11 cosas que conviene saber sobre el Miércoles de Ceniza

CENIZA (1)

“A un día del inicio de la Cuaresma, el tiempo de preparación para la Pascua que se inicia el miércoles 26 de febrero, recordamos algunas cosas esenciales que todo católico debe saber para poder vivir intensamente este tiempo.

“1.- ¿Qué es el Miércoles de Ceniza?

“Es el primer día de la Cuaresma, es decir, de los 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a prepararse verdaderamente para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa.

“El Miércoles de Ceniza es una celebración contenida en el Misal Romano. En este se explica que al término de la Misa, se bendice e impone la ceniza hecha de los ramos de olivo bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior.

“2.- ¿Cómo nace la tradición de imponer las cenizas?

“La tradición de imponer la ceniza se remonta a la Iglesia primitiva. Por aquel entonces las personas se colocaban la ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad con un “hábito penitencial” para recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo.

“La Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos casi 400 años D.C. y a partir del siglo XI (once), la Iglesia de Roma impone las cenizas al inicio de este tiempo.

“3.- ¿Por qué se impone la ceniza?

“La ceniza es un símbolo. Su función está descrita en un importante documento de la Iglesia, más precisamente en el artículo 125 del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia:

“El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual”.

“4.- ¿Qué simbolizan y qué recuerdan las cenizas?

“La palabra ceniza, que proviene del latín “cinis”, representa el producto de la combustión de algo por el fuego. Esta adoptó tempranamente un sentido simbólico de muerte, caducidad, pero también de humildad y penitencia.

“La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin: “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2,7); “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19).

“5.- ¿Dónde se puede conseguir la ceniza?

“Para la ceremonia se deben quemar los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. Estas son rociadas con agua bendita y luego aromatizadas con incienso.

“6.- ¿Cómo se impone la ceniza?

“Este acto tiene lugar en la Misa al término de la homilía y está permitido que los laicos ayuden al sacerdote. Las cenizas son impuestas en la frente, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras Bíblicas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio».

“7.- ¿Qué hacer cuando no hay sacerdote?

“Cuando no hay sacerdote la imposición de cenizas puede realizarse sin Misa, de forma extraordinaria. Sin embargo, es recomendable que al acto se preceda por una liturgia de la palabra.

“Es importante recordar que la bendición de las cenizas, como todo sacramental, solo puede realizarla sacerdote o diácono.

“8.- ¿A quién se puede imponer la ceniza?

“Puede recibir este sacramental cualquier persona, inclusive no católica. Como especifica el Catecismo (1670 ss.) los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo como sí lo hacen los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia estos «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella».

“9.- ¿Es obligatoria la imposición de las cenizas?

“El Miércoles de Ceniza no es día de precepto y por lo tanto no es obligatoria. No obstante, ese día concurre una gran cantidad de personas a la Santa Misa, algo que siempre es recomendable.

“10.- ¿Cuánto tiempo hay que tener la ceniza en la frente?

“Cuanto uno desee. No existe un tiempo determinado.

“11.- ¿Es obligatorio el ayuno y la abstinencia?

“El Miércoles de Ceniza es obligatorio el ayuno y abstinencia, como en el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y menores de 60. Fuera de esos límites es opcional. Ese día los fieles pueden tener una comida “fuerte” una sola vez al día.

“La abstinencia de comer carne es obligatoria desde los 14 años. Todos los viernes de Cuaresma también son de abstinencia obligatoria. Los demás viernes del año también, aunque según el país puede sustituirse por otro tipo de mortificación u ofrecimiento como el rezo del rosario”.

Tomado de: https://www.aciprensa.com/noticias/11-cosas-que-conviene-saber-sobre-el-miercoles-de-ceniza-14907/

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ 14-09-19

Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La tradición nos dice que alrededor del año 320, la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Cruz en que fue crucificado Jesús (la “Vera Cruz”). A raíz del hallazgo, ella y su hijo, el Emperador Constantino, hicieron construir en el sitio la Basílica del Santo Sepulcro, en donde se guardó la reliquia. Luego de ser robada por el rey de Persia en el año 614, fue recuperada por el Emperador Heraclio en el año 628, quien la trajo de vuelta a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. De ahí que la Fiesta se celebre en este día.

Muchos nos preguntan: ¿por qué exaltar la cruz, símbolo de tortura y muerte, cuando el cristianismo es un mensaje de amor? He ahí la “locura”, el “escándalo” de la cruz de que nos habla san Pablo (1 Cor 1,18). La contestación es sencilla, veneramos la Cruz de Cristo porque en ella Él quiso morir por nosotros, porque abrazándose a ella y muriendo en ella, en el acto de amor más sublime en la historia, derrotó la muerte, liberándonos de ésta y del pecado. Así la Cruz se convirtió en el símbolo universal del amor y de vida.

