REFLEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (C) 06-11-22

“Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”

El tema dominante de la liturgia de este trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario (Ciclo C) es la resurrección de los muertos.

La primera lectura, tomada del segundo libro de los Macabeos (7,1-2.914) nos narra la historia de siete hermanos que fueron arrestados y hechos azotar junto a su madre por negarse a cumplir con el mandato del rey Antíoco IV Epifanes que pretendía obligarles a comer carne de cerdo prohibida por la Ley. Pero ellos se mantuvieron firmes en su fe. Uno de ellos le dijo: “¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Mientras otro manifestaba su confianza en la resurrección a la vida eterna: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”.

En la lectura evangélica (Lc 20,27-38), continuamos acompañando a Jesús en esa “última subida” que comenzó en Galilea y culminará en Jerusalén, durante la cual Jesús ha estado instruyendo a sus discípulos. Hoy se le acercan unos saduceos y le ponen a prueba con una de esas preguntas cargadas que sus detractores suelen formularle. Los saduceos eran un “partido religioso” de los tiempos de Jesús quienes no creían en la resurrección, porque entendían que esa doctrina no formaba parte de la revelación de Dios que habían recibido de Moisés. De hecho, la doctrina de la resurrección aparece hacia el siglo VI antes de Cristo en una de las revelaciones contenidas en el libro de Daniel (12,2): “Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán”.

Hoy los saduceos le plantean a Jesús el caso hipotético de la mujer que enviuda del primero de siete hermanos sin tener descendencia, se casa con el hermano de su esposo (Cfr. Dt 25,5-10), enviuda de este y así de con todos los demás. Entonces le preguntan que al ésta morir, “cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

La explicación de Jesús es sencilla: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”. En otras palabras, como no pueden morir, ya no tendrán necesidad de multiplicarse, que es el fin primordial del matrimonio (Cfr. Gn 1,28).

Y como para rematar, dice a sus detractores: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob’. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Podemos afirmar que hay resurrección porque Dios nos creó para la vida, no para la muerte, y la resurrección es la culminación de nuestra existencia (Cfr. Ap 7,9).

El “Dios de vivos” te espera en Su casa. No desaproveches la invitación. Si no lo has hecho, todavía estás a tiempo.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 17-09-22

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 8,4-15), la parábola del sembrador, es uno de esos que no requiere interpretación, pues el mismo Jesús se encargó de explicarla a sus discípulos. La conclusión destaca la importancia de escuchar y guardar la Palabra de Dios. En el pasaje siguiente de Lucas, Jesús reafirma esa conclusión: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 8,21). De esta manera Jesús destaca que aún su propia madre es más madre de Él por escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios que por haberlo parido. Como el mismo Jesús dice al final de la parábola: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.

Como primera lectura tenemos la continuación de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,35-37.42-49). El pasaje que contemplamos hoy es secuela de la primera lectura que leyéramos el pasado jueves (1 Cor 15,1-11), que nos presentaba la veracidad del hecho de la resurrección de Jesús. Hoy Pablo aborda el tema de nuestra resurrección. La manera en que lo plantea apunta a que la controversia que pretende explicar surge no tanto del “hecho” de la resurrección, sino del “cómo”: “¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?”. La controversia parece girar en torno a la diferencia entre la concepción judía y la concepción griega de la relación entre el alma y el cuerpo, y cómo esto podría afectar el “proceso” de la resurrección.

Sin pretender entrar en disquisiciones filosóficas profundas (cosa que tampoco haremos aquí), Pablo le plantea a sus opositores el ejemplo de la semilla, que para poder tener plenitud de vida, tiene que morir primero: “Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual”. De esta manera Pablo explica la naturaleza del cuerpo glorificado (Cfr. Fil 3,21) que hemos de adquirir en el día final cuando todos resucitaremos (Jn 5,29; Mt 25,46); ese día en que esperamos formar parte de esa enorme muchedumbre, “imposible de contar”, de gentes que comparecerán frente al Cordero a rendirle culto por toda la eternidad, vestidas con túnicas blancas y palmas en las manos (Cfr. Ap 7,9.15).

