REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. 26-06-14

Señor

La liturgia de hoy nos presenta la conclusión del discurso evangélico de Jesús, conocido como el “Sermón de la Montaña”, que comenzó con las Bienaventuranzas. A lo largo de este discurso Jesús ha estado exponiendo lo que Él espera de sus discípulos, enfatizando la supremacía del amor y el corazón sobre las apariencias y el cumplimiento ritual.

El comienzo de la lectura evangélica (Mt 7,21-29) sirve de colofón al discurso: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: ‘Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?’ Yo entonces les declararé: ‘Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados’”.

El aceptar y hacer la voluntad del Padre es lo que nos hace discípulos de Jesús, lo que nos integra a la “familia” de Jesús, lo que nos hace ciudadanos del Reino. Por eso, cuando a Jesús le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban, Él, señalando a sus discípulos que le rodeaban dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,49b-50).

Jesús no condena la oración, ni la escucha de la Palabra, ni la celebración litúrgica. Alude a aquellos que tienen Su nombre a flor de labios, que participan de las celebraciones litúrgicas y se acercan a los sacramentos, pero cuya oración y alabanza no se traduce en obras, en vida y en compromiso, es decir, en “hacer la voluntad del Padre”. Personas que escuchan la Palabra y hasta manifiestan euforia y gozo en las celebraciones, pero esa Palabra no deja huella permanente, y ese gozo es pasajero. Como el que va a ver una película emocionante, de esas que hacen llorar de emoción, y al abandonar la sala de cine deja allí todas esas emociones. Es a esos a quienes Jesús desconocerá el día del Juicio.

Jesús compara esas personas con el hombre que construye su casa en terreno arenoso: “El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.

No se trata pues, de confesar a Jesús de palabra, de “aceptar a Jesucristo como mi único salvador”. Se trata de poner por obra la voluntad del Padre, de practicar la Ley del Amor. A los que así obren, el Padre les reconocerá el día del Juicio: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (Mt 25,34-36).

Como siempre, la Palabra nos interpela, es “viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4,12). ¿En qué terreno he construido mi casa?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA 30-05-14

san pablo en corinto

La primera lectura de hoy (Hc 18,9-18) es continuación de la de ayer, y nos presenta a Pablo en plena evangelización de la ciudad de Corinto. Mientras estuvo allí vivió en casa de Priscila y Aquila, lugar donde con toda seguridad se reunían los cristianos para la oración, la enseñanza de la doctrina de los apóstoles, y la fracción del pan (Cfr. Hc 2,42).

El relato que contemplamos hoy comienza con Jesús presentándose en una visión a Pablo y diciéndole: “No temas. Sigue predicando y no te calles. Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado”. Eso fue suficiente para que Pablo se quedara en Corinto durante año y medio, como habíamos adelantado en nuestra reflexión de ayer, y fundara una comunidad de creyentes en medio del ambiente pagano y libertino de aquella ciudad.

Hay algo que llama la atención sobre Pablo y su misión. Desde aquél primer encuentro de Pablo con la persona de Jesús en el camino a Damasco, Jesús está siempre presente en su vida; en todo momento y en todo lugar. Al leer las cartas de Pablo podemos ver cómo lo menciona continuamente (al menos tres o cuatro veces en cada página), cuenta con Él, no permite que se rompa el hilo conductor entre ambos. Y ese hilo conductor es la oración. De la misma manera que Jesús vivió toda su vida en un ambiente de oración con el Padre, Pablo vivió la suya en un ambiente de oración con Jesús. Más tarde dirá a los tesalonicenses: “Oren sin cesar” (1 Tes 5,17). Esa oración hacía que Jesús formara parte integrante y esencial de su vida; vivía en comunión con Él. Por eso Pablo podía escucharle.

Nosotros también podemos vivir esa comunión constante con Jesús si perseveramos en la oración. “No temas… porque yo estoy contigo”. Esa fue la promesa de Jesús a sus discípulos antes de partir (Cfr. Mt 28,20). Aquellos primeros cristianos estaban convencidos de esa presencia en sus vidas. Creían en Jesús y le creían a Jesús. Por eso “se llevaban el mundo de frente” y no cesaban en su empeño de evangelizar.

