REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 19-01-15

"¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?"

“¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”

El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy (Mc 2,18-22), es el paralelo del que leeremos el 13er sábado del Tiempo Ordinario de este año impar (Mt 9,14-17), y contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”. Es la primera vez que Jesús hace alusión a su muerte, pero sus discípulos no lo captan.

Junto con el anuncio, Jesús recalca la novedad de su mensaje, que había resumido en el sermón de la montaña, recogido en el capítulo 5 de Mateo. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17). Por tanto, hay que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley del Amor. Es una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo de que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24). En fin, se trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios y con nuestro prójimo. No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado.

Este anuncio está implícito en la utilización por parte de Jesús de la figura del “novio” cuando los fariseos le cuestionan por qué sus discípulos no ayunan. De su contestación se desprende que sus discípulos no ayunan porque no tienen nada que esperar, ya que los tiempos mesiánicos han llegado, no tienen que hacer penitencia para la llegada de un Mesías que ellos ya le han encontrado.

Por eso Jesús nos dice que no se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan. Este simbolismo del “vino nuevo” junto con la figura del “novio” lo vemos también en el pasaje de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la novedad de su mensaje.

El problema es que nosotros muchas veces pretendemos aplicar nuestros propios criterios, nuestros viejos paradigmas al mensaje de Jesús. Queremos abrazarle, recibirle, pero no estamos dispuestos a vivir en forma radical la ley del Amor, no estamos dispuestos a amar y perdonar a todos, especialmente a los que más nos han herido, no estamos dispuestos a abrazar la cruz… “Si alguien quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Uf, ¡qué difícil!

Hoy, pidámosle al Padre que nos ayude a despojarnos de los “odres viejos”, y que nos de “odres nuevos” para recibir y retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.

Que pasen todos una hermosa  semana, y no olviden visitar la Casa del Padre al menos una vez a la semana y, de ser posible, más de una vez. De paso, dejen a la entrada del templo sus “odres viejos”, y acepten el “odre nuevo” que allí se les ofrece… ¡Es gratis!

REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (B) 18-01-15

En donde vives

Las lecturas que nos ofrece a liturgia para hoy tienen un tema en común: la vocación, ese llamado que Dios nos hace, llamándonos por nuestro nombre, para encomendarnos una misión.

La primera lectura (1 Sa 3,3b-10. 19), nos narra la vocación de Samuel, quien al principio no reconoció la voz del Señor, pero que al reconocerla gracias a Elí, dijo sin vacilar: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.

La lectura evangélica (Jn 1,35-42), por su parte, nos presenta la vocación de los primeros discípulos. En el caso de estos, el llamado no es directamente de boca de Jesús; son ellos quienes deciden seguirlo una vez Juan el Bautista les señala la persona de Jesús y les dice: “Éste es el Cordero de Dios”. Y tal fue la impresión que causó la presencia de Jesús en estos discípulos, que nos cuenta la escritura que: “los dos discípulos oyeron (las) palabras (de Juan) y siguieron a Jesús”. Cada vez que leo la vocación de cada uno de los discípulos de Jesús trato de imaginarme su mirada penetrante, su carisma, su magnetismo, imposible de resistir. Un encuentro que provoca un seguimiento…

Seguimiento que a su vez provoca las primeras palabras de Jesús en las Sagradas Escrituras: “¿Qué buscáis?”. Pudo haberles preguntado sus nombres, hacia dónde se dirigían, por qué le seguían… No olvidemos que Jesús es Dios, que conoce nuestros pensamientos. Él sabía lo que buscaban. Tan solo quería una confirmación; no para Él, sino para ellos mismos.  Eso me hace preguntarme a mí mismo: ¿Busco yo seguir a Jesús? Si Jesús me preguntara: “Y tú, ¿qué buscas?” ¿Qué le contestaría?

Los discípulos le contestaron con otra pregunta: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Pregunta que implica un deseo de seguirlo, conocerlo mejor, permanecer con Él. De hecho, cuando Jesús les contesta, “Venid y lo veréis”, nos dice el Evangelio que los discípulos “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”. Tal fue la impresión que esa experiencia causó en el evangelista, que hasta recuerda la hora: “serían las cuatro de la tarde”.

