REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DESPUÉS DE CENIZA 03-03-17

Continuamos adentrándonos en el tiempo fuerte de la Cuaresma, ese tiempo de conversión en que se nos llama a practicar tres formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna. Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy tratan la práctica del ayuno.

La primera, tomada del libro del profeta Isaías (58,1-9a), nos habla del verdadero ayuno que agrada al Señor. Comienza denunciando la práctica “exterior” del ayuno por parte del pueblo de Dios; aquél ayuno que podrá mortificar el cuerpo pero no está acompañado de, ni provocado por, un cambio de actitud interior, la verdadera “conversión” de corazón. El pueblo se queja de que Dios no presta atención al ayuno que practica, a lo que Dios, por voz del profeta les responde: “¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?”

No, el ayuno agradable a Dios, el que Él desea, se manifiesta en el arrepentimiento y la conversión: “El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: ‘Aquí estoy’” (¿No les parece estar escuchando al Papa Francisco?).

De nada nos vale privarnos de alimento, o como hacen algunos, privarse de bebidas alcohólicas durante la cuaresma, para luego tomarse en una juerga todo lo que no se tomaron durante ese tiempo, diz que para celebrar la Pascua de Resurrección, sin ningún vestigio de conversión. Eso no deja de ser una caricatura del ayuno.

El Salmo que leemos hoy (50), el Miserere, pone de manifiesto el sacrificio agradable a Dios: “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”. Ese es el sacrificio, el “ayuno” agradable a Dios.

La lectura evangélica (Mt 9,14-15) nos presenta el pasaje de los discípulos de Juan que criticaban a los de Jesús por no observar rigurosamente el ayuno ritual (debemos recordar que según la tradición, Juan el Bautista pertenecía al grupo de los esenios, quienes eran más estrictos que los fariseos en cuanto a las prácticas rituales). Jesús les contesta: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán”. “Boda”: ambiente de fiesta; “novio”: nos evoca el desposorio de Dios con la humanidad, esa figura de Dios-esposo y pueblo-esposa que utiliza el Antiguo Testamento para describir la relación entre Dios y su pueblo. Es ocasión de fiesta, gozo, alegría, júbilo. Nos está diciendo que los tiempos mesiánicos han llegado. No hay por qué ayunar, pues no se trata de ayunar por ayunar.

Luego añade: “Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán”. Ayer leíamos el primer anuncio de su Pasión por parte de Jesús en Lucas; hoy lo hacemos en Mateo. Nos hace mirar al final de la Cuaresma, la culminación de su pacto de amor con la humanidad, su Misterio Pascual.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DESPUÉS DE CENIZA 02-03-17

Acabamos de comenzar el “tiempo fuerte” de Cuaresma, y la lectura evangélica que nos presenta la liturgia para este “jueves después de ceniza” es la versión de Lucas del primer anuncio de la Pasión (Lc 9,22-25). Siempre nos ha llamado la atención el hecho de que los anuncios de la Pasión de Jesús van unidos al anuncio de su gloriosa Resurrección. “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

Pero Jesús va más allá. Nos invita a seguirle, señalándonos de paso el camino de la salvación: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Vemos que la fórmula que Jesús nos propone está matizada por tres verbos: “negarse”, “tomar” la cruz y “seguirle”. Examinemos brevemente el significado y alcance de cada uno.

El “negarse a sí mismo” implica que el verdadero discípulo de Jesús tiene que ser capaz de relegar a un segundo plano su interés propio para atender las necesidades del prójimo; tiene que superar la cultura del “yo”; tiene que “vaciarse”. Es decir, tiene que estar completamente libre para “darse” a los demás tal como lo hizo Jesús. Esta opción de vida generalmente implica privaciones, dolor y sufrimiento, que asociamos también a “cargar con la cruz”.

El “tomar la cruz”, o cargar con la cruz, tiene un significado más profundo de lo que aparenta a primera vista. Para comprenderlo a plenitud tenemos que adentrarnos en la ambiente cultural de la época de Jesús. “Cargar con la cruz” era el último acto del condenado a la ignominiosa muerte de cruz; era recorrer el camino al lugar donde se iba a efectuar la ejecución llevando a cuestas el madero (patibulum), mientras todos le abucheaban, le escupían y se burlaban de él. Más terrible aún era tal vez el sentimiento de sentirse despreciado por todos y expulsado de la sociedad, al punto que esa persona se consideraba muerta para todos los fines legales, sin derechos ni defensa alguna. De igual modo los que nos llamamos discípulos de Jesús tenemos que estar prestos a cargar con nuestra “cruz de cada día” soportando la burla y el desprecio, aún de los nuestros, pensando, no en el dolor ni en la humillación del momento, sino en la resurrección del día final (Cfr. Jn 6,54).