Por eso el verdadero discípulo de Cristo no teme a la “cruz”. El mismo Jesús nos exhorta a tomar nuestra cruz de cada día y seguirle (Lc 9,23). A lo que Pablo añade: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Cuando añadimos el ingrediente del amor, el sufrimiento (la “cruz”) toma un significado diferente, se enaltece, y se convierte en fuente de alegría. Es la paradoja de la Cruz.

La primera lectura de hoy nos presenta una prefiguración de la Cruz (Núm 21,4b-9) en el episodio de las serpientes venenosas que mordían mortalmente a los israelitas en el desierto como castigo por haber murmurado contra Dios y contra Moisés. Entonces el pueblo, arrepentido, pidió a Moisés que intercediera por ellos ante Dios. Siguiendo las instrucciones de Yahvé, Moisés hizo una serpiente de bronce que colocó sobre un estandarte (en forma de cruz), y todo el que era mordido quedaba sano al mirarla. En el relato evangélico (Jn 3,13-17), el mismo Jesús alude a esa serpiente: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Hoy, cuando tenemos nuestro corazón envenenado, nos tornamos a mirar la Cruz, y al igual que los israelitas en el desierto, somos sanados; así la Cruz se convierte para nosotros en fuente de amor, de misericordia, de perdón. Si nos acercamos a la cruz con la mirada en el Crucificado, encontraremos que nuestra propia cruz se hace liviana, y podremos decir con san Pablo: “¡Lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!” (Gál 6,14). “Gloriémonos también nosotros en ella, aunque sólo sea porque nos apoyamos en ella” (San Agustín).

Si no lo has hecho aún, ve hoy a la Casa del Padre y mira hacia el altar; allí encontrarás a su Hijo que te espera con los brazos abiertos…

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA 13-03-18

El simbolismo del agua “inunda” la liturgia de hoy. La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel (47,1-9.12) nos muestra una visión del Templo con torrentes de agua brotando de su lado derecho. El torrente de agua era tan abundante que llegó un momento en que no se podía vadear. Y esa agua era agua de vida, que hacía que la tierra diera frutos en abundancia, y hasta llegaba al Mar Muerto devolviendo la vida a sus aguas salobres.

El las Sagradas Escrituras el agua siempre ha sido símbolo de vida y, más aun, de la Vida que Dios nos da. Por eso se le asocia a los tiempos mesiánicos. Cristo ha venido a traer vida en abundancia. Hay quienes ven en el torrente que brota por el lado derecho del templo en esta visión de Ezequiel, una prefiguración del agua que brota del costado derecho de Jesús en la cruz luego del lanzazo, que sellaría la Nueva y Eterna Alianza y daría paso a la Iglesia como “nuevo pueblo” de Dios, instrumento de salvación instituido por Cristo.

En el capítulo siete de Juan el agua se nos presenta como el Espíritu que mana del Cristo glorificado: “‘El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí’. Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37-39).

El pasaje evangélico de hoy (Jn 5,1-3.5-18) nos presenta el episodio en que Jesús cura a un paralítico que estaba echado en una camilla junto a la piscina de Betesda. Nos dice la Escritura que el hombre llevaba allí treinta y ocho años.

Dos cosas nos llaman la atención sobre este pasaje. Primero, es Jesús quien se toma la iniciativa. Han llegado los tiempos mesiánicos. Es Él quien se acerca al paralítico y le pregunta: “¿Quieres quedar sano?” Una pregunta directa. Jesús sabe que el hombre lleva mucho tiempo, que ha puesto toda su esperanza en el agua de aquella piscina (en los versos 3b-4 se nos dice que cuando el agua que había en ella era agitada por las alas de un ángel del Señor que bajaba de vez en cuando, el primero que se metía se curaba).

Segundo, la respuesta del hombre ante esa pregunta trascendental: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”. Jesús le había hecho una pregunta directa, lo único que tenía de decir era “sí”. No se daba cuenta que tenía ante sí al mismo Dios, aquél de quienes brotan torrentes de agua viva, capaz de echar demonios, curar enfermos, revivir muertos. Está ventilando su frustración, pero más que nada, su soledad: “no tengo a nadie…”

Jesús se compadece y le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Palabras de vida, palabras de sanación, de alegría. Dentro de toda su frustración y soledad, aquél hombre creyó las palabras de Jesús. Por eso pudo recibir los frutos del milagro. “Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar”.