Hoy debo preguntarme: ¿Estoy convencido de la presencia de Jesús en mi vida? Más aún, cuando oro, ¿escucho su voz llamando a mi puerta (Cfr. Ap 3,20) que me dice: “No temas… porque yo estoy contigo”? Yo he tenido la experiencia de sentir Su presencia y escuchar Su voz en medio de un ambiente hostil y peligroso, y sentirme seguro porque me dijo claramente: “Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte”.

“No temas…” Esas palabras que el Señor le dice a Pablo están también, por así decirlo, a flor de labios de Dios. Son las mismas que el Padre le dice a Jeremías (1,8), a Zacarías (Lc 1,13) y a la Virgen María (Lc 1,30). Del mismo modo dijo a Moisés “Yo estoy contigo” (Ex 3,12). Ellos le creyeron y Dios obró maravillas en ellos.

A nosotros, al igual que a Pablo y a los primeros cristianos, Jesús nos está diciendo: “¡No temas… estoy contigo!”. Señor, danos esa misma certeza, esa seguridad.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN MATÍAS, APÓSTOL 14-05-14

 

San Matias 2

La liturgia de hoy, Fiesta de San Matías, apóstol,  nos presenta como lectura evangélica (Jn 15,9-17), el pasaje en el que Jesús nos insta a permanecer en su amor, reiterando que Él es quien nos ha elegido (la fe es un don, un regalo). De paso añade que todo lo que pidamos al Padre en su nombre, el Padre nos lo dará.

Y esta relación entre elección y petición (oración) al Padre la vemos recogida en la primera lectura (Hc 1,15-17.20-26), que nos narra la elección de Matías para ocupar el lugar de Judas. Así, de la misma manera que Jesús se retiró a orar antes de elegir a los doce (Lc 6,12), ahora los apóstoles, a instancias de Pedro, oran al Padre pidiendo discernimiento para elegir al que habría de suceder a Judas. En nuestra reflexión para esta fiesta el año pasado señalamos que, tal como les había prometido Jesús, el Padre derramó el Espíritu sobre ellos y les dio el discernimiento para elegir a Matías.

Jesús nos mostró el camino y nos insta a seguirlo. Por ello, antes de tomar cualquier decisión importante pidamos al Padre en nombre de Jesús que derrame su Santo Espíritu sobre nosotros.

Y el Espíritu Santo no es otra cosa que el amor infinito que se profesan entre sí el Padre y el Hijo, que se derrama sobre nosotros. De ahí la insistencia de Jesús a lo largo de este pasaje, en repetir una y otra vez que permanezcamos en Su amor, y que nos amemos como Él nos ha amado. Y por si no lo habíamos entendido, termina diciéndonos de manera tan inequívoca como hermosa: “Esto os mando: que os améis unos a otros”. Las mismas palabras que pronunciará al despedirse de sus apóstoles durante la última cena (Jn 13,34).

Pero no se trata de un amor fraterno cualquiera. Él mismo nos da la medida. Primero nos dice que Él nos ama como el Padre lo ama a Él (¿qué amor más grande puede existir?), para luego pedirnos que nos amemos como Él nos ama a nosotros, con el amor de quien es capaz de dar la vida por sus amigos (Jn 15,13); de quien es capaz de amarnos con todos nuestros defectos, con todas nuestras miserias, a pesar de nuestras afrentas.

La medida es alta, al parecer inalcanzable, si dependemos de nuestra capacidad humana. Pero para el que ha tenido un encuentro personal con el Resucitado y le ha abierto su corazón al Amor infinito e incondicional de Dios, al punto de convertirse en otro “cristo” (Gál 2,20), nada es imposible.

Piet Van Breemen, en su libro “Te he llamado por tu nombre”, lo resume así: “Si comprendemos esto con nuestro corazón, podremos a la vez amar a Dios, y su amor nos hará capaces, a su vez de amar a nuestro prójimo. Si yo me sé amado por Dios, su amor llenará mi corazón y se desbordará, porque un corazón humano es demasiado pequeño para contenerlo todo entero. Así, amaré a mi prójimo con ese mismo amor. En eso consiste todo el mensaje del Evangelio”.