El “seguirle”, como hemos visto, implica mucho más que un mero seguimiento exterior, un dirigirse en la misma dirección. El seguimiento de Jesús va mucho más allá. Se trata de un seguimiento interior, una adhesión a Su proyecto de vida, una comunión de vida, un estar dispuesto a compartir el destino del Maestro. Es el camino que vamos a recorrer durante esta Cuaresma, durante la cual acompañaremos a Jesús camino a su Pasión y muerte, pero con la mirada fija en la Gran Noche; la Vigilia Pascual, que es la antesala de la culminación del Misterio Pascual de Jesús: su Resurrección gloriosa. ¡Vivimos para esa Noche!

¡Esa es nuestra fe!

¿Cuál es el origen y significado de la imposición de ceniza en el “miércoles de ceniza”?

A propósito de la celebración del miércoles de ceniza, hoy compartiremos con ustedes unas breves notas sobre el significado de la ceniza y el origen de esta práctica.

La palabra ceniza viene del latín cinis y designa lo que queda luego de quemar algo. De ese modo adquirió desde la antigüedad un sentido simbólico de muerte y caducidad, que se convirtió también en una forma de mostrar públicamente luto y arrepentimiento o penitencia. Así, por ejemplo, vemos cómo en tiempos de Jonás el rey de Nínive se sentó sobre ceniza para significar su conversión (Jon 3,6). Igualmente encontramos a Daniel vestido de saco y sentado sobre cenizas (Dn 9,3) mientras suplicaba el perdón de Yahvé a nombre del pueblo de Judá (ver además, Jdt 4,11; Jr 6,26).

El uso de la ceniza en la Iglesia al comienzo de la Cuaresma se remonta a sus primeros siglos, cuando se acostumbraba que los penitentes hicieran penitencia pública durante la Cuaresma salpicándoseles con ceniza en la cabeza y vestidos de saco hasta el Jueves Santo, cuando se reconciliaban con la Iglesia.

Hacia el siglo X, al caer en desuso la penitencia pública, la Iglesia conservó el rito sustituyendo la práctica por la colocación de un poco de ceniza en la cabeza de los feligreses el primer día de la Cuaresma, que ya desde el siglo VII era el miércoles antes del primer domingo de Cuaresma (para lograr cuarenta días de ayuno, ya que los domingos no se ayuna).

En la actualidad, se dibuja una cruz en la frente de los feligreses con la ceniza que se obtiene al quemar las palmas usadas en la celebración del Domingo de Ramos del año anterior. También se puede imponer derramando un poco de ceniza sobre la cabeza de los feligreses.

Que al recibir la ceniza en el día de hoy, resuene en nuestras almas la invitación de Dios por voz del profeta Joel en la primera lectura: “Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas (Jl 2,12-13).

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA 01-03-17

Hoy celebramos el miércoles de ceniza. Comenzamos el tiempo “fuerte” de Cuaresma. Durante este tiempo especial la Iglesia nos invita a prepararnos para la celebración de la Pascua de Jesús.

La Cuaresma fue inicialmente creada como la tercera y última etapa del catecumenado, justo antes de recibir los tres sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Durante ese tiempo, junto a los catecúmenos, la iglesia entera, los ya bautizados, vivían como una renovación bautismal, un tiempo de conversión más intensa.

Como parte de la preparación a la que la Iglesia nos invita durante este tiempo, nos exhorta a practicar tres formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna. Estas tres formas de penitencia expresan la conversión, con relación a nosotros mismos (el ayuno), con relación a Dios (la oración), y a nuestro prójimo (limosna). Y las lecturas que nos brinda la liturgia para este día, nos presentan la necesidad de esa “conversión de corazón”, junto a las tres prácticas penitenciales mencionadas.

La primera lectura, tomada del profeta Joel (2,12-18), nos llama a la conversión de corazón, a esa metanoia de que hablará Pablo más adelante; esa que se da en lo más profundo de nuestro ser y que no es un mero cambio de actitud, sino más bien una transformación total que afecta nuestra forma de relacionarnos con Dios, con nuestro prójimo, y con nosotros mismos: “oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos”.

En la misma línea de pensamiento encontramos a Jesús en la lectura evangélica (Mt 6,1-6.16-18). En cuanto a la limosna nos dice: “cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

Respecto a la oración: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará”.

