REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 19-05-22

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.

La lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Jn 15,9-11) es continuación de la de ayer, que situábamos en la sobremesa de la última cena, que Juan nos presenta, no como la cena pascual de los sinópticos, sino como una cena de despedida que se celebra el día de la preparación de la pascua. El pasaje que contemplamos hoy forma parte del “discurso de despedida” de Jesús. Jesús aprovecha este discurso para afianzar la fe de sus discípulos como preparación para la misión que les espera. Ayer veíamos la insistencia de Jesús a sus discípulos para que permanecieran en Él.

Hoy les profesa su amor infinito e incondicional; amor que se compara con el que el Padre le profesa a Él, subrayando que permanecer en Él significa permanecer en Su amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”… Si no viniera de labios de Jesús, diríamos que es mentira, parece increíble. ¡Jesús nos está diciendo que nuestra unión amorosa con Él es comparable a la de Él con el Padre! Tratemos por un momento de imaginar la magnitud de ese amor entre el Padre y el Hijo. Sí, ese mismo amor que se derrama sobre nosotros y tiene nombre y apellido: Espíritu Santo.

Ese anuncio del amor de Dios es el núcleo central del mensaje evangélico. Piet Van Breemen nos dice que “si yo me sé amado por Dios, su amor llenará mi corazón y se desbordará, porque un corazón humano es demasiado pequeño para contenerlo todo entero. Así amaré a mi prójimo con ese mismo amor”.

Jesús nos está pidiendo que “permanezcamos” (otra vez ese verbo), no solo en Él, sino en Su amor. Pero como siempre, no nos obliga, reconoce y respeta nuestro libre albedrío. Nos dice que “si” guardamos sus mandamientos, permanecemos en Su amor. Para recalcar la identidad entre el amor que el Padre le tiene y el que Él nos tiene, no nos pide nada que Él mismo no esté dispuesto a hacer: “lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Como siempre, Jesús nos muestra el camino a seguir (“Yo soy el Camino”), nos proporciona el modelo.

Ese “si…”, esa condición sujeta a nuestra libertad es la que va a determinar nuestra relación, nuestra unión con Dios. Jesús nos promete Su alegría, llevada a plenitud: “para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.” Se trata del gozo eterno que podemos comenzar a disfrutar desde ahora. ¿Te animas?

Señor Jesús, ayúdanos a permanecer en Tu amor, de la misma manera que Tú has guardado fielmente los mandamientos del Padre y permaneces en Su amor. Así encontraremos Tu alegría y la podremos llevar a su plenitud.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 18-05-22

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Jn 15,1-8) nos presenta otro de los famosos “Yo soy” que encontramos en el relato evangélico de Juan: Yo soy la verdadera vid. No se trata de una parábola, en la que Jesús utiliza una breve comparación basada en una experiencia cotidiana de la vida, imaginaria o real, con el propósito de enseñar una verdad espiritual. Aquí se trata de una afirmación absoluta de Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.

A partir de esa afirmación, Jesús desarrolla una alegoría que nos presenta unos elementos en transposición: la vid (Jesús), los sarmientos (los discípulos) y el labrador (el Padre). Hay otro elemento adicional que es el instrumento de limpieza y poda, que es la Palabra de Jesús: “A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado”.

Jesús está diciendo a sus discípulos que ellos han sido “podados”, han sido limpiados por la Palabra del Padre que han recibido de Él, con el mismo cuidado y diligencia que un labrador poda “a todo el que da fruto… para que dé más fruto”.

Esta conversación de Jesús con sus discípulos se da en el contexto de la sobremesa de la última cena. Jesús sabe que el fin de su vida terrena está cerca; de ahí su insistencia en que los discípulos permanezcan unidos a Él, pues sabe que a ellos les queda una larga y ardua misión por delante. Y solo permaneciendo unidos a Él y a su Palabra, podrán tener éxito. Juan recalca esa insistencia, poniendo siete veces (la insistencia de Juan en el número 7) en labios de Jesús el verbo “permanecer”, entre los versículos 4 al 8.

A pesar de que al principio de la alegoría se nos presenta al Padre como el labrador, el énfasis del relato está en la relación entre la vid y los sarmientos, es decir, entre Jesús y sus discípulos; léase nosotros. Y el vínculo, la savia que mantiene con vida a los sarmientos, es la Palabra de Jesús. Esa comunicación entre Jesús y nosotros a través de su Palabra es la que nos mantiene “limpios”, nos va “podando” constantemente para que demos fruto. Si nos alejamos de su Palabra, no podemos dar fruto; entonces el Labrador nos “arrancará”, nos tirarán afuera y nos secaremos, para luego ser recogidos y echados al fuego. Mateo nos presenta un lenguaje similar de parte de Jesús, cuando sus discípulos le dicen que los fariseos se habían escandalizado por sus palabras: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz” (Mt 15,14).

