REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DEL MARTIRIO DE JUAN EL BAUTISTA 29-08-15

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Hoy celebramos la memoria obligatoria del martirio de Juan el Bautista. La lectura evangélica de hoy (Mc 6,17-29) nos presenta la versión de Marcos del martirio de Juan. Algunos ven en este relato un anuncio de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo. Jesús, al denunciar la opresión de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, se ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.

Juan, el precursor, se nos presenta también como el prototipo del seguidor de Jesús: recio, valiente, comprometido con la verdad. La suerte que corrieron tanto Juan el Bautista como Jesús fue extrema: la muerte. Marcos coloca este relato con toda intención después del envío de los doce, para significar la suerte que podía esperarles a ellos también, pues la predicación de todo el que sigue el ejemplo del Maestro va a provocar controversia, porque va a obligar a los que lo escuchan a enfrentarse a sus pecados. De este modo, el martirio de Juan el Bautista se convierte también en un anuncio para los “doce” sobre la suerte que ha de esperarles.

Aunque nos parezca algo que ocurrió en un pasado distante, algunos se sorprenden al enterarse que todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay hombres y mujeres valientes que pierden la vida por predicar el Evangelio de Jesucristo. De ese modo sus muertes se convierten en el mejor testimonio de su fe. De hecho, la palabra “mártir” significa “testigo”.

Hemos dicho en innumerables ocasiones que el seguimiento de Jesús no es fácil, que el verdadero discípulo de Jesús tiene que estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio, la difamación, a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está centrado en el amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de renuncias, que resultan inaceptables para muchos. Quieren el beneficio de las promesas sin las obligaciones.

Pero el que confía en Jesús y en su Palabra salvífica enfrenta las consecuencias del seguimiento con la certeza de que no está solo. Como nos dice la primera lectura de hoy (Jr 1,17-9): “No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. Eso es una promesa de Dios, y Dios nunca se retracta de sus promesas (Cfr. 1 Pe 10,23).

Por eso el salmista exclama con confianza: “Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa” (Sal 70).

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA 22-08-15

Maria reina

Hoy celebramos la memoria obligatoria de la Santísima Virgen María, Reina. Nuestra provincia eclesiástica nos propone las lecturas de feria, pero hoy reflexionaremos sobre las lecturas propias de la memoria. Para una reflexión sobre el Evangelio correspondiente al sábado de la vigésima semana del tiempo ordinario, les referimos a nuestra reflexión del año pasado para ese día.

Como primera lectura propia de la memoria, la liturgia nos presenta un pasaje del profeta Isaías (9,1-3.5-6), en el que profetiza el nacimiento de “un niño, un hijo” que viene “[p]ara dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino”. Esta lectura, que nos prefigura el nacimiento de Jesús, nos sirve de preámbulo al relato evangélico, que nos brinda uno de los pasajes más hermosos y más comentados de las Sagradas Escrituras, el pasaje de la Anunciación (Lc 1,26-38).

Este pasaje es también uno de los más ricos en contenido. Para esta memoria, nos limitaremos a los versículos 30-33: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Vemos cómo ambas lecturas tienen como denominador común que Jesús es el último y definitivo rey del linaje de David.

Para entender el alcance del Evangelio, y su relación con la realeza de la Santísima Virgen María, tenemos que entender la cultura y mentalidad judías. La tradición davídica dispone que la reina sea la madre del rey, la “Reina Madre”. Vemos así, por ejemplo, cómo en el libro primero de los Reyes (2,19), cuando Betsabé, la madre de Salomón, entró en el salón del trono para interceder en favor de Adonías, “El rey se levantó a su encuentro, hizo una inclinación ante ella (otras traducciones dicen que “se postró” ante ella), y tomó luego asiento en su trono. Dispuso un trono para la madre del rey, que tomó asiento a su derecha”. En el pueblo judío, la madre del rey era la persona más importante e influyente en el reino. También era considerada la defensora, la abogada del pueblo, la que “tenía el oído del rey” y era su principal consejera. La llamaban Gabirah, que quiere decir “gran señora”.

