REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS EVANGELISTA 18-10-16

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Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio de hoy (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,10).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 30-09-16

Ay de ti corozain

El Evangelio de hoy (Lc 10,13-16) nos presenta la conclusión del “envío” misionero de los setenta y dos, que hubiésemos leído ayer, de no haber coincidido la fecha con la Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En el pasaje de este envío cabe resaltar el uso del número doce, o múltiplos del mismo, siempre que hay envuelta una “elección”, pues para la cultura hebrea ese número significa precisamente eso. De ahí que sean doce las tribus del pueblo elegido y doce los apóstoles elegidos por Jesús, etc.

Ya Jesús había advertido a los discípulos que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos; que si no eran bien recibidos en algún lugar siguieran su camino, no sin antes hacer el anuncio del Reino. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados. Pero a la misma vez sabe que hay que llevar a todos la Buena Nueva, y que la tarea evangelizadora es muy grande para Él solo, que necesita “obreros para la mies”.

Entonces aprovecha la oportunidad para lanzar unas maldiciones en la forma de “ayes” sobre las tres ciudades en las cuales concentró su labor misionera: Corazoín, Betsaida, y Cafarnaún. Compara las primeras dos con Tiro y Sidón, ciudades paganas, advirtiendo que en “el día del juicio” le irá mejor a estas últimas. Entonces se muestra más severo aún con la ciudad que había convertido en su “centro de operaciones”, Cafarnaún, diciéndole: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Lo cierto es que en ningún otro lugar realizó más curaciones, milagros y portentos. De hecho, Cafarnaún es la ciudad más nombrada en el Evangelio. Y aun así, la acogida del anuncio, la respuesta, fue, a lo sumo, tibia. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Esas palabras fuertes de Jesús resuenan hoy. Y al igual que a aquellos primeros setenta y dos discípulos, Jesús le dice a los que vienen a traernos la Buena Nueva del Reino: “Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”. Y lo que se vale para estos, vale también para nosotros, para nuestros pueblos: “Y tú,…., ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Pero la buena noticia es que Jesús no se cansa de llamar a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Así, nos envía también a nosotros, los que nos acercamos a Él, a llevar a todas partes la Buena Nueva del Reino (como ovejas en medio de los lobos), cada cual según su carisma, puesto al servicio del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cfr. 1 Cor 12,12). Hoy debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar el reto, incluyendo las posibles consecuencias?

Que pasen todos un hermoso fin de semana; y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos y está dispuesto a ofrecerles a su único Hijo.

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DEL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA 29-08-16

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Hoy celebramos la memoria obligatoria del martirio de Juan el Bautista. La lectura evangélica de hoy (Mc 6,17-29) nos presenta la versión de Marcos del martirio de Juan. Algunos ven en este relato un anuncio de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo. Jesús, al denunciar la opresión de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, se ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.

Juan, el precursor, se nos presenta también como el prototipo del seguidor de Jesús: recio, valiente, comprometido con la verdad. La suerte que corrieron tanto Juan el Bautista como Jesús fue extrema: la muerte. Marcos coloca este relato con toda intención después del envío de los doce, para significar la suerte que podía esperarles a ellos también, pues la predicación de todo el que sigue el ejemplo del Maestro va a provocar controversia, porque va a obligar a los que lo escuchan a enfrentarse a sus pecados. De este modo, el martirio de Juan el Bautista se convierte también en un anuncio para los “doce” sobre la suerte que les espera.

Aunque nos parezca algo que ocurrió en un pasado distante, algunos se sorprenden al enterarse que todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay hombres y mujeres valientes que pierden la vida por predicar el Evangelio de Jesucristo. De ese modo sus muertes se convierten en el mejor testimonio de su fe. De hecho, la palabra “mártir” significa “testigo”.

Hemos dicho en innumerables ocasiones que el seguimiento de Jesús no es fácil, que el verdadero discípulo de Jesús tiene que estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio, la difamación, a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está centrado en el amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de renuncias, que resultan inaceptables para muchos (Cfr. Jn 6,60-67). Quieren el beneficio de las promesas sin las obligaciones.

El verdadero cristiano tiene que predicar a Cristo; ¡a Cristo crucificado! “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios” (1 Co 1,17-18).

Por eso el que confía en Jesús y en su Palabra salvífica enfrenta las consecuencias del seguimiento con la certeza de que no está solo. Eso es una promesa de Dios, y Dios nunca se retracta de sus promesas (Cfr. 1 Pe 10,23). Esa es la verdadera “esperanza del cristiano”, que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que es “la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque Dios nos lo ha prometido”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMO QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 11-06-16

Toma tu cruz y sigueme

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mt 10,34-11,1) nos presenta la conclusión del “discurso apostólico”, o de envío de los “doce”, antes de partir por su cuenta a “enseñar y predicar en sus ciudades” (11,1).

