REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 09-09-22

En la primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (1 Cor 9,16-19.22b-27), san Pablo nos recuerda la misión a que todos hemos sido llamados, anunciar la Buena Nueva del Reino, sin esperar reconocimiento ni recompensa alguna que no sea la satisfacción de dar a conocer el Evangelio: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio”.

Nos recuerda, además, que el anuncio del Evangelio implica privaciones, pero esas privaciones deben servirnos de estímulo, teniendo presente que nuestra recompensa no está en el reconocimiento ni en la gloria terrenal sino en la vida eterna que se nos tiene prometida. Pare ello se compara con un atleta: “Ya sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (Cfr. 1 Pe 5,4).

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.

REFLEXIÓN PARA EL OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (C) 27-02-22

“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este octavo domingo del tiempo ordinario (Lc 6,39-45), constituye el tercer fragmento de lo que se conoce como el “sermón del llano” o “sermón de la llanura” de Jesús que comenzó con las Bienaventuranzas (en paralelo con el discurso o “sermón de la montaña” que nos narra Mateo).

Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la Luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la Verdad si no conocemos la Verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros hacia la oscuridad del pecado.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarles a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. De hecho, en el relato de Mateo Jesús dirige esas palabras a los fariseos (Mt 7, 1-7; 16-20). Pero esa verdad no se limita a los fariseos, de ahí que en la versión de Lucas encontramos a Jesús dirigiéndose a sus discípulos (a nosotros). Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas; nos tornamos “ciegos”.

Jesús nos invita a ser compasivos, indulgentes y misericordiosos con nuestros hermanos. “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,1-2).

Jesús nos está proponiendo un proceso de introspección, de autoexamen, que nos permita tomar conciencia de nuestra propia hipocresía, reconocer nuestros pecados, y hacer propósito de enmendar nuestra conducta de modo que sea agradable a Dios. Solo así podremos salir de nuestra “ceguera espiritual” y ver la Luz que nos permita guiar a nuestros hermanos hacia ella mediante la corrección fraterna sin juzgarlos ni criticarlos.

Tenemos pues que convertirnos (esa “conversión” a que se nos llama en el tiempo de Cuaresma que está a punto de comenzar) en seres humanos nuevos, en otros “cristos” (Gál 2,20), para entonces poder proponer un cambio de vida a nuestros hermanos, especialmente con nuestra conducta.

Hoy te invito a unirte al Santo Padre en oración por el pueblo de Ucrania. Jesús, en Ti confío…

REFEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 10-09-21

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy es el comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14). Esta carta, junto a la segunda carta al mismo Timoteo y la carta a Tito, conforman las tres cartas de Pablo que se conocen como “cartas pastorales”.

Los primeros dos versículos nos permiten apreciar el profundo amor y respeto que Pablo siente por su discípulo, al llamarlo “verdadero hijo en la fe”, y desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Pablo había dejado a Timoteo a cargo de la comunidad de Éfeso cuando partió para Macedonia.

El resto del pasaje (vv.12-14) nos muestra la humildad de Pablo, quien reconoce su vida anterior de pecado (“antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”) y que todo lo que ha logrado, especialmente su fe, se lo debe a la compasión que Dios ha tenido con él, y a la gracia que Dios le ha prodigado. Esa gracia y compasión le permitieron reconocer sus pecados, experimentar la verdadera conversión y ponerse al servicio del Señor. De otro modo no hubiese podido guiar a otros hacia ese camino de conversión verdadera.

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Te pedimos, Señor: Danos ojos limpios y claros para mirar dentro de nuestro corazón y nuestra conciencia, pero empáñalos tenuemente con las sombras del amor cuando veamos las faltas de los que nos rodean. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén” (de la Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1) 21-06-21

“No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

En el Evangelio de hoy (Mt 7,1-5). Jesús continúa impartiendo su enseñanza a los discípulos, como una especie de secuela al sermón de la montaña que hemos venido leyendo.

En dicho sermón Jesús impuso unas exigencias de conducta que sus discípulos tenían que seguir; exigencias que están basadas en el amor. Por eso Jesús muy sabiamente nos advierte contra la tentación de creernos superiores a los demás por el mero hecho de dar “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) a esas exigencias, incurriendo de ese modo en la misma conducta que Él tanto criticó a los fariseos.

Como siempre, Jesús no se anda con rodeos, va directo al grano: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Siempre estamos prestos a juzgar, a criticar y condenar la conducta de los demás, pero cuando se trata de nosotros mismos, consciente o inconscientemente ignoramos, minimizamos, o justificamos nuestras faltas, no importa cuán graves sean; utilizamos una vara distinta para medir nuestra conducta. ¡Nada más reñido con la Ley del Amor que está subyacente en todo el sermón de la montaña!

