REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2) 19-05-16

Si tu mano de hace caer

“El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”. Esta advertencia, contenida en la lectura evangélica que nos presenta la liturgia para hoy (Mc 9,41-50), dirigida a los apóstoles (y a nosotros), nos impone la grave obligación de “vivir” el Evangelio de Jesús, vivir de acuerdo a sus enseñanzas.

Jesús se muestra siempre bien estricto en lo que respecta a sus “pequeños”, a los humildes, los pobres, los menos afortunados, los que nos miran como “ejemplo”, los que están nuestro entorno, en nuestras comunidades de fe. Él no quiere que los escandalicemos con nuestra conducta. Por el contrario, nos exige una conducta que sirva de ejemplo. En otras palabras, que si somos cristianos, ¡que se nos note! No vaya a ser que el que nos vea diga como Ghandi: “Me gusta tu Cristo, no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo”…

Está claro, Jesús no quiere cristianos “light”, tibios. Porque si somos tibios va a “vomitarnos de su boca” (Cfr. Ap 3,16). Jesús es amor, es la Misericordia encarnada, pero también es exigente con los que decidimos seguirle. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62).

En el pasaje que contemplamos hoy Jesús hace uso de la hipérbole para enfatizar las exigencias del seguimiento; está estableciendo el modelo, las características que exige de sus discípulos: “Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.

Resulta obvio que Jesús no nos está llamando a la mutilación física. Nos está advirtiendo contra todas las cosas del mundo que nos seducen y nos alejan del Reino, y nos pueden llevar a una conducta que va escandalizar a los “pequeños”. Años más tarde Pablo se hará eco de este llamado cuando exhorte a los de Corinto a no escandalizar a “los más débiles” comiendo carne sacrificada a los ídolos paganos (1 Cor 8,9-14).

Este pasaje representan una versión más cruda, más al grano, de las frases que le escuchamos a Jesús en Mt 6,33: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia”; y Mt 16,26: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. El énfasis está en la búsqueda del Reino, que nos exige radicalidad en el seguimiento. “Si alguno quiere venir en pos de mí…” (Mt 16,24).

Hoy, pidamos al Padre, por intercesión de su Hijo, que nos conceda, por su gracia, aumentar nuestra fe para poder cumplir sus exigencias y, lejos de escandalizar, evangelicemos con nuestro ejemplo de vida.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2) 17-05-16

Jesus con nino

La lectura evangélica de hoy (Mc 9,30-37), nos presenta el segundo anuncio de la Pasión. Encontramos a Jesús haciendo un “aparte” para instruir a sus apóstoles, aquellos a quienes Él había escogido de entre sus discípulos para que continuaran su obra una vez llegara el momento de regresar al Padre. Quería que entendieran que Él no iba a estar con ellos durante mucho tiempo. Ya en una ocasión anterior se los había intimado, pero ellos no entendieron (Mc 2,18-22).

Hoy se los dice más directamente: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Pero aun así ellos no lo captaron, “y les daba miedo preguntarle”. Es la naturaleza humana. Ellos se sentían cómodos, seguros, en compañía de su Maestro a quien Pedro había identificado como el Mesías esperado (Ver nuestra reflexión para el jueves de la sexta semana del T.O.). No querían ni tan siquiera contemplar la idea de que Él les abandonara. Preferían hacer como los niños, que comienzan a tararear en voz alta cuando no quieren escuchar lo que se les dice.

En cambio, los apóstoles tornaron su atención hacia ellos mismos y comenzaron a discutir entre sí sobre quién es el más importante entre ellos. Resulta claro que no comprenderán el mensaje de Jesús hasta después de su Pascua. Al llegar a la casa Jesús les preguntó que de qué hablaban por el camino (por supuesto, Él lo sabía), pero ellos no contestaron. Entonces con su santa calma se sentó, los llamó y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y para enfatizar su punto, acercó un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado” (Marcos es quien único enfatiza ese gesto de ternura de Jesús abrazando al niño).

Para entender el alcance de este gesto tenemos que entender lo que significaba un niño en tiempos de Jesús. En aquella época un niño era un ser insignificante, sin derechos, una posesión de su padre, menos valioso que un animal de carga o de trabajo. Por tanto, acoger a un niño equivale a hacerse menos que un niño, el más insignificante de todos. Aun así, los apóstoles no comprendieron las palabras de Jesús. Más adelante, en la última cena, Jesús acentuaría su enseñanza con el gesto de lavar los pies a los apóstoles (Jn 13,1-15), tarea reservada en esa época a los esclavos o sirvientes y, en ausencia de estos, a los niños.