Por eso decimos que María es la “Reina del Universo”, título que ostenta por derecho propio, al ser la Madre del Rey, la “Reina Madre”. De ahí que el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (59), declara que María “fue enaltecida por Dios como Reina del universo para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte”.

Desde allí, en el trono que su Hijo ha dispuesto a su derecha, ella intercede por nosotros ante Él como nuestra abogada. Es por ello que en esa hermosa oración de la Salve decimos: “Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Por eso la veneramos como María Reina, no solamente hoy, sino todos los días de nuestras vidas.

¡Santa María, ruega por nosotros!

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE SANTA MARTA 29-07-15

 

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Hoy celebramos la memoria obligatoria de santa Marta, la hermana de Lázaro y María, amigos de Jesús. La tradición dice que, como Santiago evangelizó a España, santa Marta evangelizó a Francia. Marta es un nombre hebreo que significa “señora; jefe del hogar”. La Escritura nos dice que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). Estos hermanos vivían en Betania, una aldea distante como a cuatro kilómetros de Jerusalén.

Durante el último año de la vida pública de Jesús, cuando Él movió su predicación de Galilea a Judea, habitualmente pernoctaba en casa de sus amigos Marta, María y Lázaro, en donde siempre había una habitación dispuesta para el Maestro a cualquier hora que llegara. Esa casa era, en efecto, el “hogar” de Jesús en Judea. Allí se sentía a gusto, amaba a sus amigos, y sus amigos le amaban y acogían con calor de hogar.

Al igual que a Marta, a su hermana y a Lázaro, Jesús te ama a ti, y le encantaría hospedarse en tu casa, es decir, en tu corazón (Cfr. Ap 3,20). ¿Tienes una habitación dispuesta para recibirle?

La liturgia para esta memoria obligatoria nos propone dos lecturas evangélicas alternas. La primera, tomada el Evangelio según san Lucas (10,38-42), nos narra el conocido episodio en que Jesús va a visitar a sus amigos, y mientras Marta se desvivía por tener todo dispuesto para que el Señor se sintiera acogido (por eso es la santa patrona de los hoteleros), María estaba sentada a los pies del Maestro escuchándole. Ante el reclamo de Marta a Jesús para que dijera a su hermana que le ayudara, este le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

La otra lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Jn 11,19-27) es el pasaje en que Marta sale al encuentro de Jesús cuando este llegó tras la muerte de su hermano Lázaro. Las palabras de Marta son a la vez un reclamo (no de coraje, sino imbuido del cariño propio de un amigo) y una profesión de fe: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.

A ese intercambio inicial sigue una conversación entre Jesús y Marta, en la que Marta reafirma su fe en Jesús, en su mensaje, y en su obra salvífica. Los últimos tres versículos del pasaje de hoy son una verdadera catequesis: “Jesús le dijo: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’. Ella le respondió: ‘Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo’”.

Esa profesión de fe de Marta se vio coronada con la revitalización de su hermano Lázaro. Marta estaba segura del poder de Jesús (creía en Jesús y le creía a Jesús), y ni la muerte de su hermano pudo destruir esa certeza.

Santa Marta, amiga de Jesús, ruega por nosotros.

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA 13-06-15

Corazon de María

Hoy celebramos la Memoria obligatoria del Inmaculado Corazón de María. La Iglesia, a través de la liturgia, nos recuerda que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por eso celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la conmemoración del Inmaculado Corazón de María en días consecutivos, viernes y sábado de la semana siguiente al domingo después de Corpus Christi. Como dijo el papa Pablo VI: “María  es siempre el camino que conduce a Cristo”. Es a través del Inmaculado Corazón traspasado de María que podemos llegar al Sagrado Corazón de su Hijo amado. ¡A Jesús por María!

Ese corazón maternal que se conmovió ante el problema de los novios en las bodas de Caná, propiciando el primer milagro de su Hijo, está presto a conducirnos al corazón amoroso de su Hijo para que obre el milagro de nuestra salvación.