Me pregunto sobre qué les habrá hablado Jesús durante esa tarde. Se me ocurren dos temas obligados: el Reino (Lc 4,43) y el Amor (Mc 12,28-31). Siempre pienso en la mirada de Jesús, y trato de imaginarla…, y se me eriza la piel… Lo cierto es que tan impresionados quedaron los discípulos con la experiencia de Jesús, que tan pronto salieron, uno de ellos, Andrés, encontró a su hermano Simón y no pudo contenerse. Antes de saludarle, como impulsado por un celo inexplicable exclama: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.

Esa es la conducta de todo el que ha tenido un encuentro personal con Cristo. Hemos sido arropados por su Amor, y ese amor nos obliga a compartirlo, a proclamarlo, a anunciarlo a todos. ¿Siento yo ese deseo incontrolable de compartir mi experiencia de Jesús con todo el que se cruza en mi camino? Si no lo siento, tengo que preguntarme: ¿He tenido real y verdaderamente un encuentro con Jesús? ¿Me he abierto a su Amor incondicional? ¿Le he permitido “nacer” en mi corazón? ¿Qué trabas existen que me impiden tener la experiencia de Jesús?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 16-01-15

Mc. 2, 1-12

La lectura evangélica (Mc 2,1-12) que nos brinda la liturgia para hoy nos presenta la continuación de la misión de Jesús. Ya Él había ganado fama por los prodigios que estaba obrando, y donde quiera que fuera la gente se le acercaba para que les curara a ellos o a sus seres queridos.

En el pasaje de hoy encontramos a Jesús regresando a Cafarnaún. Tan pronto llegó a la casa y se corrió la voz, llegó tanta gente que no cabían en el lugar. “Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta”. La escritura hace énfasis en que Jesús “les proponía la palabra”. El anuncio del Reino. El tema central de la predicación de Jesús.

Estando allí llegaron unos hombres que traían a un amigo paralítico para que Jesús lo curara. “Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico”. Ellos creían en el poder sanador de Jesús. Y esa fe les hizo actuar de conformidad con esa creencia.

Este pasaje nos lleva a una cuestión fundamental de la fe. Aunque muchas veces usemos los términos indistintamente, una cosa es creer y otra tener fe. Son dos cosas distintas.

Yo puedo creer, pero si no actúo de conformidad con lo que creo, no tengo fe. La fe es la que me hace actuar, y esa actuación es la que hace que el poder de Dios se manifieste. La fe es el “gatillo” que dispara el poder de Dios. Si yo no actúo conforme a lo que creo nunca veré el poder de Dios. Por eso la fe es algo que “se ve”, como lo fue la de aquellos que llevaron su amigo ante Jesús para que éste le curara. Ellos creían, y actuaron conforme a lo que creían. No se limitaron a creer que Jesús podía curar a su amigo; actuaron acorde a dicha creencia. Tan seguros estaban que llegaron al extremo de treparlo al techo, hacer un boquete que el techo, y descolgarlo hasta enfrente de Jesús. Es de notar que la escritura nos dice que “Viendo Jesús la fe que tenían”, primero dice al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”, y más adelante: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”.

La frase clave es “VIENDO Jesús la fe que tenían”. De nada nos sirve creer en Dios si esa creencia no se convierte en un acto que demuestre lo que creemos (Cfr. Sir 38,1). Si nos limitamos a “creer” y nos cruzamos de brazos, nunca veremos manifestarse la gloria de Dios. Un ejemplo lo tenemos en Zacarías, el padre de Juan en Bautista. Cuando Dios le dejó saber que su esposa concebiría y daría a luz un hijo a pesar de su esterilidad y avanzada edad, si él se hubiese cruzado de brazos y no se hubiese juntado con su esposa Isabel, esta no habría concebido y dado a luz.

Señor que mi fe se “vea”, de manera que todo el que se acerque a mí, vea la manifestación de tu poder y crea. Por Jesucristo nuestro Señor.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 15-01-15

Quiero, queda limpio

Jesús continúa su misión. En la lectura que nos presenta la liturgia de hoy (Mc 1, 40-45) vemos la reacción de Jesús ante un leproso que se presenta ante Él y le pide que lo cure: “Si quieres, puedes limpiarme”, le dice el leproso. Un acto de fe. Jesús se conmueve ante la situación del leproso: “Sintiendo lástima (la palabra griega utilizada significa “conmovido en las entrañas”), extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Quiero: queda limpio’”.

