REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOCTAVA SEMANA DEL T.O. (2) 01-08-22

“Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.

La lectura evangélica para hoy lunes de la decimoctava semana de tiempo ordinario (Mt 14,13-21) nos presenta el pasaje de la “primera multiplicación de los panes”. Un milagro producto de la gratuidad, del amor. Nos dice la Escritura que al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como solía hacer cuando quería hablar con el Padre (orar).

Esa multitud anónima que le seguía se enteró y acudieron a Él. Al ver el gentío, a Jesús “le dio lástima”. La versión de Marcos nos dice que Jesús sintió lástima de la multitud porque andaban “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34) y se sentó a enseñarles muchas cosas. Mateo nos añade que curó a los enfermos; el prototipo del Buen Pastor que cuida de sus ovejas (Cfr. Jn 10).

Lo cierto es que al caer la tarde los discípulos le sugirieron a Jesús que despidiera la gente para que cada cual resolviera sus necesidades de alimento. La reacción de Jesús no se hizo esperar: “Dadles vosotros de comer”.

Mandó que le trajeran los cinco panes y dos peces que tenían e hizo que la gente se sentara en la yerba. Entonces, “tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.

Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino lo que tenemos; mucho o poco.

Vemos también en esta perícopa evangélica una prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies eucarísticas.

La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz de saciar nuestra hambre de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).

Hoy, pidamos al Señor por los ministros de Su Iglesia, para continúen pastoreando Su rebaño, y alimentándolos con el Pan de Su Palabra y el Pan de la Eucaristía.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 12-02-22

Tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran.

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y comparte su pan: “Me da lástima (otras traducciones dicen que sintió “compasión”) de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto último adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

De hecho, si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (eu-caristein en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás.

Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, a practicar las obras de misericordia, a “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos, por escasos que sean, con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

Que tengan un hermoso fin de semana y no olviden visitar la Casa del Señor. Allí hay pan en abundancia.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-02-22

Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre la misión que nos encomendó, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. En este pasaje Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 13-01-22

“La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio”.

Jesús continúa su misión. En la lectura que nos presenta la liturgia de hoy (Mc 1, 40-45) vemos la reacción de Jesús ante un leproso que se presenta ante Él y le pide que lo cure: “Si quieres, puedes limpiarme”, le dice el leproso. Un acto de fe. Jesús se conmueve ante la situación del leproso: “Sintiendo lástima (la palabra griega utilizada significa “conmovido en las entrañas”), extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Quiero: queda limpio’”.

De todos los evangelistas, Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús. Marcos habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús, mientras que Mateo y Lucas tienden a omitirlas o mitigarlas en los pasajes paralelos (comparar este pasaje con los relatos paralelos en Mt 8,3 y Lc 5,12). Asimismo, en el pasaje de la curación del hombre con la mano paralizada, los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado para poder acusarle; entonces, mirándolos en torno a todos “con indignación (οργης = ira)” dice al paralítico: “extiende la mano…” (comparar Mt 12,13 y Lc 6,10).

No hay duda. Jesús es un hombre que comparte nuestras emociones. Pero también es Dios. Y Marcos no desaprovecha ninguna oportunidad para adelantar el objetivo de su relato evangélico: Demostrar que Jesús es el Hijo de Dios y presentarlo como el gran taumaturgo o hacedor de milagros (Él sólo hace lo que en la mitología requiere de muchos).

Hay otro detalle que quisiéramos resaltar. La lectura nos dice que Jesús “tocó” al leproso, algo que chocaba con la ley, rayando en el escándalo. La lepra era la peor enfermedad de la época de Jesús. Nadie podía acercarse ni tocar a los leprosos. De hecho, los leprosos estaban aislados, marginados de la sociedad. Caminaban haciendo sonar una campana mientras gritaban: “¡Impuro, impuro!”, para que todos se alejasen (Cfr. Lv 13,45). Aun así, el leproso decide acercarse a Jesús. Reconoce su poder. Jesús, por su parte, quiere dejar establecido que el amor, la misericordia, están por encima de la ley, como cuando cura en sábado (Mc 3, 1-6; Lc 13-14).

La lectura nos dice que Jesús, luego de curar al leproso le pide que no se lo diga a nadie: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. El famoso “secreto mesiánico” del evangelio según san Marcos. Está claro que Jesús no quiere hacer alarde de su poder. Tampoco quiere comprometer su misión.

Como todo el que ha tenido un encuentro personal con Jesús, el leproso no puede contener su alegría. Tiene que compartir su experiencia con todos. “Cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes”.

Y tú, ¿has tenido un encuentro personal con Jesús? Si de veras lo has tenido, no podrás contener las ganas de compartir esa experiencia con todos. De eso se trata…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 02-08-21

“… tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.