Nadie dijo que el seguimiento de Jesús es fácil. Implica renuncias, privaciones, humillaciones, burla, persecuciones. “El que quiera seguirme…” (Mt 16,24). El camino es arduo, pero la recompensa es segura: “el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (16,27). Y tú, ¿te animas a seguirlo?

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2) 16-05-16

endemoniado epileptico

Hoy retomamos el tiempo ordinario del ciclo litúrgico, y la lectura evangélica que contemplamos (Mc 9,14-29) nos narra el pasaje de la “curación del endemoniado epiléptico”, llamado así porque a pesar de que en el pasaje se habla de que el joven estaba poseído por un espíritu inmundo, la descripción de los efectos de la “posesión” apuntan a un episodio de epilepsia. Recordemos que en aquél tiempo, toda condición similar que no tuviera explicación se la atribuían a los espíritus inmundos o demonios. De todos modos, epilepsia o posesión, el hecho es que Jesús curó al joven.

Jesús llega y se encuentra con el padre del joven, quien le explica que sus discípulos no han sido capaces de echar el espíritu. Jesús se molesta e increpa a sus discípulos: “¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo”. Le llevaron al joven, y tan pronto el espíritu “vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba, echando espumarajos”. En ese momento el padre se desespera (trato de imaginar la angustia del padre) y le suplica a Jesús que lo ayude: “Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos”. A lo que Jesús replicó: “¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe”.

Luego de un intercambio entre Jesús y el padre, en el que el último le confiesa su fe débil, Jesús increpó al espíritu inmundo y éste salió del joven. Imagino la vergüenza de los discípulos ante su fracaso estrepitoso enfrente de los presentes. A la primera oportunidad que tuvieron a solas con Jesús le preguntaron: “¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?”. La contestación de Jesús fue tajante: “Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno”.

Jesús confió su “secreto” a los discípulos. Jesús era una persona de oración constante, vivió toda su vida terrena en un ambiente de oración. Los relatos evangélicos lo muestran constantemente retirándose a orar (a veces pasaba la noche entera en oración), u orando en público. Invocaba la ayuda de lo alto, y el Espíritu de Dios (Espíritu Santo) le arropaba y le daba fuerzas para seguir adelante en su misión y realizar todos los milagros y portentos que vemos en los evangelios. Por eso la oración se considera el arma o instrumento que toma el primer plano en el combate espiritual contra las fuerzas del mal.

Antes de partir Jesús nos dijo que los que creyéramos en Él tendríamos poder para echar demonios, curar enfermos, etc. (Cfr. Mc 16,17). Y si creemos en Él y le creemos, seguiremos sus pasos, y eso incluye ser personas de oración. Para eso nos dejó el Espíritu Santo. El Espíritu que nos ayuda a llamar “Padre” a Dios, nos dará también la fuerza para echar demonios. Pero para eso tenemos que invocarlo con fe, el tipo de fe que nos lleva a actuar como si ya se nos hubiese concedido lo que pedimos al Padre, como lo hizo Jesús al resucitar a Lázaro (Cfr. Jn 11,41).

Hoy te invito a desarrollar una relación íntima con el Espíritu Santo, y verás los portentos que puedes realizar. Y, ¿cómo lograr esa relación? Jesús te confió su secreto: la oración.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 08-01-16

Cuantos tocaban a Jesús quedaban curados

El relato evangélico que nos presenta la liturgia de hoy (Mc 6,53-56), nos muestra a Jesús y sus discípulos llegando a Genesaret, inmediatamente después del episodio en que Jesús caminó sobre las aguas. Una vez más encontramos a Jesús curando enfermos: “cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos”. La fama de Jesús seguía creciendo, sobre todo después de la “primera multiplicación de los panes” (Mc 6,30-44), que había suscitado un entusiasmo desbordante.

El poder de la fe. Como hemos dicho en ocasiones anteriores, la fe es el “gatillo” que dispara el poder de Dios. Aquella gente creía, y actuaba conforme a su fe. Creían que con tan solo tocar el borde de su manto sanarían, pero no se conformaban con creer, hacían el esfuerzo hasta tocar el manto, y se obraba el milagro; como la hemorroísa (Mc 5,25-34), quien se arrastró hasta tocar el manto de Jesús. Aquella mujer, por padecer flujos de sangre era considerada “impura” y no podía tocar a ningún hombre, so pena de ser lapidada. Pero tuvo fe, actuó conforme a esa fe, y fue curada.

