REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 24-01-15

se juntó tanta gente que no los dejaban comer

En los pasados días Marcos nos ha estado narrando cómo la fama de Jesús seguía creciendo, extendiéndose más allá de Palestina, hasta el mundo pagano. Donde quiera que iba la gente lo acosaba; querían ver sus portentos, u obtener para sí mismos un milagro. Ya no había un lugar donde pudiera pasar un rato tranquilo, ni aún en su casa. La lectura evangélica de hoy (Mc 3,20-21), una de las más cortas que leemos en la liturgia, dramatiza esa situación:

“En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales”.

Su familia está preocupada por él; lo ven acosado, cansado, agotado, sin posibilidad de descanso. Quieren llevárselo para que pueda disipar su mente, descansar su cuerpo.

Algunos, por otro lado, ven en ese gesto de la familia una falta de comprensión de parte ellos, que no pueden entender la grandeza del amor que mueve a Jesús a “dejar de ser de él” para entregarse por completo a los necesitados. Otros ven en sus familiares un desprecio hacia la persona de Jesús, quien con sus actos se estaba poniendo en peligro y los estaba poniendo en peligro a ellos. Recordemos que en tiempos de Jesús los lunáticos eran considerados como “endemoniados” o “poseídos” y eran apedreados; y que a veces esa condición era producto del pecado de sus padres o familiares. En otras palabras, la familia estaba actuado para protegerse ellos mismos.

Yo tiendo a pensar que en realidad el que dijeran que estaba “fuera de sus cabales” era más bien un subterfugio, un gesto de protección para llevarlo a un lugar donde pudiera descansar. No podemos olvidar que la persona más importante en esa “familia” era María, la madre de Jesús, la que “guardaba todas esas cosas en su corazón meditándolas”, la que aceptó desde el “hágase” la voluntad del Padre y la misión de su Hijo, la que lo apoyó y acompañó hasta el Calvario. María conoce y acepta la voluntad del Padre, pero su corazón de Madre la impulsa a velar por la salud de su Hijo.

Los que decidimos seguir al Señor muchas veces nos sentimos agotados por la misión que hemos aceptado; y hasta acosados, ya mientras más trabajamos por el Reino, más se espera de nosotros y más trabajo se nos encomienda. Es en esos momentos que debemos mirar el ejemplo de nuestro Maestro, y recordar que cuando decidimos seguirlo sabíamos que la jornada iba a ser dura. “El que quiera seguirme…” (Lc 9,23; Mt 16,24). Nos anima la promesa de que Él no nos abandonará, que estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28,20).

En la lectura de hoy vemos a un Jesús que deja de comer por atender a los que acuden a Él en busca de alivio. Ese mismo Jesús va un paso más allá; se deja “comer” por nosotros, los que decidimos seguirlo, cuando lo comemos en las especies eucarísticas. Ahí se hace patente su promesa; por eso podemos sonreír en medio del cansancio cuando le servimos.

¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO (B) 22-12-14

Visitacion

Según se acerca la Navidad, la liturgia continúa orientándonos hacia ella y preparándonos para la Gran Noche. Se nos ha presentado el poder de Dios que hace posible que mujeres estériles, incluso de edad avanzada, conciban y den a luz hijos que intervendrán en la historia humana para hacer posible la historia de la salvación. María será la culminación: Una criatura nacida de una virgen, un regalo absoluto de Dios, el inicio de una nueva humanidad.

La primera lectura de hoy (1 Sam 1,24-28) nos narra la presentación de Samuel a Elí por parte de su madre Ana, una mujer estéril que había orado para que Dios le concediera el don de la maternidad: “Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo”. Ana está consciente de que ese hijo, producto de la gracia de Dios, no le pertenece. María llevará ese gesto a su máxima expresión al entregar a su Hijo a toda la humanidad. Cuando María dio a luz al Niño Dios lo colocó en un pesebre, en vez de estrecharlo contra su pecho, como sería el instinto de toda madre. Así lo puso a disposición de todos nosotros.

La lectura que se nos presenta como salmo es el llamado Cántico de Ana, tomado también del libro de Samuel (1 Sam 2,1.4-5.6-7). Este es el cántico de alabanza  que Ana entona después que entrega y consagra a su hijo al templo. Todos los exégetas reconocen en este cántico de alabanza la inspiración para el hermoso canto del Magníficat, que contemplamos hoy como lectura evangélica (Lc 1,46-56). Este cántico nos demuestra además que no importa cuán “estéril” de buenas obras haya sido nuestra vida, el Señor es capaz de “levantarnos del polvo”, “hacernos sentar entre príncipes” y “heredar el trono de gloria”, pues es Dios quien “da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece”. Tan solo tenemos que confiar en Dios y dejarnos llevar por el Espíritu.

