador arrepentido.

En la segunda lectura (Gál 2,16.19-21) el apóstol san Pablo nos recuerda que si fuera por la Ley todos estaríamos muertos para la vida eterna. Solo si nos unimos al sacrificio de Cristo, quien nos amó hasta entregarse por nosotros, podemos alcanzar la salvación. “Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús”. Si nos convertimos en otros “cristos” viviendo nuestra fe en Él, podremos decir con Pablo “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, porque la “justificación” es una transformación en Cristo por medio de la gracia.

La lectura evangélica (Lc 7,36-8,3) nos presenta el pasaje de “la pecadora perdonada”.

El Antiguo Testamento nos había presentado la misericordia de Dios. Los relatos evangélicos nos muestran un Jesús que se atribuye a sí mismo el poder de perdonar los pecados, poder que solo le pertenece a Dios. Jesús no se limita a enseñarnos que el Padre está dispuesto a perdonarnos nuestros pecados, sino que Él mismo perdona los pecados. La explicación a esta actitud de Jesús nos la da Él mismo: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30).

Desde el comienzo de su misión mesiánica Jesús deja claro que Él tiene poder para perdonar los pecados: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados” (Cfr. Mc 2,10). Vemos cómo en los relatos evangélicos repite en numerosas ocasiones: “tus pecados te son perdonados”, o frases similares que resultan blasfemas para los escribas y fariseos quienes no reconocían la divinidad de Jesús.

En el pasaje de hoy encontramos a una pecadora que se postra ante Jesús, lava sus pies con sus lágrimas, los unge con perfume y los besa. Esa mujer arrepentida nos proporciona la clave para obtener el perdón de los pecados (siempre volvemos a lo mismo, ¿no?): el Amor. “‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama’. Y a ella le dijo: “Tus pecados están perdonados’”. Es el amor lo que nos lleva al arrepentimiento y a buscar la reconciliación. Aquella pecadora conoció el amor de Jesús y le reciprocó con la misma intensidad de sus pecados. Y en ese amor conoció el perdón, que es fruto del Amor.

Más tarde, luego de su Resurrección, Jesús confiaría ese “ministerio” del perdón de los pecados a los apóstoles (Jn 20,22-23) y a sus sucesores, quienes conferirán el perdón, no por sí mismos, sino por el poder del Dios Uno y Trino, que es amor.

Hoy es un buen día para reconciliarte con el Señor. ¡Aprovecha ese regalo tan hermoso que Jesús te dejó!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO 15-06-13

“Habéis oído que se dijo a los antiguos”… “Pues yo os digo”… Jesús ha venido repitiendo ambas frases en las lecturas de los últimos días. Entre ellas se establece el contraste entre la justicia antigua, y la nueva que Jesús acaba de proclamar en el discurso de las Bienaventuranzas, así como la  superioridad de la última sobre la primera. En la lectura evangélica de hoy (Mt 5,33-37) Jesús repite las mismas frases.

La segunda, “pues yo os digo”, establece la autoridad de Jesús. Al utilizar ese lenguaje Jesús se presenta, no como un profeta más, sino como la última autoridad. Los profetas siempre acompañaban sus sentencias con “oráculo de Yahvé”, o “dice el Señor”. Jesús habla con su propia autoridad como Hijo de Dios, y nos comunica cuál fue la intención del Padre al comunicar la Ley a “los antiguos”. De ese modo nos ilumina sobre cuál es la verdadera interpretación de la Ley; se nos presenta como su máximo intérprete.

Recordemos que hace unos días leíamos el versículo 17 de este mismo capítulo de Mateo, en que Jesús recalca: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

En el pasaje que examinamos hoy Jesús examina otro precepto de la ley tradicional: “No juraréis en falso por mi nombre: profanarías el nombre de tu Dios” (Lv 19,12). La Ley prescribía que todos dijeran la verdad; por eso prohibía los juramentos falsos, es decir, poner a Dios “como testigo” para sostener una falsedad. “Pues yo os digo que no juréis en absoluto”, nos dice Jesús. De este modo Jesús retiene el espíritu de la Ley y al mismo tiempo la lleva a su perfección: Siempre hay que decir la verdad. Si todos decimos la verdad no hay necesidad de juramento, pues la palabra es la propia garantía de su veracidad. Más allá de la letra de la Ley, Jesús nos revela cuál es el objetivo último de este mandamiento: que todas las relaciones entre las personas estén fundamentadas en la verdad.

