REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 18-02-17

Altar mayor de la Basílica de la Transfiguración, construida en lo alto del Monte Tabor, donde la tradición dice que ocurrió el episodio que nos narra la liturgia de hoy, y donde tuve el privilegio de servir como ayudante del altar.

La liturgia de hoy nos presenta la versión de Marcos de la Transfiguración (9,2-13), otro de esos eventos importantes que aparecen en los tres evangelios sinópticos.

Nos dice la lectura que Jesús tomó consigo a los discípulos que eran sus amigos inseparables: Pedro, Santiago y su hermano Juan, y los llevó a un “monte alto”, que la tradición nos dice fue el Monte Tabor. Allí “se transfiguró delante de ellos”, es decir, les permitió ver, por unos instantes, la gloria de su divinidad, apareciendo también junto a Él Elías y Moisés, conversando con Él.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, esta narración está tan preñada de simbolismos, que resulta imposible reseñarlos en estos breves párrafos. No obstante, tratemos de resumir lo que la transfiguración representó para aquellos discípulos.

Aunque nos dice la lectura que los discípulos no sabían qué decir porque “estaban asustados”, no hay duda que ya han comprendido que Jesús es el Mesías; por eso lo han dejado todo para seguirlo, sin importar las consecuencias de ese seguimiento. Pero todavía no han logrado percibir en toda su magnitud la gloria de ese Camino que es Jesús. Así que Él decide brindarles una prueba de su gloria para afianzar su fe. Podríamos comparar esta experiencia con esos momentos que vivimos, por fugaces que sean, en que vemos manifestada sin lugar a dudas la gloria y el poder de Dios; esos momentos que afianzan nuestra fe y nos permiten seguir adelante tras los pasos del Maestro.

Pedro quedó tan impactado por esa experiencia, que cuando escribió su segunda carta (2 Pe 1-16-19), lo reseñó con emoción, recalcando que fue testigo ocular de la grandeza de Jesús, añadiendo que escuchó la voz del Padre que les dijo: “Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco”.

El simbolismo de la presencia de Elías y Moisés en este pasaje es fuerte, pues Elías representa a los profetas y Moisés representa la Ley (los profetas y la Ley son otra forma de referirse al Antiguo Testamento). Y el hecho de que aparezcan flanqueando a Jesús, quien representa el Evangelio, nos apunta a la Nueva Alianza en la persona de Jesucristo (los términos “Testamento” y “Alianza” son sinónimos), la plenitud de la Revelación.

Pero hay algo que siempre me ha llamado la atención sobre el relato evangélico de la Transfiguración. ¿Cómo sabían los apóstoles que los que estaban junto a Jesús eran Elías y Moisés, si ellos no los conocieron y en aquella época no había fotos? Podríamos adelantar, sin agotarlas, varias explicaciones, todas en el plano de la especulación.

Una posibilidad es que al quedar arropados de la gloria de Dios se les abrió el entendimiento y reconocieron a los personajes. Otra posible explicación que es que por la conversación entre ellos lograron identificarlos.

Hoy nosotros tenemos una ventaja que aquellos discípulos no tuvieron; el testimonio de su Pascua gloriosa, y la “transfiguración” que tenemos el privilegio de presenciar en cada celebración eucarística. Pidamos al Señor que cada vez que participemos de la Eucaristía, los ojos de la fe nos permitan contemplar la gloria de Jesús y escuchar en nuestras almas aquella voz del Padre que nos dice: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.

¿Por qué es importante ir a Misa los domingos? El Papa Francisco te explica

Muchos de nosotros asistimos a la Santa Misa, sin realmente tener un conocimiento pleno de las gracias que allí estamos recibiendo. A continuación la catequesis completa del Papa Francisco, que nos puede ayudar y orientar sobre este tema:

Queridos hermanos y hermanas buenos días… Buen día, pero no buena jornada, ¿eh? Está un poco fea.

Les hablaré de la Eucaristía.