Ambas mujeres, María y Ana, reconocen su pequeñez ante Dios. Nos demuestran que si confiamos en el Señor Él obrará maravillas en nosotros; que Dios es el Dios de los pobres, los anawim. En este sentido María representa la culminación de la espera de siglos del pueblo de Israel, especialmente los pobres y los oprimidos; ella es la realización de las promesas que le han mantenido vigilante. Al humillarse ante Dios se ha enaltecido ante Él (Cfr. Lc 14,11).

Cuando María nos dice que “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”, no lo dice por ella misma ni por sus méritos, pues acaba de declararse “esclava” del Señor, sino por las maravillas que el Señor ha obrado en ella. Así mismo lo hará con todo el que escuche Su Palabra y la ponga en práctica. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 123).

Dios no desampara un corazón contrito y humillado (Sal 50). En estos dos días que restan del Adviento, pidamos al Señor la humildad necesaria para que Él fije su mirada en nosotros y haga morada en nuestros corazones, como lo hizo en el de María.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO (B) 20-12-14

Gruta de la Anunciación, debajo del altar mayor de la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

Gruta de la Anunciación, debajo del altar mayor de la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

La liturgia de hoy nos brinda uno de los pasajes más hermosos de todas las Sagradas Escrituras, si no el más hermoso y conmovedor; la Anunciación de ángel a María (Lc 1,26-38). Todavía me estremece el recordar la sensación que me arropó cuando tuve la dicha de estar en la gruta de la Anunciación, en Nazaret. Les aseguro que aún hoy se siente la fuerte presencia del Espíritu en ese santo lugar.

Junto a esa lectura, como primera lectura, leemos la profecía de Isaías (7,10-14), en la cual el profeta nos anuncia, casi siete siglos antes del suceso, el nacimiento de Jesús: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”. Dios-con-nosotros. Dios hecho uno con nosotros. Dios humanado. Dios encarnado. Dios-en-nosotros. La culminación del plan de salvación que el mismo Dios había dispuesto desde la caída (Gn 3,13).

Y el éxito o el fracaso de ese plan de salvación dependían de una jovencita del pueblo de Nazaret llamada Mariam (María). “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Ese “hágase” de María hizo posible la culminación de la “plenitud de los tiempos” cuando “Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer” (Gál 4,4) para hacer posible la instauración de su Reino en medio de la historia humana. Su humildad y desprendimiento, productos de la virtud de la caridad, al aceptar encarnar a un “Dios-hecho-hombre”, no para ella, sino para entregárselo a toda la humanidad, dieron paso a nuestra salvación.

El lugar del “hágase” sigue siendo aquí, “hoy”, en el mundo, que es el lugar en que todos y cada uno de nosotros está en disposición de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Este es el lugar en donde el Verbo se hace carne, el lugar en que cada uno que acepta la Palabra de Dios, la pone en práctica y se deja poseer plenamente por la gracia, convirtiéndose en otro “Cristo” y ofreciéndose a los demás. (Cfr. Gál 2,20).

Así María, con su ejemplo, nos sigue mostrando el camino para continuar la construcción del Reino que su Hijo vino a inaugurar. María está “aquí” para servir (“Aquí está la esclava del Señor”), como lo hizo con su prima Isabel, a quien fue a servir sin pensar en los peligros del viaje.

“Hágase en mi según tu Palabra”. La plenitud de los tiempos está significada en la figura de María, que nos enseña la virtud de la espera, la escucha de la Palabra de Dios, y la colaboración con el plan de salvación dispuesto desde el principio por el Padre. Si emulamos el “hágase” de María, y lo convertimos en lema de nuestro diario vivir, podemos cambiar el rumbo tan preocupante que está tomando la historia de la humanidad.

En esta última parte del Adviento, pidamos al Padre que nos ayude a seguir el ejemplo de María, para recibir a Jesús en nuestros corazones y nuestras vidas, y compartirlo con el mundo.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO (B) 18-12-14

Adviento 4 sm

La primera lectura de hoy (Jr 23,5-8) nos muestra cómo la liturgia de Adviento continúa presentándonos la estirpe de David como aquella de la cual se ha de suscitar el Mesías esperado por el pueblo.