Jesús nos está invitando a seguirlo, pero ese seguimiento implica constancia, “permanencia”; permanencia en el seguimiento y permanencia en su Palabra. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino” (Lc 9,62).  Como reiteramos constantemente, si no nos limitamos meramente a creer en Jesús, sino que le creemos a Jesús, entonces permaneceremos en Él, y Él permanecerá en nosotros; y todo lo que le pidamos se realizará. ¿Existe promesa mejor?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 06-05-21

En la primera lectura de hoy (Hc 15,7-21) podemos apreciar cómo el Espíritu Santo continúa guiando a los apóstoles en el desarrollo de la Iglesia. Ayer leíamos cómo un grupo dentro de la Iglesia (los llamados judaizantes), pretendía imponer a los gentiles que se convertían a la nueva Iglesia todas las “cargas pesadas” de la Ley judía les imponía a ellos (“una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar”). Olvidaban que Jesús había venido a liberarnos de ese “yugo” mediante la ley del amor, que su gracia se había derramado sobre gentiles y judíos sin distinción, de manera que todo el que crea en Él pueda salvarse. Olvidaban también la promesa de Dios a Abraham de que “todas las naciones” serían bendecidas en su nombre (Gn 22,18).

Gracias a la inspiración del Espíritu Santo, aquél primer Concilio de Jerusalén decidió que no se podía hacer distinción entre los cristianos por razón de su origen, su raza, su cultura; que Jesús había venido para redimirnos a todos, y que todos recibimos el mismo Espíritu.

La pregunta es obligada. En nuestras comunidades, ¿existen “diferencias” entre unos y otros? ¿Discriminamos, rechazamos, o sutilmente evitamos compartir con algunos feligreses porque viven en cierto lugar, visten diferente, hablan diferente, adoran de un modo distinto, tienen un oficio humilde, tienen algún vicio, o se comportan diferentes?

Jesús, ¿los invitaría a su mesa? Él nos invita a imitarle, así que si nos llamamos cristianos, vamos a derribar todos esos muros que nos separan, muros que nosotros mismos creamos con nuestra pequeñez de espíritu, “para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21). Si creemos en Jesús, y le creemos a Jesús, ¡que se nos note!

Y la única forma de lograr ese ideal es el Amor. Por eso en la lectura evangélica (Jn 15,9-11) Jesús continúa reiterando el mandamiento del Amor como máxima para el pueblo cristiano: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor (de nuevo la insistencia de Jesús en el verbo “permanecer”). Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

Se trata de la verdadera “alegría del cristiano”, que no es otra cosa que el saberse amado por Dios no importa las circunstancias que la vida nos lance. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”… Si no viniera de labios de Jesús, diríamos que es mentira, parece increíble. ¡Jesús nos está diciendo que nuestra unión amorosa con Él es comparable a la de Él con el Padre! Tratemos por un momento de imaginar la magnitud de ese amor entre el Padre y el Hijo. Sí, se trata de ese mismo amor que se derrama sobre nosotros y tiene nombre y apellido: Espíritu Santo.

Ya se divisa en el horizonte la solemnidad de Pentecostés, y la presencia del Espíritu Santo se hace cada día más patente en la liturgia. Abramos nuestros corazones a ese Espíritu y digamos con fe: ¡Espíritu Santo, ven a mí!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA 01-05-21

La liturgia Pascual continúa proponiéndonos el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hc 13,44-52) y la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia. El pasaje de hoy nos presenta a Pablo y Bernabé predicando la Buena Nueva que “se iba difundiendo por toda la región” de Pisidia. Pablo acababa de decirles a los de Antioquía que la justificación que ellos no habían podido alcanzar por la Ley de Moisés, gracias a Jesús, la alcanzaría todo el que cree (13,38b-39). Como siempre, la Palabra fue acogida con agrado por los gentiles y rechazada por los judíos, quienes en su mayoría se radicalizaban en su apego a la Ley por encima de la predicación de Pablo y Bernabé.