A esto, Jesús añade que no debemos jurar por Dios, “ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo”. Jesús alude a todos los circunloquios que los judíos utilizaban para no aludir directamente a Dios al hacer sus juramentos falsos, en un intento de “cumplir” con la Ley al no jurar en falso en Su nombre. ¿Cuántas veces tratamos de justificar nuestras actuaciones, haciendo una interpretación acomodaticia de los mandamientos para acallar nuestra conciencia y “sentirnos bien”?

“A vosotros os basta decir “sí” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”. Jesús quiere que el cristiano sea veraz, transparente, que su palabra sea su propia garante, que la verdad brille por sí misma, porque la verdad viene de Dios. La mentira, y la tentación de poner a Dios por testigo de la misma, por el contrario, vienen del Maligno.

Señor, no nos dejes caer en la tentación de la mentira, y líbranos de la acechanzas del Maligno.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 14-06-13

En la lectura evangélica de hoy (Mt 5,27-32), continuación de la de ayer, Jesús continúa su catequesis sobre la nueva Alianza fundamentada en la Ley del amor que nos lleva a adorar en espíritu y verdad, a diferencia del ritualismo exterior del culto judío. Se trata de cumplir con los preceptos de la Ley, no por temor al castigo, sino mediante el ejercicio de la libertad que nos proporciona el Amor de Dios que se derrama sobre nosotros en la forma del Espíritu Santo. Es la Ley escrita, no en tablas de piedra ni en pergaminos, sino en nuestros corazones (Cfr. Jr 31,33; Hb 8,10).

Jesús nos propone una “relectura” del decálogo a partir de la intención que Dios tenía al proclamarlo. Se trata de interpretar los mandamientos según el espíritu de la Ley, no a base de una lectura literal. La “plenitud” que Jesús vino a dar a la Ley no es otra cosa que su interpretación a la luz de las virtudes expresadas en las Bienaventuranzas, como la misericordia, la justicia, la verdad, etc. Es la “humanización” de la Ley.

En el pasaje de hoy Jesús nos instruye: “Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno”.

Está claro, no se trata del cumplimiento (palabra que hemos dicho se compone de otras dos: “cumplo y miento”) exterior de los fariseos que ocultaba su podredumbre interior, lo que llevaría a Jesús a llamarles sepulcros blanqueados: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!” (Mt 23,27-28). Se trata del cumplimiento “de corazón”.

Se peca lo mismo con el pensamiento como con los actos, ya que en el pensamiento es que se fragua el pecado antes de llevar a cabo la acción: “Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre” (Mt 15,19-20).

Jesús nos propone que antes que pecar nos arranquemos o cortemos aquellas partes de nuestro cuerpo que puedan hacernos pecar. Aunque algunos sostienen que Jesús quería que esta aseveración se tomase al pie de la letra para indicar la radicalidad y la seriedad con las que Él insiste en la observancia de este mandamiento, podría también decirse que hace uso de la hipérbole con un fin pedagógico: enfatizar que la pureza de corazón va por encima de la propia integridad corporal (por la concepción judía de la resurrección física era importante ser enterrado con el cuerpo íntegro). Si fuéramos a hacer una lectura literal de este pasaje, ¡cuántos tuertos, mancos, y castrados habría!

“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50,12).

El Papa Francisco está decidido a reformar la Curia Romana, dice autoridad vaticana

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ROMA, 13 Jun. 13 / 12:05 am (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco está imponiendo un estilo de vida  de “esencialidad evangélica” en el Vaticano y “está decidido” a cumplir una reforma de la Curia Romana, afirmó el Sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, Mons. Angelo Becciu, en una entrevista concedida el 9 de junio al diario de la Santa Sede L’Osservatore Romano (LOR).