Acercarnos al Corazón Inmaculado de María es acercarnos al Sagrado Corazón de Jesús. Ambos laten al unísono; y a través de ambos fluye la misma sangre. Recordemos que por el misterio de la Encarnación, María de Nazaret concibió al Hijo de Dios en sus purísimas entrañas sin ayuda de varón. Por tanto, la estructura genética (ADN) de ambos es idéntica. Así, la sangre que se vertió en la Cruz fue también la sangre de María…

La lectura evangélica propia de la memoria (Lc 2,41-51), el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, culmina diciendo que “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. María meditaba y conservaba todos los misterios de su Hijo que se le iban revelando y, aunque no los comprendía, sabía que formaban parte de un plan que rebasaba su entendimiento y los aceptaba como la voluntad del Padre.

De esta manera Lucas resalta la calidad de discípulo-modelo en María, la que escucha la Palabra de su Hijo y la medita en su corazón, fundiéndose amos corazones en uno. Eso permite a María seguir los pasos de su Hijo como su perfecta discípula.

Aunque la devoción al Inmaculado Corazón de María puede trazarse a los primeros siglos de la Iglesia, la misma se difundió a partir del siglo XVII, promovida por San Juan Eudes. No obstante, adquirió notoriedad cuando la Virgen de Fátima, en una aparición a la vidente Lucía Martos en 1925 le dijo: “Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…. Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz”.

El 31 de octubre de 1942, en una ceremonia solemne, el papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. El 4 de mayo de 1944, el mismo papa estableció oficialmente la conmemoración litúrgica para la Iglesia universal. El papa Juan Pablo II declaró que la misma es de carácter obligatorio, es decir, que se celebra en todo el mundo.

“¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de Su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!”

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA 22-08-14

Gruta de la Anunciación, debajo del altar mayor de la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

Gruta de la Anunciación, debajo del altar mayor de la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

Hoy celebramos la memoria obligatoria de la Santísima Virgen María, Reina. Nuestra provincia eclesiástica nos propone las lecturas de feria, pero hoy reflexionaremos sobre las lecturas propias de la memoria. Para una reflexión sobre el Evangelio correspondiente al viernes de la vigésima semana del tiempo ordinario, les referimos a nuestra reflexión del pasado año para ese día.

Como primera lectura propia de la memoria, la liturgia nos presenta un pasaje del profeta Isaías (9,1-3.5-6), en el que profetiza el nacimiento de “un niño, un hijo” que viene “[p]ara dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino”. Esta lectura, que nos prefigura el nacimiento de Jesús, nos sirve de preámbulo al relato evangélico, que nos brinda uno de los pasajes más hermosos y más comentados de las Sagradas Escrituras, el pasaje de la Anunciación (Lc 1,26-38).

Este pasaje es también uno de los más ricos en contenido. Para esta memoria, nos limitaremos a los versículos 30-33: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Vemos cómo ambas lecturas tienen como denominador común que Jesús es el último y definitivo rey del linaje de David.

Para entender el alcance del Evangelio, y su relación con la realeza de la Santísima Virgen María, tenemos que entender la cultura y mentalidad judías. La tradición davídica dispone que la reina sea la madre del rey, la “Reina Madre”. Vemos así, por ejemplo, cómo en el libro primero de los Reyes (2,19), cuando Betsabé, la madre de Salomón, entró en el salón del trono para interceder en favor de Adonías, “El rey se levantó a su encuentro, hizo una inclinación ante ella (otras traducciones dicen que “se postró” ante ella), y tomó luego asiento en su trono. Dispuso un trono para la madre del rey, que tomó asiento a su derecha”. En el pueblo judío, la madre del rey era la persona más importante e influyente en el reino. También era considerada la defensora, la abogada del pueblo, la que “tenía el oído del rey” y era su principal consejera. La llamaban Gabirah, que quiere decir “gran señora”.

Por eso decimos que María es la “Reina del Universo”, título que ostenta por derecho propio, al ser la Madre del Rey, la “Reina Madre”. De ahí que el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (59), declara que María “fue enaltecida por Dios como Reina del universo para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte”.

