REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE DE 2014

Zacarias

La liturgia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. La primera lectura (1 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”.

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el “Cántico de Zacarías”. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley, que leíamos en la liturgia de ayer. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (v. 63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Al “soltársele la lengua”, Zacarías, empezó a recitar el cántico profético que conocemos como el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO 23-12-14

nacimiento Juan el Bautista

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy, los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Pasado mañana es Navidad. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO (B) 19-12-14

Isabel - Juan Bautista

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Estamos escasamente a una semana del nacimiento de Jesús y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia va aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO (B) 16-12-14

Mt 21-28

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este martes de la tercera semana de Adviento (Mt 21,28-32), que es continuación de la que leíamos ayer, termina con una de esas sentencias “fuertes” de Jesús que nos estremecen: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis”. Y en el meollo de todo está la frase “le creyeron”. Como hemos repetido en tantas ocasiones, la fe implica, no solo “creer” en Jesús, sino en “creerle” a Jesús, creer en su Palabra salvífica. Y ese creer en Jesús se manifiesta al poner en práctica, actuar acorde a esa Palabra, a dar TESTIMONIO. Es la culminación del proceso de conversión a que la Iglesia nos exhorta en este tiempo especial de Adviento.

La lectura nos presenta a dos hijos que escuchan las mismas palabras del padre. Uno le dice que no, pero luego recapacita y va a hacer lo que el padre le pidió. El otro se muestra “obediente” y le dice que sí, pero luego no lo hace. Con esta parábola Jesús está “retratando” a los sumos sacerdotes y ancianos, quienes daban “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) exterior a la Ley, ofreciendo toda clase de sacrificios y holocaustos, mientras en sus corazones se creían superiores a los demás y no practicaban la misericordia (“Porque yo quiero misericordia, no sacrificio…” – Os 6,6). ¿A cuántos de nosotros estará “retratando” Jesús?

En la primera lectura (So 3,1-2.9-13) el profeta denuncia la incredulidad, la falta de fe y la soberbia del pueblo: “¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios”. Entonces anuncia que la Palabra de Dios será acogida por otros pueblos: “[d]aré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas”.

No obstante, el profeta suscita la esperanza de una restauración del pueblo de Israel en la persona de los humildes, de aquellos que confían en el Señor, los “pobres de espíritu” (Cfr. Bienaventuranzas): “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”.

De todos los atributos de Dios el que más sobresale es la Misericordia, producto de su Amor incondicional de Dios-Madre, que hace que nunca nos rechace cuando nos acercamos a Él con el corazón contrito y humillado (Sal 50,19), no importa cuán grande sea nuestro pecado. Y ese día habrá fiesta en la Casa del Padre (Lc 15,22-24).

Las lecturas de hoy nos invitan una vez más a la conversión. Si aún no te has reconciliado, todavía estás a tiempo. Recuerda, no importa tu pecado, Él te recibirá con el abrazo más tierno que hayas experimentado. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha…” (Sal 33).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 15-12-14

Mt 21,23-27

En la primera lectura para hoy (Núm 24,2-7.15-17a) encontramos un anuncio temprano de la venida del futuro Mesías. Lo curioso del caso es que el anuncio viene de un pagano, Balaán, “vidente” a quien el rey de Moab había encargado  maldecir al pueblo de Israel, que tenía intenciones de atravesar su territorio, ya a finales del Éxodo, luego de cuarenta años de marcha a través del desierto de Sinaí.

No podemos perder de vista que el éxodo es el resultado de la primera vez que Dios decide “intervenir” en la historia y tomar partido con su pueblo que vivía esclavizado en Egipto. Por tanto, no podía permanecer con los brazos cruzados. Ante las pretensiones del rey moabita, Dios “toca el corazón” del vidente pagano, quien lejos de maldecir, bendice al pueblo de Israel y profetiza el futuro mesiánico, que vendrá, no solo para el pueblo de Israel, sino para todo el mundo. Inicialmente esta profecía se entendió cumplida  en la persona del rey David, pero más adelante se interpretó por el pueblo, y los primeros cristianos, que se refería al Mesías esperado.

Hemos dicho que el tiempo de Adviento es tiempo de preparación, de espera, de anticipación, de encaminarse hacia… Dios viene al encuentro de todos los que le esperan, pero no se impone a nadie. Él “toca a la puerta”, pero no nos obliga a recibirle. Se trata de un acto de fe. El que no quiere creer no va a aceptar ningún argumento, explicación ni evidencia, por más contundente que sea. Así, quien no quiere dejarse convencer por la persona y las palabras de Jesús, tampoco podrá serlo por ninguna discusión.