La lectura evangélica (Mt 1,18-24) nos presenta un pasaje que de primera instancia puede parecer un tanto desconcertante. José se entera que María, con quien estaba desposada, estaba embarazada, ante lo cual él opta por repudiarla en secreto. Nos dice la lectura que apenas había tomado esa decisión, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Habíamos dicho en la reflexión de ayer que José le dio su nombre al Niño convirtiéndose en su padre legal, asegurando de ese modo que perteneciera a la estirpe de David. Ese era el papel que Dios tenía dispuesto para José. Muchos se han preguntado el porqué de la vacilación de José, y su decisión de repudiar a su esposa, a pesar de que el mismo pasaje nos dice de entrada que José era un “hombre justo”. También se ha cuestionado cómo es posible que María le ocultara a José el origen divino de su embarazo. Sobre este punto los exégetas han adelantado múltiples explicaciones. Una de las más lógicas (y hermosas) es la contenida en el siguiente comentario de san Bernardo, citando a san Efrén:

“¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de los Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?”.

Durante este tiempo de Adviento, escuchemos el llamado del ángel, y acerquémonos sin temor a María como lo quiere su Hijo.

Expectación del Parto de la Bienaventurada Virgen María 16-12-14

Ntra Sra del Adviento med

La Provincia Eclesiástica de Puerto Rico celebra hoy la memoria obligatoria de la Expectación del parto de la Bienaventurada Virgen María. Aprovechamos la oportunidad para compartir unos datos interesantes que habíamos publicado anteriormente sobre esta hermosa devoción y sus orígenes.

Esta fiesta fue instituida por los padres del X Concilio de Toledo en el siglo XVII (año 656), quienes la fijaron para ocho días antes de la Navidad, o sea, el 18 de diciembre (en Puerto Rico se celebra el 16 de diciembre). La razón que se dio para fijar esta festividad litúrgica fue que, como la Fiesta de la Anunciación cae dentro del tiempo penitencial de Cuaresma, lo que impide celebrarla con toda la solemnidad y el regocijo que merece, se imponía esta segunda fiesta para dar realce al misterio de la Encarnación del Verbo. ¿Y qué mejor tiempo para esa celebración que el Adviento, que está lleno del regocijo de la espera gozosa del nacimiento del Salvador? El tiempo de Adviento es definitivamente, auténtico mes de María, pues gracias a Ella, y a su Sí, que dio paso a la plenitud de los tiempos, podemos recibir a Cristo.

Esta festividad se conoce también como la de Nuestra Señora de la O, y Nuestra Señora de la Esperanza. Así, hoy es el santo de aquellas mujeres que se llaman María de la O, y Esperanza.

El primer nombre se deriva del hecho de que la fiesta comenzaba con las primeras vísperas, el día anterior, en las que se canta la primera de las antífonas mayores llamadas “O”, por comenzar todas ellas con esta exclamación. Con el tiempo, la religiosidad popular relacionó la “O” con el avanzado estado de embarazo de la Virgen para esta fecha, cuyo vientre se mostraba redondo como esa vocal.

La advocación de Nuestra Señora de la Esperanza es obvia, esta celebración es una de esperanza, porque la Virgen lleva en su vientre el Mesías que había sido esperado por los Patriarcas, los profetas y todo el Pueblo de Israel desde el momento de la caída (Gn 3,15).

Esta festividad debe estimularnos a ejercitar la virtud teologal de la esperanza, poniendo toda nuestra confianza en Jesús y María, para que no flaquee nuestra aspiración al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra.

Hoy es un buen día también para ofrecer nuestras oraciones y actos de piedad por todas las mujeres embarazadas, para que la Virgen las asista y proteja, así como por aquellas que experimentan dificultad para concebir, y para que no haya más abortos que cobren la vida de santos inocentes.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO 11-12-14

Tiempo de espera

El profeta Isaías continúa dominando la liturgia del Adviento. La primera lectura que se nos presenta para hoy (Is 41,13-20), al igual que la de ayer, está tomada del “libro de la consolación” o el “segundo Isaías”, que comprende los capítulos 40 al 55. El libro de Isaías está formado por tres libros del tres autores distintos: El “primer Isaías”, que comprende los primeros 39 capítulos, compuesto principalmente antes de la deportación a Babilonia; el “segundo Isaías” que hemos mencionado, compuesto primordialmente durante el exilio en Babilonia; y el “tercer Isaías”, compuesto durante la era de la restauración, luego del exilio.