Y sobre el ayuno nos dice: “Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”.

Al igual que la conversión, las prácticas penitenciales del ayuno, la oración y la limosna, han de ser de corazón, y que solo Él se entere. Esa es la única penitencia que agrada al Señor. La “penitencia” exterior, podrá agradar, y hasta impresionar a los demás, pero no engaña al Padre, “que está en lo escondido” y ve nuestros corazones.

Al comenzar esta Cuaresma, pidamos al Señor que nos permita experimentar la verdadera conversión de corazón, al punto que podamos decir con san Pablo: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Cfr. Gal 2,20).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES SANTO 22-03-16

Ultima Cena

Continuando el camino hacia la Pasión, la Liturgia nos presenta hoy una lectura evangélica que abarca dos pasajes, el anuncio de la traición de Judas y el comienzo de la despedida de Jesús de sus apóstoles (Jn 13,21-33.36-38).

Comienza la lectura con una mención del estado emocional de Jesús: “Jesús, profundamente conmovido, dijo: ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’.” Según se va acercando la hora, la naturaleza humana de Jesús comienza a rebelarse. Nadie quiere morir. Jesús no es la excepción. Siente temor ante lo que le espera. Y ese miedo natural se ve agravado por la traición de un amigo. Sabe que uno de los suyos lo va a entregar; peor aún, lo va a vender. En los momentos de crisis, buscamos el apoyo de los amigos, y si esos amigos nos traicionan, ¿de dónde vendrá el consuelo humano? Trato de imaginar cómo se sentiría Jesús en esos momentos, y se me forma un nudo en el pecho.

A pesar de su temor y el dolor de la traición, Jesús sabe que está aquí para cumplir la voluntad del Padre. “Lo que tienes que hacer hazlo en seguida”. El tiempo apremia, la hora está cerca: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”.

El dolor de la traición se ve agudizado por el conocimiento por parte de Jesús de la deslealtad y falta de valentía que mostrará aquél a quien había instituido cabeza de Su Iglesia (Cfr. Mt 16,18). “Pedro replicó: ‘Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti’. Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces’.”

Vemos a un Jesús plenamente humano. Negarlo sería negar el carácter totalizante de la encarnación. Vemos cómo, especialmente en el Evangelio de Juan, aunque Jesús a veces parece saber por adelantado lo que va a ocurrir, Él no controla los eventos. Él confía plenamente en el Padre, en quien pone toda su confianza. Acepta la voluntad del Padre y sigue adelante, con la certeza de que no lo abandonará en la hora del sacrificio. El Padre lo envió a cumplir una misión, anunciar la Buena Noticia del Reino, y Él la ha cumplido a cabalidad. Por eso con su último suspiro antes de expirar en la cruz podrá decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

En esta Semana Santa, meditemos esta lectura y preguntémonos: ¿Cuántas veces he traicionado a Jesús después que Él depositó su confianza en mí? ¿Cuántas veces le he negado, o me he sentido cohibido o avergonzado de profesar mi amistad con Él? Tratemos de imaginar por un momento cómo se siente Él cada vez que yo le fallo…

Poniéndonos ahora en Su lugar, cuando estoy en medio de la prueba, cuando el dolor de la traición y la incertidumbre me arropan, ¿confío plenamente en el Padre y me someto a Su voluntad después de haber hecho todo lo que está a mi alcance, o me rebelo y pretendo buscar soluciones humanas más compatibles con mis deseos?

La voluntad del Padre es solo una: nuestra salvación. Si nos sometemos a ella, Él nunca nos va a complacer en algo que pueda convertirse en un obstáculo para nuestra salvación.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 18-03-16

Jesus sale del templo sm

“Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos”. Esa ha sido la constante en los relatos evangélicos de los días recientes. La autoridades, los componentes del poder ideológico-religioso de la época, ya habían puesto en marcha su conspiración para acabar con Jesús. Había que eliminarlo. Pero su hora no había llegado aún. Cuando llegue la hora Él no opondrá resistencia, y enfrentará con valentía, no solo el poder ideológico-religioso, representado por el Sumo Sacerdote Caifás y el Sanedrín, sino también el poder político, representado por el rey Herodes Antipas y el Procurador romano Poncio Pilato.