No pudiendo rebatir esa predicación, optaron por desacreditarlos, valiéndose de “las señoras distinguidas y devotas” y los principales de la ciudad, [quienes] provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio” a continuar su labor evangelizadora. Termina diciendo el pasaje que “los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. Y no es para menos. A pesar de los inconvenientes y las persecuciones, estando llenos de Espíritu Santo y llevando la Palabra en sus corazones, se sentían acompañados por Jesús, quien antes de subir al Padre les había prometido: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20).

En la lectura evangélica (Jn 14,7-14) encontramos a Jesús nuevamente estableciendo esa identidad entre el Padre y Él: “Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Y ante la insistencia de Felipe de que les muestre al Padre, Jesús le responde: “¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”.

Jesús no solo nos está diciendo que Él es quien nos puede mostrar al Padre en Su propia persona, sino que el Padre y su Reino se hacen también presentes en este mundo a través de las obras de los que creen en el Hijo y le creen al Hijo, porque “lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.

El creyente, la persona de fe, está llamada a continuar la misión que el Padre le encomendó al Hijo, y que Él nos ha delegado. Y en el desempeño de esa misión lo acompañarán grandes signos, como nos decía el evangelio según san Marcos que leemos en su Fiesta: “echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos” (Mc 16, 17-18). Esto es una promesa del Señor, y Él nunca se retracta de su Palabra.

Señor, que tu Hijo esté presente en todas las obras que hagamos en Tu nombre para que al igual que Él, seamos signos de Tu presencia en el mundo.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DENTRO DEL TIEMPO DE NAVIDAD 02-01-21

“En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Continuamos el tiempo de Navidad, que nos llevará hasta la Fiesta de la Epifanía. La liturgia de esta semana está dominada por san Juan apóstol y evangelista (primera y segunda lecturas).

Durante todo el Adviento estuvimos preparándonos, anticipando la llegada del Salvador, a quien hemos encontrado en la Navidad; Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. En la primera lectura (1 Jn 2,22-28), Juan nos hace un llamado a no alejarnos de ese Dios que ha “acampado” entre nosotros. Nos exhorta a acampar en Él como Él lo ha hecho entre nosotros. Y el verbo que resuena a lo largo de toda la lectura es “permanecer”. La invitación de Juan es a que permanezcamos en Él (que es uno con el Padre), en Su palabra, en Su “unción”. De ese modo no nos dejaremos engañar por los “anticristos”, y seremos acreedores de Su promesa de vida eterna. Juan llama anticristos a todos los que no creen que Jesús es el Mesías enviado por Dios que ha asumido nuestra carne mediante el misterio de la Encarnación.

El llamado de Juan es apropiado para esta época en que todavía estamos celebrando la Navidad y el comienzo de un nuevo año calendario. Si esa alegría desparece junto a los árboles de Navidad, las guirnaldas, las bombillas de colores, y los Belenes, lo que tuvimos fue una “ilusión” de Navidad, quiere decir que Jesús no nació en nuestros corazones. Si, por el contrario, la Navidad continúa dentro de nosotros durante todo el año, Dios obrará maravillas en nuestras vidas. Y esas maravillas no necesariamente se reflejarán en milagros espectaculares. El verdadero milagro será nuestra forma de enfrentar la vida cotidiana y los retos que esta nos lanza, con la certeza de que Dios habita en nosotros y nosotros en Él.

En la segunda lectura retomamos el Evangelio según san Juan (1,19-28) con el testimonio de Juan el Bautista. Todos estaban deseosos de la llegada del Mesías y se preguntaban si Juan lo sería. Veían en Juan una actitud diferente; hablaba con la autoridad que proporciona el “creer” lo que se dice. Así, Juan se convierte en la “voz” de la Palabra. Entre la multitud anónima había un grupo de fariseos, quienes ante la negativa de Juan sobre su identidad con el Mesías, le preguntan que por qué bautiza. Juan no entra en discusiones sobre su bautismo, y se limita a señalar: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

“En medio de ustedes hay uno que no conocen”. Dios está entre nosotros todos los días de nuestra vida, pero no lo reconocemos (Cfr. Mt 25,40). Si la Navidad no fue para nosotros una celebración fugaz, sino una experiencia que ha de permanecer en nuestros corazones a lo largo del año que comienza, nos convertiremos, al igual que Juan Bautista, en testigos de Jesús, en la “voz” de la Palabra hecha carne. Y al igual que Juan, allanaremos el camino para que otros lo conozcan y reciba en sus corazones. Así, todo el año será Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 13-05-20

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.