Uno de los temas de reflexión del segundo Isaías es la presentación de un futuro escatológico, dentro del marco de referencia del Éxodo, el hecho salvífico y de redención por excelencia para el pueblo judío, una era de portentos y milagros, similar a lo que la vida de Jesús representa para nosotros los cristianos. La lectura de hoy pertenece a ese grupo.

La lectura nos presenta al pueblo de Israel pisoteado y humillado por el régimen opresor: “gusanito de Jacob, oruga de Israel”. Y Dios le dice “Te agarro de la diestra” y “no temas, yo mismo te auxilio”. Dios se compadece de su pueblo humillado y viene en su auxilio. Jesús recogerá ese mismo pensamiento en las Bienaventuranzas, especialmente la de los pobres, los débiles, los pequeños. La pequeñez de ese pueblo de deportados, que merecen el favor de Dios, la encontramos reflejada en la pequeñez de María, una débil y humilde doncella de Nazaret a quien Dios convirtió en portadora del Misterio de Dios, del Verbo encarnado: “porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora…” (Lc 1,48).

Así mismo, la primera lectura nos dice que: “Tu redentor es el Santo de Israel”, mientras María exclama en el mismo canto del Magníficat: “porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!” (Lc 1,49).

“Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado”. Una promesa de abundancia en medio de la necesidad; una promesa de agua abundante en medio de una sed insoportable. No nos podemos dejar llevar por el sentido literal de las palabras. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5,6). Lo “pobres” de hoy tampoco tienen sed de agua;  buscan ser amados, acompañados, respetados. “No temas, yo mismo te auxilio”, les dice el Señor.

¿Y cómo los va a auxiliar? ¿Cómo los va a acompañar? ¿Cómo los va a amar? “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,45). Que el verdadero portento de Dios en este Adviento sea que al nacer su Hijo en nuestros corazones, nos convierta en “piedras vivas” de las cuales brote agua en abundancia para saciar la sed de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados de su bondad y misericordia. Así todos ellos, junto a nosotros podremos gritar en ese día: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEMANA XXVII DEL T.O. 11-10-14

maria embarazada

El Evangelio que nos presenta hoy la liturgia (Lc 11,27-28) es tan corto que podemos transcribirlo en su totalidad: “En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’. Pero él repuso: ‘Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’”.

Vemos cómo Lucas continúa presentándonos a un Jesús que enfatiza la importancia de la escucha de la Palabra de Dios y su cumplimiento, cualidad que antepone inclusive a los lazos familiares, incluyendo los suyos propios con su Madre. Es decir, con la contestación que Jesús brinda a esta mujer, está diciendo que la Virgen María es más dichosa por haber escuchado y cumplido la Palabra del Padre que por haberle parido y amamantado.

Así, este pasaje, exclusivo de Lucas, se convierte en el mayor elogio de Jesús a su Madre, no solo por exaltar su fe y su calidad de discípula, sino por reconocerle una dignidad y una libertad desconocidas en la mentalidad del Antiguo Testamento reflejada en el comentario de la mujer, que consideraba a la mujer como una “paridora” y criadora de hijos para su marido. Esa libertad es la que la hace “bienaventurada”, “dichosa”, como había reconocido su prima Isabel, quien llena de Espíritu Santo exclamó: “Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor”, frase que sirve de preámbulo al hermoso canto del Magníficat.

La libertad manifiesta de María va unida a otra de sus características, que la convierten en modelo y paradigma: la fe, que a su vez va unida a otra que se deriva de esta: la dócil aceptación de la Palabra de Dios. Así María se convierte en modelo de fe para toda la humanidad. La encarnación se hizo posible por la fe de María, y se viabilizó gracias a su libertad en ese “hágase”, que selló el pacto de amor eterno que culminó el plan salvador de Dios. Por eso san Agustín decía que “en María es más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo; es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser Madre de Cristo”. O como decían los antiguos: “María concibió con la fe antes de hacerlo con el vientre”.

Jesús nos presenta a su Madre santísima como su primera y más perfecta discípula; la que creyó que el niño que llevaba en sus purísimas entrañas era verdaderamente Dios; creyendo escuchó la profecía de Simeón; creyendo, el día que encontró a su Hijo en el Templo, comprendió que lo había perdido para siempre y “guardaba todas estas cosas en su corazón”; y creyendo se mantuvo erguida al pie de la cruz con la certeza de que su Hijo resucitaría al tercer día.