Para leer nuestra reflexión del año anterior sobre la elección de Matías, visitar: http://delamanodemaria.com/?p=1021

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA 04-04-14

rostro-jesus

El pasaje que nos presenta la liturgia de hoy como primera lectura (Sab 2,1a.12-22) parece un adelanto (como esos que nos dan en el cine) del drama de la Pasión que vamos a contemplar al final de la Cuaresma. El libro de la Sabiduría es uno de los llamados “deuterocanónicos” que no forman parte de la Biblia protestante. Fue escrito durante la era de la restauración, luego del destierro en Babilonia. Sin este libro la Biblia se quedaría “coja”, pues el mismo sirve como una especie de “puente” entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

Cuando leemos este pasaje nos parece estar escuchando a los perseguidores de Jesús. Luego de reprochar su conducta, enfatizando su osadía al llamarse “Hijo del Señor”, deciden acabar con Él: “Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él”.

Esta lectura nos sirve de preámbulo al pasaje del Evangelio según san Juan que contemplamos hoy (Jn 7,1-2.10.25-30). Este es uno de esos pasajes que la liturgia nos presenta fragmentados, por lo que es recomendable leerlo en su totalidad (los versículos 1-30), para poder entenderlo.

Juan nos reafirma la persona de Jesús como enviado del Padre, el único que le conoce y, por tanto, el único vehículo para conocer al Padre. “A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado”.

Pero la trama sigue complicándose. Vemos cómo el cerco va cerrándose cada vez más alrededor de la persona de Jesús, cómo va desarrollándose la conspiración que dentro de unos días se concretizará. Él está viviendo la experiencia de sentirse acorralado, rodeado de odio. Ve acercarse el fin… Tiene que ser cuidadoso, mide sus actuaciones, porque “todavía no ha llegado su hora”.

Dentro de todo este drama, Jesús se mantiene cauteloso pero sereno. Sabe quién le ha enviado y para qué ha sido enviado. Tiene que cumplir su misión salvadora. Se siente amado por el Padre y conoce sus secretos. Todo está en manos de Padre.

Jesús nos revela que Dios es nuestro Padre (Mt 6,9, Lc 11,2), por eso, al igual que Él, somos hijos de Dios (Jn 1,12; Rm 8,15-30) y coherederos de la gloria.

Contemplamos la serenidad, la paz de Jesús en medio de la persecución y el odio que le rodeaba, y sabemos que esa paz es producto de saberse amado por el Padre. Ese amor que le permite sentirse acompañando en medio del desierto. Vivía esa intimidad con el Padre, que se nutría de la oración constante.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de vivir como Él esa intimidad con el Padre, para que seamos reconfortados por Su presencia en medio de la tribulación. Abandonarnos a Su misericordia, como un niño en brazos de su padre o, mejor aún, su madre. Ese es el secreto.

 

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 29-03-14

FARISEO Y PUBLICANO ORANDO

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”. Estos versos, tomados del Miserere, Salmo que nos presenta la liturgia de hoy (50) y ha estado resonando en la liturgia cuaresmal, sientan la tónica para las lecturas del día.

La primera, tomada del profeta Oseas (6,1-6), nos habla del arrepentimiento y la misericordia divina: “Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él”. A lo que el Señor contesta: “Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Durante este tiempo de Cuaresma se nos hace un llamado a la conversión. Esa conversión está relacionada al arrepentimiento, pero no a un arrepentimiento que implique culpa, remordimiento, o temor al castigo, sino más bien un arrepentimiento que sea producto de una transformación interior, en lo más profundo de nuestro ser, que nos haga reconocer nuestras faltas, lo que se ha de reflejar en nuestra forma de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con nuestro prójimo.

Se trata de que el arrepentimiento y la penitencia sean producto de la conversión y no a la inversa. Se trata de abrirnos incondicionalmente al Amor de Dios y rendirnos ante Él con la firme determinación de cumplir Su voluntad.

No se trata de decirlo de palabra, ni de confesarlo en público, ni de ponerse en pie frente a una asamblea y decir: “Yo acepto a Jesucristo como mi único Salvador”. No. Tampoco se trata de gestos exteriores como orar en público, ni de dar limosna donde todos nos vean, ni de ayunar por ayunar. No son las devociones las que hacen a un hombre “bueno” ante los ojos de Dios. Él no halla en ellas el Amor recíproco que espera de nosotros. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21).

El pasaje del Evangelio, tomado de san Lucas (18,9-14) nos presenta la parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar. El fariseo, “erguido” (los fariseos solían orar de pie), se limitaba a dar gracias a Dios por lo bueno que era: “no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”. También decía a Dios cómo cumplía con sus obligaciones: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

En cambio, el publicano se mantenía en la parte de atrás y no se atrevía ni levantar los ojos al cielo, mientras se daba golpes de pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Jesús sentenció: “Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

La diferencia estaba en la actitud interior, en el corazón. “Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”.

