REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 08-07-16

sagaces como serpientes y sencillos como palomas 2

“Astutos como serpientes… sencillos como palomas”

Las lecturas de hoy vienen muy a propósito del Año Jubilar de la Misericordia que estamos celebrando.

La primera nos presenta el cántico que sirve de conclusión al libro de Oseas (14,2-10); un último intento de Dios-Madre para que su hijo, el pueblo de Israel, regrese a su regazo. Inclusive pone en boca del pueblo las palabras que debe decir para ganar Su favor, asegurándoles que curará sus extravíos, que los amará sin que lo merezcan, como solo una madre puede hacerlo.

La historia nos revela que el pueblo no hizo caso y continuó su camino de pecado que le apartó más de Dios, hasta que se hizo realidad la sentencia contenida en el versículo inmediatamente anterior a la lectura de hoy (14,1): “Samaria recibirá su castigo por haberse revelado contra Yahvé: sus habitantes serán acuchillados, sus niños serán pisoteados y les abrirán el vientre a sus mujeres embarazadas”. Las diez tribus que componían el reino de Israel fueron cautivadas y deportadas a Nínive, finalizando así el Reino de Israel en el año 722 a.C.

El salmo (Sal 50), por su parte, nos remite una vez más al amor maternal de Dios: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. El salmista está arrepentido de su pecado y apela al amor, a la misericordia de Dios.

Y decimos que el salmista apela al amor maternal porque la palabra hebrea utilizada para lo que se traduce como “misericordia”, es rahamîn, que se deriva del vocablo rehem que significa la matriz, el útero materno. Con esto se enfatiza que el amor de Dios es comparable al que solo una madre es capaz de sentir por el hijo de sus entrañas.

En el evangelio (Mt 10,16-23), Jesús continúa sus instrucciones a los apóstoles antes de partir en misión. Les advierte que su misión no va a ser fácil (Cfr. Lc 2,34). Les dice que los envía “como ovejas entre lobos” y reitera la importancia de la perseverancia: “Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”.

Jesús nos está recordando que la grandeza del Reino de Dios se revela en la debilidad de sus mensajeros. Más tarde Pablo nos dirá que la fortaleza de Dios encuentra su cumplimiento en la debilidad (2 Cor 12,9). Por otro lado Jesús nos advierte que debemos mantener los ojos bien abiertos, que no debemos exponernos innecesariamente, que debemos ser cautos, “astutos como serpientes”; pero conservando la candidez, la simplicidad, presentándonos sin dobleces, sin segundas intenciones, “sencillos como palomas”, para que nuestro mensaje tenga credibilidad.

A veces la persecución, la zancadilla viene de adentro, de los “nuestros”: “Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán…” (Mt 10,21). Jesús nos sugiere una sola solución: perseverar, aguantar, poner nuestra confianza en Él, que ha de venir en nuestro auxilio, pondrá palabras en nuestra boca, nos “librará del lazo del cazador y el azote de la desgracia”, nos “cubrirá con su plumas”, y “hallaremos refugio bajo sus alas” (Sal 90).

Pidamos a nuestro Señor el don de la perseverancia para continuar nuestra misión de anunciar la Buena Noticia.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 07-07-26

Los envió de dos en dos

La primera lectura de hoy (Os 11,1-4.8c-9) nos presenta los atributos maternos de Dios, que además de ser Padre es “Madre”, y nos ama con ese amor que solo una madre es capaz de prodigar al hijo de sus entrañas. Ya en una ocasión hemos reflexionado sobre esta lectura, a la que les remitimos.

En la lectura evangélica, continuación de la de ayer, Jesús continúa impartiendo las instrucciones a los “doce” antes de enviarlos en la misión de proclamar el Evangelio. En el pasaje que leemos hoy Jesús enfatiza el desapego a las cosas materiales, instando a sus apóstoles a dejar atrás todo lo que pueda convertirse en una preocupación que desvíe su atención de la misión que les está encomendando. Se trata de abandonarse a la Providencia divina. La verdadera “pobreza evangélica”.

La misión que Jesús les encomienda a los apóstoles es formidable: “proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios”. Les está pidiendo que continúen su misión, y que lo hagan como Él lo hace. El discípulo sigue los pasos del maestro… Recordemos que Jesús nació pobre, teniendo por cuna una pesebre (Lc 2,7), vivió pobre, sin tener dónde recostar la cabeza (Mt 8,20), y murió pobre, teniendo como única posesión su ropa, cuyos verdugos se repartieron “echando a suertes” (Mt 27,35).