Jesús quiere asegurarse que los apóstoles tienen plena consciencia del compromiso que implica el aceptar la misión, y lo difícil, conflictiva y peligrosa que va a ser la misma. Ha utilizado toda clase de ejemplos y alegorías, pero antes de concluir, por si no han entendido el alcance de sus palabras, les habla en lenguaje más directo: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”.

Así es el mensaje de Jesús, conflictivo. Él no admite términos medios; nos quiere “calientes” o “fríos”, porque los “tibios” no tienen cabida en el Reino (Cfr. Ap 3, 15-16). Ya lo había profetizado el anciano Simeón cuando llevaron al Niño a presentar al Templo: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2,34).

Todo el que acepta el llamado a predicar la Buena Nueva del Reino va a encontrar oposición, burla, odio, persecución, porque el mensaje de Vida eterna viene acompañado de unas exigencias que no todos están dispuestos a aceptar.

Para enfatizar la radicalidad en el seguimiento que espera de los apóstoles, Jesús lo contrapone a uno de los deberes más sagrados del pueblo judío y del nuestro, el amor paterno y el amor filial: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”.

Jesús utiliza, como lo hace en otras ocasiones, el recurso de la hipérbole con un fin pedagógico. No es que esté renegando de las enseñanzas de los mandamientos y la Ley del amor contendida en las Bienaventuranzas. Nos está diciendo que no puede haber nada que obstaculice el seguimiento radical que se le exige a quien acepta continuar Su misión. Tenemos que estar dispuestos a renunciar a todo, aún a aquellas personas o cosas que son más importantes en nuestras vidas con tal de seguirlo.

Ahí es que el mensaje de Jesús se torna conflictivo. Muchos no están dispuestos a abandonar el confort y la “seguridad” que le brindan las personas, los placeres, las cosas terrenales, para aceptar la invitación a coger nuestra propia cruz y seguirle, confiando tan solo en la promesa de que Él no nos abandonará (Mt 10,24-33).

¡Ay de aquellos que se dejan seducir por los cantos de sirena de las “iglesias de la prosperidad”! Ese no es el mensaje de Jesús.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 07-07-26

Los envió de dos en dos

La primera lectura de hoy (Os 11,1-4.8c-9) nos presenta los atributos maternos de Dios, que además de ser Padre es “Madre”, y nos ama con ese amor que solo una madre es capaz de prodigar al hijo de sus entrañas. Ya en una ocasión hemos reflexionado sobre esta lectura, a la que les remitimos.

En la lectura evangélica, continuación de la de ayer, Jesús continúa impartiendo las instrucciones a los “doce” antes de enviarlos en la misión de proclamar el Evangelio. En el pasaje que leemos hoy Jesús enfatiza el desapego a las cosas materiales, instando a sus apóstoles a dejar atrás todo lo que pueda convertirse en una preocupación que desvíe su atención de la misión que les está encomendando. Se trata de abandonarse a la Providencia divina. La verdadera “pobreza evangélica”.

La misión que Jesús les encomienda a los apóstoles es formidable: “proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios”. Les está pidiendo que continúen su misión, y que lo hagan como Él lo hace. El discípulo sigue los pasos del maestro… Recordemos que Jesús nació pobre, teniendo por cuna una pesebre (Lc 2,7), vivió pobre, sin tener dónde recostar la cabeza (Mt 8,20), y murió pobre, teniendo como única posesión su ropa, cuyos verdugos se repartieron “echando a suertes” (Mt 27,35).

Una frase resalta en este relato del envío de los “doce”: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Con esta frase Jesús les (nos) recuerda que el Evangelio es para todos, que la salvación es regalo de Dios, y como tal tenemos que compartir con todos los dones que hemos recibido de Él. No podemos convertir el anuncio de la Buena Nueva del Reino en un negocio o en una fuente de ingresos (como las “iglesias de la prosperidad” que venden a sus feligreses una promesa de prosperidad económica a cambio de un diezmo que a quien único beneficia es al pastor, o aquellas parroquias católicas que tienen un listado de “tarifas” para los sacramentos), ni en una forma de obtener bienes para nosotros, porque se desvirtúa. Sobre este particular el papa Francisco se ha expresado una y otra vez: “Cuántas veces entramos en una iglesia, aún hoy, y hemos visto la lista de los precios” para el bautismo, la bendición, las intenciones para la Misa. Y el pueblo se escandaliza”…

Hace un par de años el papa Francisco decía a un nutrido grupo de seminaristas y novicias congregados en el Vaticano: “Me duele ver a un cura o a una monja con el último modelo de coche”. Francisco está claro.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 06-07-16

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La lectura evangélica que nos brinda la liturgia de hoy (10,1-7) es el comienzo del llamado discurso misionero, o de envío, de Jesús a sus apóstoles, que ocupa todo capítulo 10 del Evangelio según san Mateo. El pasado domingo XIV del tiempo ordinario leíamos el envío de los “setenta y dos” (Lc 10,1-9), que irían delante de Jesús a prepararle el camino a los lugares que pensaba visitar. La lectura que Mateo nos presenta hoy es el envío de los “doce”. Ya no se trata de una “avanzada”; se trata de aquellos que van a compartir con Él la responsabilidad de llevar a cabo y continuar la misión que el Padre le había encomendado.