La Eucaristía se coloca en el corazón de la “iniciación cristiana”, junto al Bautismo y a la Confirmación, y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este Sacramento del amor, de hecho, nace todo auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio.

Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la Misa, nos hace ya intuir qué cosa estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa cubierta por un mantel y esto nos hace pensar en un banquete.

Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre aquel altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el cual se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí nos reunimos para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra.

Palabra y Pan en la Misa se hacen una misma cosa, como en la última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que había hecho, se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipación del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: “Tomen, coman, este es mi cuerpo…tomen, beban, esta es mi sangre”.

El gesto de Jesús cumplido en la Última Cena es el extremo agradecimiento al Padre por su amor, por su misericordia. “Agradecimiento” en griego se dice “eucaristía”. Y por esto el sacramento se llama Eucaristía: es el supremo agradecimiento al Padre que nos ha amado tanto hasta darnos a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo aquel gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntos, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

La celebración eucarística es mucho más de un simple banquete

Es propiamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. “Memorial” no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este Sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

La Eucaristía constituye el vértice de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, tanto que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos.

Es por esto que normalmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que se “recibe la Comunión”, que se “hace la Comunión”: esto significa que en la potencia del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma en modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ahora ya la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde, con todos los Santos, tendremos la gloria de contemplar a Dios cara a cara.

¿Por qué vamos a Misa los domingos?

Queridos amigos, ¡no agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía! Es un don muy grande. Y por esto es tan importante ir a misa el domingo, ir a misa no sólo para rezar, sino para recibir la comunión, este Pan que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre. ¡Es hermoso hacer esto! Y todos los domingos vamos a misa porque es el día de la resurrección del Señor, por eso el domingo es tan importante para nosotros.

Y con la Eucaristía sentimos esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo. Y no terminaremos nunca de captar todo el valor y la riqueza. Pidámosle, entonces, que este Sacramento pueda continuar a mantener viva en la Iglesia su presencia y a plasmar nuestras comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre.

Y esto se hace durante toda la vida. Y se empieza a hacer el día de la primera comunión. Es importante, que los niños se preparen bien a la primera comunión y que ningún niño deje de hacerla porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo, fuerte, fuerte después del Bautismo y de la Confirmación. Gracias.


Redacción: PildorasdeFe.net | Catequesis del Papa Francisco del 05 de Febrero de 2014

Tomado de: https://www.pildorasdefe.net/aprender/fe/Por-que-es-importante-ir-a-Misa-los-domingos-El-Papa-Francisco-nos-explica

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 11-02-17

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y  comparte su pan: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto último adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

De hecho, si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (eu-caristein en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás. Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, a practicar las obras de misericordia, a “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos, por escasos que sean, con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

Que tengan un hermoso fin de semana, y no olviden visitar la Casa del Señor. Allí hay pan en abundancia.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 18-11-16

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Las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (Ap 10,8-12; Lc 19 45-48), aunque a primera vista parecerían no estar relacionadas, tratan el mismo tema.

La primera, tomada del libro del Apocalipsis, nos muestra a Juan recibiendo una orden de comerse un libro: “Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor”. Juan hizo lo que le ordenaba el ángel y en efecto así sucedió. Entonces le dijeron: “Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”.

Los exégetas interpretan ese símbolo de comerse el libro, como “alimentarse de la palabra y del pensamiento que contiene”. Esa palabra que cuando la recibimos se nos muestra dulce al paladar, con una dosis sobreabundante de amor y misericordia. Pero cuando la digerimos, es decir, cuando vemos las realidades de nuestro alrededor y vemos cómo esa Palabra es ignorada, pisoteada, y hasta manipulada y utilizada para fines contrarios a ella, sentimos amargura.

Entonces esa Palabra, “cortante como espada de doble filo” (Hb 4,12), nos dice que no podemos permanecer indiferentes, que tenemos que salir a profetizar y protestar, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2) contra todo aquello que cause desigualdad, discrimen, odio y violencia; todo aquello que esté en contra del mensaje liberador de Jesús, y que debe provocar tristeza y amargura en el corazón de Dios. Esa triste realidad fue la hizo que Jesús llorara ante la vista de la ciudad de Jerusalén en la lectura evangélica que contemplamos ayer.

