INTERRUPCIÓN TEMPORAL DE REFLEXIONES

maria embarazada

Queridos hermanos y hermanas en Jesús y María:

Comenzando el domingo, 20 de diciembre hasta el jueves 24, inclusive, estaremos fuera del aire, por estar atendiendo compromisos ineludibles que nos impedirán publicar nuestras acostumbradas reflexiones.

Para esos días, pueden acceder a portales como Cuidad Redonda o Tengo sed de Ti  para disfrutar de excelentes reflexiones.

Les deseo un fin de Adviento lleno de Espíritu Santo para que puedan recibir al Niño Dios en sus corazones en la Navidad.

Me encomiendo a sus oraciones para que mis gestiones sean del agrado del Señor.

En Cristo y María
Héctor, O.P.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO, 19 DE DICIEMBRE, FERIA PRIVILEGIADA

Isabel - Juan Bautista

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Estamos escasamente a una semana del nacimiento de Jesús y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia va aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre.

Ya es oficial: La Madre Teresa de Calcuta será declarada santa

Teresa de Calcuta 2

Después de meses de espera, el milagro que permitirá la canonización de la Beata Madre Teresa de Calcuta fue oficialmente aprobado por el Vaticano. La querida religiosa será declarada santa y solo se aguarda la fecha de la ceremonia.

Los rumores sobre la canonización circulan desde hace meses. Sin embargo, el Vaticano hizo el anuncio oficial en un comunicado hoy 18 de diciembre, junto con el reconocimiento de las virtudes heroicas del Padre Giuseppe Ambrosoli de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, dándole el título de Venerable.

Hace apenas unos días, Francisco se reunió con el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, para avanzar en varias causas de canonización. Sostuvo una nueva audiencia privada en su cumpleaños, ayer, 17 de diciembre.

En la reunión de ayer, el Papa aprobó el milagro atribuido a la Madre Teresa, la curación de un hombre brasileño inexplicablemente curada de abscesos cerebrales.

Aunque no hay planes oficiales, el Cardenal Amato ha sugerido anteriormente que el 4 de septiembre 2016 – que está siendo considerado como un día de jubileo para los trabajadores y voluntarios de la misericordia – sería la posible fecha de canonización, cerca del 5 de septiembre, fiesta de la Madre y aniversario de su muerte.

Continuar leyendo:

https://www.aciprensa.com/noticias/vaticano-hizo-anuncio-oficial-la-madre-teresa-de-calcuta-sera-declarada-santa-71034/

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 18-12-15

Adviento cuna

Continuamos en esta tercera semana de Adviento con el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para hoy (Jr 23,5-8) continúa con el anuncio profético del Mesías que ha de venir a liberar a su pueblo y restaurar el derecho y la justicia. Si examinamos la historia de la monarquía judía, encontramos que los reyes no cumplieron su misión y se apartaron de la Alianza. Por eso Yahvé, desde el mismo momento de la caída (Gn 3,15), había decidido que Él mismo se haría cargo de su pueblo a través de un Mesías. Fiel a todas las profecías mesiánicas, la lectura de hoy anuncia al pueblo que ese rey nacerá de la estirpe de David. “Suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.

El Evangelio (Mt 1,18-24), por su parte, nos presenta la versión de Mateo del Anuncio del ángel, que en este caso, fiel a la cultura judía, se le hace a José, a quien también se le encomienda el ponerle el nombre al niño (“tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”), función reservada al padre en esa cultura (comparar con Lc 1,30-31).

Mateo, fiel a su propósito de probar que Jesús es el Mesías prometido, en quien se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento, añade al final de este pasaje: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: ‘Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros»’” (Cfr. Is 7,14).

En este pasaje vemos la actitud de José, quien ante la preñez inexplicable de su desposada, con quien no ha tenido relaciones, decide repudiarla en secreto. Pero se le aparece en sueños un ángel que le anuncia que el hijo que espera su mujer es fruto del Espíritu Santo y será el que “salvará a su pueblo de los pecados”. El ángel le pide que se la lleve a su casa y José así lo hace. Por el saludo del ángel: “Hijo de David”, título que el ángel no utilizará en sus demás apariciones a José, él entendió que se trataba del Mesías anhelado y que era necesario que él asumiera la paternidad legal del niño para que se cumpliese la profecía de que el Mesías nacería de la estirpe de David. Es como si Dios le hubiese dicho: “Mira, José (a mí me gusta pensar que Dios nos habla así, con la confianza de un amigo), este Niño que tu esposa va a tener, es mi Hijo, y yo necesito que tú asumas su paternidad legal, para darle un nombre y que sea ‘Hijo de David’ igual que tú”. Y José, un hombre respetuoso de la voluntad de Dios, la aceptó y asumió el papel que Dios le había encomendado: introducir a Jesús en el linaje de David. Ayer decíamos que es Dios quien elige. José lo entendió.

