REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-19

“Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

“Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”. Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia y la importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 24-12-18, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

La liturgia propia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. No obstante, resulta conveniente que contemplemos las lecturas, pues completan una historia que culmina el tiempo de Adviento y nos coloca en el umbral de la Navidad propiamente.

La primera lectura (2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre” (Cfr. Lc 1,32).

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el cántico de Zacarías. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (Lc 1,63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Ayer escuchábamos de boca de María el canto del Magníficat. Hoy escuchamos el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL 19-12-18, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas seis días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-17

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

“Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”. Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia y la importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA EL 23 DE DICIEMBRE 2016, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy (Mal 3,1-4.23-24), los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Mañana es Nochebuena. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA EL 19 DE DICIEMBRE DE 2016, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. Pero María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Faltan apenas seis días para la Nochebuena y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia continúa aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en el pesebre de mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre de Belén.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-16

Isabel - Juan Bautista

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

“Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”. Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia y la importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA EL DUODÉCIMO DOMINGO DEL T.O. (C) 19-06-16

seguimiento cruz

La primera lectura (Za 12,10-11.13,1) y el relato evangélico (Lc 9,18-24) que nos propone la liturgia para este duodécimo domingo del tiempo ordinario, nos presentan una perspectiva mesiánica.

Mirándolo desde la óptica neotestamentaria, la profecía de Zacarías nos presenta una prefiguración de la crucifixión de Jesús (Cfr. Jn 19,37), y al hecho de que su muerte será llorada por todo el pueblo pero traerá la salvación: “Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido”. El profeta alude a la batalla del valle de Meguido, en la que murió el rey Josías cuya muerte fue llorada por todos, pues habían depositado en él grandes esperanzas, tanto en el plano religioso como en el político (Cfr. 2 Re 23,29; 2 Cr 35,24-25). Lo mismo ocurrió con las esperanzas mesiánicas del pueblo en la persona de Jesús, que ellos esperaban fuera un gran líder político y militar que los liberara del imperio romano.

El profeta nos refiere además a la salvación de Jerusalén, que llegará solo a través de un espíritu de gracia y clemencia abundantes que Dios derramará sobre ella, causando una transformación interior de la comunidad que culminará en la conversión. Esta conversión llevará a la purificación, que el profeta nos presenta con la imagen de la fuente, que podría también interpretarse como prefiguración del Bautismo. Sabido es que el agua siempre es símbolo de purificación, tanto exterior como interior.

La lectura evangélica es uno de esos pasajes que aparece en los tres sinópticos (ver: Mt 16,13-20; Mc 8,27-30), y puede resumirse en tres “momentos” principales. Primero, la identidad mesiánica de Jesús (“¿Quién dice la gente que soy yo?”; “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”) y la profesión de fe de Pedro (“El Mesías de Dios”). Segundo, el anuncio de la Pasión: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Tercero, las condiciones para el seguimiento: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”.

Él fue humillado, se negó a sí mismo, cargó con su cruz y se entregó por nosotros. Y nos advierte que si queremos seguirlo el camino promete ser difícil. La decisión de seguirlo o no, va depender de nuestra contestación a la pregunta que formuló a los discípulos y ahora nos plantea a nosotros: “Y tú, ¿quién dices que soy Yo?”

El que llega a conocer la verdadera identidad de Jesús, el que tiene un encuentro personal con Él y su Misterio Pascual, sabe que tiene que correr su misma suerte; que será rechazado, objeto de burla, y hasta perseguido por causa de Su nombre. La voluntad de Dios es que todos nos salvemos. Y Jesús nos está proponiendo el negocio de nuestras vidas: “el que pierda su vida por mi causa la salvará”.

Por eso hoy debemos preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mí?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 15-01-16

 

JESUS Mc 2,1-12

La lectura evangélica (Mc 2,1-12) que nos brinda la liturgia para hoy nos presenta la continuación de la misión de Jesús. Ya Él había ganado fama por los prodigios que estaba obrando, y donde quiera que fuera la gente se le acercaba para que les curara a ellos o a sus seres queridos.

En el pasaje de hoy encontramos a Jesús regresando a Cafarnaún. Tan pronto llegó a la casa y se corrió la voz, llegó tanta gente que no cabían en el lugar. “Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta”. La escritura hace énfasis en que Jesús “les proponía la palabra”. El anuncio del Reino. El tema central de la predicación de Jesús.

Estando allí llegaron unos hombres que traían a un amigo paralítico para que Jesús lo curara. “Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico”. Ellos creían en el poder sanador de Jesús. Y esa fe les hizo actuar de conformidad con esa creencia.