Eso nos lleva al Evangelio. “Todos los días Jesús enseñaba en el Templo”, y el pueblo escuchaba su Palabra: “el pueblo entero estaba pendiente de sus labios”. Jesús nos trajo una nueva forma de culto, sustituyendo el culto meramente ritual que practicaban los judíos por un culto “en espíritu y verdad”, en el que su Palabra y nuestra oración cobran un papel importantísimo, y nos conducen al centro de la liturgia que es Él mismo que se hace presente en la Eucaristía. Por eso toda la primera parte de la misa es la “enseñanza” de Jesús, precisamente en el mismo lugar que Él lo hacía, en el Templo.

La denuncia de Jesús que escuchamos en el Evangelio, cuando nos dice: “‘Mi casa es casa de oración’; pero vosotros la habéis convertido en una ‘cueva de bandidos’”, nos hace preguntarnos: Nuestros templos, ¿son “casa de oración”? Basta con entrar en algunos templos y ver que, por el nivel de ruido y falta de reconocimiento a Jesús Eucaristía que está presente, parecen más una plaza pública que una casa de oración. Y en nuestros templos, ¿hay mercaderes como los que Jesús expulsó? ¿Se muestra un interés desmedido por los aspectos económicos, aún por encima de la oración y la caridad? En las reuniones de nuestros consejos parroquiales, ¿le prestamos más atención al “presupuesto” y las finanzas parroquiales que a la pastoral?

Ahora que estamos prácticamente en el umbral del Adviento, hagamos un poco de introspección comunitaria. Esa Palabra “dulce al paladar” que recibimos, ¿nos causa “ardor” al digerirla? Entonces es tiempo de asumir la misión profética para la que se nos ungió en el bautismo.

Eucaristía y Adoración del Santísimo, acompañados por el cantautor católico Quique López 03-11-16

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Este jueves, 3 de noviembre a las 6:30 P.M., acompañemos a los hermanos del Grupo de Oración de nuestra Parroquia El Buen Pastor, de Guaynabo que oran por todos nosotros y por nuestros sacerdotes, en esta celebración tan especial.

La Adoración del Santísimo contará de la voz del cantautor católico Quique López.

Todo el Pueblo de Dios está cordialmente invitado a compartir con nuestra comunidad.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 12-09-16

la fe del centurion

Las lecturas bíblicas que nos propone la liturgia para el día de hoy (1 Cor 11,17-26.33), aparentemente desarraigadas entre sí, tienen un vínculo que las une. La primera es uno de los “regaños” de Pablo a la comunidad de Corinto, que tantos dolores de cabeza le causó, por la conducta desordenada que estaban observando en las celebraciones eucarísticas, y la desunión que se manifestaba entre ellos. Pablo aprovecha la oportunidad para enfatizar la importancia y seriedad que reviste esa celebración, narrando el episodio de la institución de la Eucaristía que todos conocemos, pues lo repetimos cada vez que la celebramos.

La lectura evangélica, por su parte, nos narra la curación del criado del centurión. En ese episodio un centurión (pagano), envía unos judíos a hablar con Jesús para que este curara a su siervo, que estaba muy enfermo. Jesús partió hacia la casa del centurión para curarlo, pero cuando iba de camino, llegaron unos emisarios de este que le dijeron a Jesús que les mandaba decir a Jesús: “Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano”. A renglón seguido añade que él está bajo el mando de superiores y a su vez tiene subordinados.

Tenemos ante nosotros a todo un militar de alto rango que reconoce la autoridad de Jesús por encima de la de él, y que la presencia física no es necesaria para que la palabra con autoridad sea efectiva. Pero el centurión no solo le reconoce autoridad a Jesús, se reconoce indigno de Él, se reconoce pecador. Es la misma reacción que observamos en Pedro en el pasaje de la pesca milagrosa: “Apártate de mí, que soy un pecador” (Lc 5,8).  He aquí el vínculo entre la primera y segunda lecturas. ¿Qué decimos inmediatamente antes de la comunión? “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme”.