El “hecho” de la resurrección no está en controversia. En cuanto al “cómo”, eso es una cuestión de fe. Si creemos en Jesús, y le creemos a Jesús y a su Palabra salvífica, tenemos la certeza de que si Él lo dijo, por su poder lo va a hacer. “Para Dios, nada es imposible” (Lc 1,37). Jesús resucitó gracias a su naturaleza divina; y gracias al Espíritu que nos dejó, y a su presencia en la Eucaristía, nosotros también participamos de su naturaleza divina. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

Mañana, cuando acudamos a la Casa del Padre y nos acerquemos a la mesa del Señor a recibir la Eucaristía, recordemos que estamos recibiendo Vida eterna. Lindo fin de semana a todos.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 20-11-21

“No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Con esta aseveración Jesús remata su contestación a otra pregunta capciosa que los saduceos que le habían planteado en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Lc 20,27-40).  Este es uno de esos pasajes del Evangelio que nos narran los tres sinópticos (Ver: Mt 22,23-33; Mc 12,18-27) con un paralelismo asombroso. Lo podemos enmarcar en el contexto de las polémicas de Jesús con sus opositores, los “intelectuales” de la época (escribas, ancianos, fariseos, herodianos, saduceos), todos conocedores de la Ley y las Escrituras. Las preguntas que estos le plantean son hipócritas, formuladas no con el deseo de saber la respuesta, sino para ver si Jesús “resbala” o contradice la Escritura, y así acusarlo o, al menos hacerle lucir mal.

Pero en este, como en los otros episodios similares encontramos a un Jesús conocedor de las Escrituras y maestro del arte de debate, que sabe utilizar las mismas escrituras para rebatir los argumentos de sus detractores.

El mismo pasaje nos dice que los saduceos no creían en la resurrección. Aun así, le formulan la pregunta: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

Jesús, conocedor de la Escritura y de las doctrinas de las diversas sectas religiosas de la época, sabía que los saduceos no reconocían la totalidad de la Biblia Judía, sino solo el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). Por eso, además de decirles que están equivocados, que la resurrección no conlleva una reanimación de nuestro cuerpo mortal con todas sus apetencias, sino que seremos “como ángeles del cielo”, hace referencia al pasaje del Pentateuco (Ex 3,6) que citamos al principio.

Jesús aclara este concepto también para beneficio de los fariseos quienes, a pesar de que creían en la resurrección, tenían un concepto más físico del fenómeno. Él deja claro que en la “la vida futura” ya las personas no se casarán ni tendrán hijos, pues no habrá necesidad de descendencia, porque “ya no pueden morir” (Cfr. Ap 21,4), y estaremos disfrutando de la vida que no acaba.

El mensaje central de este pasaje evangélico es este: que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”. Por eso los cristianos no le tememos a la muerte, pues sabemos que esta no es más que el paso a la vida eterna, donde disfrutaremos de la presencia de Dios por toda la eternidad.

Estamos a escasos días del comienzo del Adviento; tiempo que nos prepara para ese gran misterio de amor de un Dios que se hace niño, un Dios que se humana, para con su muerte y resurrección mostrársenos como un Dios que está vivo, que es vida, y que nos da la vida, porque Él “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

Que pasen un hermoso fin de semana y no olviden visitar Su casa. Él está vivo y nos espera…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 02-06-21

“Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo”.

“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Con esta aseveración Jesús remata su contestación a otra pregunta capciosa que los saduceos le habían planteado en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Mc 12,18-27).  En días recientes hemos estado leyendo esta especie de recopilación que Marcos hace de las polémicas de Jesús con sus opositores, los “intelectuales” de la época (escribas, ancianos, fariseos, herodianos, saduceos), todos conocedores de la Ley y las Escrituras. Las preguntas que le plantean son hipócritas, formuladas no con el deseo de saber la respuesta, sino para ver si Jesús “resbala” o contradice la Escritura, y así hacerle lucir mal.