Encontramos un patrón que se repite: Jesús y sus discípulos tratando de encontrar un lugar donde descansar. En esta ocasión acababan de llegar de misionar, y para llegar a Genesaret habían tenido que remar largo rato contra un viento contrario. Necesitaban el descanso. Pero la gente se los impedía. Por más que trataran de pasar desapercibidos, siempre los encontraban. Y como siempre, Jesús se compadece. No puede permanecer ajeno al dolor y enfermedad ajenos. El descanso tendrá que esperar…

Nos llamamos discípulos de Jesús. Una de las características del discípulo es que sigue al Maestro, lo imita. Este pasaje nos llama a hacer introspección. ¿Cómo reaccionamos ante el dolor las necesidades, la soledad de nuestros hermanos? (¡Cuántos de nuestros viejos mueren de soledad!) ¿Los atendemos, los acompañamos, los ayudamos, los escuchamos cuando lo necesitan, o lo hacemos cuando “podamos” o “tengamos tiempo”? ¿Anteponemos nuestra comodidad, nuestros placeres, nuestras “necesidades” por encima de la misericordia? ¡Cuántas veces, al encontrarnos ante la necesidad de un hermano nos hacemos de la vista larga o “damos un rodeo” para no enfrentarnos a la situación, como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37)!

No nos podemos quedar en el hecho del milagro; tenemos que ver más allá para encontrar su verdadero significado. No podemos perder de vista que los milagros de Jesús son producto de su gratuidad, de su Amor infinito, de su Misericordia…

Todas las obras de Dios son buenas, por eso debemos alabarle con el salmista: “Bendice, alma mía, al Señor, ¡Dios mío, qué grande eres!” (Sal 103).

Que pasen una hermosa semana alabando y bendiciendo al Señor, comenzando por el regalo de la vida.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE T.O. (2) 06-02-16

Papa-Francisco Pastor

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 05-02-16

martirio de juan bautista 2

En el relato evangélico de ayer (Mc 6,7-13), se nos presentaba a Jesús haciendo el primer “envío” de sus discípulos. Los envió de dos en dos, así que descenderían sobre seis ciudades o aldeas a la vez. Pero aun así, esa misión puede haber tomado meses. El evangelista no nos dice qué hizo Jesús durante esos meses. A mí me gusta pensar que debe haber aprovechado ese tiempo para visitar a su madre, sobre quien los evangelios guardan un silencio total durante esta etapa de su vida. Trato de imaginarme la escena, y la felicidad que se dibujó en el rostro de María al ver a su hijo acercarse a la casa. Y ese abrazo…

De todos modos, Marcos aprovecha ese “paréntesis” en la narración para intercalar el relato de la muerte de Juan el Bautista, que nos narra en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,14-29). Algunos ven en este relato un anuncio por parte del evangelista de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo.

Herodes vivía atormentado por el vil asesinato de Juan Bautista, a quien admiraba como “un hombre honrado y santo”, pero había tenido que mandar a matar por cumplir un juramento hecho a su hijastra delante de los convidados a un banquete. Por eso, cuando oyó hablar de Jesús, y los milagros y portentos que obraba, pensó que Juan había resucitado, e iba a tener que rendirle cuentas. Por eso decía atemorizado: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”.

Lo cierto es que al denunciar la opresión de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, Jesús también se ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.

Marcos coloca este relato con toda intención después del envío de los doce, para significar la suerte que podía esperarles a ellos también, pues la predicación de todo el que sigue el ejemplo del Maestro va a provocar controversia, porque va a obligar a los que lo escuchan a enfrentarse a sus pecados. De este modo, el martirio de Juan el Bautista se convierte también en un anuncio para los “doce” sobre la suerte que ha de esperarles.