El Papa Francisco constituyó el pasado 13 de abril una comisión de ocho cardenales procedentes de los cinco continentes para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia, y estudiar un proyecto que… [continuar leyendo]

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 13-06-13

Reconcíliate con tu hermano

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mt 5,20-26), nos reitera la primacía del amor y la disposición interior sobre el formalismo ritual y el cumplimento exterior de la Ley que practicaban los escribas y fariseos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Para demostrar su punto Jesús nos propone dos ejemplos.

El primero de ellos nos refiere al quinto mandamiento: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ‘renegado’, merece la condena del fuego”. La “condena del fuego” se refería a la “gehena” de fuego, el equivalente judío del infierno.

Esta sentencia de Jesús es un ejemplo de cómo Jesús no vino a abolir la Ley, sino a darle “plenitud”, tal y como leíamos en el relato evangélico de ayer (Mt 5,17-19). La ley de Moisés prohibía matar, una prescripción importante para la convivencia humana, un paso firme hacia la no-violencia (lo mismo que prohíben los códigos penales en nuestra sociedad actual). Pero se limitaba al acto, no iba a la raíz del problema.

Jesús no se queda en el exterior; Él “interioriza” la Ley. Ya no se trata de que un acto, un gesto exterior sea malo. Todo lo que injurie gravemente al prójimo, o le manche su reputación; todo aquello que “envenene” las relaciones fraternas entre los hombres es contrario a la Ley y constituye un pecado grave que puede conllevar pena de condenación eterna.

La importancia de nuestra disposición de corazón por encima de nuestros gestos exteriores. Y Dios, “que ve en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6), nos juzgará de conformidad. ¡Cuántas veces “matamos” a nuestros hermanos haciendo comentarios hirientes sobre ellos, sean ciertos o no, que sabemos le van a herir su reputación! Cuando lo hacemos, pecamos contra el quinto mandamiento como si le hubiésemos clavado un puñal en el costado. Hemos pecado contra el Amor, el principal de todos los mandamientos.

El segundo ejemplo, prácticamente una consecuencia del primero, nos remite a nuestra relación con Dios: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.

“Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”… El amor fraterno toma primacía sobre el culto. Dios nos está diciendo: “Si quieres relacionarte conmigo, tienes que amar a tu hermano. La razón es clara, cuando tenemos desavenencias o discordias con nuestro prójimo, nuestra relación con Dios se afecta, se rompe; pierde su fundamento que es el Amor.

Esto no se limita a cuando nosotros tengamos una desavenencia con alguien. Basta que nos enteremos que esa persona “tiene quejas” contra nosotros, con razón o sin ella. Jesús nos está exigiendo que demos nosotros el primer paso, que reparemos la relación afectada. Entonces nuestra ofrenda, nuestra oración aderezada con la virtud de la caridad, será agradable a Él.

Señor, ayúdame a ser agente de reconciliación fraterna, comenzando con mis propias relaciones, para que pueda ofrecerme yo mismo como hostia viva agradable a Ti.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 12-06-13

mandamiento-de-dios

“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (Hb 1,1-12).

Este pasaje de la Carta a los hebreos resume en cierta medida la enseñanza contenida en la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Mt 5,17-19), en que Jesús nos dice: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”.

Para los judíos la Ley y los profetas constituían la expresión de la voluntad de Dios, la esencia de las Sagradas Escrituras. Jesús era judío; más aún, era el Mesías que había sido anunciado por los profetas. Era inconcebible que viniera a echar por tierra lo que constituía el fundamento de la fe de su pueblo. “No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Durante su vida terrena Jesús nos dio unos indicadores, como: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Así los primeros cristianos tuvieron que determinar qué preceptos de la Ley eran de origen divino y cuáles eran hechura de los hombres, como los 613 preceptos de la Mitzvá, que los fariseos habían derivado de la Torá (Ley escrita) y la “Torá shebe al pe” (Ley oral). La Iglesia cristiana tuvo su origen en el judaísmo, en la Ley y los profetas del Antiguo Testamento (Antigua Alianza), y dio paso a la Alianza Nueva y Eterna (Nuevo Testamento). ¿Cuáles de aquellas leyes y tradiciones ancestrales había que mantener? ¿Cuáles constituían Ley, y cuáles eran meros preceptos establecidos por los hombres interpretando la Ley?