Una frase resalta en este relato del envío de los “doce”: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Con esta frase Jesús les (nos) recuerda que el Evangelio es para todos, que la salvación es regalo de Dios, y como tal tenemos que compartir con todos los dones que hemos recibido de Él. No podemos convertir el anuncio de la Buena Nueva del Reino en un negocio o en una fuente de ingresos (como las “iglesias de la prosperidad” que venden a sus feligreses una promesa de prosperidad económica a cambio de un diezmo que a quien único beneficia es al pastor, o aquellas parroquias católicas que tienen un listado de “tarifas” para los sacramentos), ni en una forma de obtener bienes para nosotros, porque se desvirtúa. Sobre este particular el papa Francisco se ha expresado una y otra vez: “Cuántas veces entramos en una iglesia, aún hoy, y hemos visto la lista de los precios” para el bautismo, la bendición, las intenciones para la Misa. Y el pueblo se escandaliza”…

Hace un par de años el papa Francisco decía a un nutrido grupo de seminaristas y novicias congregados en el Vaticano: “Me duele ver a un cura o a una monja con el último modelo de coche”. Francisco está claro.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 06-07-16

envio

La lectura evangélica que nos brinda la liturgia de hoy (10,1-7) es el comienzo del llamado discurso misionero, o de envío, de Jesús a sus apóstoles, que ocupa todo capítulo 10 del Evangelio según san Mateo. El pasado domingo XIV del tiempo ordinario leíamos el envío de los “setenta y dos” (Lc 10,1-9), que irían delante de Jesús a prepararle el camino a los lugares que pensaba visitar. La lectura que Mateo nos presenta hoy es el envío de los “doce”. Ya no se trata de una “avanzada”; se trata de aquellos que van a compartir con Él la responsabilidad de llevar a cabo y continuar la misión que el Padre le había encomendado.

Por eso nos dice la escritura que en primer lugar, “llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. Les delegó su autoridad. Los primeros obispos. El primer signo de la Iglesia apostólica.

Luego Mateo se toma el trabajo de mencionarlos a todos por su nombre. Ya no se trata de un grupo anónimo de setenta y dos discípulos. Se trata de los “doce”, a quienes Mateo llama “apóstoles” al identificarlos por sus nombres. Estos son aquellos a quienes Jesús, luego de pasar una noche entera en oración, escogió de entre sus discípulos para que continuaran Su misión, llamándoles apóstoles (Lc 6,12-13).

Luego de delegarles su autoridad, comenzó a darles las instrucciones, la primera de las cuales la que recoge la lectura de hoy: “No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”.

Recordemos que Mateo escribió su relato evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, para demostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas; que en el Él se cumplían todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento. Por eso Mateo enfatiza que Jesús envió a los apóstoles en primera instancia a proclamar el anuncio del Reino al pueblo judío, que ellos entendían era el recipiente de todas esas promesas.

Es decir, que a pesar de que luego de su Resurrección nos diría que su mensaje liberador iba dirigido a toda la humanidad (Mt 28,19), instando a los apóstoles a ir a hacer discípulos a todas las naciones, decidió “comenzar por la casa”.

Si examinamos nuestra Iglesia, vemos que, al igual que aquellos primeros apóstoles, debemos comenzar evangelizando, formando a los “nuestros” antes que a los “de afuera”. Fortalecer nuestra Iglesia para entonces poder llevar nuestra misión evangelizadora a todas las gentes. De ahí nuestra insistencia en la formación de nuestra feligresía. Personas cuya fe se “enfría” y terminan alejándose, por desconocimiento de la riqueza de nuestra tradición, nuestra liturgia y, sobre todo, de los fundamentos bíblicos de nuestra Iglesia, la única fundada por Jesucristo. Personas que se “aburren” en nuestras celebraciones litúrgicas, sencillamente porque desconocen lo que está ocurriendo. No se puede amar lo que no se conoce.

Todos estamos llamados a evangelizar. Pero vayamos primeramente “a las ovejas descarriadas” de nuestra Iglesia. Comencemos pues, al igual que “los doce”, por nuestra familia, nuestra comunidad parroquial, especialmente a los que se han alejado…

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-07-16

La mies es abundante y los obreros pocos

En la primera lectura de hoy continuamos leyendo la profecía de Oseas, y vemos cómo el profeta reitera su denuncia contra el pueblo de Israel que se ha mostrado infiel para con Yahvé Dios. Pero la Palabra de Dios transmitida a su pueblo por voz del profeta ha caído en oídos sordos. La esposa infiel ha despreciado el ramo de olivo que le tendía su amante esposo. La sentencia no se hace esperar: “tendrán que volver a Egipto”.

Casi doscientos años después, el profeta Jeremías hará lo propio con el Reino de Judá (del Sur) cuando les profetiza que serán conquistados por el Rey Nabucodonosor y deportados a Babilonia.