Hoy sábado, día que la liturgia dedica a Santa María, pidámosle que interceda por nosotros ante su Hijo para que, a ejemplo de ella, aprendamos a escuchar y cumplir su Palabra.

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DE LOS DOLORES 15-09-14

maria 1

Hoy celebramos la memoria obligatoria de Nuestra Señora de los Dolores (la “Dolorosa). Y a propósito de esta memoria la liturgia nos brinda uno de los pasajes evangélicos más conocidos e interpretados del Nuevo Testamento (Jn 19,25-27). El pasaje nos muestra a las tres Marías (María, la Madre de Jesús, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena) al pie de la cruz, y “cerca” al discípulo amado. Nos dice la Escritura que “Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.»  Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”.

Aparte de la cuestión legal-cultural de la necesidad de una mujer no quedarse sin la protección de un hombre que velara por sus derechos, la interpretación de este pasaje ha ido evolucionando a lo largo de la historia de la Iglesia, especialmente en cuanto al papel de María en ese momento crucial de su misión. Las palabras de Jesús en esos, sus últimos momentos de vida, sirven para proyectar el significado de la escena más allá del ámbito de aquél momento tan íntimo entre la Madre y el Hijo.

En las palabras de Jesús podemos ver cómo Jesús constituye a María madre espiritual de todos los creyentes; tanto de la Iglesia, como de cada uno de nosotros individualmente, representados en la persona del discípulo amado. Como dijera el Papa León XIII: “En la persona de Juan, según el pensamiento constante de la Iglesia, Cristo quiere referirse al género humano y particularmente a todos los que habrían de adherirse a él con la fe”.

María ejerció su papel de madre de la Iglesia, y de los discípulos, desde los comienzos de la Iglesia, reuniendo a los últimos junto a ella en oración tras la muerte y resurrección de Jesús (Hc 1,14). Y no tengo la menor duda de que la presencia de María, la llena de gracia, en aquella estancia superior, precipitó la venida del Espíritu Santo sobre los presentes aquél día de Pentecostés. María, constituida ya por su Hijo en madre espiritual de todos, continuó animando y ejerciendo su cuidado maternal sobre aquellos que continuarían la labor misionera de su Hijo. Así, como Madre solícita, está siempre pendiente a nuestras necesidades para recabar la intervención de su Hijo cuando se necesario para que la obra de su Hijo no se vea frustrada. Si lo hizo en Caná de Galilea por los novios (Jn 2-1-11), ¿cómo no lo va a hacer por nosotros, los que seguimos a su Hijo, el mismo que nos la entregó como madre al pie de la Cruz?

¿Qué hijo no va a recurrir a su madre en los momentos difíciles, con la certeza de que en sus brazos va a encontrar el consuelo, la paz que tanto necesita? No temas acudir a ella en tus momentos de tribulación; ella te acogerá en su regazo y allí te sentirás seguro, amado… Y ya nada podrá perturbarte.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 15-08-14

Asunción encuentro con su hijo

La Asunción representa el encuentro definitivo de María con su Hijo.

“…[P]or la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. Con esta declaración, contenida en la bula Munificentissimus Deus, del 1ro de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de Nuestra Señora la Santísima Virgen María.

Ese dogma, que le da vida a la solemnidad de la Asunción que celebramos hoy, es uno de cuatro “dogmas marianos” que forman parte de la doctrina católica, y el último en ser proclamado.

El Concilio Vaticano II nos enseña que María fue “enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores, y vencedor del pecado y de la muerte” (Lumen Gentium 59). En la cultura y tradición judía, el lugar de la Reina era ocupado por la madre del rey, la “Reina Madre”. La Reina Madre era reconocida como la abogada del pueblo. Todo el que quería lograr un favor del rey, recurría a la Reina Madre, quien siempre tenía el oído del rey. Los judíos se referían a ella como Gabirah, que quiere decir “gran señora”.

Habiendo Jesús ascendido en cuerpo y alma a los cielos luego de su gloriosa resurrección, y siendo Él el último rey del linaje de David (Lc 1,32), el lugar que corresponde a María, como Reina Madre, es en un trono a la derecha de su Hijo (Cfr. 1 Re 3,19). Su Hijo no podía esperar hasta la resurrección de los muertos en el día del juicio final. Por eso dispuso que su Madre fuera “asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”, lo que enfatiza el carácter totalizante y completo de su glorificación y encuentro definitivo con su Hijo.