El problema de los fariseos era que habían reducido la religión al “cumplimiento” objetivo de unas normas de conducta, divorciadas del “corazón”. El cumplimiento por temor al castigo. Jesús nos dijo que el cumplimiento de la Ley estaba predicado en el Amor (“Si me amáis guardaréis mis mandamientos”… Jn 14,15). El que ama a Dios y ama a su prójimo por amor a Él, ya cumple con todos los mandamientos. Ahí está la plenitud del cumplimiento de la Ley. “No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Como señala el pasaje de la Carta a los hebreos que citamos, Jesús es la culminación de la revelación, la Palabra última de Dios. El Evangelio de Jesucristo llevó a su plenitud la Ley y nos aclaró el contenido del Antiguo Testamento, liberándonos de la esclavitud y convirtiéndonos en hijos (Cfr. Gál 4,5). Así, “seremos grandes en el reino de los cielos”.

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA DE SAN BERNABÉ, APÓSTOL 11-06-13

san bernabe

Hoy celebramos la memoria obligatoria de san Bernabé, apóstol. Bernabé no fue uno de los “doce” elegidos por Jesús. No obstante, desde los comienzos de la Iglesia fue considerado apóstol, primordialmente por su amplia labor apostólica y la misión que el Espíritu Santo le encomendó, según nos relata Lucas en la primera lectura de hoy (Hc 11,21b-26;13,1-39).

Bernabé era levita (de la tribu de Leví) oriundo de Chipre. Su nombre era José, pero este le fue cambiado por los apóstoles a Bernabé, que quiere decir “hijo de la exhortación”, se menciona en el libro de los Hechos de los Apóstoles por su generosidad, habiendo vendido una propiedad que tenía y puesto su importe a disposición de los apóstoles (Hc 4,36).

La lectura nos presenta a Bernabé predicando exitosamente el Evangelio en Antioquía: “como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor”. Entusiasmado por la acogida de la Palabra en Antioquía, fue a buscar a Pablo y lo trajo a esa ciudad, en donde ambos permanecieron un año. Antioquía se convirtió en el gran centro de evangelización de mundo pagano. Nos dice la lectura que en aquél lugar “había profetas y maestros”. Tan visible fue el éxito de Pablo y Bernabé en esta misión, y tan floreciente la comunidad de Antioquía, que fue allí donde por primera vez llamaron “cristianos” a los seguidores de Jesús (11,26c). Hasta entonces se les conocía como los seguidores del “Camino”.

Hemos dicho en ocasiones anteriores que el libro de los Hechos de los Apóstoles se conoce como el “Evangelio del Espíritu Santo”, porque recoge la actividad divina del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia. Así, la lectura nos dice que mientras la comunidad ayunaba y daba culto al Señor, “dijo el Espíritu Santo: ‘Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado’. Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron”. De allí partirían a evangelizar Seleucia, Chipre, Pafos, Perge de Panfilia, Iconio, Laconia y Listra, para luego regresar a Antioquía. Una lectura de los capítulos 13-15 de los Hechos de los Apóstoles nos revela la extensión de la labor apostólica de Pablo y Bernabé, y cómo el Espíritu Santo actuaba poderosamente efectuando conversiones y haciendo toda clase de milagros, y protegiéndolos, salvándolos de ser lapidados.

¡Ojalá nuestras comunidades de fe estuvieran tan atentas y dóciles al Espíritu Santo como aquella comunidad de Antioquía!