Pero en este, como en los otros episodios similares encontramos a un Jesús conocedor de las Escrituras y maestro del arte de debate, que sabe utilizar las mismas escrituras para rebatir los argumentos de sus detractores.

El mismo pasaje nos dice que los saduceos no creían en la resurrección. Aun así, le formulan la pregunta: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano’. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

Jesús, conocedor de la Escritura y de las doctrinas de las diversas sectas religiosas de la época, sabía que los saduceos no reconocían la totalidad de la Biblia Judía, sino solo el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). Por eso, luego de decirles que están equivocados, que la resurrección no conlleva una reanimación de nuestro cuerpo mortal con todas sus apetencias, sino que seremos “como ángeles del cielo”, les cita el pasaje del Pentateuco (Ex 3,6).

Jesús nos dice que una vez resucitados a la vida eterna, nuestra única preocupación al igual que los ángeles, será servir, alabar, y “contemplar continuamente el rostro del Padre” (Cfr. Mt 18,10); la “visión beatífica”, que según la doctrina católica es privilegio de los ángeles y de los justos (los fallecidos en gracia de Dios).

Jesús aclara este concepto también para beneficio de los fariseos quienes, a pesar de que creían en la resurrección, tenían un concepto más físico del fenómeno. Él deja claro que en la “otra vida” ya las personas no se casarán ni tendrán hijos, pues no habrá necesidad de descendencia, porque “ya no habrá muerte” (Cfr. Ap 21,4), y estaremos disfrutando de la vida que no acaba.

Por eso, el mensaje central de este pasaje evangélico es este: que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”.

“Señor, tú eres el Dios vivo y el Dios de la alianza de la vida y del amor leal. Guárdanos en tu amor y guarda la promesa de vida que nos has dado por medio de tu Hijo Jesucristo” (Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 19-09-20

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 8,4-15), la parábola del sembrador, es uno de esos que no requiere interpretación, pues el mismo Jesús se encargó de explicarla a sus discípulos. La conclusión destaca la importancia de escuchar y guardar la Palabra de Dios. En el pasaje siguiente de Lucas, Jesús reafirma esa conclusión: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 8,21). De esta manera Jesús destaca que aún su propia madre es más madre de Él por escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios que por haberlo parido. Como el mismo Jesús dice al final de la parábola: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.

Como primera lectura tenemos la continuación de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,35-37.42-49). El pasaje que contemplamos hoy es secuela de la primera lectura que leyéramos el pasado jueves (1 Cor 15,1-11), que nos presentaba la veracidad del hecho de la resurrección de Jesús. Hoy Pablo aborda el tema de nuestra resurrección. La manera en que lo plantea apunta a que la controversia que pretende explicar surge no tanto del “hecho” de la resurrección, sino del “cómo”: “¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?”. La controversia parece girar en torno a la diferencia entre la concepción judía y la concepción griega de la relación entre el alma y el cuerpo, y cómo esto podría afectar el “proceso” de la resurrección.

Sin pretender entrar en disquisiciones filosóficas profundas (cosa que tampoco haremos aquí), Pablo le plantea a sus opositores el ejemplo de la semilla, que para poder tener plenitud de vida, tiene que morir primero: “Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual”. De esta manera Pablo explica la naturaleza del cuerpo glorificado (Cfr. Fil 3,21) que hemos de adquirir en el día final cuando todos resucitaremos (Jn 5,29; Mt 25,46); ese día en que esperamos formar parte de esa enorme muchedumbre, “imposible de contar”, de gentes que comparecerán frente al Cordero a rendirle culto por toda la eternidad, vestidas con túnicas blancas y palmas en las manos (Cfr. Ap 7,9.15).