Desde allí, en el trono que su Hijo ha dispuesto a su derecha, ella intercede por nosotros ante Él como nuestra abogada. De ahí que en esa hermosa oración de la “Salve” decimos: “Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Por eso la veneramos como María Reina, no solamente hoy, sino todos los días de nuestras vidas.

¡Santa María, ruega por nosotros!

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA, PADRES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 26-07-14

Los Evangelios Apócrifos y el Corán

Hoy celebramos la memoria obligatoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen María.

Siempre que celebramos esta memoria, muchos me preguntan en qué parte de la Biblia aparecen los nombres de Joaquín y Ana. La contestación es que los nombres de los padres de la Santísima Virgen María no surgen de las Sagradas Escrituras; surgen de la santa Tradición de la Iglesia, que junto con las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia, forman las tres columnas sobre las cuales descansa la doctrina de la Iglesia Católica.

La tradición sobre los padres de Santa María se recoge, en parte, en los llamados “evangelios apócrifos”, especialmente el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Mateo y el Libro sobre la natividad de María, este último atribuido a san Jerónimo. En todos se narra la intervención divina en la concepción de María en el vientre de su madre Ana que era estéril (relacionado con el dogma de la Inmaculada Concepción), su consagración y vida en el Templo durante su niñez, su desposorio con José y cómo este fue escogido por Dios para ser su esposo (incluyendo el porqué de la vara florecida que aparece en sus imágenes), los detalles del parto de María, así como otros eventos que conocemos, con cierto grado de licencia poética de los autores. Esto último es lo que hace que los evangelios apócrifos no se consideren “inspirados” y por tanto fueran excluidos del “canon” o índice oficial de libros del Nuevo Testamento.

Esta tradición sobre San Joaquín y Santa Ana también forma parte de la doctrina del Islam, y se recoge, no solo en su tradición, sino en su libro sagrado del Corán. El Corán dedica uno de sus primeros libros (Sura 3) a la familia de Joaquín, a quien llaman Imrán, en árabe. Otro libro del Corán (Sura 19) se dedica en su totalidad a la Virgen María y lleva su nombre. Aunque el Corán no menciona por nombre a Ana, la mujer de Imrán, la tradición islámica la llama por ese nombre.

Como quiera, en ambas tradiciones se venera a Joaquín y Ana como personas que supieron alabar y adorar a Dios en medio de la tribulación, en medio de la desesperanza causada por la esterilidad y toda la connotación negativa que eso tenía para los judíos; y el Señor los premió con una hija. ¡Y qué hija!

Hoy, al celebrar la memoria de los santos Joaquín y Ana, pidamos al Señor que acreciente en nosotros las virtudes de la fe y la esperanza, de modo que podamos aceptar y cumplir la voluntad del Padre como lo hicieron estos santos y su Hija Santa María.

El Evangelio que nos propone la liturgia para hoy (Mt 13, 24-30) es la parábola de la cizaña, que leímos el pasado domingo (XVI del T.O.), por lo que les referimos a nuestra reflexión para ese día.

Que pasen un hermoso fin de semana lleno de la PAZ que solo el saberse amado por Dios puede brindar.

BIOGRAFÍA DEL BEATO CARLOS MANUEL RODRÍGUEZ, LAICO – 04-05-13

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Carlos Manuel Rodríguez nació en Caguas, Puerto Rico, el 22 de noviembre de 1918, hijo de Manuel Baudilio Rodríguez y Herminia Santiago, ambos de familias numerosas, sencillas y de gran arraigo cristiano. Fue bautizado en la Iglesia Dulce Nombre de Jesús en Caguas el 4 de mayo de 1919. Fue el segundo de cinco hermanos: dos hermanas se casaron, otra es religiosa Carmelita de Vedruna y su único hermano es sacerdote benedictino y Primer Abad puertorriqueño.

