En este vídeo te explicamos por qué la Iglesia prolonga la celebración de la Pascua por ocho días consecutivos, y qué caracteriza las lecturas de la Liturgia durante la Octava de Pascua.
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REFLEXIÓN PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (A) 18-12-22

Según sigue llegando a su fin el Adviento, las lecturas continúan repitiéndose, como cuando uno sabe que algo grande está a punto de suceder, y se sorprende repitiendo una frase o un nombre, producto de anticipar ese momento esperado. Así la primera lectura (Is 7,10-14) y el Evangelio (Mt 1,18-24) para este cuarto domingo de Adviento nos repiten la primera lectura del pasado viernes y el Evangelio del miércoles, respectivamente.
Con la lectura de Isaías la liturgia nos reitera que dentro de apenas siete días estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Señor y Salvador: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “‘Dios-con-nosotros’”.
En el Evangelio, Mateo nos recuerda que el nacimiento de Jesús es el cumplimiento de la profecía de Isaías que leemos en la primera lectura. La segunda lectura, tomada de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos, nos reitera que Jesús es el Hijo de Dios que había sido prometido por los profetas: “Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor”. Nos dice además que esa Buena Noticia (Evangelio) no estaba limitado al pueblo judío, sino a todos los pueblos (nosotros): “Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús”.
Estas lecturas son un ejemplo de lo que anteriormente hemos llamado la perspectiva histórica, o del pasado, que nos presenta el “adviento” que vivió el pueblo de Israel durante prácticamente todo el Antiguo Testamento, esperando, anticipando, preparando la llegada del mesías libertador que iba a sacar a su pueblo de la opresión, y cómo en María se hacen realidad todas esas expectativas mesiánicas del pueblo judío. Su “sí”, su “hágase” hizo posible la “plenitud de los tiempos” que marcó el momento para el nacimiento del Hijo de Dios (Cfr. Gál 4,4). Como dijo san Juan Pablo II: “Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas”.
Estamos a escasos siete días de esa fecha. La liturgia nos ha llevado in crescendo hasta este momento en que nos encontramos en el umbral de la Navidad. Es el momento de hacer inventario… ¿Hemos vivido un verdadero Adviento? ¿Estamos preparados para recibir al Niño Dios? ¿Nos hemos reconciliado con nuestros hermanos, con nosotros mismos y con Dios? ¿Hemos dispuesto nuestro pesebre interior para que la Virgen coloque en Él a nuestro Señor y Salvador, como lo hizo aquella noche en Belén? Es la perspectiva presente, el “hoy” del Adviento.
Todavía estamos a tiempo (Él nunca se cansa de esperarnos). En este cuarto domingo de Adviento, acércate la casa del Padre y reconcíliate con Él. Entonces sabrás lo que es la verdadera Navidad.
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 06-06-22

Finalizada la cincuentena de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés que celebráramos ayer, hoy retomamos en Tiempo Ordinario de la Liturgia.
Y para hoy, la liturgia nos regala hoy la versión de Mateo del pasaje de las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Esta versión es la que da el nombre de “Sermón de Montaña” o “Sermón del Monte” a este pasaje pues, contrario a Mateo, la versión de Lucas nos presenta a Jesús pronunciando el discurso de las Bienaventuranzas “en un paraje llano” (Lc 6,17).
La razón para la diferencia entre una y otra versión obedece al fin pedagógico de cada relato evangélico, y al grupo a quien va dirigido. Lucas escribe para fortalecer la fe de los cristianos que ya estaban siendo perseguidos por profesar su fe. Mateo escribe su relato para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías prometido, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento.
Mateo quiere demostrar además, que en la persona de Jesús se cumple la profecía de Dt 18,18. Para ello recurre a establecer un paralelismo entre Jesús y Moisés: Moisés y Jesús perseguidos en su infancia; Moisés y Jesús ofreciendo un pan de vida, Moisés escribiendo cinco libros (la autoría humana del Pentateuco se le atribuía entonces a Moisés) y Jesús pronunciando cinco grandes discursos.