Hoy celebramos la memoria de Nuestra Señora de Fátima. En otro lugar hemos publicado una reflexión sobre las apariciones relacionadas con esta advocación.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Jn 15,1-8) nos presenta otro de los famosos “Yo soy” que encontramos en el relato evangélico de Juan: Yo soy la verdadera vid. No se trata de una parábola, en la que Jesús utiliza una breve comparación basada en una experiencia cotidiana de la vida, imaginaria o real, con el propósito de enseñar una verdad espiritual. Aquí se trata de una afirmación absoluta de Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.

A partir de esa afirmación, Jesús desarrolla una alegoría que nos presenta unos elementos en transposición: la vid (Jesús), los sarmientos (los discípulos) y el labrador (el Padre). Hay otro elemento adicional que es el instrumento de limpieza y poda, que es la Palabra de Jesús: “A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado”.

Jesús está diciendo a sus discípulos que ellos han sido “podados”, han sido limpiados por la Palabra del Padre que han recibido de Él, con el mismo cuidado y diligencia que un labrador poda “a todo el que da fruto… para que dé más fruto”.

Esta conversación de Jesús con sus discípulos se da en el contexto de la sobremesa de la última cena. Jesús sabe que el fin de su vida terrena está cerca; de ahí su insistencia en que los discípulos permanezcan unidos a Él, pues sabe que a ellos les queda una larga y ardua misión por delante. Y solo permaneciendo unidos a Él y a su Palabra, podrán tener éxito. Juan recalca esa insistencia, poniendo siete veces (la insistencia de Juan en el número 7) en labios de Jesús el verbo “permanecer”, entre los versículos 4 al 8.

A pesar de que al principio de la alegoría se nos presenta al Padre como el labrador, el énfasis del relato está en la relación entre la vid y los sarmientos, es decir, entre Jesús y sus discípulos; léase nosotros. Y el vínculo, la savia que mantiene con vida a los sarmientos, es la Palabra de Jesús. Esa comunicación entre Jesús y nosotros a través de su Palabra es la que nos mantiene “limpios”, nos va “podando” constantemente para que demos fruto. Si nos alejamos de su Palabra, no podemos dar fruto; entonces el Labrador nos “arrancará”, nos tirarán afuera y nos secaremos, para luego ser recogidos y echados al fuego. Mateo nos presenta un lenguaje similar de parte de Jesús, cuando sus discípulos le dicen que los fariseos se habían escandalizado por sus palabras: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz” (Mt 15,14).

Jesús nos está invitando a seguirlo, pero ese seguimiento implica constancia, “permanencia”; permanencia en el seguimiento y permanencia en su Palabra. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino” (Lc 9,62).  Como reiteramos constantemente, si no nos limitamos meramente a creer en Jesús, sino que le creemos a Jesús, entonces permaneceremos en Él, y Él permanecerá en nosotros; y todo lo que le pidamos se realizará. ¿Existe promesa mejor?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA 09-05-20

“Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.

La liturgia Pascual continúa proponiéndonos el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hc 13,44-52) y la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia. El pasaje de hoy nos presenta a Pablo y Bernabé predicando la Buena Nueva que “se iba difundiendo por toda la región” de Pisidia. Pablo acababa de decirles a los de Antioquía que la justificación que ellos no habían podido alcanzar por la Ley de Moisés, gracias a Jesús, la alcanzaría todo el que cree (13,38b-39). Como siempre, la Palabra fue acogida con agrado por los gentiles y rechazada por los judíos, quienes en su mayoría se radicalizaban en su apego a la Ley por encima de la predicación de Pablo y Bernabé.

No pudiendo rebatir esa predicación, optaron por desacreditarlos, valiéndose de “las señoras distinguidas y devotas” y los principales de la ciudad, [quienes] provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio” a continuar su labor evangelizadora. Termina diciendo el pasaje que “los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. Y no es para menos. A pesar de los inconvenientes y las persecuciones, estando llenos de Espíritu Santo y llevando la Palabra en sus corazones, se sentían acompañados por Jesús, quien antes de subir al Padre les había prometido: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20).

En la lectura evangélica (Jn 14,7-14) encontramos a Jesús nuevamente estableciendo esa identidad entre el Padre y Él: “Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Y ante la insistencia de Felipe de que les muestre al Padre, Jesús le responde: “¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”.

Jesús no solo nos está diciendo que Él es quien nos puede mostrar al Padre en Su propia persona, sino que el Padre y su Reino se hacen también presentes en este mundo a través de las obras de los que creen en el Hijo y le creen al Hijo, porque “lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.