El “hecho” de la resurrección no está en controversia. En cuanto al “cómo”, eso es una cuestión de fe. Si creemos en Jesús, y le creemos a Jesús y a su Palabra salvífica, tenemos la certeza de que si Él lo dijo, por su poder lo va a hacer. “Para Dios, nada es imposible” (Lc 1,37). Jesús resucitó gracias a su naturaleza divina; y gracias al Espíritu que nos dejó, y a su presencia en la Eucaristía, nosotros también participamos de su naturaleza divina. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

Cuando acudamos a la Casa del Padre y nos acerquemos a la mesa del Señor a recibir la Eucaristía, recordemos que estamos recibiendo Vida eterna. Lindo fin de semana a todos.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 03-06-20

“Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios”.

“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Con esta aseveración Jesús remata su contestación a otra pregunta capciosa que los saduceos le habían planteado en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Mc 12,18-27).  En días recientes hemos estado leyendo esta especie de recopilación que Marcos hace de las polémicas de Jesús con sus opositores, los “intelectuales” de la época (escribas, ancianos, fariseos, herodianos, saduceos), todos conocedores de la Ley y las Escrituras. Las preguntas que le plantean son hipócritas, formuladas no con el deseo de saber la respuesta, sino para ver si Jesús “resbala” o contradice la Escritura, y así hacerle lucir mal.

Pero en este, como en los otros episodios similares encontramos a un Jesús conocedor de las Escrituras y maestro del arte de debate, que sabe utilizar las mismas escrituras para rebatir los argumentos de sus detractores.

El mismo pasaje nos dice que los saduceos no creían en la resurrección. Aun así, le formulan la pregunta: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano’. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

Jesús, conocedor de la Escritura y de las doctrinas de las diversas sectas religiosas de la época, sabía que los saduceos no reconocían la totalidad de la Biblia Judía, sino solo el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). Por eso, luego de decirles que están equivocados, que la resurrección no conlleva una reanimación de nuestro cuerpo mortal con todas sus apetencias, sino que seremos “como ángeles del cielo”, les cita el pasaje del Pentateuco (Ex 3,6).

Jesús nos dice que una vez resucitados a la vida eterna, nuestra única preocupación al igual que los ángeles, será servir, alabar, y “contemplar continuamente el rostro del Padre” (Cfr. Mt 18,10); la “visión beatífica”, que según la doctrina católica es privilegio de los ángeles y de los justos (los fallecidos en gracia de Dios).

Jesús aclara este concepto también para beneficio de los fariseos quienes, a pesar de que creían en la resurrección, tenían un concepto más físico del fenómeno. Él deja claro que en la “otra vida” ya las personas no se casarán ni tendrán hijos, pues no habrá necesidad de descendencia, porque “ya no habrá muerte” (Cfr. Ap 21,4), y estaremos disfrutando de la vida que no acaba.

Por eso, el mensaje central de este pasaje evangélico es este: que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”.

“Señor, tú eres el Dios vivo y el Dios de la alianza de la vida y del amor leal. Guárdanos en tu amor y guarda la promesa de vida que nos has dado por medio de tu Hijo Jesucristo” (Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA TRIGÉSIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 23-11-19


“Ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”.

“No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Con esta aseveración Jesús remata su contestación a otra pregunta capciosa que los saduceos que le habían planteado en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Lc 20,27-40). Este es uno de esos pasajes del Evangelio que nos narran los tres sinópticos (Ver: Mt 22,23-33; Mc 12,18-27) con un paralelismo asombroso. Lo podemos enmarcar en el contexto de las polémicas de Jesús con sus opositores, los “intelectuales” de la época (escribas, ancianos, fariseos, herodianos, saduceos), todos conocedores de la Ley y las Escrituras. Las preguntas que estos le plantean son hipócritas, formuladas no con el deseo de saber la respuesta, sino para ver si Jesús “resbala” o contradice la Escritura, y así acusarlo o, al menos hacerle lucir mal.