Por eso en esta lectura Jesús nos invita a hacer un examen de consciencia para discernir cuáles son las “vigas” que nublan el “ojo” que Dios puso en nuestros corazones (Cfr. Eclo 17,8-10) y nos impiden admirar la grandeza de su creación, y bendecirle y alabarle. Una vez logremos identificar y retirar ese pecado que nubla nuestro ojo, podremos ver la grandeza de su creación en nuestro prójimo, y valorar a nuestros hermanos como criaturas de Dios, con la misericordia que Él espera de nosotros. Entonces seremos acreedores a la Misericordia de Dios: “porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Una vez más encontramos a Jesús utilizando la palabra “hipócrita”, que como dijéramos en una reflexión anterior significa “actor”, alguien que representa algo que no es. Muchas veces nos miramos en un espejo y el reflejo que vemos es el de la persona que creemos ser, no de quien somos en realidad.

En el Padrenuestro Jesús nos enseñó a orar al Padre diciendo: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es decir, que seremos juzgados con la misma medida que nosotros juzguemos a nuestros hermanos. Mientras juzguemos a nuestros hermanos con una vara distinta a la que utilizamos para juzgarnos a nosotros mismos, estamos excluyéndonos de la “comunión”, y de la promesa de Vida eterna que acompaña al mandamiento del Amor. “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor” (San Juan de la Cruz).

En esta semana que comienza, pidamos al Señor que nos llene de su Misericordia, de manera que podamos convertirnos en otros “cristos” (Cfr. Gál 2,20), y así poder mirar a nuestros hermanos desde la óptica del Amor y actuar de conformidad.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 11-09-20

En la primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (1 Cor 9,16-19.22b-27), san Pablo nos recuerda la misión a que todos hemos sido llamados, anunciar la Buena Nueva del Reino, sin esperar reconocimiento ni recompensa alguna que no sea la satisfacción de dar a conocer el Evangelio: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio”.

Nos recuerda, además, que el anuncio del Evangelio implica privaciones, pero esas privaciones deben servirnos de estímulo, teniendo presente que nuestra recompensa no está en el reconocimiento ni en la gloria terrenal sino en la vida eterna que se nos tiene prometida. Pare ello se compara con un atleta: “Ya sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (Cfr. 1 Pe 5,4).

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 22-06-20

“No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

En el Evangelio de hoy (Mt 7,1-5). Jesús continúa impartiendo su enseñanza a los discípulos, como una especie de secuela al sermón de la montaña que hemos venido leyendo.

En dicho sermón Jesús impuso unas exigencias de conducta que sus discípulos tenían que seguir; exigencias que están basadas en el amor. Por eso Jesús muy sabiamente nos advierte contra la tentación de creernos superiores a los demás por el mero hecho de dar “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) a esas exigencias, incurriendo de ese modo en la misma conducta que Él tanto criticó a los fariseos.

Como siempre, Jesús no se anda con rodeos, va directo al grano: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Siempre estamos prestos a juzgar, a criticar y condenar la conducta de los demás, pero cuando se trata de nosotros mismos, consciente o inconscientemente ignoramos, minimizamos, o justificamos nuestras faltas, no importa cuán graves sean; utilizamos una vara distinta para medir nuestra conducta. ¡Nada más reñido con la Ley del Amor que está subyacente en todo el sermón de la montaña!

Por eso en esta lectura Jesús nos invita a hacer un examen de consciencia para discernir cuáles son las “vigas” que nublan el “ojo” que Dios puso en nuestros corazones (Cfr. Eclo 17,8-10) y nos impiden admirar la grandeza de su creación, y bendecirle y alabarle. Una vez logremos identificar y retirar ese pecado que nubla nuestro ojo, podremos ver la grandeza de su creación en nuestro prójimo, y valorar a nuestros hermanos como criaturas de Dios, con la misericordia que Él espera de nosotros. Entonces seremos acreedores a la Misericordia de Dios: “porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Una vez más encontramos a Jesús utilizando la palabra “hipócrita”, que como dijéramos en una reflexión anterior significa “actor”, alguien que representa algo que no es. Muchas veces nos miramos en un espejo y el reflejo que vemos es el de la persona que creemos ser, no de quien somos en realidad.

En el Padrenuestro Jesús nos enseñó a orar al Padre diciendo: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es decir, que seremos juzgados con la misma medida que nosotros juzguemos a nuestros hermanos. Mientras juzguemos a nuestros hermanos con una vara distinta a la que utilizamos para juzgarnos a nosotros mismos, estamos excluyéndonos de la “comunión”, y de la promesa de Vida eterna que acompaña al mandamiento del Amor. “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor” (San Juan de la Cruz).

En esta semana que comienza, pidamos al Señor que nos llene de su Misericordia, de manera que podamos convertirnos en otros “cristos” (Cfr. Gál 2,20), y así poder mirar a nuestros hermanos desde la óptica del Amor y actuar de conformidad.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 13-09-19

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy es el comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14). Esta carta, junto a la segunda carta al mismo Timoteo y la carta a Tito, conforman las tres cartas de Pablo que se conocen como “cartas pastorales”.

Los primeros dos versículos nos permiten apreciar el profundo amor y respeto que Pablo siente por su discípulo, al llamarlo “verdadero hijo en la fe”, y desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Pablo había dejado a Timoteo a cargo de la comunidad de Éfeso cuando partió para Macedonia.

