REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-21

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”.

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir con la pandemia del COVID-19, oremos todos como Iglesia al Padre Misericordioso y digamos junto con María, hágase, haciendo todo lo que nos corresponda, y abandonándonos a la Voluntad del Padre con la certeza de que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es Su voluntad.

¡Gracias, Mamá María!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMO SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 20-07-20

“Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás”.

“Vino a los suyos, y los suyos no lo reconocieron” (Jn 1,11). Esa frase, tomada del prólogo del evangelio según san Juan, resume el evangelio que nos propone la liturgia de hoy (Mt 12,38-42).

La fama de Jesús continúa creciendo y los escribas y fariseos siguen sintiéndose amenazados por su persona. Han sido testigos de sus milagros; curaciones, expulsiones de demonios, y hasta revitalizaciones de muertos (no debemos confundir la revitalización con la resurrección, pues la última es definitiva, para no morir jamás). Ahora, delante de todos, le piden un signo: “Maestro, queremos ver un signo tuyo”. Un signo es más que un milagro, es un hecho que demuestre sin dudas la divinidad de Jesús, que demuestre que Él es Dios. Recordemos que poco antes lo habían acusado de echar demonios por el poder de Satanás (Mt 12,24). Insisten en ponerlo a prueba. En efecto, lo están tentando, contrario al mandato divino: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16; Mt 4,7).

De nuevo encontramos a Jesús pronunciando palabras duras contra los suyos; les llama “generación perversa y adúltera”, y les dice que no les dará más signo que el del profeta Jonás, que estuvo tres días en el vientre del cetáceo y salió con vida, anunciándoles de paso que Él mismo estaría tres días en el vientre de la tierra y resucitaría. Les está anunciando su Misterio pascual (pasión, muerte, resurrección), alrededor del cual gira toda nuestra fe (Cfr. 1 Cor 15,14). Pero estas personas están cegadas por el ritualismo vacío y el “cumplimiento” de la Ley y los preceptos. No pueden ver más allá. Es más, se niegan. Están anteponiendo sus propios intereses a los del Reino.

Por eso Jesús les dice que cuando juzguen a esa generación, los de Nínive, que se convirtieron con la predicación de Jonás, quien no era más que un profeta (Jon 3,5-8) y la reina del Sur, que vino a escuchar la sabiduría de Salomón (1 Re 10,1-13), se alzarán y les condenarán, pues ellos no le han creído a Él que es “más que Jonás” y “más que Salomón”.

Muchas veces en nuestras vidas, especialmente en los momentos de prueba, la angustia, la desesperanza, nos lleva a “tentar a Dios”, a exigirle “signos”, como si fuera necesario que Él haga alarde de su poder para que creamos en Él. Queremos “signos” que correspondan a nuestras necesidades, nuestros deseos; y si no nos “complace”, comenzamos a dudar. Entonces actuamos como la persona que recibe un diagnóstico médico que no es de su agrado y continúa visitando médicos hasta que da con uno que le dice lo que quiere escuchar. Nos negamos a ver la grandeza de Dios en todas las cosas que damos por sentadas: la vida misma, la complejidad y perfección de nuestro cuerpo, un amanecer, la belleza de las flores… ¡Y continuamos exigiendo “signos”!

En estos días de pandemia esa tentación de pedir signos y soluciones instantáneas se exacerba, al punto de pedirle el fin inmediato del COVID-19. Dios tiene poder para eso y más, pero no podemos exigirle, y mucho menos “tentarlo”. Permitámosle ser Dios. Mientras tanto, conformémonos con que nos de los “ojos de la fe” para abandonaros a su Divina Providencia, recordando que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman (Rm 8,28). ¿Lo amas?

Que pasen una hermosa semana en la Paz del Señor.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA 06-05-20

“Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”.

“Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe”, nos dice el Salmo que nos propone la liturgia para hoy (Sal 66). Este Salmo sirve para unir la primera lectura (Hc 12,24-13,5) y la lectura evangélica (Jn 12,44-50). Y todas tienen como tema central la misión de la Iglesia de llevar la Buena Noticia a todas las naciones.

La primera lectura nos presenta la acción del Espíritu Santo en el desarrollo inicial de la Iglesia. En ocasiones anteriores hemos dicho que el libro de los Hechos de los Apóstoles recoge la actividad divina del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia.

El pasaje que contemplamos hoy nos muestra una comunidad de fe (Antioquía) entregada a la oración y el ayuno, y dócil a la voz del Espíritu, y cómo en un momento dado el Espíritu les habla y les dice: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado”. Es el lanzamiento de la misión que les llevará a evangelizar todo el mundo pagano. El momento que cambiará la historia de la Iglesia y de la humanidad entera; la culminación del mandato de Jesús a sus apóstoles antes de partir: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15). Es la característica sobresaliente de la Iglesia: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Decreto Ad gentes de SS. Pablo VI).