Ese es el caso que nos presenta la lectura evangélica de hoy (Mt 21,23-27). Luego de echar a los mercaderes del Templo, Jesús continúa moviéndose en sus alrededores y, estando allí, se le acercan unos sumos sacerdotes y ancianos para cuestionarle con qué autoridad les había echado: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”.

Jesús les responde con otra pregunta: “Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?”. Ellos saben que no importa cómo contesten van a quedar en evidencia, pues si dicen que del cielo, quedan como no-creyentes, y si dicen que de los hombres, se ganan el desprecio del pueblo que tiene a Juan como un gran profeta, lo que en aquellos tiempos podía acarrearles incluso el linchamiento por blasfemos. Ante esa disyuntiva prefieren pasar por ignorantes: “No sabemos”. A lo que Jesús replicó: “Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.

La réplica de Jesús había sido una invitación a recapacitar; más aún, una invitación a la conversión. Aquellos miembros del consejo se negaban a reconocer que Juan había sido enviado para allanar el camino para la llegada del Mesías: Jesús de Nazaret. Por eso se niegan a reconocer (o les resulta conveniente ignorar) el nuevo tiempo de salvación inaugurado con Jesús.

Hoy día no es diferente. Jesús se nos presenta como nuestro Salvador. Y el Adviento es buen tiempo para recapacitar, para la conversión. Solo así podremos reconocerle y aceptar su mensaje de salvación.

REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (B) 14-12-14

adviento gaudete B

Un grupo de sacerdotes y levitas llegado de Jerusalén a Betania donde Juan estaba bautizando, luego de interrogarlo, y ante la negativa de este respecto a su mesianismo, le preguntan: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?” Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Allanad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías”. Y luego añadió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Este fragmento de la lectura evangélica para este tercer domingo de Adviento (Jn 1,6-8.19-28) sienta la tónica para este día que se nos presenta como el domingo del TESTIMONIO. Testimonio gozoso que le da el nombre de “domingo gaudete”. Gaudete quiere decir “regocijaos” en latín. Por eso encendemos la vela rosada en la corona de adviento.

Desde la primera lectura (Is 61,1-2a.10-11) se advierte la alegría y el gozo que acompañaría la venida del redentor que el pueblo esperaba desde el mismo momento de la caída (Gn 3,15). Venida que estaría acompañada de señales que darían testimonio de su llegada: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas”.

Era esa espera gozosa, la expectación de la llegada del Mesías liberador, que mantenía vivas las esperanzas del pueblo. Por eso el profeta les exhorta a mantener la esperanza: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”. Es el “Adviento” que vivía el pueblo de Israel durante el Antiguo Testamento, y que profetas como Isaías mantenían vivo. Esas expectativas, esas profecías, se hacen realidad en la persona de Jesucristo, de quien Juan da testimonio.

Hoy la Iglesia nos dice también a nosotros: “regocíjate” y “da testimonio” de ese gozo. Si hacemos inventario de las maravillas que Dios ha obrado en cada una de nuestras vidas, desde el mismo momento de nuestra concepción, tenemos que regocijarnos. Y ese regocijo es tal que, nos sentimos compelidos a salir y dar TESTIMONIO.

En la segunda lectura san Pablo (1 Tes 5,16-24) nos exhorta a ser pacientes, a dar testimonio gozoso dando gracias a Dios en todo momento confiando en la fidelidad de sus promesas. Es decir, a mantener la expectación gozosa en medio de la prueba y la tribulación, porque el Señor nos ama tanto que nos hará justicia: “El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”.

Si estamos viviendo un Adviento verdadero sabemos que el Señor está cerca. ¡Regocíjate! Si aún no te has reconciliado con el Padre, todavía estás a tiempo. Él no se cansa de esperarte…

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO 13-12-14

Elías-vino-ya-pero-no-le-reconocieron

La liturgia para hoy nos presenta como primera lectura (Sir 48,1-4.9-11) un texto que recoge la creencia de los judíos de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llagada del Mesías esperado, basándose en un texto de Malaquías (3,23) que los escribas interpretaban literalmente: “He aquí que envío mi profeta, Elías, antes de que venga el gran y terrible día del Señor”. De hecho, utilizaban ese argumento para alegar que Jesús no podía ser el Mesías, pues Elías no había venido aún. Continúa diciendo la primera lectura que Elías habría de venir “para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel”.