En el relato evangélico de hoy (Jn 10,31-42) encontramos a Jesús enfrentando a unos judíos que se disponían a apedrearlo. Jesús los confronta con todos los portentos y prodigios que ha obrado “por encargo” de su Padre, y ellos insisten en apedrearlo, no por las buenas obras que ha realizado, sino por blasfemo, al atribuirse a sí mismo el ser Dios. Los judíos que le rodean están tan concentrados en la letra de la Ley que no pueden ver que tienen a Dios delante de ellos, no tienen fe. Creen en Dios pero no creen en Su Palabra que se hace presente entre ellos.

En el sermón de la Montaña Jesús había dicho: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Si no abro mi corazón al amor incondicional de Dios (la “Verdad”) y comparto ese amor con mi prójimo, especialmente los más necesitados, jamás veré el rostro de Dios aunque lo tenga delante de mí (Cfr. Mt 25,31-46). Me pasará igual que a aquellos judíos que lo tuvieron ante sí y no le reconocieron, a pesar de todas las pruebas que se les presentaron.

Como no había llegado su hora, el Señor lo protegió y permitió que escapara. En la misma situación vemos al profeta Jeremías en la primera lectura (Jr 20,10-13). Jeremías fue llamado por Dios al profetismo a temprana edad. Por eso puso resistencia cuando recibió su vocación: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”. El Señor le dijo que no aceptaba esa excusa, y le prometió su protección (1,8).

A pesar de su corta edad, Jeremías fue llamado a denunciar los graves pecados del pueblo, sus infidelidades a la Alianza. Y al igual que Cristo, fue perseguido, y conspiraron para atraparlo y acabar con él. “‘Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo’. Mis amigos acechaban mi traspié: ‘A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él’”. Pero el profeta confió en la palabra de Dios y siguió adelante. “El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”.

Es la oración de petición confiada y fervorosa que encontramos en el Salmo (17) de hoy: “En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó”.

Asimismo tenemos que aprender a confiar en el Señor cuando se nos persiga, o se mofen de nosotros causa del Evangelio. “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 17-03-16

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Este próximo sábado, cuando celebremos la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, contemplaremos el capítulo 1 del Evangelio según san Mateo que nos reseña la genealogía de Jesús desde Abraham hasta Jesús (1-17).

La primera lectura de hoy (Gn 17,3-9) nos presenta la alianza que Yahvé Dios pacta con Abraham. Una alianza que por sus propios términos iba a ser perpetua. Una alianza que se trasmitiría por la carne (por herencia), por eso Dios utiliza un signo carnal para sellar la misma: la circuncisión. Dios le cambia el nombre a Abrán para significar su cambio de misión, y le llama Abraham, que quiere decir padre de muchedumbre de pueblos (Ab = padre, y ham = muchedumbre). Pero más allá de la herencia carnal, Abraham se convierte en “padre de la fe” para todos los que creen en las promesas de Dios.

En la lectura evangélica (Jn 8,51-59), Jesús alude a esa genealogía que comienza con Abraham: “Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría”.

En ocasiones anteriores hemos señalado que Juan resalta la divinidad de Jesús, ya que el objetivo principal de su evangelio es combatir una herejía (los “ebionistas”) que negaba la divinidad de Jesucristo (Cfr. Jn 20,30-31). De ahí que cuando Él aludió a Abraham de esa manera los judíos le dijeron: “No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?” A lo que Jesús respondió: “En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy”. Jesús está diciendo que Él “es” antes de Abraham y “es” ahora, es eterno, por lo tanto es Dios. “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). De igual modo fue presentado por Juan el Bautista: “A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Jn 1,30).

Pero Jesús va más allá: “En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre”. Eso resultaba inaceptable para los judíos que le escuchaban, quienes lo tildaron de endemoniado, diciéndole: “¿y tú dices: ‘Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre?’ ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?”

La actuación de Jesús sigue incomodando cada vez más al poder político-religioso de su época. El complot para eliminarlo se acrecienta. El cerco sigue cerrándose, pero todavía no ha llegado su hora. “Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo”.

La liturgia continúa acercándonos al Misterio Pascual de Jesús. Ya pasado mañana es la víspera del domingo de ramos. Ayer nos decía que en Él encontraríamos la Verdad y que esa Verdad nos haría libres. Hoy ha añadido: “quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre”. Es decir, que además de ser libres, tendremos vida en plenitud, y vida eterna.

El llamado a la conversión está vigente. Todavía estamos a tiempo. Si creemos en Él y “le creemos” (tenemos fe), tendremos Vida. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 16-03-16

Sidrac Misac Abdenago

La liturgia de hoy nos presenta dos lecturas que, aunque aparentan ser diferentes, tienen un tema común. El verdadero significado de la libertad.