Por otro lado, teniendo un cuerpo glorificado al igual que su Hijo, María puede continuar manifestando su maternidad divina a través de las múltiples apariciones, cuando su Hijo así lo permite, haciendo posible que los videntes puedan percibirla con características étnicas que les resultan familiares.

María vive ya plenamente lo que nosotros aspiramos a vivir un día en el cielo. Representa para nosotros un signo de esperanza. Ella es nuestra meta y nuestro ejemplo; nos conduce de su mano hacia su Hijo, que es su razón de ser, con quien aspiramos un día compartir su victoria sobre la muerte. ¡A Jesús por María! Ella es también nuestra Gabirah, nuestra abogada, la Reina Madre que intercede por nosotros ante su Hijo, Jesucristo Rey.

En esta solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, pidamos a nuestro Señor que nos colme de sus bienes para que bendigamos Su nombre como Ella lo hizo con el hermoso canto del Magníficat que leemos en la liturgia de hoy (Lc 1, 39-56). ¡Salve, llena de gracia!… Santa María, ruega por nosotros.

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE SANTA MARTA 29-07-14

santamarta1

Hoy celebramos la memoria obligatoria de santa Marta, la hermana de Lázaro y María, amigos de Jesús. Marta es un nombre hebreo que significa “señora; jefe del hogar”. La Escritura nos dice que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). Estos hermanos vivían en Betania, una aldea distante como a cuatro kilómetros de Jerusalén, cuyo en cuyo hogar se hospedó Jesús cuando movió su predicación de Galilea a Judea.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para esta memoria obligatoria (Jn 11,19-27) es el pasaje en que Marta sale al encuentro de Jesús cuando este llegó tras la muerte de su hermano Lázaro. Las palabras de Marta son a la vez un reclamo (no de coraje, sino imbuido del cariño propio de un amigo) y una profesión de fe: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.

A ese intercambio inicial sigue una conversación entre Jesús y Marta, en la que Marta reafirma su fe en Jesús, en su mensaje, y en su obra salvífica. Los últimos tres versículos del pasaje de hoy son una verdadera catequesis: “Jesús le dijo: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’. Ella le respondió: ‘Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo’”.

Esa profesión de fe de Marta se vio coronada con la revitalización de su hermano Lázaro. Marta estaba segura del poder de Jesús (creía en Jesús y le creía a Jesús), y ni la muerte de su hermano pudo destruir esa certeza.

La primera lectura (Jr 14,17-22) nos presenta un cántico del profeta Jeremías que es un grito desgarrador, una plegaria penitencial invocando la ayuda y misericordia de Dios ante dos tragedias que enfrentaba el pueblo judío: una sequía que llevaba varios años arropando al país, y las guerras en las que Yahvé parecía haber abandonado a su pueblo.

Ante esa situación el pueblo recurre a Dios y, además de reclamar sus “derechos” bajo la Alianza que ellos mismos habían incumplido, llega incluso a pedirle a Dios que, si no por ellos, al menos por su propio prestigio, para que otros pueblos no piensen que su Dios es “flojo”.

El cuadro que nos presenta Jeremías no dista mucho de nuestra situación actual, aunque en diferente contexto. Nos sentimos atribulados por la estrechez económica que parece arropar al mundo entero (sin hablar de la sequía que está afectando nuestra tierra), unido a una violencia que parece seguir escalando fuera de control, al punto que “tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país”. Y nos preguntamos dónde está Dios… Y le reclamamos… Pero somos nosotros los que nos hemos alejado de Él, los que lo hemos echado de nuestros hogares, nuestros lugares de trabajo, nuestras escuelas, nuestras instituciones, nuestros gobiernos, y hasta de nuestras iglesias. ¡Y tenemos la osadía de preguntar qué nos pasa!

Parece que no entendemos, o no queremos admitir, que el llamado “silencio de Dios” es provocado por nuestro alejamiento como pueblo. Todavía estamos a tiempo. Si nos convertimos y volvemos al Señor, Él saldrá a nuestro encuentro, se echará a nuestro cuello, nos besará y nos recibirá de vuelta en su Casa (Cfr. Lc 11-32). De nosotros depende; Él nos está esperando. Y tú, ¿qué vas a hacer al respecto?