Por eso nos dice la escritura que en primer lugar, “llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. Les delegó su autoridad. Los primeros obispos. El primer signo de la Iglesia apostólica.

Luego Mateo se toma el trabajo de mencionarlos a todos por su nombre. Ya no se trata de un grupo anónimo de setenta y dos discípulos. Se trata de los “doce”, a quienes Mateo llama “apóstoles” al identificarlos por sus nombres. Estos son aquellos a quienes Jesús, luego de pasar una noche entera en oración, escogió de entre sus discípulos para que continuaran Su misión, llamándoles apóstoles (Lc 6,12-13).

Luego de delegarles su autoridad, comenzó a darles las instrucciones, la primera de las cuales la que recoge la lectura de hoy: “No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”.

Recordemos que Mateo escribió su relato evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, para demostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas; que en el Él se cumplían todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento. Por eso Mateo enfatiza que Jesús envió a los apóstoles en primera instancia a proclamar el anuncio del Reino al pueblo judío, que ellos entendían era el recipiente de todas esas promesas.

Es decir, que a pesar de que luego de su Resurrección nos diría que su mensaje liberador iba dirigido a toda la humanidad (Mt 28,19), instando a los apóstoles a ir a hacer discípulos a todas las naciones, decidió “comenzar por la casa”.

Si examinamos nuestra Iglesia, vemos que, al igual que aquellos primeros apóstoles, debemos comenzar evangelizando, formando a los “nuestros” antes que a los “de afuera”. Fortalecer nuestra Iglesia para entonces poder llevar nuestra misión evangelizadora a todas las gentes. De ahí nuestra insistencia en la formación de nuestra feligresía. Personas cuya fe se “enfría” y terminan alejándose, por desconocimiento de la riqueza de nuestra tradición, nuestra liturgia y, sobre todo, de los fundamentos bíblicos de nuestra Iglesia, la única fundada por Jesucristo. Personas que se “aburren” en nuestras celebraciones litúrgicas, sencillamente porque desconocen lo que está ocurriendo. No se puede amar lo que no se conoce.

Todos estamos llamados a evangelizar. Pero vayamos primeramente “a las ovejas descarriadas” de nuestra Iglesia. Comencemos pues, al igual que “los doce”, por nuestra familia, nuestra comunidad parroquial, especialmente a los que se han alejado…

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL T.O. (C) 03-07-16

envío 72

La lectura evangélica de hoy (Lc 10,1-9) encontramos a Jesús que continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. El pasaje nos narra el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar en su camino. Estos han de actuar como una especie de “avanzada”, como las que usan los políticos de nuestro tiempo para ir preparando el camino para su llegada. Al leer este pasaje resuenan las palabras del “Cántico de Zacarías”, pronunciadas por el anciano con relación a Juan el Bautista: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos” (Lc 1,76).

El envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. El trabajo es arduo, la tierra que hay que arar, sembrar y cosechar es tan extensa como la tierra misma.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Él sabe su tiempo es corto, y que los “doce” no van a poder continuar solos el trabajo. Tiene que adiestrar a otros que también ha de dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino. Por eso los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Jesús sabía que la misión no iba ser fácil, que se iban a enfrentar a la hostilidad de los enemigos del Reino. Por eso les advierte: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. Más adelante, les (nos) dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

Jesús sabía también que esos setenta y dos tendrían que multiplicarse una y otra vez, hasta el final de los tiempos. Esa labor continúa hoy. Por eso tenemos que continuar pidiendo al dueño de la mies que mande obreros a su mies y, más aun, enrollarnos las mangas y comenzar nosotros a laborar también.

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, la misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Todos estamos llamados a evangelizar; en nuestro entorno familiar, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos (Cfr. Mt 28,20). ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16).

En este día del Señor, pidámosle, por intercesión de nuestra Madre, la siempre Virgen María, que suscite vocaciones sacerdotales, diaconales, religiosas y laicales para continuar la misión evangelizadora, y nos conceda a nosotros la gracia necesaria para proclamar la Buena Nueva del Reino, especialmente con nuestra conducta.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA UNDÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 18-06-16

Mt 6,24-34

En la lectura evangélica de ayer Jesús enfatizaba en el desapego a los bienes terrenales. En esa misma línea, en el evangelio que nos propone la liturgia para hoy (Mt 6,24-34) nos reitera la radicalidad que Él exige a los que decidimos seguirlo, cuando dice a sus discípulos: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. Es claro; si nos decidimos seguir a Jesús no puede haber nada que se interponga a ese seguimiento, ni bienes, ni riquezas (Cfr. Mt 19,21; 1 Tim 6,10). Al no tener nada que pueda agobiarnos o preocuparnos, podemos dedicar toda nuestra atención al Maestro y a la misión que Él nos encomiende. Eso implica una confianza absoluta en que Él no nos abandonará.