De todos los evangelistas, Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús. Marcos habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús, mientras que Mateo y Lucas tienden a omitirlas o mitigarlas en los pasajes paralelos (comparar este pasaje con los relatos paralelos en Mt 8,3 y Lc 5,12). Asimismo, en el pasaje de la curación del hombre con la mano paralizada, los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado para poder acusarle; entonces, mirándolos en torno a todos “con indignación (οργης = ira)” dice al paralítico: “extiende la mano…” (comparar Mt 12,13 y Lc 6,10).

No hay duda. Jesús es un hombre que comparte nuestras emociones. Pero también es Dios. Y Marcos no desaprovecha ninguna oportunidad para adelantar el objetivo de su relato evangélico: Demostrar que Jesús es el Hijo de Dios. Presentarlo como el gran taumaturgo o hacedor de milagros (Él sólo hace lo que en la mitología requiere de muchos).

Hay otro detalle que quisiéramos resaltar. La lectura nos dice que Jesús “tocó” al leproso, algo que chocaba con la ley, rayando en el escándalo. La lepra era la peor enfermedad de la época de Jesús. Nadie podía acercarse ni tocar a los leprosos. De hecho, los leprosos estaban aislados, marginados de la sociedad. Caminaban haciendo sonar una campana mientras gritaban: “¡Impuro, impuro!”, para que todos se alejasen (Cfr. Lv 13,45). Aun así, el leproso decide acercarse a Jesús. Reconoce su poder. Jesús, por su parte, quiere dejar establecido que el amor, la misericordia, están por encima de la ley, como cuando cura en sábado (Mc 3, 1-6; Lc 13-14).

La lectura nos dice que Jesús, luego de curar al leproso le pide que no se lo diga a nadie: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. El famoso “secreto mesiánico” del evangelio según san Marcos. Está claro que Jesús no quiere hacer alarde de su poder. Tampoco quiere comprometer su misión.

Como todo el que ha tenido un encuentro personal con Jesús, el leproso no puede contener su alegría. Tiene que compartir su experiencia con todos. “Cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes”.

Y tú, ¿has tenido un encuentro personal con Jesús? Si de veras lo has tenido, no podrás contener las ganas de compartir esa experiencia con todos. De eso se trata…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. 14-01-15

Jesus cura

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 1,29-39) es la continuación de la leíamos ayer, en la que Jesús curó a un endemoniado. Entre ambas, nos narran un día completo en la vida de Jesús.

Hoy encontramos a Jesús que sale de la sinagoga y se dirige a casa de Pedro. El que ha tenido la oportunidad de visitar Cafarnaúm sabe que la casa de Pedro no dista mucho de la sinagoga, al punto que de una se ve la otra.

Al llegar a la casa de Pedro, Jesús encuentra a la suegra de Pedro enferma con fiebre. Inmediatamente la cura y ella sin dilación se pone a servirles. Jesús continúa manifestando su poder sobre la enfermedad, pero sobre todo su compasión y misericordia infinitas. Vemos cómo la suegra de Pedro se pone a servirles tan pronto es curada. Un reflejo de la actitud fundamental de Jesús, que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28). Un reflejo de lo que debería ser nuestra actitud (Cfr. Gál 2,20) para con nuestro prójimo.

Tan pronto se enteró la gente que Jesús estaba allí, comenzaron a traerle enfermos y endemoniados y Él los cura a todos, liberándolos de sus dolencias físicas y de sus demonios. Esa es la misión de Jesús, junto al anuncio de la Buena Noticia del Reino. Y hoy Jesús continúa cuando nuestras dolencias y deshaciendo toda clase de obstáculos e impedimentos a nuestra salvación; esos “demonios” que nos alejan de Él. Tan solo tenemos que acercarnos a Él.