Por eso es que los discípulos le preguntan a Jesús en el Evangelio (Mt 17,10-13) que por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías, a lo que Jesús responde: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llama Elías, pero ha cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los judíos no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías; no reconocieron a Juan el Bautista como el precursor y “lo trataron a su antojo”, decapitándolo.

Ese mismo drama se repite hoy día. No sabemos (o no queremos) reconocer los signos de la presencia de Dios que nos presentan sus “precursores”. Nos hacemos de la vista larga y no reconocemos a Dios que pasa junto a nosotros a diario, que inclusive convive con nosotros, forma parte de nuestras vidas y las vidas de nuestros hermanos; pero pasa desapercibido. Al igual que ocurrió con Juan el Bautista, cuando ignoramos a los precursores de Dios, estamos ignorando a Dios.

El Adviento bien vivido nos hace desear con fuerza la venida de Cristo a nuestras vidas, a nuestro mundo, pero esa espera ha de ser vigilante. Tenemos que estar alertas a los “signos de los tiempos” que Dios nos envía como precursores de su venida. De lo contrario no vamos a reconocerlo cuando toque a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20). Entonces nos pasará como todas aquellas familias a cuyas puertas tocó José pidiendo posada para él y su esposa a punto de dar a luz al Salvador. ¡Imagínense la oportunidad que dejaron pasar, de que Jesús naciera en sus hogares! Y todo porque no supieron leer los signos que se les presentaron.

En esta época de Adviento, pidamos al Señor que nos permita reconocer los signos que anuncian su presencia, para que podamos recibirlo en nuestros corazones, como lo hicieron los pastores que escucharon el anuncio de Su nacimiento de voz de los coros celestiales, y reconocieron a Dios en un niño pobre y frágil, “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO 12-12-14

 

Jesus

“¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: ‘Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Tiene un demonio’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios” (Mt 11,16-19).

Esta corta lectura evangélica es la que nos propone la liturgia para hoy viernes de la segunda semana de Adviento. Con esta parábola Jesús pone de manifiesto la actitud del pueblo que prefería mantenerse como estaba, y no tenía intención alguna de cambiar, de escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica. No querían “comprometerse”. Jesús los compara con unos niños jugando en la plaza. Mientras unos quieren estar alegres, otros prefieren estar tristes; no se ponen de acuerdo. El problema es que cuando se refiere a los adultos del tiempo de Jesús, “esta generación” (y los de la nuestra), no se trata de un juego, se trata de la vida eterna. Lo que ocurre es que cuando se trata de las cosas de Dios, del mensaje de Jesús, de su Evangelio, siempre hay una excusa. Es más fácil decir “no creo”, que aceptarlo y enfrentar las consecuencias que esa fe implica.

Por eso cuando vino Juan el Bautista, que predicaba su mensaje de penitencia y austeridad, no le aceptaron. “Tiene un demonio” decían; “es demasiado exigente”, decían otros. Esas mismas personas, cuando vino Jesús a predicar su mensaje de amor y fraternidad, y se juntaba con pecadores, y compartía con ellos la mesa y el vino, también lo rechazaron. “Es un comilón y borracho”. Hoy día no es diferente. Preferimos estar dentro de nuestra “zona de confort”. Que no venga nadie a decirme cómo tengo que actuar; no quiero comprometerme, no me interesa cambiar.

Estamos prácticamente a mitad del tiempo de Adviento; ese tiempo que nos llama a la conversión y penitencia, y a la preparación para la espera gozosa de Jesús. ¿Cuál es nuestra excusa para negarnos a entrar en el Adviento y vivir el gozo de la Navidad? ¿Asumimos la actitud de que si “nos tocan la flauta” nos negamos a bailar y si nos “cantan lamentaciones” nos negamos a llorar?

No hay duda. Resulta más cómodo vivir desde ahora una “Navidad por adelantado” con la fiesta, la comida, la bebida, la música “típicas” de la época, sin compromiso espiritual alguno, sin necesidad de cambio (me siento bien como estoy), porque si tomo en serio a Cristo y a su mensaje, me voy a “poner en evidencia” y me voy a ver obligado a decidir entre lo que me ofrece Cristo y lo que me ofrece el mundo.

Durante esta época de Adviento la Iglesia nos invita a dejar que Jesús entre en nuestras vidas, en nuestros corazones, con todas las consecuencias que ello implica; lo que yo llamo la “letra chica” que está implícita en el seguimiento del Evangelio. Pidamos al Señor que nos ayude a comprender que el momento de cambiar y comprometernos es “ahora”. Solo así seremos acreedores del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO (B) 07-12-14

juan BAUTISTA

La liturgia continúa su recorrido por el Adviento y nos hallamos en el segundo domingo. La liturgia para el primer domingo nos traía como tema principal la espera de la segunda venida del Señor, el “mañana”, el sentido escatológico del Adviento. Por eso la liturgia nos invitaba a estar “vigilantes”, en espera.

En esta segunda semana el tema de las lecturas es la venida del Señor en el tiempo presente, el “hoy”. La liturgia de este domingo nos invita a la conversión, que es la nota predominante de la predicación de Juan el Bautista en el Evangelio que leemos (Mc 1,1-8) y que se proyectará hasta la tercera semana de Adviento.

Durante esta semana la liturgia nos exhorta a reflexionar sobre las palabras de Juan: “Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’”, porque Jesús llega. Marcos nos quiere dejar saber que la actividad de Juan es el cumplimiento de la profecía de Isaías, y para eso echa mano de un texto del profeta (1-5.9-11) tomado de la primera lectura que contemplamos hoy: “Una voz grita: ‘En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-’.”

Y, ¿qué mejor manera de “preparar el camino” que buscando reconciliarnos con el Señor? En aquél entonces Juan predicaba un “bautismo de conversión para perdón de los pecados” como preparación para la llegada del Salvador. Durante esta segunda semana de Adviento la Iglesia nos invita a acudir al sacramento de la reconciliación, que nos reconcilia con Dios y nos devuelve la amistad que habíamos perdido por el pecado. De este modo, cuando llegue la Navidad, estaremos en posición de unirnos sacramentalmente con Jesús y nuestros hermanos en la Eucaristía, del mismo modo que los discípulos de Juan Bautista estuvieron en disposición de recibir y aceptar a Jesús cuando se hizo entre ellos.

Durante esta semana podemos buscar en los diferentes templos que tenemos cerca, los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue la Navidad, estemos bien preparados interiormente, uniéndonos a Jesús y a nuestros hermanos en la Eucaristía. No dejemos pasar esta oportunidad que se nos brinda. El momento es AHORA. ¡Anda, anímate! Verás qué diferente va ser tu Navidad.

“Oh Dios de la Alianza: Por medio de los profetas del pasado y de los de hoy tú nos llamas a vivir fielmente los retos del evangelio si queremos ser tu pueblo. Despiértanos de nuestro modo de vivir cómodo y auto-satisfecho. Danos la inquietud de acelerar la venida de tu Hijo y de tu reino y abrásanos con el fuego de su Espíritu para que podamos llevar el calor de su amor e integridad a este mundo frío y egoísta. Danos la paz eterna de Jesucristo nuestro Señor.” (Oración Colecta).

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 06-12-14

ruegen al señor de la mies

El profeta Isaías continúa prefigurando al Mesías. En la primera lectura para hoy (Is 30,19-21.23-26), el profeta nos dice: “Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: ‘Éste es el camino, camina por él’”. Esta última frase nos evoca la palabra griega utilizada en las Escrituras para “conversión” (metanoia), que literalmente se refiere a una situación en que un trayecto ha tenido que volverse del camino en que andaba y tomar otra dirección.

Así, vemos cómo en esta lectura también se adelanta el llamado a la conversión que caracteriza la segunda semana de Adviento, que comenzará mañana con la predicación de Juan Bautista llamando a la conversión

El relato evangélico de hoy (Mt 9,35–10,1.6-8) nos presenta a un Jesús que se apiada a la voz del gemido de su pueblo y le responde. Así, la lectura nos dice que “recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. Continúa diciendo la lectura que Jesús, “al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.

Este pasaje destaca otra característica de Jesús: que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que Él va  a la gente a anunciar la Buena Nueva (Evangelio) del Reino.

Luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Podemos ver que la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, y laicos.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. Sí, el Señor quiere que todos se salven, esa es su misión, nuestra misión. Pero para poder llevar a cabo esa misión, primero tenemos que experimentar nosotros mismos la conversión, que se asocia al arrepentimiento; mas no un arrepentimiento que denota culpa o remordimiento, sino que es producto de una transformación entendida como un movimiento interior, en lo más profundo de nuestro ser, nuestra relación con Dios, con nuestro prójimo y nosotros mismos, iluminados y ayudados por la Gracia Divina. Solo así podremos “contagiar” a nuestros hermanos y lograr su conversión.

En este tiempo de Adviento, roguemos al dueño de la mies que derrame su Gracia sobre nosotros para poder convertirnos en sus obreros.