Esta actuación de centurión de dar crédito a la Palabra de Jesús y hacer de ella un acto de fe, lleva a Jesús a exclamar: “Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe”. Se trata de una confianza plena en la Palabra de Jesús. Como henos dicho en ocasiones anteriores, no se trata de meramente “creer en Jesús”, se trata de “creerle a Jesús”. Es la actitud de Pedro en el episodio de la pesca milagrosa: “Si tú lo dices, echaré las redes” (Lc 5,5). A diferencia de los judíos que exigían signos y requerían presencia para los milagros, este pagano supo confiar en el poder salvífico y sanador de la Palabra de Jesús.

La versión de Mateo sobre este episodio contiene un versículo que Lucas omite, que le da mayor alcance al mismo: “Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes” (Mt 8,11-12). Vino a los suyos y no lo recibieron (Jn 1,11). No lo recibieron porque les faltaba fe. La Nueva Alianza que Jesús viene a traernos se transmite, no por la carne como la Antigua, sino por la infusión del Espíritu. El Espíritu que nos infunde la virtud teologal de la fe, por la cual creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado. Y esa está abierta a todos, judíos y gentiles.

Hoy, pidamos al Señor que acreciente en nosotros la virtud de la fe, para que creyendo en su Palabra y poniéndola en práctica, seamos acreedores de las promesas del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 02-09-16

Jesus comiendo con discípulos

El Evangelio que nos brinda la liturgia de hoy es la versión de Lucas (5,33-39) del pasaje en que los fariseos critican a Jesús porque sus discípulos, contrario a los de Juan, y a los de los propios fariseos, que ayunan y oran a menudo, se la pasan comiendo y bebiendo. A la crítica de los fariseos, Jesús responde: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”. Luego añade dos parábolas cortas, la que propone que nadie remienda un paño viejo con una tela nueva, y la que propone que nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan y se pierden, tanto el vino, como los odres.

Anteriormente, comentando la versión de Mateo de este pasaje, nos habíamos concentrado en el primer anuncio de la pasión de Jesús y en las parábolas del paño y los odres viejos. Hoy nos limitaremos al significado de la frase: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”

Para entender esta frase, tenemos que partir del hecho de que en el Antiguo Testamento el ayuno, especialmente del vino, eran signos de austeridad y penitencia ligados a la espera del Mesías prometido. Simbólicamente significaban que “los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir… que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí”. Pero como todas las prácticas rituales de los fariseos, estos habían convertido también ese ayuno en algo externo, que no guardaba relación con la actitud interior.

Pero la contestación de Jesús va más allá. No solo hace referencia al verdadero significado de ese ayuno, sino que les dice que este ya no es necesario para sus discípulos porque “el novio está con ellos”. Es decir, los tiempos mesiánicos ya han llegado. No es tiempo de austeridad y privaciones; ¡el tiempo de la alegría y la celebración ha llegado!

Nosotros, los cristianos de hoy, no debemos olvidar que esos tiempos mesiánicos no terminaron con la muerte de Jesús. El tiempo de la alegría se ha perpetuado con la presencia de Jesús entre nosotros: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20). ¡Jesús está vivo! Está presente entre nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, cada vez que hay dos o más reunidos en su nombre (Mt 18,20). Y la verdadera alegría del cristiano consiste precisamente de saber que “el novio” está con nosotros; en amarlo y sentirnos amados por Él. Y eso no depende de ningún rito externo, ni de oraciones vacías, carentes de contenido espiritual. Ese es precisamente el fundamento de las críticas de Jesús contra los escribas y fariseos.