La Tradición nos presenta a Bernabé llegando a ser obispo de Milán, y martirizado alrededor del año 60 en Salamina.

“Señor Dios nuestro, la Iglesia de Antioquía, movida por el Espíritu Santo, envió a Pablo y Bernabé en misión apostólica entre paganos. Que la Iglesia de hoy, en cualquier parte del mundo, envíe buenos y celosos hombres y mujeres a anunciar el Evangelio. Llena a todos los misioneros con el Espíritu Santo y con gran fe, para que puedan tocar los corazones de los hombres y los ganen como discípulos y amigos de Jesucristo nuestro Señor” (Oración Colecta).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 10-06-13

bienaventuranzas

La liturgia nos regala hoy la versión de Mateo del pasaje evangélico de las Bienaventuranzas (Mt 4,25 – 5,12). Esta versión es la que da el nombre de “Sermón de Montaña” a este pasaje, pues la versión de Lucas nos presenta a Jesús pronunciando el discurso de las Bienaventuranzas “en un paraje llano” (Lc 6,17).

La razón para la diferencia entre una y otra versión obedece al fin pedagógico de cada relato evangélico, y al grupo a quien va dirigido. Lucas escribe para fortalecer la fe de los cristianos que ya estaban siendo perseguidos por profesar su fe. Mateo escribe su relato para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías prometido, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento.

Mateo quiere demostrar además, que en la persona de Jesús se cumple la profecía de Dt 18,18. Para ello recurre a establecer un paralelismo entre Jesús y Moisés: Moisés y Jesús perseguidos en su infancia; Moisés y Jesús ofreciendo un pan de vida, Moisés escribiendo cinco libros (la autoría humana del Pentateuco se le atribuía entonces a Moisés) y Jesús pronunciando cinco grandes discursos.

Finalmente, del mismo modo que Moisés subió al Monte Sinaí, Mateo nos presenta a Jesús subiendo “al monte”. Con ello quiere significar que Jesús va a llevar a cabo la fundación del “nuevo pueblo de Dios” basado en una nueva Alianza, con Jesús como el “nuevo Moisés”.

A diferencia del decálogo, que contiene unos mandatos y unas prohibiciones abstractas, las Bienaventuranzas se refieren a situaciones de hecho concretas (ej. pobreza, llanto, hambre, sed), sufrimientos que viven todos los que trabajan en la construcción de ese nuevo orden al que Jesús se refiere como “el Reino”. Por eso los sujetos de las bienaventuranzas no son las situaciones, sino las personas que las sufren por causa de la justicia y por seguir los pasos de Jesús. A esos es que quienes Jesús llama “bienaventurados”, a los que están dispuestos a “renunciar a sí mismos” para seguir a Jesús (Cfr. Mt 16,24; Mc 8,34).

Además de las situaciones pasivas que hemos reseñado, hay otras activas, que nos presentan actitudes concretas que los verdaderos discípulos de Jesús han de observar, como la mansedumbre, la misericordia, la limpieza de corazón, y la lucha por la justicia. A estos también Jesús llama “bienaventurados”.

El diccionario de la Real Academia Española define “bienaventurado” como el “que goza de Dios en el cielo”. Y tiene razón, porque las bienaventuranzas nos describen la conducta de los ciudadanos del Reino; ese Reino que ya ha comenzado pero que todavía no ha culminado, el famoso “ya, pero todavía”.

Hemos dicho en otras ocasiones que podemos comenzar a vivir nuestro cielo en la tierra. ¿Cómo?, Jesús nos da la “receta” en las Bienaventuranzas. Y si quisiéramos resumirlas podemos hacerlo en una sola palabra: Amor (Cfr Jn 14,21).

“Señor, Dios nuestro, tú escribes derecho con líneas torcidas. Haz que las desconcertantes palabras de tu Hijo en las Bienaventuranzas nos despierten y nos permitan ver dónde podemos encontrar tu clase de felicidad, ya que es la única que dura y permanece” (Oración después de la comunión).