Jesús nos pregunta hoy si queremos quedar sanados de nuestros pecados. ¿Qué le vamos a contestar?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA 21-04-17

La lectura evangélica que nos presenta la liturgia para hoy, viernes de la Octava de Pascua, es la tercera aparición de Jesús a sus discípulos en el relato evangélico de Juan (21,1-14). Esta narración la coloca Juan en un apéndice o epílogo de su relato evangélico. Da la impresión que se le había olvidado este relato de “la pesca milagrosa” que el consideró importante, y como ya había concluido su evangelio, se lo añade al final. Y para darle continuidad a la trama, nos lo presenta con Jesús ya resucitado y con su cuerpo glorificado. Por eso vemos cierto grado de misterio sobre su identidad al comienzo del relato, pues de primera intención no lo reconocen.

Les invito a comparar este con el mismo relato en Lucas (5,1-11), donde el episodio ocurre en el contexto de una predicación de Jesús en la cual se sube a la barca de Pedro para continuar predicando por el gentío tan grande que se había congregado y luego, por indicación de Jesús, salen a pescar y ocurre la “pesca milagrosa”.

Aparte del simbolismo obvio de la barca de Pedro con la Iglesia, y de las redes con la predicación la Palabra por parte de los apóstoles y cómo esta dará fruto abundante, Juan le añade otros elementos y símbolos en función de su tesis, para hacer su relato cónsono con los relatos de las apariciones de Jesús.

Así, por ejemplo, le añade un elemento que no encontramos en el relato de Lucas: Jesús, con su cuerpo glorificado, come delante de los discípulos, y es Él mismo quien reparte el pan y los peces. Este detalle nos evoca la insistencia de parte de Jesús en comer delante de sus discípulos, al igual que vimos en el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) y en la continuación que contemplamos ayer (Lc 24,35-48), hecho que, además de enfatizar la realidad de la resurrección, nos presenta un símbolo de la Eucaristía.

Otro detalle que Juan le añade; el número de “peces grandes” que sacaron de la red: “ciento cincuenta y tres”. Podemos preguntar: ¿Habrán realmente contado los peces? ¿Por qué la insistencia de Juan en mencionar el número de peces? Recordemos que Juan escribe su relato evangélico hacia el año 100, en plena persecución de los cristianos por parte del Imperio Romano, por cuyo territorio el anuncio del Reino iba expandiéndose cada vez más. Si tomamos la barca de Pedro como símbolo de la Iglesia, y las redes como símbolo de la predicación de la Palabra (una red que a pesar del número tan grande de peces “no se rompió”) en el contexto histórico de la época, encontramos que ciento cincuenta y tres era el número de provincias del Imperio Romano. Es decir que el anuncio del Reino, y el testimonio de la gloriosa Resurrección de Jesús, habrían de llegar a los confines del mundo conocido, y la red no se rompería.

Jesús llamó a los de su época a dar testimonio de Él, y esa Palabra es “viva y eficaz” (Hb 4,12). Así nos interpela a nosotros hoy también. Que nuestras palabras durante la liturgia eucarística, al decir: “Anunciamos Tu muerte; proclamamos Tu resurrección”, no sean tan solo una fórmula ritual, sino un plan de vida.

¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA 28-03-17

El simbolismo del agua “inunda” la liturgia de hoy. La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel (47,1-9.12) nos muestra una visión del Templo con torrentes de agua brotando de su lado derecho. El torrente de agua era tan abundante que llegó un momento en que no se podía vadear. Y esa agua era agua de vida, que hacía que la tierra diera frutos en abundancia, y hasta llegaba al Mar Muerto devolviendo la vida a sus aguas salobres.

En las Sagradas Escrituras el agua siempre ha sido símbolo de vida y, más aun, de la Vida que Dios nos da. Por eso se le asocia a los tiempos mesiánicos. Cristo ha venido a traer vida en abundancia. Hay quienes ven en el torrente que brota por el lado derecho del templo en esta visión de Ezequiel, una prefiguración del agua que brota del costado derecho de Jesús en la cruz luego del lanzazo, que sellaría la Nueva y Eterna Alianza y daría paso a la Iglesia como “nuevo pueblo” de Dios, instrumento de salvación instituido por Cristo.

En el capítulo siete de Juan el agua se nos presenta como el Espíritu que mana del Cristo glorificado: “‘El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí’. Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37-39).

El pasaje evangélico de hoy (Jn 5,1-3.5-18) nos presenta el episodio en que Jesús cura a un paralítico que estaba echado en una camilla junto a la piscina de Betesda. Nos dice la Escritura que el hombre llevaba allí treinta y ocho años.