El creyente, la persona de fe, está llamada a continuar la misión que el Padre le encomendó al Hijo, y que Él nos ha delegado. Y en el desempeño de esa misión lo acompañarán grandes signos, como nos decía el evangelio según san Marcos que leemos en su Fiesta: “echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos” (Mc 16, 17-18). Esto es una promesa del Señor, y Él nunca se retracta de su Palabra.

Señor, que tu Hijo esté presente en todas las obras que hagamos en Tu nombre para que al igual que Él, seamos signos de Tu presencia en el mundo.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DEL TIEMPO DE NAVIDAD 02-01-20

“En medio de ustedes hay uno que no conocen” …

Continuamos el tiempo de Navidad, que nos llevará hasta la Fiesta de la Epifanía. La liturgia de esta semana está dominada por san Juan apóstol y evangelista (primera y segunda lecturas).

Durante todo el Adviento estuvimos preparándonos, anticipando la llegada del Salvador, a quien hemos encontrado en la Navidad; Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. En la primera lectura (1 Jn 2,22-28), Juan nos hace un llamado a no alejarnos de ese Dios que ha “acampado” entre nosotros. Nos exhorta a acampar en Él como Él lo ha hecho entre nosotros. Y la palabra que resuena a lo largo del toda la lectura es “permanecer”. La invitación de Juan es a que permanezcamos en Él (que es uno con el Padre), en Su palabra, en Su “unción”. De ese modo no nos dejaremos engañar por los “anticristos”, y seremos acreedores de Su promesa de vida eterna. Juan llama anticristos a todos los que no creen que Jesús es el Mesías enviado por Dios que ha asumido nuestra carne mediante el misterio de la Encarnación.

El llamado de Juan es apropiado para esta época en que todavía estamos celebrando la Navidad y el comienzo de un nuevo año. Si esa alegría desparece junto a los árboles de Navidad, las guirnaldas, las bombillas de colores, y los Belenes, lo que tuvimos fue una “ilusión” de Navidad, quiere decir que Jesús no nació en nuestros corazones. Si, por el contrario, la Navidad continúa dentro de nosotros durante todo el año, Dios obrará maravillas en nuestras vidas. Y esas maravillas no necesariamente se reflejarán en milagros espectaculares. El verdadero milagro será nuestra forma de enfrentar la vida y los retos que esta nos lanza con la certeza de que Dios habita en nosotros, y nosotros en Él.

En la segunda lectura retomamos el Evangelio según san Juan (1,19-28) con el testimonio de Juan el Bautista. Todos estaban deseosos de la llegada del Mesías y se preguntaban si Juan lo sería. Veían en Juan una actitud diferente; hablaba con la autoridad que proporciona el “creer” lo que se dice. Así, Juan se convierte en la “voz” de la Palabra. Entre la multitud anónima había un grupo de fariseos, quienes ante la negativa de Juan sobre su identidad con el Mesías, le preguntan que por qué bautiza. Juan no entra en discusiones sobre su bautismo, y se limita a señalar: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

“En medio de ustedes hay uno que no conocen” … Dios está entre nosotros todos los días de nuestra vida, pero no lo reconocemos (Cfr. Mt 25,40). Si la Navidad no fue para nosotros una celebración fugaz, sino una experiencia que ha de permanecer en nuestros corazones a lo largo del año que comienza, nos convertiremos, al igual que Juan Bautista, en testigos de Jesús, en la “voz” de la Palabra hecha carne. Y al igual que Juan, allanaremos el camino para que otros lo conozcan y reciba en sus corazones. Así, todo el año será Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 23-05-19

La lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Jn 15,9-11) es continuación de la de ayer, que situábamos en la sobremesa de la última cena, que Juan nos presenta, no como la cena pascual de los sinópticos, sino como una cena de despedida que se celebra el día de la preparación de la pascua. El pasaje que contemplamos hoy forma parte del “discurso de despedida” de Jesús. Jesús aprovecha este discurso para afianzar la fe de sus discípulos como preparación para la misión que les espera. Ayer veíamos la insistencia de Jesús a sus discípulos para que permanecieran en Él.

Hoy les profesa su amor infinito e incondicional; amor que se compara con el que el Padre le profesa a Él, subrayando que permanecer en Él significa permanecer en Su amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”… Si no viniera de labios de Jesús, diríamos que es mentira, parece increíble. ¡Jesús nos está diciendo que nuestra unión amorosa con Él es comparable a la de Él con el Padre! Tratemos por un momento de imaginar la magnitud de ese amor entre el Padre y el Hijo. Sí, ese mismo amor que se derrama sobre nosotros y tiene nombre y apellido: Espíritu Santo.