Finalmente, del mismo modo que Moisés subió al Monte Sinaí, Mateo nos presenta a Jesús subiendo “al monte”. Con ello quiere significar que Jesús va a llevar a cabo la fundación del “nuevo pueblo de Dios” basado en una nueva Alianza, con Jesús como el “nuevo Moisés”.
A diferencia del decálogo, que contiene unos mandatos y unas prohibiciones abstractas, las Bienaventuranzas se refieren a situaciones de hecho concretas (ej. pobreza, llanto, hambre, sed), sufrimientos que viven todos los que trabajan en la construcción de ese nuevo orden al que Jesús se refiere como “el Reino”. Por eso los sujetos de las Bienaventuranzas no son las situaciones, sino las personas que las sufren por causa de la justicia y por seguir los pasos de Jesús. A esos es que quienes Jesús llama “bienaventurados”, a los que están dispuestos a “renunciar a sí mismos” para seguir a Jesús (Cfr. Mt 16,24; Mc 8,34).
Además de las situaciones pasivas que hemos reseñado, hay otras activas, que nos presentan actitudes concretas que los verdaderos discípulos de Jesús han de observar, como la mansedumbre, la misericordia, la limpieza de corazón, y la lucha por la justicia. A estos también Jesús llama “bienaventurados”.
El diccionario de la Real Academia Española define “bienaventurado” como el “que goza de Dios en el cielo”. Y tiene razón, porque las bienaventuranzas nos describen la conducta de los ciudadanos del Reino; ese Reino que ya ha comenzado pero que todavía no ha culminado; el famoso “ya, pero todavía”.
Hemos dicho en otras ocasiones que podemos comenzar a vivir nuestro cielo en la tierra. ¿Cómo?, Jesús nos da la “receta” en las Bienaventuranzas. Y si quisiéramos resumirlas podemos hacerlo en una sola palabra: Amor.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).
REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA DEL BEATO CARLOS MANUEL RODRÍGUEZ 04-05-22

Hoy celebramos la memoria libre de nuestro primer beato puertorriqueño, Carlos Manuel (“Charlie”) Rodríguez. En una ocasión anterior publicamos su biografía. Les invitamos a leerla para conocer mejor a este cristiano ejemplar.
El calendario litúrgico-pastoral para la Provincia de Puerto Rico nos sugiere unas lecturas opcionales para esta celebración litúrgica. Como primera lectura se nos ofrecen dos lecturas alternas. Hemos escogido 1 Co 1,26-31: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
Basta leer la biografía de nuestro beato Charlie para ver personificada esta lectura. Un humilde oficinista, de constitución débil y acosado por la enfermedad, que supo compenetrarse de tal modo con el Resucitado y la liturgia de la Iglesia, que se convirtió en precursor de los cambios en la liturgia que serían adoptados por los sabios y entendidos en el Concilio Vaticano II. Su secreto fue “estar unido a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención”. En comparación con Cristo, nada puede ni tan siquiera considerarse como una alternativa real. Él es la fuente última de sabiduría, justicia y redención.
Vemos constantemente esa preferencia de Jesús por los débiles, lo pequeños, los humildes, cuando se trata de la Revelación de los grandes misterios del Reino. Así encontramos una santa Catalina de Siena, una santa Teresa del Niño Jesús, un beato Charlie, junto a los grandes pensadores y eruditos con todos los títulos académicos posibles. No es que Dios desprecie a los sabios e intelectuales; es que tal vez los pequeños y humildes no se sienten apegados a su propia “sabiduría” o a su éxito, y por ello pueden sentirse más receptivos y dependientes de Dios, quien les hace partícipes del Misterio.
San Pablo enfatiza que “nadie podrá gloriarse delante de Dios”, es decir, que la sabiduría humana es incapaz de conocer por sí misma la sabiduría de Dios. Solo el que se despoje de sus pretensiones humanas, es decir, el que se “gloría en el Señor” y no en su propia sabiduría, podrá alcanzar la verdadera Sabiduría.