En mis clases de Biblia en la universidad digo mis estudiantes que la historia del pueblo judío que se nos narra en la Biblia es un reflejo de nuestra propia vida, un ciclo interminable de infidelidades de nuestra parte, y una disposición continua de parte de Dios a perdonarnos.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esta frase de Jesús culmina la lectura evangélica de hoy (Mt 9,32-38). Este pasaje sirve de preámbulo al segundo gran discurso misionero de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. El mismo llamado que nos hace ahora el papa Francisco.

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. La misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, laicos.

Y al igual que Jesús, al aceptar nuestra misión, roguemos “al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Oremos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, y para que cada día más laicos acepten el reto y la corresponsabilidad de la instauración del Reino. Y eso nos incluye a todos nosotros, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 04-07-16

En la primera lectura de hoy (Os 2,16.17b-18.21-22), el profeta Oseas nos presenta la figura de Dios como amante de Israel. Más tarde, los “profetas mayores”, Jeremías, Isaías y Ezequiel retomarán esa figura de Dios-amante. Oseas nos presenta a Yahvé como el esposo-amante que se siente traicionado por su esposa infiel, que es el pueblo de Israel.
El mismo Oseas vivió en carne propia esa experiencia, pues Yahvé le ordenó casarse con una prostituta que le fue infiel: “Ve y cásate con una de esas mujeres que se entregan a la prostitución sagrada y ten hijos de esa prostituta. Porque el país se está prostituyendo al apartarse de Yahvé” (Os1,2).
El pasaje que nos ocupa hoy es parte de un cántico que ocupa casi todo el capítulo 2 del libro, que comienza con una denuncia y condena de la mujer infiel, para luego dar paso a ese coloquio amoroso lleno de perdón, misericordia y reconciliación. Es el reflejo del amor incondicional de Dios por nosotros, quien es capaz de seguir amándonos a pesar de nuestras infidelidades. Yahvé le dice a Oseas: “Vuelve a querer de nuevo a una mujer adúltera que hace el amor con otros, así como Yahvé ama a los hijos de Israel a pesar de que lo han dejado por otros dioses…” (3,1). Pero el pueblo de Israel no le hizo caso a Oseas, y continuó su decadencia, hasta culminar con la destrucción del reino del norte a manos de Asiria en el año 722 A.C.
¿Cuántas veces nos hemos “prostituido”, adorando otros “diosecillos” que nos apartan de nuestro Dios-esposo que es todo fidelidad? Pero Él nos sigue amando, “a pesar de que lo [hemos] dejado por otros dioses”. Y Él sigue esperándonos, como el esposo amante que espera a su esposa infiel para perdonarla y reconciliarse…
Se nos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, que es tan vigente hoy como lo fue cuando fue escrita. Prestemos atención a lo que nos dijo a través de Oseas, hace alrededor de 2,300 años: “Escuchen lo que dice Yahvé, hijos de Israel. Yahvé tiene un pleito pendiente con la gente de esta tierra, porque no encuentra en su país ni sinceridad, ni amor, ni conocimiento de Dios. Solo hay juramentos en falso y mentiras, asesinato y robo, adulterio y violencia, crímenes y más crímenes. Por eso el país está en duelo y están deprimidos sus habitantes” (4,1-3a).
¿Les resulta familiar esta descripción? ¿No es acaso una descripción de lo que está viviendo nuestro pueblo? Dios nos sigue hablando a través de su Palabra. ¡Escuchémosle!
La lectura evangélica (Mt 9,18-26), por su parte, nos presenta la versión de Mateo de un episodio que aparece en los tres sinópticos, con sus consabidas variantes (Cfr. Mc 5,21-43; Lc 8,40-56), y que combina dos milagros, la curación de la hija de Jairo, y la curación de la hemorroísa. En nuestra reflexión para el martes de la cuarta semana del T.O. comentamos la versión de Marcos.
Esta lectura nos recalca la importancia de la fe, que es algo más que creer en Dios; es creerle, creer en su Palabra salvífica. Ahí estriba tal vez el problema de nuestra sociedad actual. Puede que creamos que Dios “existe”, pero, ¿le creemos y actuamos de conformidad? Mientras no lo hagamos, estaremos “al garete”, a merced del maligno…
Señor, ¡aumenta mi fe!

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL T.O. (C) 03-07-16

envío 72

La lectura evangélica de hoy (Lc 10,1-9) encontramos a Jesús que continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. El pasaje nos narra el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar en su camino. Estos han de actuar como una especie de “avanzada”, como las que usan los políticos de nuestro tiempo para ir preparando el camino para su llegada. Al leer este pasaje resuenan las palabras del “Cántico de Zacarías”, pronunciadas por el anciano con relación a Juan el Bautista: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos” (Lc 1,76).

El envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. El trabajo es arduo, la tierra que hay que arar, sembrar y cosechar es tan extensa como la tierra misma.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Él sabe su tiempo es corto, y que los “doce” no van a poder continuar solos el trabajo. Tiene que adiestrar a otros que también ha de dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino. Por eso los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Jesús sabía que la misión no iba ser fácil, que se iban a enfrentar a la hostilidad de los enemigos del Reino. Por eso les advierte: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. Más adelante, les (nos) dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

Jesús sabía también que esos setenta y dos tendrían que multiplicarse una y otra vez, hasta el final de los tiempos. Esa labor continúa hoy. Por eso tenemos que continuar pidiendo al dueño de la mies que mande obreros a su mies y, más aun, enrollarnos las mangas y comenzar nosotros a laborar también.

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, la misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Todos estamos llamados a evangelizar; en nuestro entorno familiar, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos (Cfr. Mt 28,20). ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16).

En este día del Señor, pidámosle, por intercesión de nuestra Madre, la siempre Virgen María, que suscite vocaciones sacerdotales, diaconales, religiosas y laicales para continuar la misión evangelizadora, y nos conceda a nosotros la gracia necesaria para proclamar la Buena Nueva del Reino, especialmente con nuestra conducta.

PRONTO: DE LA MANO DE MARÍA TV – EN YouTube

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Queridos hermanos y hermanas:

Estén pendientes porque pronto lanzaremos nuestro propio Canal de TV utilizando la plataforma YouTube.

Inicialmente comenzaremos con una serie de “Cápsulas Marianas” en donde eventualmente presentaremos todo sobre María.

También presentaremos otros comentarios y entrevistas de interés para todo el Pueblo de Dios.

Les ruego oración para que este proyecto, que ha venido rondando nuestra cabeza por mucho tiempo, se concretice. Fue en las muchas horas de contemplación durante mi reciente hospitalización que Nuestra Señora me dijo: “Hijo mío, ¿qué estás esperando? Voy a interceder para que mi Hijo te devuelva la salud, pero anda, ¡manos a la obra!

Así que, ¡manos a la obra! Tan pronto esté en el aire, les comunicaremos el enlace.

Un abrazo a todos, con mis deseos de un fin de semana lleno de bendiciones. ¡No olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos.

REFLEXIÓN PARA SÁBADO DE LA DÉCIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 02-07-16

"¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?"

“¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”

El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy (Mt 9,14-17), contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús en el evangelio según san Mateo: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán” (9,15). Es la primera vez que Jesús hace alusión su muerte, pero sus discípulos no lo captan.

Este anuncio se da en el contexto de la respuesta de Jesús a la crítica que se le hace porque sus discípulos no ayunaban. Siempre se les veía contentos, en ánimo de fiesta. Esa conducta resultaba escandalosa para los discípulos de Juan y de los fariseos, a quienes sus maestros les imponían un régimen estricto de penitencia y austeridad.

La respuesta de Jesús comienza ubicando a sus discípulos en un ambiente de fiesta: una boda, y se compara a sí mismo con el novio, y a sus discípulos con los amigos del novio. El discípulo de Jesús, el verdadero cristiano, es una persona alegre, porque se sabe amado por Jesús. Por eso, aun cuando ayuna lo hace con alegría, porque sabe que con su ayuno está agradando al Padre y a su Amado. Ya anteriormente había dicho a sus discípulos: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,17-18).

Sobre este particular, el papa Francisco nos ha dicho: “No seáis nunca hombres o mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles”.

Es lo que quiere decirnos Jesús en este pasaje, para recalcar la novedad de su mensaje, que ya había resumido en el sermón de la montaña. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17). Por tanto, había que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley del Amor. Se trata de una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo de que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24).

No se trata de “echar remiendos” a la Ley; se trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con nuestro prójimo.

Jesús está consciente que su mensaje representa un realidad nueva, totalmente incompatible con las conductas de antaño. Por eso añade que no “se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”. Esto significa que tenemos que dejar atrás las viejas actitudes que nos impiden escuchar su Palabra y ponerla en práctica.

Este simbolismo del “vino nuevo” lo vemos también en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la novedad de su mensaje.

Hoy, pidamos al Padre que nos ayude a despojarnos de los “odres viejos”, y que nos de “odres nuevos” para recibir y retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.

Aprovecho la oportunidad para expresar mi agradecimiento a todos los que se han unido en oración con motivo de mi reciente percance de salud, que me ha recordado mi propia fragilidad y cómo dependemos de Él y su infinita Misericordia.