Ese anuncio del amor de Dios es el núcleo central del mensaje evangélico. Piet Van Breemen nos dice que “si yo me sé amado por Dios, su amor llenará mi corazón y se desbordará, porque un corazón humano es demasiado pequeño para contenerlo todo entero. Así amaré a mi prójimo con ese mismo amor”.

Jesús nos está pidiendo que “permanezcamos” (otra vez ese verbo), no solo en Él, sino en Su amor. Pero como siempre, no nos obliga, reconoce y respeta nuestro libre albedrío. Nos dice que “si” guardamos sus mandamientos, permanecemos en Su amor. Para recalcar la identidad entre el amor que el Padre le tiene y el que Él nos tiene, no nos pide nada que Él mismo no esté dispuesto a hacer: “lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Como siempre, Jesús nos muestra el camino a seguir (“Yo soy el Camino”), nos proporciona el modelo.

Ese “si…”, esa condición sujeta a nuestra libertad, es la que va a determinar nuestra relación, nuestra unión con Dios. Jesús nos promete Su alegría, llevada a plenitud: “para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.” Se trata del gozo eterno que podemos comenzar a disfrutar desde ahora. ¿Te animas?

Señor Jesús, ayúdanos a permanecer en Tu amor, de la misma manera que Tú has guardado fielmente los mandamientos del Padre y permaneces en Su amor. Así encontraremos Tu alegría y la podremos llevar a su plenitud.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 22-05-19

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Jn 15,1-8) nos presenta otro de los famosos “Yo soy” que encontramos en el relato evangélico de Juan: Yo soy la verdadera vid. No se trata de una parábola, en la que Jesús utiliza una breve comparación basada en una experiencia cotidiana de la vida, imaginaria o real, con el propósito de enseñar una verdad espiritual. Aquí se trata de una afirmación absoluta de Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.

A partir de esa afirmación, Jesús desarrolla una alegoría que nos presenta unos elementos en transposición: la vid (Jesús), los sarmientos (los discípulos) y el labrador (el Padre). Hay otro elemento adicional que es el instrumento de limpieza y poda, que es la Palabra de Jesús: “A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado”.

Jesús está diciendo a sus discípulos que ellos han sido “podados”, han sido limpiados por la Palabra del Padre que han recibido de Él, con el mismo cuidado y diligencia que un labrador poda “a todo el que da fruto… para que dé más fruto”.

Esta conversación de Jesús con sus discípulos se da en el contexto de la sobremesa de la última cena. Jesús sabe que el fin de su vida terrena está cerca; de ahí su insistencia en que los discípulos permanezcan unidos a Él, pues sabe que a ellos les queda una larga y ardua misión por delante. Y solo permaneciendo unidos a Él y a su Palabra, podrán tener éxito. Juan recalca esa insistencia, poniendo siete veces (la insistencia de Juan en el número 7) en labios de Jesús el verbo “permanecer”, entre los versículos 4 al 8.

A pesar de que al principio de la alegoría se nos presenta al Padre como el labrador, el énfasis del relato está en la relación entre la vid y los sarmientos, es decir, entre Jesús y sus discípulos; léase nosotros. Y el vínculo, la savia que mantiene con vida a los sarmientos, es la Palabra de Jesús. Esa comunicación entre Jesús y nosotros a través de su Palabra es la que nos mantiene “limpios”, nos va “podando” constantemente para que demos fruto. Si nos alejamos de su Palabra, no podemos dar fruto; entonces el Labrador nos “arrancará”, nos tirarán afuera y nos secaremos, para luego ser recogidos y echados al fuego. Mateo nos presenta un lenguaje similar de parte de Jesús, cuando sus discípulos le dicen que los fariseos se habían escandalizado por sus palabras: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz” (Mt 15,14).

Jesús nos está invitando a seguirlo, pero ese seguimiento implica constancia, “permanencia”; permanencia en el seguimiento y permanencia en su Palabra. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino” (Lc 9,62).  Como reiteramos constantemente, si no nos limitamos meramente a creer en Jesús, sino que le creemos a Jesús, entonces permaneceremos en Él, y Él permanecerá en nosotros; y todo lo que le pidamos se realizará. ¿Existe promesa mejor?