Esa Sabiduría hizo posible que el beato, adelantándose al Concilio Vaticano II, entendiera y proclamara la importancia del Misterio Pascual, y cómo toda la liturgia de la Iglesia tenía que girar alrededor de la Madre de todas las vigilas, la Vigilia Pascual. Él supo vivir la alegría y la esperanza que Cristo nos regaló con Su Pascua. De ahí su lema: ¡VIVIMOS PARA ESA NOCHE!
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO SANTO 16-04-22

Hoy, Sábado Santo, no hay liturgia; por eso no hay lecturas. Durante el día de hoy tampoco se celebra la Eucaristía. La Iglesia nos brinda la oportunidad de continuar en silencio contemplando a Jesús muerto. Con la Vigilia Pascual que celebramos en la noche se inaugura el Tiempo Pascual.
Las Normas Litúrgico-Pastorales para el Sábado Santo, haciendo referencia a la Carta Circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, establecen que durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte y su descenso a los infiernos, y esperando, en la oración y el ayuno, su Resurrección. Por eso se aconseja prolongar durante ese día el “sagrado ayuno pascual” que se practicó ayer.
Hoy es un día lleno de emociones encontradas, en el cual lloramos la muerte de Jesús, pero a la vez estamos en la espera ansiosa de su gloriosa Resurrección y la alegría que experimentaremos al escuchar el Pregón Pascual.
Durante aquél primer Sábado Santo, mientras todos se dispersaron confundidos, como ovejas sin pastor, ante la muerte de Jesús, solo una persona mantuvo su fe incólume con la certeza de que si Jesús había dicho que resucitaría al tercer día, iba de hecho a resucitar: su Madre María. Ese día, dentro del profundo dolor que le causó la pérdida de su Hijo, en el mismo momento que corrieron la piedra que serviría de lápida al sepulcro, comenzó para la María lo que yo llamo su “segundo Adviento”. Aquí se pone de manifiesto la fe inquebrantable de María en su Hijo, de quien ella tiene la certeza de que es Dios.
Tuvimos un párroco que decía que tal era la certeza de María de que su Hijo iba a resucitar, que cuando finalmente abandonó el sepulcro, mientras todos seguían preguntándose qué iba a pasar ahora que Jesús había muerto, ella se fue a su casa a limpiarla y disponer todo para cuando su Hijo regresara. De hecho, si examinamos los relatos sobre la resurrección, encontraremos que su madre no estaba entre las mujeres piadosas que fueron al sepulcro para terminar de embalsamar a Jesús. Algunos se preguntan por qué. La contestación es obvia: ¿Cómo iba a ir su Madre a embalsamarlo, cuando estaba esperando su Resurrección? Y aunque las Escrituras tampoco lo dicen, yo también tengo la certeza de que Jesús fue a visitar a su Madre antes que a sus discípulos.
Como sabemos, la liturgia dedica los sábados a María. Santo Tomás nos dice que esto se debe a que en ese primer Sábado Santo solo ella tenía fe absoluta en el Redentor, y en ella descansó la fe de toda la Iglesia entre la muerte y resurrección de Jesús. Por eso la Iglesia también nos la propone como modelo de fe para todos los creyentes.
Te invitamos a ver y escuchar el Sermón de la soledad en nuestro canal de You Tube, Dela mano de María TV, pulsando el enlace sobre el título.
Hoy es un buen día para continuar meditando sobre el santo sacrificio de la Cruz ofrecido de una vez y por todas por nuestra salvación y la del mundo entero, mientras nos preparamos para la “Gran Noche”, cuando cantaremos el Aleluya anunciado la gloriosa Resurrección de Nuestro Salvador, que culminó su Misterio Pascual.
¡Vivimos para esa noche!
REFLEXIÓN PARA EL LUNES 03-01-22 DENTRO DEL TIEMPO DE NAVIDAD

Durante este tiempo de Navidad la liturgia continúa proponiéndonos el comienzo del Evangelio según san Juan, cuya lectura comenzamos el pasado 31 de diciembre con el testimonio de Juan el Bautista (1,1-18): “Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo’”.