Como hemos señalado en ocasiones anteriores, todavía, en pleno siglo 21, hay quienes sufren el martirio de sangre a causa del Evangelio, y todos los que predicamos la Palabra de Dios, aunque no lleguemos a ese extremo, vamos a crear controversia y enfrentar grandes obstáculos, así como la burla y el desprecio de muchos, incluyendo de familiares y amigos cercanos. Pero si ponemos nuestra confianza en el Señor, a pesar de nuestras debilidades, podremos sobreponer todo obstáculo y seguir adelante por la fuerza de la Palabra, que es Dios, tal como lo hizo el rey David en el recuento que nos hace la primera lectura de hoy (Sir 47,2-13).

Mañana sábado es el día dedicado a Nuestra Señora en la Liturgia. ¿Por qué no la halagas con un Avemaría?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 04-02-16

Los envió de dos en dos

“Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Así nos dice el Evangelio según san Marcos al narrarnos la “vocación” de los doce. De ahí en adelante vemos cómo Marcos constantemente nos presenta a “Jesús con sus discípulos” enfrentándose a las multitudes que se agolpaban frente a Él, frente a los adversarios que querían eliminarlo, frente a los incrédulos, haciéndole frente al maligno, expulsando demonios. Los discípulos, especialmente los “doce”, han seguido sus pasos, se han sentado a sus pies a escuchar sus enseñanzas, has sido testigos del anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, han aceptado compartir su destino. En otras palabras, se han comportado como verdaderos discípulos.

El relato evangélico de hoy (Mc 6,7-13) nos presenta el momento de la “prueba”. Ha terminado el período de adiestramiento. Llegó la hora de la verdad. Jesús llama a los doce y por primera vez los “envía”. Solos, sin el maestro, en su primer “vuelo de práctica”. Pero los envía de dos en dos. Ese gesto de Jesús, como todos sus actos, tiene un fin pedagógico. La misión evangelizadora es una labor de equipo, no hay (o no debe haber) lugar para protagonismos.

Y al enviarlos, les dio “autoridad sobre los espíritus inmundos”. Esta frase tenemos que leerla en el contexto religioso-cultural de la época de Jesús en la cual sus contemporáneos veían a Satanás en todas partes. Lo cierto es que la Palabra que ellos iban a proclamar no era una campaña publicitaria para vender algo que va a “hacernos sentir bien”, a la manera de algunas sectas. No, la Palabra de Dios, “cortante como espada de dos filos” (Hb 4,12), nos hace enfrentarnos a nuestros pecados, a nuestros propios demonios.

En palabras de Bruno Maggioni, “la misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor”.

Como parte esencial de las “instrucciones” (me imagino a Jesús como el “coach” de un equipo de fútbol, dando las últimas instrucciones a sus jugadores antes del primer partido de la temporada), les encargó que viajaran livianos, que llevaran “un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. Dos lecciones. Nada que pueda preocuparles perder; nada que desvíe su atención de la misión que se les ha encomendado. Segundo: confiar en la providencia divina. El que los envió, se encargará de proveer.

Finalmente, les prepara para el rechazo, compañero inseparable del misionero. Y la instrucción es sencilla y al grano: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies”. El mensaje de Jesús interpela, no nos puede dejar neutrales e indiferentes; lo aceptamos o lo rechazamos. Y muchos optan por el rechazo, la vía más fácil. En ese caso, vayamos a “sembrar” en otros campos.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 03-02-16

Mc 6,1-6

“Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Este versículo, tomado del prólogo del Evangelio según san Juan, resume lo ocurrido en el pasaje evangélico que nos brinda la liturgia para hoy (Mc 6,1-6).

Jesús regresa a su pueblo de Nazaret y, cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga. Era costumbre que se asignara la responsabilidad de pronunciar la homilía a un varón de la comunidad. Jesús, que se había marchado de Nazaret regresa de visita, y las noticias de su fama, y sobre todo sus milagros, han llegado a oídos de sus antiguos vecinos. El pasaje no nos dice qué les dijo Jesús en su enseñanza, pero lo que fuera les dejó asombrados: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”

Ignoraron el mensaje y fijaron su atención en el mensajero. Para los judíos Dios era un ser distante, terrible, inalcanzable. Y el Mesías esperado había de ser una persona rodeada de esplendor, de majestad. No podían concebir que aquél que había sido su vecino, que había compartido su vida cotidiana con ellos durante treinta años, fuera el Mesías esperado, y mucho menos que fuera el Hijo de Dios, Dios encarnado. “Y esto les resultaba escandaloso”.