Este pasaje nos lleva a una cuestión fundamental de la fe. Aunque muchas veces usemos los términos indistintamente, una cosa es creer y otra tener fe. Son dos cosas distintas.

Yo puedo creer, pero si no actúo de conformidad con lo que creo, no tengo fe. La fe es la que me hace actuar, y esa actuación es la que hace que el poder de Dios se manifieste. La fe es el “gatillo” que dispara el poder de Dios. Si yo no actúo conforme a lo que creo nunca veré el poder de Dios. Por eso la fe es algo que “se ve”, como lo fue la de aquellos que llevaron su amigo ante Jesús para que éste le curara. Ellos creían, y actuaron conforme a lo que creían. No se limitaron a creer que Jesús podía curar a su amigo; actuaron acorde a dicha creencia. Tan seguros estaban que llegaron al extremo de treparlo al techo, hacer un boquete que el techo, y descolgarlo hasta enfrente de Jesús. Es de notar que la escritura nos dice que “Viendo Jesús la fe que tenían”, primero dice al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”, y más adelante: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”.

La frase clave es “VIENDO Jesús la fe que tenían”. De nada nos sirve creer en Dios si esa creencia no se convierte en un acto que demuestre lo que creemos (Cfr. Sir 38,1). Si nos limitamos a “creer” y nos cruzamos de brazos, nunca veremos manifestarse la gloria de Dios. Un ejemplo lo tenemos en Zacarías, el padre de Juan en Bautista. Cuando Dios le dejó saber que su esposa concebiría y daría a luz un hijo a pesar de su esterilidad y avanzada edad, si él se hubiese cruzado de brazos y no se hubiese juntado con su esposa Isabel, esta no habría concebido y dado a luz.

Señor que mi fe se “vea”, de manera que todo el que se acerque a mí, vea la manifestación de tu poder y crea. Por Jesucristo nuestro Señor.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO, 19 DE DICIEMBRE, FERIA PRIVILEGIADA

Isabel - Juan Bautista

“Porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). Estas palabras sirven de trasfondo a la primera lectura y el Evangelio de hoy (Jue 13,2-7.24-25a, y Lc 1,5-25). En ambas lecturas vemos a mujeres estériles que conciben gracias a la intervención divina; en ambos casos, para que los niños lleven a cabo una misión encomendada por Dios. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Jr 1,5). Dios ha encomendado una misión a cada uno de nosotros, nos ha llamado por nuestro nombre. Tenemos que aprender a discernir cuál es esa misión.

En el primero de los casos la mujer de Manoj concibe y da a luz a su hijo Sansón, un libertador del pueblo de Israel. Hay un paralelismo notable entre este pasaje y la Anunciación. Las palabras del ángel del Señor que le anuncia a la mujer que va a concebir: “concebirás y darás a luz un hijo”, son idénticas a las pronunciadas por el ángel a María en la Anunciación (Lc 1,31). La madre de Sansón creyó, al igual que María, en la palabra de Dios, y por eso concibió

En la segunda lectura nos encontramos con Isabel, la mujer de Zacarías. Isabel era estéril, y ambos “de edad avanzada” por lo que no habían tenido descendencia. Pero el Señor tenía sus planes. De esa unión habría de nacer el precursor que prepararía el camino para el comienzo de la predicación de Jesús: Juan el Bautista. En esta anunciación encontramos otro paralelismo con la Anunciación del ángel a María: “No temas”, le dice el ángel a Zacarías (v. 13; Cfr. Lc 1,30). En este caso Dios, a través del ángel enviado, anuncia el encuentro que va a tener la madre del precursor con la Madre de Jesús en la visitación, diciendo que el niño que va a nacer, “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Cfr. Lc 1,41).

Lucas quiere establecer el paralelismo, con sus contrastes, para ayudarnos a entender que los todos estos acontecimientos obedecen a un plan Divino, “porque no hay nada imposible para Dios”. Las madres de Sansón y Juan el Bautista concibieron siendo estériles. María va un paso más allá; ella concibió sin intervención de varón. Jesús es la culminación: nacido de virgen; regalo absoluto de Dios; inicio de una nueva humanidad.

Estamos escasamente a una semana del nacimiento de Jesús y vemos cómo según progresa el Adviento, la liturgia va aumentando la intensidad de la preparación para el gran acontecimiento: la Navidad.

El Adviento nos exige creer en la Palabra de Dios que se encarna y se hace uno con nosotros, de una forma que desafía las leyes naturales. ¿Creo yo verdaderamente que no hay nada imposible para Dios?

Señor, yo creo, pero durante esta temporada de Adviento, acrecienta mi fe para que pueda recibirte en mi corazón, como te recibieron María y José en el pesebre.