En los versículos siguientes (19-28) vemos la “investigación” por parte de las autoridades religiosas sobre la identidad de Juan el Bautista y el Mesías. Confrontado por las autoridades, Juan aclara que él no es el Mesías, que él es meramente el precursor, el heraldo que ha venido a preparar al camino para Aquél de quien dice: “no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
En el texto que nos brinda la Liturgia para hoy (Jn 1,29-34) vemos como la trama ha ido progresando hasta culminar con el encuentro. Pero no es Juan quien va hacia Él, es Cristo quien viene hacia él: “al ver Juan a Jesús que venía hacia él…” En ese momento, Juan profiere inmediatamente la declaración que había estado soñando durante toda su vida: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Su misión principal había culminado (Cfr. Lc 1,76-79).
Esta última frase de Juan encierra todo el misterio de la Encarnación que hemos estado contemplando durante el tiempo de Navidad, pues explica el propósito de Dios al enviar a su Hijo a “acampar” entre nosotros. Los israelitas ofrecían corderos en sacrificio por la expiación de sus pecados. Inclusive los sacerdotes ofrecían sacrificio por sus propios pecados antes de hacerlo por los demás (Hb 9,7). Al identificar a Jesús como el “Cordero de Dios”, Juan nos apunta al destino que esperaba a Jesús, a quien el mismo Dios habría de ofrecer en sacrificio por los pecados de toda la humanidad; por los tuyos y los míos.
Es decir, Cristo no es el cordero que los hombres ofrecen en sacrificio en el Templo para que Dios perdone sus pecados, sino el Cordero elegido por Dios para quitar los pecados del mundo. Como nos dice el autor de la carta a los Hebreos: “Él comienza diciendo: ‘Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios’, a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego añade: ‘Aquí estoy, yo vengo para hacer Tu voluntad’. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre” (Hb 10,8-10).
Ese sacrificio es el que permite que el apóstol diga en la primera lectura de hoy (1Jn 2,29; 3,1-6): “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Todo comenzó en Nazaret, se concretizó en Belén, y culminará en Jerusalén. Y fue por amor… Y ese amor de Dios debe ser el motivo de nuestra alegría durante ese tiempo de Navidad, y todas nuestras vidas.
¡Feliz Navidad! Sí, todavía es Navidad…
REFLEXIÓN PARA EL 18 DE DICIEMBRE DE 2021 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

La primera lectura de hoy (Jr 23,5-8), nos muestra cómo la liturgia de Adviento continúa presentándonos la estirpe de David como aquella de la cual se ha de suscitar el Mesías esperado por el pueblo.
La lectura evangélica (Mt 1,18-24) nos presenta un pasaje que de primera instancia puede parecer un tanto desconcertante. José se entera que María, con quien estaba desposada, estaba embarazada, ante lo cual él opta por repudiarla en secreto. Nos dice la lectura que apenas había tomado esa decisión, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
José le dio su nombre al Niño convirtiéndose en su padre legal, asegurando de ese modo que perteneciera a la estirpe de David. Ese era el papel que Dios tenía dispuesto para José. Muchos se han preguntado el porqué de la vacilación de José, y su decisión de repudiar a su esposa, a pesar de que el mismo pasaje nos dice de entrada que José era un “hombre justo”. También se ha cuestionado cómo es posible que María le ocultara a José el origen divino de su embarazo. Sobre este punto los exégetas han adelantado múltiples explicaciones. Una de las más lógicas (y hermosas) es la contenida en el siguiente comentario de san Bernardo, citando a san Efrén:
“¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de los Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?”.
Durante este tiempo de Adviento, escuchemos el llamado del ángel, y acerquémonos sin temor a María como lo quiere su Hijo.
LA LITURGIA DEL ADVIENTO

El tiempo litúrgico de Adviento abarca los cuatro domingos anteriores al 25 de diciembre, y las lecturas que nos brinda la liturgia para estos cuatro domingos nos llevan de la mano progresivamente desde la espera de la segunda venida del Señor, el tiempo presente, hasta el anuncio del nacimiento del Niño Dios, culminando en la Navidad. Hagamos un breve recorrido por la liturgia de este tiempo tan especial de Adviento que acabamos de comenzar.