Cuando “Charlie” tenía seis años, un voraz incendio consumió la modesta tienda del papá y la vivienda de su familia. Como resultado, perdieron todo y se vieron precisados a mudarse a casa de los abuelos maternos. Aquí, Carlos Manuel vivió en estrecho contacto con su abuela Alejandrina Esterás, una “santa mujer” al decir de quienes la conocieron. Manuel Baudilio, el padre, sufrió con resignación, sin perder su fe, esta pérdida y tras una larga enfermedad, murió en 1940. Doña Herminia, al no estar en su casa propia se impuso a sí y a sus hijos un celoso respeto y hasta cohibición, de quien está en casa ajena. Esto influyó en el carácter reservado y tímido de sus hijos. Pero Herminia tenía la virtud de la serena alegría iluminada por la fe dada su familiaridad con el Señor en la Eucaristía diaria. Es así como las primeras lecciones en la fe católica y las vivencias de esa fe las recibe y experimenta Carlos desde muy temprano en el seno de su propia familia. A los seis años comenzó su vida escolar en el Colegio Católico de Caguas, en donde permaneció hasta octavo grado.

Allí conoció a las Hermanas de Notre Dame y cultivó una especial amistad con ellas durante toda su vida. Bajo la tutela de éstas y de los Padres Redentoristas, desarrolla su primera educación formal, humanística y religiosa; recibe a Cristo por vez primera en la Sagrada Eucaristía que marcaría un amor para siempre; se hace monaguillo y posiblemente siente el llamado inicial a una vida de entrega total a Cristo. Como monaguillo, empieza a degustar las riquezas de la fe a través de la sagrada liturgia de la Iglesia.

Se gradúa de octavo grado en 1932, siendo el primer honor de su clase y obteniendo la medalla de religión. Pasa entonces a cursar estudios en la escuela superior pública Gautier Benítez en Caguas. Durante el segundo semestre de ese curso escolar empieza a notar los primeros síntomas de una enfermedad que sugería un trastorno gastrointestinal: colitis ulcerosa. Este habría de causarle muchísimos inconvenientes por el resto de su vida, y se iría agravando paulatinamente. Ello jamás llegó a doblegar su espíritu de entrega a Cristo y a Su Iglesia.

Más tarde, renueva su contacto con las Hermanas de Notre Dame y los Padres Redentoristas, esta vez en la Academia Perpetuo Socorro en el sector Miramar de San Juan, donde cursa su tercer año de Escuela Superior (1934-35), pero su salud le impide continuar. Vuelve a Caguas, trabaja por algún tiempo y por fin termina ambos cursos, el comercial y el científico, en su cuarto año en la Gautier Benítez en 1939.

Se desempeña como oficinista hasta 1946, cuando decide iniciar estudios hacia un bachillerato en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras, y logra completar un año. En 1947, a pesar de haber aprobado con excelentes calificaciones todas las materias y pese a su amor por los estudios, una vez más su salud le impide estudiar formalmente: esta vez, de manera definitiva. Sin embargo los estudios jamás terminaron para “Charlie”, como ya empezaban a llamarlo sus amigos en la UPR. Él era un lector voraz. Todo le interesaba: las artes, las ciencias, filosofía, religión, música… De hecho, tomó clases de piano tan sólo un año, pero su interés le llevó a continuar por sí solo, hasta tocar no sólo el piano, sino además, el órgano de la Iglesia… ¡La música sacra que tanto aprendió a amar!

Otro de sus grandes amores era la Naturaleza. Desde niño acostumbraba a pasar las vacaciones de verano en el campo. Solía ir con hermanos y primos de pasadía, al río o a la playa. Ya de adulto organizaba junto a sus hermanos, caminatas de un día al campo; ligero de equipaje, frugal el alimento, pero abundante el deseo de comulgar con la creación entera.

Carlos Manuel trabajó como oficinista en Caguas, Gurabo y en la Estación Experimental Agrícola, adscrita a la UPR de Río Piedras, donde además traducía documentos. Empleaba casi todo su modesto salario en promover el conocimiento y el amor a Cristo, especialmente a través de la Sagrada Liturgia. Por eso, se afanaba en traducir artículos que leía sobre la materia y que él editaba para nutrir dos publicaciones a manera de folletos mimeografiados, Liturgia y Cultura Cristiana, tarea a la que dedicaba incontables horas de trabajo.