Pero en este, como en los otros episodios similares encontramos a un Jesús conocedor de las Escrituras y maestro del arte de debate, que sabe utilizar las mismas escrituras para rebatir los argumentos de sus detractores.

El mismo pasaje nos dice que los saduceos no creían en la resurrección. Aun así, le formulan la pregunta: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

Jesús, conocedor de la Escritura y de las doctrinas de las diversas sectas religiosas de la época, sabía que los saduceos no reconocían la totalidad de la Biblia Judía, sino solo el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). Por eso, además de decirles que están equivocados, que la resurrección no conlleva una reanimación de nuestro cuerpo mortal con todas sus apetencias, sino que seremos “como ángeles del cielo”, hace referencia al pasaje del Pentateuco (Ex 3,6) que citamos al principio.

Jesús aclara este concepto también para beneficio de los fariseos quienes, a pesar de que creían en la resurrección, tenían un concepto más físico del fenómeno. Él deja claro que en la “la vida futura” ya las personas no se casarán ni tendrán hijos, pues no habrá necesidad de descendencia, porque “ya no pueden morir” (Cfr. Ap 21,4), y estaremos disfrutando de la vida que no acaba.

El mensaje central de este pasaje evangélico es este: que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”. Por eso los cristianos no le tememos a la muerte, pues sabemos que esta no es más que el paso a la vida eterna, donde disfrutaremos de la presencia de Dios por toda la eternidad.

Estamos a escasos días del comienzo del Adviento; tiempo que nos prepara para ese gran misterio de amor de un Dios que se hace niño, un Dios que se humana, para con su muerte y resurrección mostrársenos como un Dios que está vivo, que es vida, y que nos da la vida, porque Él “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

Que pasen un hermoso fin de semana y no olviden visitar Su casa. Él está vivo y nos espera…

REFLEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (C) 10-11-19

“Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”

El tema dominante de la liturgia de este trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario (Ciclo C) es la resurrección de los muertos.

La primera lectura, tomada del segundo libro de los Macabeos (7,1-2.914) nos narra la historia de siete hermanos que fueron arrestados y hechos azotar junto a su madre por negarse a cumplir con el mandato del rey Antíoco IV Epifanes que pretendía obligarles a comer carne de cerdo prohibida por la Ley. Pero ellos se mantuvieron firmes en su fe. Uno de ellos le dijo: “¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Mientras otro manifestaba su confianza en la resurrección a la vida eterna: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”.

En la lectura evangélica (Lc 20,27-38), continuamos acompañando a Jesús en esa “última subida” que comenzó en Galilea y culminará en Jerusalén, durante la cual Jesús ha estado instruyendo a sus discípulos. Hoy se le acercan unos saduceos y le ponen a prueba con una de esas preguntas cargadas que sus detractores suelen formularle. Los saduceos eran un “partido religioso” de los tiempos de Jesús quienes no creían en la resurrección, porque entendían que esa doctrina no formaba parte de la revelación de Dios que habían recibido de Moisés. De hecho, la doctrina de la resurrección aparece hacia el siglo VI antes de Cristo en una de las revelaciones contenidas en el libro de Daniel (12,2): “Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán”.

Hoy los saduceos le plantean a Jesús el caso hipotético de la mujer que enviuda del primero de siete hermanos sin tener descendencia, se casa con el hermano de su esposo (Cfr. Dt 25,5-10), enviuda de este y así de con todos los demás. Entonces le preguntan que al ésta morir, “cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.

La explicación de Jesús es sencilla: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”. En otras palabras, como no pueden morir, ya no tendrán necesidad de multiplicarse, que es el fin primordial del matrimonio (Cfr. Gn 1,28).

Y como para rematar, dice a sus detractores: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob’. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Podemos afirmar que hay resurrección porque Dios nos creó para la vida, no para la muerte, y la resurrección es la culminación de nuestra existencia (Cfr. Ap 7,9).

El “Dios de vivos” te espera en Su casa. No desaproveches la invitación. Si no lo has hecho, todavía estás a tiempo.