En el evangelio de hoy Jesús se nos presenta nuevamente como “el enviado” (missus, en latín; apóstolos en griego). Es decir, se nos presenta como “apóstol” del Padre, “enviado” del Padre, “misionero” del Padre: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. También se presenta a sí mismo como la luz que aparta las tinieblas: “Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”. Y esta afirmación de Jesús, unida a los Yo soy que resuenan a lo largo del relato evangélico de Juan, siguen apuntando hacia su divinidad.

Ya en el Antiguo Testamento el salmista nos decía: “Tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 118,105); y al final de los tiempos, en la parusía, el mismo Juan, en uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras, nos narra ese encuentro definitivo que hemos tener con Dios en la Jerusalén mesiánica: “… el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los ciervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,3-5).

En estos tiempos del COVID-19 que nos ha tocado vivir, a algunos les parece que las tinieblas de este virus mortal nos arropan. Pero el que cree en Jesús y confía en su Palabra, tendrá la certeza de que todo esto obedece a un plan de Dios que no comprendemos, pero del cual Él va a sacar un bien para toda la humanidad, y su Luz nos iluminará.

“…el que cree en mí no quedará en tinieblas”, nos dice Jesús. Y creer significa confiar plenamente en la providencia de Dios. El que cree en Jesús, y le cree a Jesús, confía en sus promesas, y el que confía en sus promesas nunca se perderá en las tinieblas, porque Él es la luz que alumbra el camino, camino que nos conduce al Padre (Jn 14,6). Y tú, ¿Le crees a Jesús?

REFLEXIÓN PARA EL LUNES SANTO 06-04-20

“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.

Luego de la entrada triunfal en Jerusalén que celebrábamos ayer, las lecturas de esta semana nos irán narrando la última semana de Jesús, y preparándonos para su Pascua. La lectura evangélica de hoy (Jn 12,1-11) nos ubica en tiempo: “seis días antes de la Pascua”; es decir, el lunes de la última semana de Jesús en la tierra.

Jesús sabe que está viviendo los últimos días de su humanidad y decide ir a pasar un rato agradable con sus amigos Lázaro, Marta y María, en el poblado de Betania, el lugar al que solía acudir cuando quería descansar. El autor enfatiza la proximidad de la Pascua, la presencia de Lázaro “a quien había resucitado de entre los muertos”, y el “perfume de nardo auténtico y costoso” con el que María, la hermana de Lázaro, le ungió los pies a Jesús. Este gesto de María es el que le da a este pasaje el nombre de la “unción en Betania”.

La lectura también nos presenta el ambiente. Un ambiente de fiesta: “Allí le ofrecieron una cena”. Por la forma en que Juan la describe, da la impresión de que no era una cena íntima con los amigos, se trataba de una fiesta en honor a Jesús, con muchos invitados. ¿Una fiesta de despedida, o una prefiguración de su gloriosa resurrección? No hay duda que todos querían verlo, pues estaban maravillados con los prodigios obrados por Jesús, especialmente por la revitalización de Lázaro. Esto se hace evidente por el comentario al final del pasaje de que muchos estaban allí, “no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos”.

El “perfume de nardo, auténtico y costoso” con el que María ungió los pies de Jesús y que hizo que la casa se llenara de su fragancia, nos presenta un marcado contraste con el mal olor que había en la tumba de Lázaro antes de que Jesús lo reviviera (Jn 11,39). Jesús es la resurrección y la vida.

Por otro lado, cuando Judas se quejó de que estuvieran desperdiciado un perfume tan caro en lugar de venderlo para repartir su importe entre los pobres, Jesús le dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Algunos ven en la expresión de que María tenía reservado el perfume para el día de la sepultura de Jesús, un anticipo de que su cadáver no podría ser embalsamado el día de su entierro. La referencia a los pobres se refería a que, aunque se iba a separar físicamente de sus discípulos, permanecería siempre entre ellos, y entre nosotros, en la persona de estos, en el rostro de los pobres.

Mientras los sumos sacerdotes continuaban adelantado la conspiración para asesinar a Jesús, Él se mantiene en calma, disfruta de sus últimos momentos con sus amigos, y se dispone regresar al día siguiente a Jerusalén para culminar su misión.