Una vez más vemos a Marcos enfatizando la importancia de la fe: “No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe”. No es que Jesús “necesite” de nuestra fe para obrar milagros, no se trata de una “condición”; Él es omnipotente, no necesita de nadie. Pero la fe es necesaria para para recibir el milagro en nuestras vidas.

Jesús “se extrañó de su falta de fe”. Muchas veces, en nuestra labor apostólica nos frustramos, nos extrañamos, y hasta nos escandalizamos ante la falta de fe que encontramos en aquellos a quienes llevamos la Buena Noticia del Reino. Este pasaje nos debe servir de consuelo y, a la vez, de estímulo para seguir adelante. Vemos a Jesús, la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios encarnado, predicando Su Palabra, ¡y no le hicieron caso!, ignoraron su mensaje. Cuando nos enfrentemos a una situación similar, hagamos como Jesús, que continuó “recorriendo los pueblos de alrededor enseñando”. Como Él dirá a sus discípulos en el Evangelio de mañana: “Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).

Estamos llamados a sembrar la semilla del Reino, pero tenemos que estar conscientes que esta no siempre caerá en terreno fértil (Mc 4,3-9; Lc 8,4-8; Mt 13,1-9). Jesús nos invita a no desanimarnos, porque muchos de los que escuchan nuestro mensaje “miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden” (Mt 13,13; cfr. Is 6,9).

Jesús nos está invitando a seguirle. Muchas veces preferimos la recepción cálida de nuestra predicación por parte de un grupo de “los nuestros” antes que enfrentar el rechazo o la burla de los no creyentes. El papa Francisco nos invita a salir a la calle, a la periferia, a misionar en nuestra propia tierra. Nadie dijo que era fácil. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 27-01-16

sembrador

La liturgia nos invita hoy a continuar leyendo el evangelio según san Marcos (4,1-20). A partir de este punto en el relato, Marcos nos va a presentar cinco sermones de Jesús y cuatro milagros, todos en presencia de sus discípulos a quienes había instituido apóstoles (Mc 3,13-10), como para afianzar su relación con ellos, que ya constituían su círculo íntimo.

La lectura de hoy nos presenta a Jesús “enseñando” otra vez junto al lago. Esa palabra coloca a Jesús ejerciendo la función propia de un rabino, enseñar. Hemos visto a lo largo del relato de Marcos cómo la fama de Jesús ha seguido creciendo, y a donde quiera que vaya le siguen multitudes. Una vez más, había tanta gente que tuvo que subirse a una barca y retirarse de la orilla mientras la gente permanecía en ella, y “les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar”.

La parábola es el recurso literario preferido por Jesús para comunicar sus enseñanzas, especialmente con relación al Reino. Estas consisten en una breve narración de un suceso, imaginario o real, del que podemos deducir, por comparación, una enseñanza moral, o una verdad que trasciende nuestra experiencia. El Reino es un misterio, algo que está más allá de nuestra comprensión, pero relacionándolo con situaciones concretas que forman parte de nuestra experiencia cotidiana, podemos tener al menos un atisbo de esa “otra” realidad trascendente. El pueblo de Galilea entendía de árboles y pájaros, conocía el color y la historia del trigo y la amenaza de la cizaña, sabía de semillas, de la tierra, de la pesca, de las costumbres de las aves de rapiña, conocía la vida de las zorras y cómo cobija una gallina a sus polluelos, etc. Y Jesús aprovecha esas experiencias para comunicarles la Buena Noticia del Reino (Cfr. Lc 4,43).

Nos dice la lectura que en esta ocasión Jesús les narró la parábola del sembrador, en la que un hombre regó semillas que cayeron en cuatro tipos de terreno: la orilla del camino, terreno pedregoso, entre zarzas, y en tierra buena, y cómo solamente las últimas nacieron, crecieron y dieron fruto. Lo curioso de esta parábola es que al retirarse el gentío, los discípulos pidieron a Jesús que les explicara la parábola, y Jesús procedió a explicárselas, no sin antes advertirles que “a vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas”. Más adelante veremos a Jesús repitiendo ese gesto de hablar a la gente en parábolas y explicarle su significado a los discípulos en privado: “Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo” (Mc 4,33-34).

¿Por qué esa doble vara? Algunos ven en ese gesto de Jesús, que hoy catalogaríamos de discriminatorio, la importancia que los “doce” (y sus sucesores, los obispos) iban a tener en la Iglesia. El fundamento para lo que hoy llamamos el “magisterio” de la Iglesia.

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor.