En este corto reflexionamos sobre el evangelio que nos ofrece la liturgia para este domingo, y el diálogo que se suscita entre Jesús y la mujer cananea que le suplica la curación de su hija, especialmente el significado de la frase de Jesús que sirve de título a este vídeo.
“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.
Las lecturas para este vigésimo domingo del
tiempo ordinario nos presentan un tema común. La universalidad de la salvación.
La primera lectura, tomada del profeta Isaías
(56,1.6-7), nos anuncia que en los tiempos mesiánicos, contrario a la
concepción judía, la salvación no alcanzará solamente al “pueblo elegido”, sino
a todos los que acepten Su mensaje: “A los extranjeros que se han dado al
Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, … los
traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, … porque mi casa
es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”.
En la segunda lectura (Rm 11,13-15.29-32) san
Pablo le recuerda a los romanos que del mismo modo que ellos han recibido y aceptado
el mensaje de salvación, los judíos, quienes rechazaron y crucificaron a
Cristo, también tienen oportunidad de salvarse, pues “los dones y la llamada de
Dios son irrevocables”.
El Evangelio (Mt 15,21-28) nos presenta a
Jesús en territorio pagano. Allí se le acercó una mujer cananea que comenzó a seguirlo
pidiéndole a gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene
un demonio muy malo”. Como Jesús la ignoraba, los discípulos le pidieron que la
atendiera, a lo que Jesús replicó que había sido enviado “a la ovejas
descarriadas de Israel”.
En eso la mujer llegó hasta Él y se postró a
sus pies reiterando su súplica. La reacción de Jesús puede dejarnos
desconcertados si no la leemos en el contexto y cultura de la época: “No está
bien echar a los perros el pan de los hijos”. La mujer no se dejó disuadir por
el aparente desplante de Jesús: “Tienes razón, Señor; pero también los perros
se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús se conmovió ante
aquél despliegue de fe (¿qué madre no pone en los pies de Jesús los problemas y
enfermedades de sus hijos?): “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas”.
Aquella mujer pagana creyó en Jesús y en su
Palabra, y creyó que Jesús podía curar a su hija. Por eso no se rindió y continuó
insistiendo (Cfr. Lc 11,13; 18,1-8). “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Otro detalle de este pasaje es que, con sus
palabras y su gesto, Jesús abrió las puertas a los paganos, apartándose así del
pensamiento judío de exclusividad como “pueblo elegido”. La figura del “pan de
los hijos” se refiere al mensaje de salvación que había sido dado primero al
pueblo de Israel. Las migajas que caen y se comen los “perros” se refieren a la
Buena Noticia de salvación que se comparte con los pueblos “paganos”.
Pablo, el apóstol de los gentiles lo expresa
con elocuencia: “Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada,
pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los
que le invocan” (Rm 10,12). “Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús,
sois hijos de Dios. Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre
esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno” (Gál.
26,28).
Una Iglesia universal (católica), abierta a
todo el que crea en Jesús y su mensaje salvífico.
La lectura evangélica de hoy (Mc 7,24-30) nos presenta a Jesús en territorio pagano, en la región de Tiro, en Fenicia. Había marchado allí huyendo del bullicio y el gentío que le seguía a todas partes. Tenía la esperanza de pasar desapercibido, pero no lo logró. Jesús nunca busca protagonismo ni reconocimiento. Por el contrario, se limita a curar y echar demonios, pidiéndole a los que cura que no se lo digan a nadie (el famoso “secreto mesiánico” del evangelio según san Marcos). Así es la obra de Dios; así debe ser la de todo discípulo de Jesús; sin hacer ruido. Cada vez que veo a uno de esos llamados “evangelistas”, o autodenominados “apóstoles” que hacen de su misión un verdadero espectáculo digno de Broadway o Hollywood, me pregunto qué dirá Jesús cuando los ve…
A pesar de mantener un perfil bajo, una mujer sirofenicia que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró, y en seguida fue a buscarlo y se le echó a los pies, rogándole que echase el demonio de su hija. La reacción de Jesús puede dejarnos desconcertados si no la leemos en el contexto y cultura de la época: “Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos”. La mujer no se dejó disuadir por el aparente desplante de Jesús: “Tienes razón, Señor: pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”. Como sucede en otras ocasiones, Jesús se conmueve ante aquél despliegue de fe (¿qué madre no pone en los pies de Jesús los problemas y enfermedades de sus hijos?): “Anda vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”.
Aquella mujer pagana creyó en Jesús y en su Palabra, y creyó que Jesús podía curar a su hija. Por eso no se rindió y continuó insistiendo (Cfr. Lc 11,13; 18,1-8). De ese modo “disparó” Su poder sanador. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Otro detalle de este pasaje es que, con sus palabras y su gesto, Jesús abrió las puertas a los paganos, apartándose así del pensamiento judío de exclusividad como “pueblo elegido”. La figura del “alimento de los hijos” se refiere al mensaje de salvación que había sido dado primero al pueblo de Israel. Las migajas que los niños tiran a los “perros” se refieren a la Buena Noticia de salvación que se comparte con los pueblos “paganos”.
Pablo, el apóstol de los gentiles, lo expresa con elocuencia: “Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada, pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los que le invocan” (Rm 10,12). “Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios. Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno” (Gál. 26,28).
Una Iglesia universal (católica), abierta a todo el que crea en Jesús y su mensaje salvífico.