Ayúdanos, Señor, a mantener la calma durante este tiempo de amenaza de esta pandemia del COVID-19, como lo hiciste Tú en Betania, a pesar de que sabías la proximidad de tu muerte en cruz, confiado en que al aceptar la voluntad del Padre, todo sería para nuestro bien (Rm 8,28).

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DE SEÑOR EN TIEMPOS DEL COVID-19 (CICLO A) 05-04-20

“La misma multitud que recibe a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén en el Evangelio correspondiente a la bendición de los ramos (Mt 21,1-11) ahora pide que le crucifiquen”.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, y la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66), un adelanto de lo que le espera a Jesús. En esta lectura la “multitud” anónima juega un papel importante. La misma multitud que recibe a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén en el Evangelio correspondiente a la bendición de los ramos (Mt 21,1-11) ahora pide que le crucifiquen.

Si comparamos la actitud de esa multitud anónima en ambas lecturas, vemos cuán volubles y manejables son las masas. Lo mismo podemos decir de nosotros. En un momento estamos alabando y bendiciendo al Señor mientras le recibimos en nuestros corazones, y al siguiente nos dejamos seducir por el maligno y terminamos dándole la espalda y “crucificándole”. Sí, cada vez que pecamos, estamos dando un martillazo en uno de los clavos que taladraron las manos y los pies de Jesús. Pero Él nos ama tanto que aun así ofreció su vida por los que lo asesinaron.

Esta semana Santa que comienza hoy nos presenta otra oportunidad de hacer introspección, examen de conciencia sobre nuestra actitud hacia Dios. ¿A cuál de las dos multitudes pertenezco?

Hoy no podremos recibir los ramos benditos como acostumbramos, pero nuestros pastores nos han exhortado a bendecir en familia y colocar en nuestras puertas una rama palma, o de cualquier árbol o planta verde como signo de nuestra fe. Unos ramos frescos, llenos de vida. Esos ramos eventualmente van a secarse. Así de efímera es nuestra vida. Hoy se nos brinda otra oportunidad. No sabemos si vamos a estar aquí el próximo año, el próximo mes, la próxima semana, mañana, esta noche… Cuando venga el Hijo de hombre, ¿en cuál de las multitudes nos sorprenderá?

Jesús nos ama con locura, con pasión; quiere relacionarse con nosotros; quiere nuestra salvación, para eso nos creó el Padre, por eso cuando le fallamos envió a su Hijo. Pero, como dice el P. Larrañaga, “Dios es un perfecto caballero”, es incapaz de imponerse. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

Jesús se ofreció a sí mismo como víctima propiciatoria por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer; los tuyos y los míos. Pero para poder recibir el beneficio de esa redención tenemos que acercarnos a Él, reconocerle, y reconocer nuestra culpa como lo hizo el buen ladrón. Y para eso Jesús nos dejó el Sacramento de la reconciliación, y se lo encomendó a Su Iglesia a través de los apóstoles (Jn 20,22-23).

Este año muchos nos vemos privados del sacramento de la reconciliación. El papa Francisco, consciente de la situación extraordinaria que estamos atravesando, nos ha explicado cómo confesar en ausencia de un sacerdote: Haces lo que dice el Catecismo. Si no encuentras un sacerdote para confesar, habla con Dios y pídele perdón con todo el corazón. Y prométele: “Más tarde confesaré, pero perdóname ahora”. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios.

Por Su Dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero…

REFLEXIÓN EN TORNO AL DISTANCIAMIENTO SOCIAL Y EL COVID-19

Esta experiencia nos ha ayudado a comprender y valorar la vida de los monjes y monjas de clausura, cuya vocación es incomprendida, menospreciada, y hasta objeto de burla,

En estos días de “distanciamiento social” que nos ha tocado vivir como herramienta efectiva para frenar la pandemia del COVID-19, he visto los comentarios, memes, y toda clase de postings de personas en las redes sociales, ventilando su ansiedad, su frustración, su rabia, su tristeza, su desesperación, y todo el abanico de posibles sentimientos negativos, por el mero hecho que su movimiento físico está restringido.

Eso me hace pensar: ¿Seré yo acaso un “extraterrestre”? Porque para mi esposa y para mí, que hoy cumplimos 15 días de reclusión voluntaria en nuestro hogar (no hemos tenido que salir ni tan siquiera al mercado, pues, gracias a la previsión de mi esposa, ya estábamos aprovisionados para la temporada de huracanes), este tiempo ha sido uno de bendición, crecimiento espiritual, fortalecimiento de nuestro mutuo amor, y crecimiento en la fe.