El primer domingo, que celebramos hoy, comienza con la espera de la segunda venida del Señor. Es el domingo de la VIGILANCIA. Durante esta primera semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del evangelio: “Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento”.
Es importante que, como familia, nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad. ¿Qué les parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc.
La segunda y tercera semanas continúan con la venida del Señor en el tiempo presente; el HOY.
La palabra clave para el segundo domingo es CONVERSIÓN, y tiene como nota predominante la predicación de Juan el Bautista. Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la exhortación del profeta Juan el Bautista: “Preparen el camino, Jesús llega” y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación con Dios?
En la primera semana buscamos la reconciliación con nuestro prójimo, nuestros hermanos. Ahora el llamado es a la reconciliación con Dios. Por eso la Iglesia y la predicación nos invitan a acudir al sacramento de la Reconciliación, que nos devuelve la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado. Esta semana nos presenta una magnífica oportunidad para averiguar los horarios de confesiones en los diferentes templos cercanos a nosotros, de manera que cuando llegue la Navidad estemos preparados para unirnos a Jesús y a nuestros hermanos en la Comunión sacramental.
El tercer domingo se nos presenta como el domingo del TESTIMONIO. Y la figura clave es María, la Madre del Señor, que da testimonio sirviendo y ayudando al prójimo. Por eso la liturgia nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercera semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Se nos propone que fomentemos la devoción a María, rezando el Santo Rosario en familia.
A partir de la cuarta semana, la liturgia se orienta hacia la venida “en carne” del Señor, su nacimiento en Belén; el “ayer”. Es tiempo de espera activa, esperanza, anticipación…
Así, el cuarto domingo es el domingo del ANUNCIO del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. Las lecturas bíblicas y la predicación dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María ante el anuncio del nacimiento de su Hijo, y nos invitan a “aprender de María y aceptar a cristo que es la luz del mundo”. Como ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran Fiesta. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa.
La liturgia nos ayuda a recordar que esta celebración manifiesta cómo todo el tiempo gira alrededor de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre; Cristo el Señor del tiempo y de la historia.
Adaptado de: http://mercaba.org/LITURGIA/Adv/el_adviento.htm
REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA DEL BEATO CARLOS MANUEL RODRÍGUEZ 04-05-21

Hoy celebramos la memoria libre de nuestro primer beato puertorriqueño, Carlos Manuel (“Charlie”) Rodríguez. En una ocasión anterior publicamos su biografía. Les invitamos a leerla para conocer mejor a este cristiano ejemplar.
El calendario litúrgico-pastoral para la Provincia de Puerto Rico nos sugiere unas lecturas opcionales para esta celebración litúrgica. Como primera lectura se nos ofrecen dos lecturas alternas. Hemos escogido 1 Co 1,26-31: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
Basta leer la biografía de nuestro beato Charlie para ver personificada esta lectura. Un humilde oficinista, de constitución débil y acosado por la enfermedad, que supo compenetrarse de tal modo con el Resucitado y la liturgia de la Iglesia, que se convirtió en precursor de los cambios en la liturgia que serían adoptados por los sabios y entendidos en el Concilio Vaticano II. Su secreto fue “estar unido a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención”. En comparación con Cristo, nada puede ni tan siquiera considerarse como una alternativa real. Él es la fuente última de sabiduría, justicia y redención.
Vemos constantemente esa preferencia de Jesús por los débiles, lo pequeños, los humildes, cuando se trata de la Revelación de los grandes misterios del Reino. Así encontramos una santa Catalina de Siena, una santa Teresa del Niño Jesús, un beato Charlie, junto a los grandes pensadores y eruditos con todos los títulos académicos posibles. No es que Dios desprecie a los sabios e intelectuales; es que tal vez los pequeños y humildes no se sienten apegados a su propia “sabiduría” o a su éxito, y por ello pueden sentirse más receptivos y dependientes de Dios, quien les hace partícipes del Misterio.