En esta Cuaresma, abramos nuestros corazones al Amor infinito de Dios, y ese Amor nos permitirá reconocer las veces que le hemos fallado. Eso nos permitirá postrarnos ante Él con un corazón quebrantado y humillado. Entonces Él nos tomará de la mano, nos levantará, y nos dará el abrazo más amoroso que hayamos recibido.

El Papa Francisco llama a participar en la Jornada 24 horas con el Señor

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El papa Francisco ha hecho un llamado a la Iglesia Universal para unirse en una jornada mundial de 24 horas, con adoración eucarística permanente y confesiones sacramentales.

Estas fueron las palabras del Papa Francisco, tras el ángelus del domingo 23 de marzo, animando a la participación en la jornada:

“El viernes y sábado próximos viviremos un momento especial penitencial, llamado ‘24 horas para el Señor’. Iniciará con la Celebración en la Basílica de San Pedro, el viernes por la tarde, después en la noche algunas iglesias del centro de Roma estarán abiertas para rezar y para las confesiones. Será una fiesta del perdón, que tendrá lugar también en muchas diócesis y parroquias del mundo”.

En la Arquidiócesis de San Juan de Puerto Rico, el Pueblo de Dios se congregará en las parroquias Santa Bernardita de Carolina y San José de Villa Caparra, para celebrar las 24 horas para el Señor desde las 5:30 PM de hoy viernes, hasta las 6:00 PM de mañana sábado. Además de la exposición continua del Santísimo, en ambas parroquias habrá sacerdotes administrando el sacramento de la reconciliación durante las 24 horas.

Aprovechemos esta oportunidad para reconciliarnos con el Señor en preparación para la Gran Noche.

Averigua los lugares en que se va a congregar la feligresía de tu diócesis para que te unas al papa Francisco y la Iglesia Universal en esta jornada. En tiempos como los que estamos viviendo, la ORACIÓN es el arma más poderosa. ¡Usémosla

REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA (A) 16-03-14

Altar mayor de la Basílica de la Transfiguración, construida en lo alto del Monte Tabor, donde la tradición dice que ocurrió el episodio que nos narra la liturgia de hoy, y donde tuve el privilegio de servir como ayudante del altar.

Altar mayor de la Basílica de la Transfiguración, construida en lo alto del Monte Tabor, donde la tradición dice que ocurrió el episodio que nos narra la liturgia de hoy, y donde tuve el privilegio de servir como ayudante del altar.

La liturgia para este segundo domingo de Cuaresma nos presenta la versión de Mateo de la Transfiguración del Señor (Mt 17,1-9). Comienza la narración con Jesús tomado a sus discípulos más íntimos, sus “amigos” inseparables, Pedro, Santiago y Juan, con quienes compartió experiencias especiales (como la de hoy), subiendo a lo alto de la montaña.

Durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a retomar la práctica de la oración. Nos dice el pasaje que contemplamos hoy que Jesús “se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. La versión de Lucas (Lc 9,28b-36) nos dice que esto ocurrió “mientras oraba”. ¡El poder de la oración! Sí, Jesús se transfiguró por el poder de la oración. Jesús había invitado a sus amigos a acompañarle para que fueran testigos de esa manifestación de la Gloria de Dios.

Del mismo modo la oración puede “transfigurar” nuestras almas, permitiéndonos participar de la Gloria de Dios, convirtiéndonos en otros “cristos”. Ese es el mejor testimonio de nuestra fe, pues todo el que nos vea notará algo “distinto” en nuestro rostro; tal vez esa sonrisa inconfundible que refleja la verdadera “alegría del cristiano” que solo puede ser producto de haber tenido un encuentro personal con Jesús.

La oración, uno de los rasgos distintivos de Jesús. Los relatos evangélicos nos muestran a Jesús orando en los momentos más importantes de su vida, y antes de tomar cualquier decisión importante. Toda la vida de Jesús transcurrió en un ambiente de oración. Su vida se nutría de ese diálogo constante con el Padre. Así, por ejemplo, lo vemos orando en el momento de su bautismo (Lc 3,22), antes de la elección de los “doce” (Lc 6,12), ante la tumba de su amigo Lázaro antes de revivirlo (Jn 11,41b-42), al curar al endemoniado epiléptico (Mc 9,28-29), en la oración de acción de gracias que precedió la institución de la Eucaristía, en el huerto de Getsemaní (Mt 26,36-44), al pedir por sus victimarios (Lc 23,34), y al momento de entregar su vida por nosotros (Mt 27,66; Cfr. Sal 22,2;).