De paso, esta experiencia nos ha ayudado a comprender y valorar la vida de los monjes y monjas de clausura, cuya vocación es incomprendida, menospreciada, y hasta objeto de burla, por un mundo que todo lo mide en términos de utilidad y beneficio. Muchos no ven utilidad alguna en el hecho de apartase de mundo voluntariamente sin rendir ningún “servicio directo” al pueblo de Dios. ¡Cuán equivocados están!

Una de las primeras cosas que aprendí al comenzar a compenetrarme con la Orden de Predicadores (Dominicos), a la cual pertenezco en calidad de Laico de profesión perpetua, fue el valor extraordinario de las monjas de clausura de la Orden, quienes con su oración constante y sus sacrificios, son el corazón y los pulmones de la Orden, brindando fortaleza a los frailes, religiosas de vida apostólica y laicos, quienes con su predicación viven el carisma que le da su nombre a la Orden. Pienso también en santa Teresa del Niño Jesús, quien desde su claustro oraba constantemente por la labor de los misioneros, lo que le ganó el ser proclamada por el papa San Pío XI “Patrona especial de los misioneros y de las misiones”.

Sí, las monjas y los monjes de clausura de todo el mundo, con su estilo de vida autoimpuesto, por amor a Dios y a todos sus hijos, se acercan a Él de una manera especial, obteniendo y compartiendo con toda la humanidad abundantes gracias y bendiciones. Al igual que María de Betania, estos seres especiales han elegido la mejor parte, que no les será quitada (Lc 10,41-42), pero que ellos comparten con generosidad por amor al Cristo que inhabita en todos sus hermanos. Así, desde esa intimidad con Dios y a través de esas gracias compartidas, hacen de este mundo uno más humano y agradable a Dios.

La Palabra nos dice que “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28). En los cursos de Biblia que imparto les hablo a mis estudiantes de los “signos de los tiempos”, que definimos como todos los acontecimientos, positivos y negativos, personales y colectivos, que cuando los discernimos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios. Es la Palabra de Dios en los signos de los tiempos. Y la pandemia del COVID-19 no es la excepción.

Si amas a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza (Dt 6,5), verás esta clausura involuntaria como una oportunidad que el Señor te está brindando para crecer en la fe y profundizar en tu relación amorosa con Él, como lo hacen nuestros hermanos y hermanas de clausura.

Al comienzo del toque de queda y cierre de toda actividad no esencial, nuestro Arzobispo nos hizo un llamado a potenciar nuestra “iglesia doméstica”. Mi esposa y yo hemos aprovechado esta oportunidad que el Señor nos brinda intensificando nuestra oración personal y en pareja (incluyendo el Santo Rosario), la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras, la Liturgia de las Horas, la misa diaria a través de la internet con comunión espiritual, y hasta un retiro de cuaresma que compartimos hoy con más de 2.300 personas vía Facebook live.

Todas esas actividades nos han hecho sentir más cercanos que nunca a Dios, y proporcionado una alegría que solo puede venir de compartir su Amor, mientras oramos por todos los que están necesitados de su bondad y misericordia infinitas, y por el fin de esta pandemia.

Hoy te invito a darle sentido a tu clausura abriendo tu corazón a Dios, y uniéndote a mi esposa y a mí en oración por todos los afectados por esta pandemia, por los enfermos, sus cuidadores y el personal sanitario, por nuestro pueblo, por nuestra Iglesia, nuestro clero, monjas y monjes de clausura, religiosos, laicos comprometidos, por todos aquellos que prestan servicios esenciales a la ciudadanía, y por los que están solos.

Verás cómo tu distanciamiento social cobra un nuevo significado y, antes de que te des cuenta, todo habrá pasado para nuestro bien.

Y, por supuesto, #quédateencasa.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 25-03-20

“María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del nacimiento de Jesús.

La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”.

El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.

Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.

“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.

Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).

El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).

Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir con la pandemia del COVID-19, oremos todos como Iglesia al Padre Misericordioso y digamos junto con María, hágase, haciendo todo lo que nos corresponda, y abandonándonos a la Voluntad del Padre con la certeza de que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es Su voluntad.

¡Gracias, Mamá María!

Las dos oraciones del Papa para invocar el “fin de la pandemia”

Francisco salió del Vaticano y veneró a la imagen de la Virgen bajo la advocación Salus Populi Romani en Santa María Maggiore. Luego, en San Marcello al Corso, rezó ante el crucifijo que salvó a Roma de la peste. Continuar leyendo:

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-03/dos-oraciones-papa-invocar-fin-pandemia.html?fbclid=IwAR2yS8-Fvwe_slLkdSGeUBR_Z5ZqQT7MtzppHFT5tNT_ebNdDlAaoWfY_bM

#quedateencasa