La primera lectura que nos propone la liturgia para este lunes de la décima octava semana del tiempo ordinario (Núm 11,4b-15), continúa presentándonos la peregrinación del pueblo de Israel a través del desierto hacia la tierra prometida. En este pasaje encontramos al pueblo quejándose de que estaban cansados de comer el maná, y añorando a carne y otros alimentos que comían mientras eran esclavos en Egipto. Aquél alimento que caía del cielo no les saciaba el hambre. Moisés se disgustó con el pueblo, y desesperado clamó al Señor: “Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas”.

La lectura evangélica de hoy (Mt 14,13-21), nos presenta el pasaje de la “primera multiplicación de los panes” (el pasado domingo XVII de este ciclo B leímos la versión de Juan de este episodio – los referimos a nuestra reflexión para ese día). Un milagro producto de la gratuidad, del amor. Nos dice la Escritura que al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como solía hacer cuando quería hablar con el Padre (orar).

Esa multitud anónima que le seguía se enteró y acudieron a Él. Al ver el gentío, a Jesús “le dio lástima”. La versión de Marcos nos dice que Jesús sintió lástima de la multitud porque andaban “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34) y se sentó a enseñarles muchas cosas. Mateo nos añade que curó a los enfermos; el prototipo del Buen Pastor que cuida de sus ovejas (Cfr. Jn 10).

Lo cierto es que al caer la tarde los discípulos le sugirieron a Jesús que despidiera la gente para que cada cual resolviera sus necesidades de alimento. La reacción de Jesús no se hizo esperar: “Dadles vosotros de comer”.

Mandó que le trajeran los cinco panes y dos peces que tenían e hizo que la gente se sentara en la yerba. Entonces, “tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.

Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino lo que tenemos; mucho o poco.

Vemos también en esta perícopa evangélica una prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies eucarísticas.

La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz de saciar nuestra hambre de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).

Hoy, pidamos al Señor por los ministros de Su Iglesia, para continúen pastoreando Su rebaño y alimentándonos con el Pan de Su Palabra y el Pan de la Eucaristía.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 13-02-21

Tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran.

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y  comparte su pan: “Me da lástima (otras traducciones dicen que sintió “compasión”) de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto último adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

De hecho, si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (eu-caristein en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás.

Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, a practicar las obras de misericordia, a “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos, por escasos que sean, con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

Que tengan un hermoso fin de semana y, los que puedan, no olviden visitar la Casa del Señor. Allí hay pan en abundancia.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 06-02-21

Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor.

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre la misión que nos encomendó, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. En este pasaje Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (A) 02-08-20

“Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo…”

Las lecturas de hoy nos hablan de la generosidad de Dios para con su pueblo; de cómo su Palabra nos alimenta con su Amor, que nos sacia y nos da las fuerzas para enfrentar las adversidades que indefectiblemente acompañan al seguimiento (Cfr. Sir 2,1).

En la primera lectura (Is 55,1-3) Dios nos dice: “Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis”. Esos “platos sustanciosos” nos refieren al Amor incondicional de Dios.

En la segunda lectura (Rm 8,35.37-39) san Pablo nos dice que “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

La lectura evangélica (Mt 14,13-21) nos presenta el pasaje de la “primera multiplicación de los panes”. Un milagro producto de la gratuidad del Amor. Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como solía hacer cuando quería hablar con el Padre (orar).

Esa multitud anónima que le seguía se enteró y acudieron a Él. Nos dice la Escritura que al ver el gentío, a Jesús “le dio lástima”. La versión de Marcos nos dice que Jesús sintió lástima de la multitud porque andaban “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34) y se sentó a enseñarles muchas cosas. Mateo nos añade que curó a los enfermos; el prototipo del Buen Pastor que cuida de sus ovejas (Cfr. Jn 10).

Al caer la tarde los discípulos le sugirieron a Jesús que despidiera a la gente para que cada cual resolviera sus necesidades de alimento. La reacción de Jesús no se hizo esperar: “Dadles vosotros de comer”.

Mandó que le trajeran los cinco panes y dos peces que tenían e hizo que la gente se sentara en la yerba. Entonces, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos, y estos se los dieron a la gente.

Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino lo que tenemos; mucho o poco.

Vemos también en esta perícopa evangélica una prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies eucarísticas.

La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz de saciar nuestra hambre de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).

Que pasen un bendecido domingo y una hermosa semana.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 15-02-20

“Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran”.

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y  comparte su pan: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto último adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

De hecho, si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (eu-caristein en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás. Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, a practicar las obras de misericordia, a “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos, por escasos que sean, con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

Que tengan un hermoso fin de semana, y no olviden visitar la Casa del Señor. Allí hay pan en abundancia.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 08-02-20

“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre la misión que nos encomendó, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. En este pasaje Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?