Era también en la oración que Jesús encontraba la fuerza para continuar y completar su misión. Y esa fuerza emanaba del amor del Padre. Como decía santa Teresa de Jesús: “La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar”. De igual modo, la oración es la “gasolina” que nos permite seguir adelante en la misión que el Señor ha encomendado a cada cual. De ella nos nutrimos y en ella encontramos el bálsamo que sana nuestras heridas y alivia nuestros pesares, al sentirnos arropados por ese Amor incondicional del Padre que se derrama sobre nosotros en la oración fervorosa.

Hoy, pidamos al Señor que nos transfigure en la oración, para que Su luz ilumine nuestros rostros, de manera que podamos convertirnos en “faros” que aparten las tinieblas y arrojen un rayo de esperanza que guíe a nuestros hermanos hacia Él. Por Jesucristo nuestro Señor.

Termina el pasaje que contemplamos hoy con Jesús diciendo a sus discípulos: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Está adelantándoles (y adelantándonos a nosotros) la gloriosa Resurrección que ha de culminar su Misterio Pascual. ¡Vivimos para esa noche!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 15-03-14

amad a vuestros enemigos 2

“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Con esa frase pronunciada por Jesús termina la lectura evangélica que la liturgia nos propone para hoy (Mt 5,43-48). Y esa perfección se manifiesta en el amor que Dios prodiga a toda la humanidad, sin distinción, aún sobre aquellos que lo ignoran, aquellos que lo odian, aquellos que no lo conocen. Esa es la medida que se nos exige. ¡Uf!

“Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?”

La ley del amor. Jesús la repite sin cansancio. No podemos acercarnos a Él sin toparnos de frente con ese mensaje. Jesús nos ofrece la filiación divina (¡qué regalo!). Hay un solo requisito: amar; amar sin distinción y sin excepciones, especialmente a aquellos que nos hacen la vida imposible, aquellos que nos traicionan, nos odian, aquellos que son “diferentes”… Y más aún, orar por los que nos persiguen, los que nos hacen daño. Tú nos has mostrado el camino: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). ¡Señor, qué difícil se nos hace seguirte!

Tú siempre nos hablas claro, sin dobleces: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13,34). ¿No será eso nada más que un sueño, un ideal, una ilusión, una quimera, una ingenuidad de Tu parte, Señor?

Pero Tú nunca nos pides nada que no podamos lograr; y mientras más difícil la encomienda, más cerca de nosotros estás para ayudarnos. En este caso nos dejaste el Espíritu de Verdad que iba a venir y hacer morada en nosotros: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,16-17).

Durante este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a la conversión. Esa conversión de corazón es una obra de la Gracia de Dios. Como nos dice el libro de las Lamentaciones: “Conviértenos Señor, y nos convertiremos” (Lm 5,21). Y esa Gracia que obra la conversión en nosotros la recibimos cuando le abrimos nuestro corazón a ese Espíritu de la Verdad y le permitimos que haga morada en nosotros; ese Espíritu que es el Amor entre el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros. Solo entonces podremos decir con san Pablo: “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

“Conviértenos Señor, y nos convertiremos”.

 

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 13-03-14

Pedid y se os dara

Las lecturas de los días anteriores nos han estado presentando el ayuno como práctica penitencial. Todas las lecturas de hoy nos refieren la oración, enfatizando la oración impetratoria o de petición fervorosa.

La primera lectura, tomada del libro de Ester (14,1.3-5.12-14), nos presenta a la reina Ester pidiendo fervorosamente la protección de Dios en un momento de gran peligro en que temía por su vida. La plegaria de Ester refleja su total confianza en el Señor y sus promesas, confianza que solo puede emanar de la fe. Esa fe se refleja en la manera en que Ester actuó inmediatamente después de su oración. Actuó conforme a su certeza en que Dios había escuchado su oración. En eso consiste la fe.

Ester reconoce su pequeñez, su impotencia, su soledad (“estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti”), y pone toda su confianza en Dios con una certeza que solo puede emanar de la fe verdadera.