San Pablo enfatiza que “nadie podrá gloriarse delante de Dios”, es decir, que la sabiduría humana es incapaz de conocer por sí misma la sabiduría de Dios. Solo el que se despoje de sus pretensiones humanas, es decir, el que se “gloría en el Señor” y no en su propia sabiduría, podrá alcanzar la verdadera Sabiduría.
Esa Sabiduría hizo posible que el beato, adelantándose al Concilio Vaticano II, entendiera y proclamara la importancia del Misterio Pascual, y cómo toda la liturgia de la Iglesia tenía que girar alrededor de la Madre de todas las vigilas, la Vigilia Pascual. Él supo vivir la alegría y la esperanza que Cristo nos regaló con Su Pascua. De ahí su lema: ¡VIVIMOS PARA ESA NOCHE!
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO SANTO 03-04-21

Hoy, Sábado Santo, no hay liturgia; por eso no hay lecturas. Con la Vigilia Pascual que celebraremos en la noche se inaugura el Tiempo Pascual.
Hoy es un día lleno de emociones encontradas, en el cual lloramos la muerte de Jesús, pero a la vez estamos en la espera ansiosa de su gloriosa Resurrección y la alegría que experimentaremos esta noche al escuchar el Pregón Pascual. Dentro de este marco, les invito a centrar nuestra atención en la que podríamos llamar la protagonista de este día.
Durante aquél primer Sábado Santo, mientras todos se dispersaron confundidos como ovejas sin pastor ante la muerte de Jesús, solo una persona mantuvo su fe incólume con la certeza de que, si Jesús había dicho que resucitaría al tercer día, iba a resucitar: su Madre María.
Vio a su hijo siendo clavado en una Cruz; vio cuando lo bajaron de la Cruz y lo recibió en su regazo. Sabía que lo que tenía en sus brazos era un cadáver, pero lo adoraba como al Dios que era, al Dios que ella tenía la certeza que iba a resucitar. Toda esta demostración de fe se confirmó luego a María con la gloriosa resurrección de Cristo que culminó su Misterio Pascual.
La tradición coloca a María, primero dentro del sepulcro, y luego después de cerrada la piedra que lo cubría. Por eso, dentro de toda la tristeza indescriptible de la Pasión, muerte y entierro de su hijo, María mantuvo la cabeza en alto con la certeza de que iba a verlo nuevamente; que su hijo iba a resucitar.
Ese día, dentro del profundo dolor que le causó la pérdida de su Hijo, en el mismo momento que corrieron la piedra que serviría de lápida al sepulcro, comenzó para la María lo que yo llamo su “segundo Adviento”. Aquí se pone de manifiesto la fe inquebrantable de María en su Hijo, de quien ella tiene la certeza de que es Dios.
Si examinamos los relatos sobre la resurrección, encontraremos que su madre no estaba entre las mujeres piadosas que fueron al sepulcro para terminar de embalsamar a Jesús. Algunos se preguntan por qué. La contestación es obvia: ¿Cómo iba a ir su Madre a embalsamarlo, cuando estaba esperando su Resurrección?
Como sabemos, la liturgia dedica los sábados a María. Santo Tomás nos dice que esto se debe a que en ese primer Sábado Santo solo ella tenía fe absoluta en el Redentor, y en ella descansó la fe de toda la Iglesia entre la muerte y resurrección de Jesús. Por eso la Iglesia también nos la propone como modelo de fe para todos los creyentes.
Esa fe inquebrantable, esa certeza absoluta de que su hijo iba a resucitar, es tal vez la lección más grande que podemos obtener de María.
Hoy es un buen día para continuar meditando sobre el santo sacrificio de la Cruz ofrecido de una vez y por todas por nuestra salvación y la del mundo entero, mientras nos preparamos para la “Gran Noche”, cuando cantaremos el Aleluya anunciado la gloriosa Resurrección de Nuestro Salvador, que culminó su Misterio Pascual.