Para enfatizar esto último, Jesús pronuncia unas de sus palabras más hermosas y provocadoras de todo el Evangelio: “Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?” Esto se puede resumir en un pensamiento: tenemos que confiar en la Divina Providencia.

Jesús no nos está diciendo que podemos sentarnos a esperar que Él nos provea todas nuestras necesidades. No, lo que nos está diciendo que, al igual que lo hace con los pájaros, Dios va colmar con creces nuestra actividad, por más humilde que sea, especialmente cuando esa actividad está ligada al “Reino de Dios y su Justicia” (v.33). Lo demás, “se nos dará por añadidura”. Por eso cuando envió a los discípulos a predicar la Buena Nueva del Reino, “les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: ‘Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas’” (Mc 6,8-9).

Se trata de no atarnos a las cosas, para poder ser libres para servir a Dios y a nuestros hermanos. Cuando nos “vaciamos” de las cosas de este mundo, podemos “llenarnos” plenamente del amor de Dios. Se trata de vivir la verdadera “pobreza evangélica”. Solo entonces podremos experimentar la verdadera libertad, aunque estemos físicamente encadenados, como lo hizo el Cardenal François-Xavier Nguyen van Thuan, durante sus 13 años en prisión.

No tenemos que llegar a ese extremo; basta con que todo lo tengamos “por basura para ganar a Cristo” (Fil 3,8).

Pidámosle hoy al Padre que nos ayude a confiar en su Divina Providencia, para no caer bajo el agobio de las preocupaciones de la vida, ya que perderíamos de vista lo que es verdaderamente esencial: la opción por el Reino.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE T.O. (2) 06-02-16

Papa-Francisco Pastor

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-02-16

martirio de juan bautista 2

En el relato evangélico de ayer (Mc 6,7-13), se nos presentaba a Jesús haciendo el primer “envío” de sus discípulos. Los envió de dos en dos, así que descenderían sobre seis ciudades o aldeas a la vez. Pero aun así, esa misión puede haber tomado meses. El evangelista no nos dice qué hizo Jesús durante esos meses. A mí me gusta pensar que debe haber aprovechado ese tiempo para visitar a su madre, sobre quien los evangelios guardan un silencio total durante esta etapa de su vida. Trato de imaginarme la escena, y la felicidad que se dibujó en el rostro de María al ver a su hijo acercarse a la casa. Y ese abrazo…

De todos modos, Marcos aprovecha ese “paréntesis” en la narración para intercalar el relato de la muerte de Juan el Bautista, que nos narra en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,14-29). Algunos ven en este relato un anuncio por parte del evangelista de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo.

Herodes vivía atormentado por el vil asesinato de Juan Bautista, a quien admiraba como “un hombre honrado y santo”, pero había tenido que mandar a matar por cumplir un juramento hecho a su hijastra delante de los convidados a un banquete. Por eso, cuando oyó hablar de Jesús, y los milagros y portentos que obraba, pensó que Juan había resucitado, e iba a tener que rendirle cuentas. Por eso decía atemorizado: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”.

Lo cierto es que al denunciar la opresión de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, Jesús también se ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.

Marcos coloca este relato con toda intención después del envío de los doce, para significar la suerte que podía esperarles a ellos también, pues la predicación de todo el que sigue el ejemplo del Maestro va a provocar controversia, porque va a obligar a los que lo escuchan a enfrentarse a sus pecados. De este modo, el martirio de Juan el Bautista se convierte también en un anuncio para los “doce” sobre la suerte que ha de esperarles.

Como hemos señalado en ocasiones anteriores, todavía, en pleno siglo 21, hay quienes sufren el martirio de sangre a causa del Evangelio, y todos los que predicamos la Palabra de Dios, aunque no lleguemos a ese extremo, vamos a crear controversia y enfrentar grandes obstáculos, así como la burla y el desprecio de muchos, incluyendo de familiares y amigos cercanos. Pero si ponemos nuestra confianza en el Señor, a pesar de nuestras debilidades, podremos sobreponer todo obstáculo y seguir adelante por la fuerza de la Palabra, que es Dios, tal como lo hizo el rey David en el recuento que nos hace la primera lectura de hoy (Sir 47,2-13).

Mañana sábado es el día dedicado a Nuestra Señora en la Liturgia. ¿Por qué no la halagas con un Avemaría?