La lectura evangélica (Mt 7,7-12), por su parte, nos evoca esa plegaria de Ester. En este pasaje Jesús nos enseña a pedir con la confianza en que nuestro Padre que está en el cielo siempre está dispuesto a darnos si le pedimos con ese mismo espíritu. Ya la antífona del Salmo (137,1-2a.2bc.3.7c-8) nos había puesto en “sintonía”: “Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor”.

El Evangelio nos dice: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”

El abandono a la voluntad y providencia de Dios que surge de la verdadera fe no se manifiesta sentándose a esperar que Él nos provea nuestras necesidades. Por el contrario, tenemos que “actuar” de conformidad con esa confianza, esa certeza de que Dios escucha nuestra plegaria. Si no buscamos no hallaremos; si no llamamos no se nos abrirá.

Benjamín Oltra Colomer nos dice: “Creyente no es el que posee a Dios, sino el que se deja poseer por él. No eres tú quien posee la Revelación, si eres creyente, es ella la que te posee a ti. Es la Palabra de Dios la que embarga, hipoteca y guía tu vida dirigiendo tus pasos y haciendo que aceptes la voluntad de Dios como propia”.

Cuando llegamos a ese grado de compenetración con Dios en la oración, Su voluntad guía nuestra súplica, y nuestra petición coincide con Su voluntad, que siempre coincide con el mayor bien para nosotros. Por tanto, no pediremos nada que sea contrario a Su voluntad. Entonces Dios siempre nos dará lo que le pedimos, porque todo lo que le pidamos será “bueno”.

Durante este tiempo de Cuaresma, pidamos al Señor que nos permita crecer en la fe de tal manera que nuestra oración de petición vaya siempre precedida de una acción de gracias (Cfr. Jn 11,41).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 11-03-14

Padre Nuestro 2

Hoy la liturgia nos ofrece como primera lectura a Is 55,10-11, un pasaje corto pero lleno de poder y esperanza: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.

La Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12), una Palabra que tiene fuerza creadora. Todo lo creado lo fue por el poder de la Palabra. Cada día en el relato de la creación en el libro del Génesis comienza con “Dijo Dios”, o “Dios dijo” (Cfr. Gn 1).

Y cuando llegó la plenitud de los tiempos (Cfr. Gál 4,4), esa Palabra se encarnó, “acampó” entre nosotros (Jn 1,14). Y esa Palabra no volvería al Padre hasta hacer Su voluntad y cumplir Su encargo. Este tiempo de Cuaresma nos invita a prepararnos para la celebración de ese acontecimiento salvífico, el Misterio Pascual de Jesús, cuya sangre empapó la tierra e hizo germinar nuestra salvación.

Y como parte de esa preparación, se nos invita a practicar la oración. La lectura evangélica de hoy (Mt 6,7-15) nos narra la versión de Mateo del Padrenuestro, esa oración que rezamos los cristianos y que el mismo Jesús nos enseñó. La versión de Lucas (11,1-4) está precedida de una petición por parte de sus discípulos para que les enseñara a orar como Juan había enseñado a sus discípulos. No se trataba de que les enseñara a orar propiamente, sino más bien que les enseñara una oración que les distinguiera de los demás grupos, cada uno de los cuales tenía su propia “fórmula”. Jesús les da una oración que habría de ser el distintivo de todos sus discípulos, y que contiene una especie de “resumen” de la conducta que se espera de cada uno de ellos, respecto a Dios y al prójimo.

De paso, Jesús aprovecha la oportunidad para enseñarles a referirse al Padre como “Abba”, el nombre con que los niños judíos se dirigen a su padre. Ya no se trata de un Dios distante, terrible, cuyo nombre no se puede pronunciar. Se trata de un Dios cercano, familiar, amoroso, a quien podemos acudir con nuestras necesidades, como un niño acude a su padre con su juguete roto, con la certeza que solo él puede repararlo.

En el relato de Mateo, que es la lectura que nos ocupa hoy, este pasaje se da dentro del contexto del Sermón de la Montaña, como parte de una serie de consejos sobre la oración. Aquí, nos enfatiza que la actitud interior es lo verdaderamente importante, no la palabrería hueca, repetida sin sentido: “No uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis”.

Comenzando la Cuaresma, debemos examinar nuestra actitud respecto a la oración. ¿Tengo una verdadera conversación con mi “Papacito” cuando oro, o me limito a repetir oraciones compuestas por otros que de tanto repetir mecánicamente ya han perdido su sentido? Mi oración, ¿es un monólogo, o es una conversación con Papá en la que escucho su Palabra?