La primera lectura, tomada del libro de Daniel (3,14-20.91-92.95), nos presenta la historia de los tres jóvenes Sidrac, Misac y Abdénago, quienes antes que postrarse ante un ídolo, prefirieron enfrentar la muerte y la tortura de ser arrojados a un horno encendido. La segunda, tomada del evangelio según san Juan (8,31-42), comienza con la que tal vez sea la frase más mal utilizada, o más citada fuera de contexto en todo el Nuevo Testamento: “La verdad os hará libres”.

La primera nos muestra cómo el Señor envió un ángel para salvar a aquellos jóvenes que se mantuvieron fieles a su Palabra. Se mantuvieron fieles y confiaron plenamente en Dios en medio de la prueba; y esa fidelidad y confianza absoluta en Dios, los hizo libres. En reflexiones anteriores hemos expresado que la “verdad” en términos bíblicos es el amor incondicional de Dios. Y ese amor es lo que hace que estos jóvenes, haciendo uso de la libertad que ese mismo amor les brinda, se nieguen a someterse a nadie que no sea a Dios, porque solo amándole a Él, correspondiendo a Su amor incondicional, encontramos la libertad plena.

La lectura evangélica nos presenta un pasaje donde Jesús nos dice que si nos mantenemos fieles su Palabra conoceremos esa verdad que nos hace libres. A la vez, contrapone el pecado a libertad: “Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres”.

Hoy día nos sentimos presionados a adorar otros ídolos. Nuestra sociedad secularista nos insta, a veces casi nos obliga, a “postrarnos” ante muchos “dioses”: el dinero, la fama, el poder, la fama, el sexo, el alcohol, entre otros tantos. Y se nos insta a ejercer nuestra “libertad” para adorarles. Pero perdemos de vista que al postrarnos ante esos dioses haciendo uso de esa aparente libertad, en realidad nos estamos esclavizando. Solamente sometiéndonos al amor incondicional de Dios, y compartiendo ese amor con nuestro prójimo, obtendremos la verdadera libertad, esa verdad que nos hará libres. De esa manera Jesús, al ser clavado y morir en la cruz, por amor, ejercitó al máximo su libertad, al punto de hacernos libres a nosotros. Y nosotros, al igual que Jesús, solamente seremos totalmente libres al someternos a la voluntad del Padre.

“La verdad nos hará libres”. No se trata de una libertad frente a la autoridad política o judicial. Se trata de la verdadera libertad; la libertad frente al pecado, la muerte, las tinieblas, a través de la persona de Cristo Jesús. “Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres”. Y esa libertad es capaz de hacernos sentir libres aún en prisión.

“Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor” (Gal 5, 13).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 15-03-16

crucificado

En la lectura evangélica que nos presenta la liturgia para este martes de la quinta semana de cuaresma (Jn 8,21-30), san Juan vuelve a poner en boca de Jesús la frase “yo soy”; el nombre que Dios le revela a Moisés en el pasaje de la zarza ardiendo, cuando al preguntarle su nombre Él le responde: “Así dirás a los Israelitas: Yo soy (יהוה – Yahvé) me ha enviado a vosotros” (Ex 3,14).

En el pasaje que contemplamos hoy, Jesús primeramente nos remite a la necesidad de creer en Él para salvarnos (Cfr. Mc 16,16): “…si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados”. Luego repite la frase para significar cómo en su “levantamiento” (su muerte y exaltación en la Cruz) es que se ha de revelar quién es Él y cuál es su verdadera misión: “Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy”. Este versículo guarda un paralelismo con la primera lectura (Núm 21,4-9), en la que muchos ven una prefiguración de la cruz y cómo por ella nos vendría la salvación.

La primera lectura nos relata cómo durante su camino a través del desierto (en la Biblia el desierto es siempre lugar de tentación y de prueba), el pueblo de Israel había comenzado a dudar de la Providencia de Dios, y a murmurar contra Él y contra Moisés: “¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo (refiriéndose al maná)”. Entonces aparecieron unas serpientes venenosas que ellos interpretaron como un castigo de Dios.

Tal como nos sucede a nosotros cuando nos hemos alejado de Dios y nos sentimos acosados por diversas circunstancias, los israelitas, al verse acosados por las serpientes venenosas, reconocieron su culpa y recurrieron a Moisés para que intercediera por ellos ante Yahvé. Como dice el refrán popular: “Nos acordamos de santa Bárbara cuando truena”.

