REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (C) 02-10-22

“…si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este vigésimo séptimo domingo del tiempo ordinario (Lc 17,5-10), se divide en dos partes.

La primera está relacionada con los versículos inmediatamente anteriores a la lectura (Lc 3b-4) que se refieren a la corrección fraterna y, sobre todo, el perdón. Jesús sabe que somos imperfectos, una Iglesia santa compuesta por pecadores. Sabe que podemos ofender y nos pueden ofender. Por eso nos dice: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”. ¡Ahí es donde eso de ser cristiano se pone difícil! Es el amor sin límites que nos impone el seguimiento de Jesús; el mismo Amor que nos profesa el Padre del cielo. Eso solo se logra mediante una adhesión incondicional a Jesús. Y esa adhesión incondicional solo es posible mediante un acto de fe. Creer en Jesús y creerle a Jesús.

Con ese trasfondo podemos comprender mejor la lectura de hoy. Los discípulos, al enfrentarse a las exigencias de Jesús, están conscientes de que solos no pueden, del gran abismo que les separa de Él en términos de fe. Por eso le imploran: “Auméntanos la fe”. Jesús, al contestarles, les establece la medida de fe que espera de ellos (nosotros): “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. Con más razón necesitamos implorar al Señor que aumente nuestra fe.

Hemos dicho en innumerables ocasiones que creer y tener fe, no son sinónimos. Se puede creer y no tener fe. La fe implica no solo creer en Jesús, sino también creerle a Jesús. Eso nos lleva a actuar conforme a Su Palabra.

La mayoría de nosotros nos consideramos personas de fe; pero hagamos un alto en ese camino hacia la santidad a la que todos somos llamados, y examinemos nuestra “fe”. ¿Cuántos milagros hemos logrado últimamente? ¿Y durante nuestras vidas? ¿Quiere eso decir que nuestra fe es tan pequeña que palidece ante un grano de mostaza? Mirémoslo de otro punto de vista. Olvidémonos de milagros espectaculares como mover montañas o árboles, echar demonios, curar enfermos, o revivir muertos. Hablemos de mantener la calma y la esperanza ante la adversidad, ante las desgracias, pérdidas o tragedias personales o familiares. ¿No es eso un “milagro”? Contéstate esa interrogante.

La segunda parte de la lectura puede parecer desconcertante, pues podría interpretarse que Dios es un malagradecido que no sabe apreciar los servicios que le prestamos a diario los que decidimos seguirle. Sin embargo, la lectura se refiere en realidad a nosotros, quienes en ocasiones creemos que si servimos a Dios con fidelidad, Él “nos debe”, es decir, que hemos comprado su favor. De nuevo, nuestra mentalidad “pequeña”, nuestra falta de fe, nos traicionan. Se nos olvida que nuestra “recompensa” no la tendremos en este mundo, sino en la vida eterna. Si decidimos seguir a Jesús tenemos que estar dispuestos a soportar todas las pruebas que ese seguimiento implica (Cfr. Sir 2,1-6).

“Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

Que pasen un hermoso domingo lleno de bendiciones y de la PAZ que solo Él puede brindarnos.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 08-11-21

Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»

La liturgia de hoy nos propone como lectura evangélica un pasaje (Lc 17,1-6) que podríamos dividir en tres partes.

La primera se recoge en esta advertencia de Jesús a sus discípulos: “Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar”. Esta advertencia, dirigida a los discípulos (y a nosotros) nos impone la grave obligación de “vivir” el Evangelio de Jesús, vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Jesús se muestra siempre bien estricto en lo que respecta a sus “pequeños”, a los humildes, los pobres, los menos afortunados, los que nos miran como “ejemplo”, los que están en nuestro entorno, en nuestras comunidades de fe. Él no quiere que los escandalicemos con nuestra conducta. Por el contrario, nos exige una conducta que sirva de ejemplo. En otras palabras, que si somos cristianos, ¡que se nos note! No vaya a ser que el que nos vea diga como Ghandi: “Me gusta tu Cristo, no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo”…

Pero Jesús sabe que somos imperfectos, una Iglesia santa compuesta por pecadores. Sabe que podemos ofender y nos pueden ofender. Por eso nos dice: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”… ¡Ahí es donde eso de ser cristiano se pone difícil! Es el amor sin límites que nos impone el seguimiento de Jesús; el mismo Amor que nos profesa el Padre del cielo, que no se cansa de perdonarnos cada vez que le fallamos y regresamos arrepentidos. Eso solo se logra mediante una adhesión incondicional a Jesús. Y esa adhesión incondicional solo es posible mediante un acto de fe. Creer en Jesús y creerle a Jesús.