El resto del pasaje (vv.12-14) nos muestra la humildad de Pablo, quien reconoce su vida anterior de pecado (“antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”) y que todo lo que ha logrado, especialmente su fe, se lo debe a la compasión que Dios ha tenido con él, y a la gracia que Dios le ha prodigado. Esa gracia y compasión le permitieron reconocer sus pecados, experimentar la verdadera conversión y ponerse al servicio del Señor. De otro modo no hubiese podido guiar a otros hacia ese camino de conversión verdadera.

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Te pedimos, Señor: Danos ojos limpios y claros para mirar dentro de nuestro corazón y nuestra conciencia, pero empáñalos tenuemente con las sombras del amor cuando veamos las faltas de los que nos rodean. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén” (de la Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (C) 03-03-19

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este octavo domingo del tiempo ordinario (Lc 6,39-42), constituye el tercer fragmento de lo que se conoce como el “discurso del llano” o “sermón de la llanura” de Jesús que comenzó con las Bienaventuranzas (en paralelo con el discurso o “sermón de la montaña” que nos narra Mateo).

Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la Luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la Verdad si no conocemos la Verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros hacia la oscuridad del pecado.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarles a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. De hecho, en el relato de Mateo Jesús dirige esas palabras a los fariseos (Mt 7, 1-7; 16-20). Pero esa verdad no se limita a los fariseos. De ahí que en la versión de Marcos encontramos a Jesús dirigiéndose a sus discípulos (a nosotros). Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas; nos tornamos “ciegos”.

Jesús nos invita a ser compasivos, indulgentes y misericordiosos con nuestros hermanos. “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,1-2).

Jesús nos está proponiendo un proceso de introspección, de autoexamen, que nos permita tomar conciencia de nuestra propia hipocresía, reconocer nuestros pecados, y hacer propósito de enmendar nuestra conducta de modo que sea agradable a Dios. Solo así podremos salir de nuestra “ceguera espiritual” y ver la Luz que nos permita guiar a nuestros hermanos hacia ella mediante la corrección fraterna sin juzgarlos ni criticarlos.

Tenemos pues que convertirnos (esa “conversión” a que se nos llama en el tiempo de Cuaresma que está a punto de comenzar) en seres humanos nuevos, en otros “cristos” (Gál 2,20), para entonces poder proponer un cambio de vida a nuestros hermanos, especialmente con nuestra conducta.

¡Feliz domingo!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 25-06-18

De regreso a nuestra faena luego de unas cortas vacaciones, reanudamos nuestras acostumbradas reflexiones diarias. Gracias a todos los que nos acompañaron con sus oraciones durante estos días.

En el Evangelio de hoy (Mt 7,1-5) Jesús continúa impartiendo su enseñanza a los discípulos, como una especie de secuela al sermón de la montaña que hemos venido leyendo.

En dicho sermón Jesús impuso unas exigencias de conducta que sus discípulos tenían que seguir; exigencias que están basadas en el amor. Por eso Jesús muy sabiamente nos advierte contra la tentación de creernos superiores a los demás por el mero hecho de dar “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) a esas exigencias, incurriendo de ese modo en la misma conducta que Él tanto criticó a los fariseos.

Como siempre, Jesús no se anda con rodeos, va directo al grano: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Siempre estamos prestos a juzgar, a criticar y condenar la conducta de los demás, pero cuando se trata de nosotros mismos, consciente o inconscientemente ignoramos, minimizamos, o justificamos nuestras faltas, no importa cuán graves sean; utilizamos una vara distinta para medir nuestra conducta. ¡Nada más reñido con la Ley del Amor que está subyacente en todo el sermón de la montaña!

Por eso en esta lectura Jesús nos invita a hacer un examen de consciencia para discernir cuáles son las “vigas” que nublan el “ojo” que Dios puso en nuestros corazones (Cfr. Eclo 17,8-10) y nos impiden admirar la grandeza de su creación, y bendecirle y alabarle. Una vez logremos identificar y retirar ese pecado que nubla nuestro ojo, podremos ver la grandeza de su creación en nuestro prójimo, y valorar a nuestros hermanos como criaturas de Dios, con la misericordia que Él espera de nosotros. Entonces seremos acreedores a la Misericordia de Dios: “porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Una vez más encontramos a Jesús utilizando la palabra “hipócrita”, que como dijéramos en una reflexión anterior significa “actor”, alguien que representa algo que no es. Muchas veces nos miramos en un espejo y el reflejo que vemos es el de la persona que creemos ser, no de quien somos en realidad.

En el Padrenuestro Jesús nos enseñó a orar al Padre diciendo: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es decir, que seremos juzgados con la misma medida que nosotros juzguemos a nuestros hermanos. Mientras juzguemos a nuestros hermanos con una vara distinta a la que utilizamos para juzgarnos a nosotros mismos, estamos excluyéndonos de la “comunión”, y de la promesa de Vida eterna que acompaña al mandamiento del Amor. “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor” (San Juan de la Cruz).

En esta semana que comienza, pidamos al Señor que nos llene de su Misericordia, de manera que podamos convertirnos en otros “cristos” (Cfr. Gál 2,20), y así poder mirar a nuestros hermanos desde la óptica del Amor y actuar de conformidad.