Cada vez más convencido de que la liturgia es la vida de la Iglesia (a través de la oración, la Proclamación de la Palabra, la Eucaristía y los misterios de Cristo o sacramentos), organiza en Caguas un “Círculo de Liturgia” junto al P. McWilliams y luego, en 1948, funda junto al P. McGlone el coro parroquial Te Deum Laudamus.

En Río Piedras, donde sus hermanos Pepe y Haydée eran ya profesores de la UPR, Carlos realiza su ardiente deseo de dar a conocer a Cristo entre profesores y estudiantes de ese centro docente. Al ampliarse el grupo de sus “discípulos” se mueve con ellos al Centro Universitario Católico, organiza otro Círculo de Liturgia (más tarde llamado Círculo de Cultura Cristiana). Continúa con sus publicaciones y organiza y da forma a sus célebres “Días de Vida Cristiana” junto con los universitarios a quienes desea que entiendan y gocen los tiempos litúrgicos. Participa en paneles sobre diversos temas, siendo él el portaestandarte de la vida litúrgica y el sentido pascual de la vida y la muerte en Cristo. Organizó grupos de discusión en varios pueblos y participó en la Cofradía de la Doctrina Cristiana. Otras organizaciones católicas en las cuales participó fueron la Sociedad del Santo Nombre y los Caballeros de Colón. Impartió catequesis a jóvenes de escuela superior, aportando él todo el material que mimeografiaba sin descanso para suplir las limitaciones económicas de sus jóvenes alumnos. Defendió y promovió con fervor extraordinario entre obispos, clero y seglares, la renovación litúrgica de la Iglesia a través de la participación activa de los fieles, el uso del vernáculo y, muy especialmente de la observación de la Vigilia Pascual, felizmente restaurada por SS Pío XII, para regocijo de “Charlie”. Todo ello, antes del Concilio Vaticano II, de ahí que se le llame apóstol pre-conciliar de lo que vino a ser Sacrosanctum concillium.

Muchos testimonian su desarrollo vital de la fe gracias a la formación que les impartió Carlos Manuel unido a su modelo de entrega y servicio. Varios  agradecen a su ardiente celo por Cristo el haber despertado en ellos su vocación religiosa. Quienes lo buscaban para aclarar sus dudas o conseguir el fortalecimiento de su fe, no quedaban defraudados. Acercarse a Carlos Manuel era como allegarse a una luz que va iluminando cada vez más la perspectiva y el sentido de la vida a medida que se le conocía mejor. La alegría cierta de la Pascua traslucía siempre en su mirada y en su sonrisa y una notable fortaleza espiritual trascendía su frágil figura. La firme convicción de su fe vencía su natural timidez y hablaba con la seguridad de Pedro en Pentecostés. A pesar de su salud quebrantada por tantos años, ninguna queja nubló la alegría con que enfrentaba la vida y nos recordaba que el cristiano ha de ser alegre porque vive la alegría y la esperanza que Cristo nos regaló con Su Pascua: VIVIMOS PARA ESA NOCHE.

Sus fuerzas físicas decaían, pero jamás su espíritu se doblegó. Vivía cada momento superando calladamente su dolor con el gozo profundo de quien se sabía resucitado. Minada finalmente su salud por la enfermedad que se diagnosticó como un cáncer terminal del recto, tras una larga operación en marzo de 1963, padeció “la noche oscura de la fe” pensándose abandonado de Dios. Antes de morir, re-encontró con emoción la Palabra que estuvo perdida, la que le había dado sentido a su vida. Su paso a la vida eterna fue el 13 de julio de 1963. Tenía 44 años. “El 13 es buen día” – había dicho antes, sin que tuviésemos noción de lo que ello significaba. Ahora sabemos. 

El Proceso de Carlos fue meteórico: Iniciado en 1992, su positio sobre virtudes heroicas llevó a que se le declarase Venerable el 7 de julio de 1997. El milagro, para su beatificación (curación de un linfoma maligno de Hodgkins en 1981) fue aprobado por SS Juan Pablo II el 20 de diciembre de 1999: ¡En tiempo récord (tan solo ocho años) y por actores laicos!

(Biografía del Vaticano)