Los discípulos, al enfrentarse a las exigencias de Jesús, están conscientes de que solos no pueden, y por eso le imploran: “Auméntanos la fe”. Jesús, al contestarles, les establece la medida de fe que espera de ellos (nosotros): “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. Con más razón necesitamos implorar al Señor que aumente nuestra fe.

Hoy, pidamos al Padre, por intercesión de su Hijo, que nos conceda, por su gracia, amentar nuestra fe para poder cumplir sus exigencias para con nuestros hermanos: “Señor de misericordia y compasión: Tu Hijo Jesucristo nos ha convocado a todos juntos como comunidad de pecadores que saben que tú nos has perdonado. Cuando nuestras debilidades amenacen nuestra unidad, recuérdanos que somos responsables los unos de los otros. Que tu Santo Espíritu unificador nos dé la fuerza para cuidarnos los unos a los otros y para hacer todo lo que podamos para permanecer como una comunidad viva, que acoge y perdona. Que nos encontremos siempre unidos en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor” (Oración Colecta).

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 12-03-21

Estamos finalizando la tercera semana de Cuaresma. Y las lecturas que nos brinda la liturgia para estos días ponen énfasis en “escuchar” la Palabra de Dios. En la primera lectura de ayer Dios le decía a su pueblo: “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Jr 7,23). En el Evangelio de hoy (Mc 12,28b-34) un escriba se acerca a Jesús y le pregunta cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían casi una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contenía 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos.

La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Él quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo. Es parte del proceso de conversión a que se nos llama en la Cuaresma.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 20-03-20

“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”

Estamos finalizando la tercera semana de Cuaresma. Y las lecturas que nos está brindando la liturgia para estos días ponen énfasis en “escuchar” la Palabra de Dios. En la primera lectura de ayer Dios le decía a su pueblo: “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Jr 7,23). En el Evangelio de hoy (Mc 12,28b-34) un escriba se acerca a Jesús y le pregunta cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían casi una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contenía 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos.

La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo. Es parte del proceso de conversión a que se nos llama en la Cuaresma.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 11-11-19

“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”.

La liturgia de hoy nos propone como lectura evangélica un pasaje (Lc 17,1-6) que podríamos dividir en tres partes.

Comienza con una advertencia de Jesús a sus discípulos: “Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar”. Esta advertencia, dirigida a los discípulos (y a nosotros) nos impone la grave obligación de “vivir” el Evangelio de Jesús, vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Jesús se muestra siempre bien estricto en lo que respecta a sus “pequeños”, a los humildes, los pobres, los menos afortunados, los que nos miran como “ejemplo”, los que están en nuestro entorno, en nuestras comunidades de fe. Él no quiere que los escandalicemos con nuestra conducta. Por el contrario, nos exige una conducta que sirva de ejemplo. En otras palabras, que si somos cristianos, ¡que se nos note! No vaya a ser que el que nos vea diga como Ghandi: “Me gusta tu Cristo, no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo”…

Pero Jesús sabe que somos imperfectos, una Iglesia santa compuesta por pecadores. Sabe que podemos ofender y nos pueden ofender. Por eso nos dice: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”… ¡Ahí es donde eso de ser cristiano se pone difícil! Es el amor sin límites que nos impone el seguimiento de Jesús; el mismo Amor que nos profesa el Padre del cielo, que no se cansa de perdonarnos cada vez que le fallamos y regresamos arrepentidos. Eso solo se logra mediante una adhesión incondicional a Jesús. Y esa adhesión incondicional solo es posible mediante un acto de fe. Creer en Jesús y creerle a Jesús.

Los discípulos, al enfrentarse a las exigencias de Jesús, están conscientes de que solos no pueden, y por eso le imploran: “Auméntanos la fe”. Jesús, al contestarles, les establece la medida de fe que espera de ellos (nosotros): “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. Con más razón necesitamos implorar al Señor que aumente nuestra fe.

Hoy, pidamos al Padre, por intercesión de su Hijo, que nos conceda, por su gracia, amentar nuestra fe para poder cumplir sus exigencias para con nuestros hermanos: “Señor de misericordia y compasión: Tu Hijo Jesucristo nos ha convocado a todos juntos como comunidad de pecadores que saben que tú nos has perdonado. Cuando nuestras debilidades amenacen nuestra unidad, recuérdanos que somos responsables los unos de los otros. Que tu Santo Espíritu unificador nos dé la fuerza para cuidarnos los unos de los otros y para hacer todo lo que podamos para permanecer como una comunidad viva, que acoge y perdona. Que nos encontremos siempre unidos en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor” (Oración Colecta).