Dios quiere nuestra salvación, quiere hacerse uno con nosotros, pero no puede hacerlo sin nuestra cooperación. Como nos dice San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Y tú, ¿estás dispuesto a asumir el papel que Dios te ha encomendado para tu salvación y la de los tuyos?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 17-12-15

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Estamos en la segunda parte del Adviento. Ya se divisa a lo lejos la estrella de Belén que anunciará la llegada del Mesías esperado. Es el tiempo del “aviso”. Nos levantamos más temprano que de costumbre para acudir al Templo para las tradicionales misas de aguinaldo. Durante esta novena que antecede a la Navidad, la liturgia nos va llevando de la mano en forma progresiva hasta la gran vigilia de la Natividad del Señor, desembocando en la Fiesta de Fiestas, la Solemnidad de la Natividad del Señor.

En este tiempo se incrementa la intensidad del anuncio, comenzando con la primera lectura de hoy (Gn 49,1-2.8-10), que nos presenta a un anciano Jacob, quien ve cercana su muerte y reúne a sus hijos para impartirles su bendición, que constituye su herencia. Allí, inspirado por el mismo Dios, pasa por alto a Rubén (el primogénito), le niega la sucesión a Simeón y Leví por sus actos de violencia, y declara que su cuarto hijo, Judá, será el heredero de la promesa. Será de la tribu de Judá de la cual nacerá Jesús, el Mesías, quien reinará, no solo sobre el pueblo de Israel, sino sobre todas las naciones. La bendición de Jacob prefiriendo a Judá por encima de sus otros hermanos, tiene un significado: es Dios quien elige.

Esa promesa se recogerá en el anuncio del ángel a María: “El será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre: reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Posteriormente, cuando Herodes consultó a los sacerdotes y escribas, para saber dónde nacería el Mesías, estos le contestaron: “en Belén de Judea, porque así está escrito: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales tribus de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel” (Mt 2,5-6). Y al final de los tiempos, se oirá decir a uno de los ancianos: “Ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David” (Ap 5,5).

El Evangelio para hoy es tomado de Mateo (1,1-17), quien escribe su relato evangélico para los judíos de la Palestina convertidos al cristianismo, con el propósito de probar que Jesús es el Mesías esperado. Por eso dedica los primeros 17 versículos, a manera de introducción, a la genealogía de Jesús, desde Abrahán, pasando por Judá, hasta “José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (v. 16). Vemos en este relato el cumplimiento de la promesa contenida en el “testamento de Jacob”.

No hay duda, luego de años de vicisitudes y fracasos del pueblo de Israel, la sentencia profética de Jacob se mantuvo y se cumplió. Ha nacido un descendiente de Judá que reina, no solo sobre todas las tribus de Israel, sino sobre todas las naciones. Hablamos de un Reino que ya ha comenzado, pero que no tiene fin. Esa misma promesa nos hace aspirar a la plena realización del Reino. “Venga a nosotros tu Reino…” Todos estamos invitados a ser “ciudadanos” del Reino. Más aún, estamos llamados a reinar junto a Dios y al Cordero por toda la eternidad (Ap 22,5).

La promesa y la invitación están ahí. ¿La aceptas? Durante este tiempo de Adviento, pidamos al Señor que abra nuestros corazones para que el Niño Dios nazca en ellos, y seamos acreedores de las promesas del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 16-12-15

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“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” Con esa pregunta dirigida a Jesús envía Juan el Bautista a sus discípulos en la lectura evangélica que contemplamos en la liturgia para este miércoles de la tercera semana de Adviento (Lc 7,19-23).

Para entender la pregunta o, más bien, el porqué de la misma, tenemos que enmarcarla en su contexto histórico y en la misión profética del propio Juan, quien como todos los judíos de su tiempo, esperaba un Mesías libertador, uno que los iba a liberar y purificar con fuego: “Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga” (Lc 3,16b-17).

A pesar que él mismo había sido testigo de la teofanía que acompañó al bautismo de Jesús (Lc3, 21-22), todavía estaba latente en su interior el concepto mesiánico del pueblo judío.