Dos cosas nos llaman la atención sobre este pasaje. Primero, es Jesús quien se toma la iniciativa. Han llegado los tiempos mesiánicos. Es Él quien se acerca al paralítico y le pregunta: “¿Quieres quedar sano?” Una pregunta directa. Jesús sabe que el hombre lleva mucho tiempo, que ha puesto toda su esperanza en el agua de aquella piscina (en los versos 3b-4 se nos dice que cuando el agua que había en ella era agitada por las alas de un ángel del Señor que bajaba de vez en cuando, el primero que se metía se curaba).

Segundo, la respuesta del hombre ante esa pregunta trascendental: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”. Jesús le había hecho una pregunta directa, lo único que tenía de decir era “sí”. No se daba cuenta que tenía ante sí al mismo Dios, aquél de quienes brotan torrentes de agua viva, capaz de echar demonios, curar enfermos, revivir muertos. Está ventilando su frustración, pero más que nada, su soledad: “no tengo a nadie…” La soledad, lo que el papa Francisco ha llamado la peor enfermedad de nuestro tiempo.

Jesús se compadece y le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Palabras de vida, palabras de sanación, de alegría. Dentro de toda su frustración y soledad, aquél hombre creyó las palabras de Jesús. Por eso pudo recibir los frutos del milagro. “Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar”.

Jesús nos pregunta hoy si queremos quedar sanados de nuestros pecados. ¿Qué le vamos a contestar?

GOTITAS DEL SABER: ¿SABES EL SIGNIFICADO DEL SÍMBOLO DEL PEZ QUE UTILIZAMOS LOS CRISTIANOS?

Muchos de nosotros exhibimos en nuestros autos, o en las cubiertas de nuestras Biblias, o vemos en objetos sagrados, la imagen de un pez (muchas veces con el nombre Jesús adentro). Pero, ¿sabes de dónde proviene ese símbolo y cuál es su verdadero significado?

Desde el siglo II la Iglesia tomó la palabra griega ΙΧΘΥΣ, pronunciada ichthys, que significa pez, como símbolo de Cristo. Al mismo tiempo las letras de la palabra son las iniciales de las palabras: Iesous Christos Theou Yios Soter: I = Iesous (Jesús), Ch = Christos (Cristo), Th = Theou (Dios), Y = Yios (Hijo), y S =Soter (Salvador); es decir: “Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador“.

El símbolo del pez y el críptico fueron adoptados por los cristianos de la Iglesia Primitiva para representar a Jesucristo y manifestar su adhesión a la fe en tiempos de persecución.

Los cristianos, siendo minoría en un mundo pagano, tenían sus propios símbolos para identificarse y avivar su fe. En el pez (Ichthys), encontraban la profesión de fe, la razón por la que adoraban a Jesús y estaban dispuestos a morir.

Los creyentes son “pequeños peces”, según el conocido pasaje de Tertuliano (De baptismo, c. 1): “Nosotros, pequeños peces, tras la imagen de nuestro Ichthys, Jesús Cristo, nacemos en el agua”.  Una alusión al bautismo. El cristiano no solo murió y nació de nuevo en el bautismo sino que vive de las aguas del bautismo, es decir, en la gracia del Espíritu Santo.  El cristiano que se aparte de la vida de estas aguas muere.  Como un pez muere al salir del agua, el cristiano muere si se deja seducir por la mente del mundo.

El símbolo del pez puede que haya sido inspirado por la multiplicación milagrosa de panes y peces, o por los peces que Jesús Resucitado compartió con sus discípulos (Jn 21, 9).  Al llamar a sus discípulos Jesucristo les dijo: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres».  Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. -Mateo 4,19-20.

(Adaptado de http://www.corazones.org/diccionario/pez.htm)

¿Conoces el significado de la señal de la Cruz? Las 3 hermosas verdades que contiene

Por: Daniel Prieto

Una terrible tragedia para el cristianismo ha sido, y será siempre, la separación entre el rito y el símbolo; o para ser más preciso, la tragedia se debe más bien al olvido por parte de los fieles delsignificado de los símbolos que se realizan durante los diversos ritos. Sí, porque la causa de la fracción no se da sola por arte de magia; esta nace y crece como fruto de nuestra desprovista formación. Alguno podrá objetar que no tiene tiempo para gastar en cuestiones que le competen a los teólogos y sacerdotes, pero esta es una falsa excusa que no nos exculpa. Salvando las distancias de la analogía, es como si alguien practicase un deporte que considera fundamental para su vida y del cual se profesa «fanático», y sin embargo, aseverase que no le interesa mucho, o para nada, conocer bien las reglas, la historia, las renovaciones y problemas en marcha del deporte en cuestión. ¿Quién le creería?

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Tomado de Catholic Link: http://catholic-link.com/2016/04/15/video-3-hermosas-verdades-contiene-senal-cruz/