Finalizada la jornada, de madrugada, hizo lo que tantas veces lo vemos hacer en los evangelios: “se marchó al descampado y se puso a orar”. Ese diálogo constante de Jesús con el Padre que caracteriza toda su misión. Jesús vivió en un ambiente de oración. Así, a manera de ejemplo, comenzó su vida pública con una oración en su bautismo (Lc 3,22). Del mismo modo culminó su obra redentora, en la última cena, pronunciando una oración de acción de gracias sobre las especies eucarísticas (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-30, 1 Co 11,23-25). Más adelante, se retiró al huerto de Getsemaní a solas a orar (Mt 26,36-44). Finalmente, con su último aliento entonó un Salmo de alabanza al Padre (Cfr. Mt 27,46; Sal 22,2)

Podemos decir que la actividad salvadora de Jesús se “alimentaba” constantemente del diálogo amoroso con su Padre. Igualmente, antes de tomar cualquier decisión importante, como cuando fue a elegir a los “doce”, pasó toda la noche en oración (Lc 6,12). Son tantas las instancias en que Jesús oraba, que sería imposible enumerarlas todas, incluyendo al realizar muchos de sus milagros.

Con el ejemplo del pasaje de hoy, Jesús nos está enseñando que podemos y debemos conjugar la oración con nuestro trabajo. Él siempre, aún en los días de más actividad como el que nos narra la lectura de hoy, sacaba tiempo para hablar con el Padre. “Fabricaba” el tiempo, aún a costa de sacrificar el sueño (“se levantó de madrugada”). Me recuerda a santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, que pasaba las noches en vela orando después de una larga jornada de predicación. Y nosotros, ¿le dedicamos al Padre el tiempo que Él merece?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 13-01-15

PENALTY

Continuamos adentrándonos en el Tiempo ordinario. La figura de Cristo-predicador sigue tomando forma y, junto con ella, se va revelando la divinidad de Jesús. El misterio de la Encarnación.

Como primera lectura la liturgia nos sigue presentando la carta a los Hebreos (2,5-12). En este pasaje el autor de la carta enfatiza la naturaleza humana de Jesús, y cómo al hacerse uno de nosotros al punto de llamarnos “hermanos”, nos abrió el camino a la gloria eterna. “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación”. El autor de la carta a los Hebreos nos resume en apenas tres oraciones valor redentor del sacrificio de Cristo.

Jesús muestra su superioridad (“puesto a someterle todo, nada dejó fuera de su dominio”), pero a la misma vez muestra su solidaridad total con nosotros. Es por eso que podemos llamar a Dios Abba, Padre, al igual que Jesús. Esa filiación divina que recibimos en el Bautismo que nos convierte en Hijos de Dios, hermanos de Jesús, y coherederos de la gloria.

En la lectura evangélica de hoy (Mc 1,21-28) vemos el comienzo de la misión de Jesús. Lo encontramos entrando a Cafarnaún. Apenas cuenta con cuatro discípulos, pero no espera, tiene que cumplir su misión y sabe que tiene poco tiempo. Lo vemos predicando en la sinagoga (algo no muy común en Jesús, que prefería hacerlo al descampado). Todos se maravillaban de la autoridad con que exponía su doctrina, porque lo hacía, no como lo escribas (que no aventuraban interpretar la ley a menos que su juicio estuviera avalado por las escrituras), “sino con autoridad”. Otra muestra de la divinidad de Jesús, quien había venido a dar plenitud a la Ley y los profetas (Mt 5,17). Todos perciben que Jesús habla con una autoridad que viene desde el interior de sí mismo y que solo puede venir del mismo Dios. Tal vez todavía no tienen claro que Él es Dios, pero este episodio constituye el primer atisbo de esa divinidad que se seguirá manifestando a través del Evangelio.

Y para que no quede duda sobre su “autoridad” y su superioridad sobre todo, la Escritura nos presenta a un hombre poseído por un “espíritu inmundo” que se encuentra con Jesús en la sinagoga. El espíritu increpa a Jesús y, una vez más, Jesús habla con autoridad: “Cállate y sal de él”. Y el espíritu “dando un grito muy fuerte, salió”. Todos estaban asombrados, confundidos, y se decían: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo”. Y eso, que estamos apenas comenzando, es el primer día de predicación de Jesús. ¡Abróchense los cinturones!

Y yo, ¿tengo claro quién es Jesús? ¿He sido testigo de su poder? Cuando hablo de Él, ¿presento una imagen “de libro” sobre su persona, o soy capaz de presentar mi experiencia de la divinidad de Jesús y cómo ha obrado en mí?

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 12-01-15

Pescadores de hombres 4

Con la celebración del Bautismo del Señor en el día de ayer, concluyó el Tiempo de Navidad. Hoy comenzamos el Tiempo Ordinario. Corresponde a este año el Ciclo B. Y para el primer lunes de este tiempo, la liturgia nos presenta como primera lectura el comienzo de la carta a los Hebreos (1,1-6). Esta lectura nos “aterriza” en la plenitud de los tiempos y la llegada del Hijo que es la Palabra, y lo que esa Palabra implica: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo”.

Y para que no quede duda de quién es ese “Hijo”, nos remite al Evangelio que leyéramos ayer, en la celebración del Bautismo del Señor (Lc 3,16-16.21-22): “Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: ‘Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado’, o: ‘Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo’? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: ‘Adórenlo todos los ángeles de Dios’”.

No hay duda, Jesús ha llegado, se ha manifestado en dos epifanías distintas, y ha comenzado su misión. Juan ha sido arrestado. Jesús comienza a predicar la Buena Nueva del Reino, haciendo un llamado a la conversión. La tarea es formidable. Llegó el momento de reclutar sus primeros discípulos, y la lectura evangélica que nos lanza de lleno en el Tiempo Ordinario, nos narra ese episodio (Mc 1,14-20).

Se trata de la vocación (“llamado”) de Simón (Pedro) y su hermano Andrés, y Santiago y su hermano Juan (los hijos del Zebedeo). Jesús escoge sus primeros discípulos de entre los pescadores, y utiliza la pesca, y el lenguaje de la pesca, para simbolizar la tarea que les espera a los llamados. Nos dice el pasaje que a los primeros les dijo “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Siempre que escucho esta frase recuerdo a un párroco español que tuvimos en nuestra comunidad por muchos años, que en su inglés de Castilla la Vieja describía nuestra misión como “fishing and fishing”.

La escritura no nos dice qué le dijo a los segundos, pero debe haber sido algo similar. Lo cierto es que los cuatro, sin vacilar, dejaron las redes, y los segundos incluso dejaron a su padre (Cfr. Lc 14,26), para seguir a Jesús. Y ese seguimiento implicaba, por supuesto, aceptar el reto que Jesús les lanzó junto con la invitación: convertirse en “pescadores de hombres”. Esto nos evoca el pasaje de Jeremías (20,7): “¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!” De nuevo esa mirada… ¡imposible de resistir!

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, el seguimiento de Jesús tiene que ser radical, no hay términos medios (Cfr. Ap 3,15-16). Con ese pensamiento comenzamos el Tiempo Ordinario. Esa es la prueba de fuego para determinar si verdaderamente vivimos la Navidad, o si simplemente nos limitamos a celebrarla. Jesús nos llama a ser pescadores de hombres, pero ello implica dejar nuestras “redes” que solo nos sirven para pescar las cosas del mundo. ¿Estamos dispuestos a aceptar el reto?

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR 11-01-15 (B)

Bautismo del Senor med

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta litúrgica del Bautismo del Señor, otra de las grandes epifanías (manifestaciones) de Jesús, y la liturgia nos regala como primera lectura el comienzo del primer cántico del Siervo de Yahvé en el libro del profeta Isaías (42,1-4.6-7). Ese pasaje prefigura la lectura evangélica, que para este “ciclo B” es la versión de Marcos del Bautismo de Jesús (1,7-11).

En la primera lectura el Señor se manifiesta por boca de Isaías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu”. Como podemos apreciar, el paralelismo de este pasaje con el Evangelio de hoy es asombroso: “Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’”.

En la Solemnidad de la Epifanía decíamos que la Iglesia celebra tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos, la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. En la que celebramos hoy, no solo experimentamos una manifestación de Jesús; tenemos una verdadera teofanía en la que se manifiestan las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Ese gesto de Jesús de bautizarse como “uno más”, junto a los pecadores, sin necesitar bautismo por estar libre de todo pecado, enfatiza el carácter totalizante de la encarnación. Jesús se hizo uno con nosotros, uno de nosotros. Pero su doble naturaleza se revela en el Espíritu que desciende sobre Él y la voz del Padre que le llama “Hijo” (“Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”. – Lc 1,35).