A nosotros a veces nos pasa lo mismo. Nos preguntamos: ¿Dónde estás Señor? ¿Dónde los signos de tu poder? Nos cegamos buscando milagros portentosos, y esa ceguera nos impide ver su Misericordia que se manifiesta día tras día ante nuestros propios ojos.

Jesús, consciente de esa realidad, antes que contestar la interrogante, se limitó a actuar, a practicar la Misericordia. Así, “curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista”.

Entonces dijo a los mensajeros de Juan: “ld a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Con sus gestos, Jesús se inserta en la tradición judía, haciendo realidad las prefiguraciones del profeta Isaías (Is 29,18-19; 35,5-6). No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado. Pero se trata de un Mesías que demuestra su poder, no con signos de grandeza, sino con gestos de amor, de Misericordia; sirviendo a los demás, especialmente a los pobres. El que no vino a ser servido sino a servir… (Mt 20,28).

El tiempo de Adviento nos hace revivir la espera del Mesías; ese que viene a liberarnos de nuestras esclavitudes, de todo aquello que nos oprime, que nos aleja de Él, comenzando con nuestro egoísmo. Solo así podremos alegrarnos del bien que otros reciben, producto de la Misericordia de Dios, aunque nosotros sigamos en espera: “Dichoso (Bienaventurado) el que no se escandalice de mí”. ¿Una nueva Bienaventuranza?

Estamos en tiempo de Adviento. Y no podemos olvidar que Dios viene para todos. Él no hace distinción. Así nos lo dice Isaías en la primera lectura de hoy (45,6b-8.18.21b-25): “Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro… “Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua… “A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él”. (Cfr. Gn 22,18).

De eso se trata el Adviento; de la llegada del Cristo que cambia los corazones. ¿Estás preparado para recibirlo?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 15-12-15

Mt 21-28

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este martes de la tercera semana de Adviento (Mt 21,28-32), que es continuación de la que leíamos ayer, termina con una de esas sentencias “fuertes” de Jesús que nos estremecen: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis”. Y en el meollo de todo está la frase “le creyeron”. Como hemos repetido en tantas ocasiones, la fe implica, no solo “creer” en Jesús, sino en “creerle” a Jesús, creer en su Palabra salvífica. Y ese creer en Jesús se manifiesta al poner en práctica, actuar acorde a esa Palabra, a dar TESTIMONIO. Es la culminación del proceso de conversión a que la Iglesia nos exhorta en este tiempo especial de Adviento.

La lectura nos presenta a dos hijos que escuchan las mismas palabras del padre. Uno le dice que no, pero luego recapacita y va a hacer lo que el padre le pidió. El otro se muestra “obediente” y le dice que sí, pero luego no lo hace. Con esta parábola Jesús está “retratando” a los sumos sacerdotes y ancianos, quienes daban “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) exterior a la Ley, ofreciendo toda clase de sacrificios y holocaustos, mientras en sus corazones se creían superiores a los demás y no practicaban la misericordia (“Porque yo quiero misericordia, no sacrificio…” – Os 6,6). ¿A cuántos de nosotros estará “retratando” Jesús?

En la primera lectura (So 3,1-2.9-13) el profeta denuncia la incredulidad, la falta de fe y la soberbia del pueblo: “¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios”. Entonces anuncia que la Palabra de Dios será acogida por otros pueblos: “[d]aré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas”.

No obstante, el profeta suscita la esperanza de una restauración del pueblo de Israel en la persona de los humildes, de aquellos que confían en el Señor, los “pobres de espíritu” (Cfr. Bienaventuranzas): “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”.

De todos los atributos de Dios el que más sobresale es la Misericordia, producto de su Amor incondicional de Dios-Madre, que hace que nunca nos rechace cuando nos acercamos a Él con el corazón contrito y humillado (Sal 50,19), no importa cuán grande sea nuestro pecado. Y ese día habrá fiesta en la Casa del Padre (Lc 15,22-24).

Las lecturas de hoy nos invitan una vez más a la conversión. Si aún no te has reconciliado, todavía estás a tiempo. Recuerda, no importa tu pecado, Él te recibirá con el abrazo más tierno que hayas experimentado. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha…” (Sal 33).

MEMORIA OBLIGATORIA DE SAN JUAN DE LA CRUZ 14-12-15

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Las lecturas que nos ofrece la liturgia para este lunes de la tercera semana de Adviento las hemos comentado anteriormente, por lo que les referimos a nuestra reflexión sobre las mismas.

Hoy la Iglesia celebra la memoria obligatoria de san Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia, místico y poeta del siglo XVI.