Entonces Yahvé instruyó a Moisés construir una imagen de una serpiente venenosa y colocarla en un estandarte (la figura resultante sería similar a una cruz), para que todo el que hubiese sido mordido por una serpiente venenosa quedara sano al mirarla. ¿Quién curaba a los Israelitas, el poder de aquella serpiente de bronce? ¡Por supuesto que no! Los curaba el poder de Dios, cuya promesa ellos recordaban, y a quien invocaban al mirar la imagen. Recuerden este pasaje cuando alguien les acuse de “adorar imágenes”…

Del mismo modo, con el Yo soy de Jesús en el Evangelio de hoy, unido a la alusión a su “levantamiento”, Jesús nos exhorta a buscar la presencia salvadora de Dios en su persona, unida al sacrificio de la Cruz. En Jesús tenemos a Dios mismo que puede decir: “Yo soy entre ustedes”. De ese modo el nombre de Dios se convierte en una realidad. Ya no se trata de un Dios distante, terrible, cuyo nombre no se podía ni tan siquiera pronunciar. Ahora Dios “es” entre nosotros (Cfr. Jn 1,14; Mt 28,20).

Al igual que los israelitas en el desierto eran sanados al mirar el estandarte con la serpiente, nosotros, los cristianos, somos sanados de nuestros pecados cuando fijamos nuestra vista en la Cruz, que nos remite al Crucificado, y al único y eterno sacrificio ofrecido de una vez y por todas para nuestra salvación. Si no lo has hecho aún, todavía estás a tiempo. ¡Reconcíliate! Para eso Jesús nos dejó el Sacramento…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 14-03-16

Luz del mundo

Cuando el quinto domingo de Cuaresma pertenece al ciclo C (o sea, los años múltiplos de 3), la lectura evangélica coincide con la de este lunes de la quinta semana (Jn 8,1-11), por lo que se sustituye por el siguiente pasaje (Jn 8,12-20): Cristo Luz.

No obstante, la primera lectura (Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62) para este día se mantiene, y nos presenta una trama parecida a la del Evangelio que contemplábamos ayer, con una diferencia. En ambas se pretende juzgar a una mujer adúltera, pero en la de ayer la mujer era culpable y en la de hoy la mujer es inocente.

En la lectura evangélica de ayer se nos mostraba la misericordia y el perdón de Dios hacia la pecadora; cómo Jesús no había venido a juzgar sino a perdonar, no a condenar sino a salvar. En la primera lectura de hoy se nos presenta a la inocente Susana que confía en el Señor y prefiere enfrentar a sus calumniadores antes que pecar contra Él. Es una historia larga, que termina desenmascarando a los acusadores y librando a Susana del castigo. Susana había implorado al Señor: “Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”. Y el Señor escuchó su plegaria y suscitó el Espíritu Santo en el joven Daniel, quien la salvó de sus detractores, porque “Dios salva a los que esperan en él”.

De no ser por la intervención providencial del joven Daniel, todos estaban prestos a condenarla, sin mayor indagación, confiando tan solo en el testimonio de los dos ancianos libidinosos. Ayer hablábamos de cuán prestos estamos a juzgar y condenar a los demás sin juzgarnos antes a nosotros mismos. Hoy vemos cómo, inclusive, lo hacemos sin darles una oportunidad de defenderse, sin escuchar su versión de los hechos, y cómo somos dados a la especulación cuando llega el momento de juzgar y condenar. Y, peor aún, con cuánta facilidad repetimos un “chisme”, sin averiguar su veracidad, y sin detenernos a pensar el daño que le causamos al prójimo al hacerlo. “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.

Si nos detuviéramos a juzgarnos nosotros mismos antes de hacerlo con los demás, de seguro seríamos más benévolos con ellos.

La lectura evangélica de hoy (Jn 8,12-20), nos presenta a Jesús con otro de los “Yo soy” del Evangelio de Juan, que nos apuntan a la divinidad de Jesús, al poner en sus labios el nombre que Dios le reveló a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3,14). Así, en contraposición a las tinieblas y la oscuridad del odio y la mentira representados en la primera lectura de hoy, Jesús se nos presenta como la luz. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”.

Hoy día andamos en un mundo de tinieblas y Jesús se nos presenta como la Luz verdadera, el único que puede apartar las tinieblas de nuestro entorno y conducirnos a la Luz de su Pascua, simbolizada por el cirio pascual que hemos de encender en la Vigilia Pascual. Jesús-Luz está invitándonos a seguirle en su camino hacia la Pascua, que no es otra cosa que su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22).