Con esa aparición del Espíritu seguida de la frase que acabamos de escuchar, se establece una nueva relación entre Dios y la humanidad a través del Ungido. Así, todos los que nacemos del agua y del Espíritu por medio del Bautismo, nos convertimos en “hijos amados y predilectos” del Padre y, por tanto, hermanos de Jesús y coherederos de la Gloria. Por eso podemos llamar a Dios “Padre”, y Él puede llamarnos “hijos”. Así se cumple la profecía: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7,14; Hb 1,5).

La efusión del Espíritu Santo sobre Jesús lo lanza a comenzar su misión redentora y le acompañará a lo largo de toda ella. Nosotros, los que por medio del Bautismo hemos participado de la muerte, y participamos de la misma Vida y el mismo Espíritu del Señor, estamos llamados a continuar Su obra salvadora, convirtiéndonos en “Evangelios vivientes” en el mundo y en la historia.

En esta celebración de la Fiesta del Bautismo del Señor, pidamos a nuestro Padre del Cielo que haga descender sobre nosotros el mismo Espíritu que descendió sobre su Hijo el día de su Bautismo, para que como lo hizo con Él, nos insufle la valentía, el arrojo y el fuego apostólico necesarios para llevar a cabo nuestra misión de anunciar la Buena Nueva del Reino, para que todos se conviertan y crean en Él.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DESPUÉS DE EPIFANÍA 09-01-15

calma tempestades

“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Esa frase, pronunciada por Jesús, constituye el punto culminante del pasaje que nos brinda el Evangelio de hoy (Mc 6,45-52).

El trasfondo de la frase es el siguiente: Jesús acababa de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y había instruido a sus discípulos que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla mientras Él despedía la gente. Tal vez Jesús no quería que los discípulos se contagiaran con la excitación del pueblo por el milagro, o mejor dicho, por el aspecto material del milagro, ignorando el verdadero significado del mismo; la tendencia que tenemos de confundir lo temporal con lo eterno. Esto se pone de manifiesto cuando al final del pasaje de hoy el evangelista, al describir la reacción de los discípulos en la barca, nos dice: “Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender”.

Volviendo al relato, cuando la barca en que navegaban los discípulos iba a mitad de camino, siendo ya de noche, Jesús se percató que tenían un fuerte viento contrario y estaban pasando grandes trabajos para poder adelantar, así que decidió ir caminando hasta ellos sobre las aguas. Al verlo creyeron que era un fantasma, se sobresaltaron, y dieron un grito. Fue en ese momento que Jesús les dijo: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Inmediatamente la Escritura añade: “Entró en la barca con ellos, y amainó el viento”.

Resulta obvio que los discípulos no habían comprendido en su totalidad el verdadero significado y alcance del milagro de la multiplicación de los panes. De lo contrario, sabrían que, más que un acto de taumaturgia (capacidad para realizar prodigios), como podría hacerlo un mago, lo que ocurrió allí fue producto del Amor de Dios. Si lo hubiesen entendido, estarían inundados del Amor de Dios, estarían conscientes de la divinidad de Jesús, y no habrían sentido temor cuando lo vieron caminar sobre las aguas.

La primera lectura de hoy (1 Jn 4,11-18), en la que Juan continúa desarrollando su temática principal del Amor de Dios y de Dios-Amor, establece claramente que “quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él”, y que en el amor no puede haber temor, porque “el amor expulsa el temor”. Es decir, el amor y el temor son mutuamente excluyentes, no pueden coexistir. Y para recibir la plenitud de ese Amor, que es Dios, es necesaria la fe (Cfr. Mc 5,36: “No tengas miedo, solamente ten fe”).

¡Cuántas veces en nuestras vidas nos encontramos “remando contra la corriente”, llegando al límite de nuestra resistencia! En esos momentos, si abrimos nuestros corazones al Amor misericordioso de Dios, escucharemos una dulce voz que nos dice al oído: “Ánimo, soy yo, no tengas miedo”. Créanme, ¡se puede! Yo he logrado enfrentar situaciones que de otro modo hubiesen sido aterradoras, con la alegría y tranquilidad que solo el saberme amado por Dios podían brindarme. Porque Jesús “entró en la barca [conmigo], y amainó el viento”.

“Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo” (Sal 23,4).

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-15

 

reyes4

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en las Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…