Su verdadero nombre era Juan de Yepes y nació el 24 de junio de 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo abulense perteneciente a Castilla y León, una comunidad autónoma de España.

Murió su padre cuando Juan tenía seis años; a los nueve años, se trasladó con su madre al abulense pueblo de Medina del Campo, en donde a los 17 años, ingresa en un colegio de jesuitas para estudiar humanidades.

El año 1563 toma los hábitos de la orden religiosa Carmelita, adoptando el nuevo nombre de fray Juan de san Matías; al año siguiente se traslada a Salamanca para cursar estudios de teología en su célebre universidad. En el año 1567 es ordenado sacerdote, y adopta el nuevo y definitivo nombre de Juan de la Cruz. Su ilustre paisana de Ávila, Teresa de Jesús, trabó gran amistad con él y le integró en el movimiento de la reforma carmelita que ella había iniciado.

En 1568 Juan de la Cruz fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos, los cuales practicaban a ultranza la contemplación y la austeridad. Unos años después, 1577, sus intentos reformistas de las órdenes monásticas, le llevaron a sufrir 9 meses de dura prisión en un convento de Toledo, acusado de apóstata. De su cautiverio en aquella cárcel-convento de Toledo, nace la composición de su obra cumbre: “Cántico espiritual”. En otras poesías se puede llegar a entrever en lenguaje subliminal, el relato que hace de su astuta y sorprendente huida en la madrugada del 15 de agosto de 1578, estando la fortaleza sobre un peligroso acantilado sobre el Tajo profundo que ciñe a Toledo.

Para huir de la prisión conventual toledana, contó con las influencias que ejerció su paisana Teresa de Jesús, ante la duquesa de Alba. Con su huida dio en refugiarse en un convento de Jaén y continuó con la reforma carmelitana, fundando varios conventos por Andalucía. En esta región llegó a ser nombrado Vicario Provincial de la orden de Carmelitas Descalzos; pero el buen Juan siguió con su obstinación de la reforma, lo que le llevó a enfrentamientos con la jerarquía religiosa y a sufrir nueva prisión en el convento de la Peñuela, en plena Sierra Morena, en donde culminó la escritura de sus principales obras literarias.

Cuando por fin es excarcelado y se dispone a cumplir con el traslado que se le impone a América, el 14 de diciembre de 1591, muere a la edad de 49 años.

135 años después es elevado a la categoría de santo por la Iglesia.

Fuente: http://www.los-poetas.com/f/biocruz.htm

REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (C) 13-12-15

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La liturgia de hoy reboza de alegría; el tipo de alegría que se contagia. Comenzamos esta tercera semana de Adviento encendiendo la vela rosada como símbolo de alegría. Por eso se le llama a ese tercer domingo de Adviento Gaudete que literalmente quiere decir “alégrense”, o “regocíjense”. La primera lectura (So 3,14-18a), al igual que el Salmo (Is 12,2-3.4bed.5-6) y la segunda lectura (Fil 4,4-7), nos transmiten ese gozo. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén” (So 3,14).

El pasado domingo el Evangelio nos presentaba a Juan el Bautista predicar un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. En la lectura evangélica de hoy (Lc 3,10-18) Juan concretiza esa conversión en unas conductas específicas. Esto motivado por las preguntas: “¿Entonces, qué hacemos?” y “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”

Juan contestó la pregunta a la gente en términos generales: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. También a unos publicanos: “No exijáis más de lo establecido”. En ocasiones anteriores hemos dicho cómo los publicanos eran tal vez los judíos más odiados por el pueblo pues, tras de cobrar impuestos para el imperio opresor, cobraban otro tanto de más para ellos. Finalmente contesta la pregunta a unos militares: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”.

El pueblo intuía la llegada inminente de los tiempos mesiánicos tan esperados por el pueblo. La austeridad y la sabiduría de Juan los confunde y comienzan a preguntarse si no sería Juan el Mesías. La contestación de Juan no se hizo esperar: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Palabras poderosas y llenas de promesa, precedidas de una muestra de humildad absoluta que solo puede venir de un contacto, una relación estrecha con Dios que le hace reconocerlo en la persona de Jesús.

No podemos olvidar que Juan sintió la presencia del Espíritu con toda su fuerza cuando aún estaba en el vientre de su madre Isabel, al recibir la visita de la “llena de gracia”. Isabel fue la primera en recibir en su casa al Salvador, cuando este todavía se encontraba en el vientre de María. Y esa visita provocó que Isabel se llenara del Espíritu Santo (Lc 1, 41) y, con ella, la criatura que llevaba en su vientre. Estoy convencido que esa infusión de Espíritu marcó la vida de Juan para siempre con las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.

“No merezco desatarle la correa de sus sandalias”. En el mundo de la época desatar las sandalias era tarea de esclavos. Ante la presencia del Mesías, Juan reconoce su pequeñez, se declara sencillamente sin derechos. Durante su gestación en el vientre de Isabel, al recibir la visita de la “esclava del Señor” (Lc 1,38), Juan se “contagió” de la gracia de María, esa gracia que nos hace comprender que la verdadera libertad, la verdadera grandeza, está en hacerse “esclavo” del Señor.

Y desde ese momento Juan comenzó a vivir su Adviento. Adviento que culminaría al bautizar a Jesús en el Jordán y serle revelado por el Espíritu que ese era el Hijo de Dios, lo que le hizo exclamar lleno de júbilo ante todos al encontrase más tarde con Jesús: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,24-34).

Y tú, ¿te has encontrado con Jesús? ¿Estás dispuesto a confesar tu fe en Él ante todos como lo hizo Juan? Todavía nos quedan doce días para el nacimiento del Niño Dios en el pesebre, en nuestros corazones. Aún estamos a tiempo para “preparar el camino del Señor, allanar sus senderos” (Lc 3, 4), y recibirle con los brazos abiertos. Anda, ¡anímate!… ¡alégrate! Él está esperando.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE 12-12-15

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Hoy Puerto Rico, y toda América Latina celebra la Fiesta de la Patrona de América Latina, Señora y Madre de los Mexicanos, y declarada “Emperatriz de las Américas” por el papa Pío XII, en un mensaje radial al pueblo Mexicano el 12 de octubre de 1945.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para esta Fiesta (Lc 1,39-48) nos narra la visita de la Virgen María a su prima Isabel, y el comienzo del hermoso cántico del Magníficat. María está encinta, y a pesar de su preñez, parte presurosa a ayudar a su parienta, quien es una mujer mayor que se encuentra en sus últimos tres meses del embarazo.

Esa es la Virgen que se presenta a san Juan Diego en el Tepeyac. Si examinamos detenidamente la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, notamos que la parte más iluminada es el vientre, que aparece ligera y delicadamente distendido, como el de una joven mujer al comienzo de su embarazo. Este hecho se confirma por la cinta negra que la Virgen lleva alrededor de la cintura, que es una prenda que usaban las mujeres aztecas cuando estaban embarazadas. ¡Qué imagen tan hermosa! Esta imagen de la Guadalupana es tan rica en símbolos, que resulta imposible ni tan siquiera intentar enumerarlos en tan corto espacio.

Poseyendo la Santísima Virgen un cuerpo glorificado al haber sido asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial (parte del dogma de la Asunción), puede adaptarse, tomar diferentes características físicas: su edad, estatura, apariencia, características étnicas, idioma, vestuario, etc. Así la Virgen se acomoda a la cultura y el lenguaje del vidente con miras a un fin pedagógico. De hecho, toda la simbología de la imagen ha sido descrita como una “escritura jeroglífica”, un “catecismo” especial para que los nuevos conversos, que aún no hablaban el castellano, pudieran entenderla.

En el caso de Nuestra Señora de Guadalupe, notamos además que su rostro no es ni indígena, ni español, sino una mezcla de ambas razas, mestizo. Esta apariencia parece anunciar la aparición de una nueva raza producto de la unión de ambas razas: el pueblo mexicano. Una nueva raza producto de la unión de otras dos con un elemento común: la fe católica. “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Is 7,14). Así la Guadalupana “da a luz” también a un nuevo pueblo que nace junto a la evangelización de América y tiene como elemento común al Emanuel, “Dios-en-nosotros”. Una raza, un pueblo genuinamente latinoamericano, que recibió a Jesús en su corazón, tal y como estamos preparándonos nosotros “hoy”, durante el Adviento, para recibirle en los nuestros.

No es por coincidencia, sino por “Diosidencia”, como dice mi esposa, que la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe se celebra durante el Adviento, y durante la parte del Adviento en que se nos llama a la conversión. Es un hecho histórico que en un período tan corto como diez años a partir de la aparición de Nuestra Señora en el Tepeyac, la fe católica se propagó por todo el continente, logrando la conversión de todos los pueblos latinoamericanos.

En esta fecha tan especial, pidamos a nuestro Señor, por la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, que nos ayude lograr la conversión que nos permita recibir a su Hijo en nuestros corazones.