Por tanto, nuestra alegría más profunda ha de estar fundamentada en esa “presencia” de Novio entre nosotros. Por eso el papa Francisco no se cansa de repetir que la alegría es el “sello” del cristiano: “Un cristiano sin alegría no es cristiano. La alegría es como el sello del cristiano, también en el dolor, en las tribulaciones, aun en las persecuciones”. ¡Que viva el Novio!

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL T.O. (C) 21-08-16

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En el Evangelio de hoy Lucas nos muestra la imagen de Jesús típica de él: como predicador itinerante, recorriendo ciudades y aldeas enseñando (Lc 13,22-30). En este pasaje encontramos a “uno” de los que le escuchaba preguntarle: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. De nuevo alguien anónimo; tú o yo. La pregunta no es la correcta, pues la preocupación no debe ser “cuántos” se van a salvar, sino cómo, qué hay que hacer, para salvarse.

Y en el estilo típico de Jesús, opta por no contestar directamente la pregunta, sino hacerlo a través de una parábola: “Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’; y él os replicará: ‘No sé quiénes sois’. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados’… Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”.

El que le formula la pregunta, uno de los que le seguía, parece partir de la premisa que él pertenece al número de los “escogidos”. Eso nos pasa a muchos de los que nos sentamos a su mesa (recibimos la Eucaristía) y estamos presentes cuando “enseña en nuestras plazas” (la liturgia de la Palabra); creemos que por eso ya estamos salvados. El problema es que no sabemos cuándo va a llegar el Amo de la casa y cerrar la puerta. En ese momento, ¿estaremos adentro (en “gracia”), o estaremos afuera (en pecado)?

Está claro que la salvación no va a depender de a qué religión “pertenecemos”, ni a cuántas misas hemos asistido, ni cuántos sacramentos hemos recibido. Muchos de los llamados “pecadores” pueden experimentar una verdadera conversión a última hora y esos estarán “adentro” cuando se cierren las puertas. Y muchos de los que se “sientan a la mesa” a menudo, y van y vienen se quedarán afuera cuando el Amo “cierre las puertas”. Como nos dice el mismo Jesús en el Evangelio según san Mateo: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mt 7,21-23).

No se trata de “creer” en Jesús, se trata de “creerle”. Y si le creemos, no nos limitaremos a ese mero acto de fe; le seguiremos y actuaremos acorde a sus enseñanzas, “haremos la voluntad del Padre celestial”. Se trata de unir la fe a las obras (St 2,14-26). Y el secreto para lograrlo es uno: vivir el Amor de Dios; amarlo y amar a los demás como Él nos ama (Jn 13,34).

Hoy, pidamos al Señor el don de la perseverancia en la fe y las obras.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 07-06-16

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“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5,13-16). En esta corta lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy, Jesús utiliza dos imágenes para  expresar cómo debe ser nuestro anuncio de Reino.

La primera de ella, “sal del mundo” nos hace preguntarnos, ¿cómo puede volverse sosa la sal? En la antigüedad, la sal se usaba en unas rocas (cristales) que se sumergían en los alimentos y se sacaban una vez sazonados, para volverse a usar, hasta que la roca se tornaba insípida. Entonces se descartaba.

La segunda de ellas, la lámpara que se enciende y no se pone debajo del celemín, sino en el candelero para que alumbre, resulta más obvia para nosotros.

Jesús utiliza imágenes, situaciones, gestos, que les son familiares a la gente, para transmitir la realidad invisible del Reino. Probablemente ha visto a su propia madre en muchas ocasiones utilizar una roca de sal para sazonar la sopa, o traer un candil al caer la noche para iluminar la habitación en que se encontraban. Él echa mano de esas imágenes sencillas, domésticas, familiares, para enseñarnos la actitud que debemos tener respecto a la Palabra de Dios que recibimos.

No podemos ser efectivos en nuestro anuncio de la Buena Noticia del Reino si no nos alimentamos continuamente con la Palabra y la Eucaristía, pues llegará un momento en que nuestro mensaje perderá su sabor, se tornará “soso”. Podremos continuar entre nuestros hermanos, pero ya no seremos eficaces en nuestro anuncio del Reino.

Hemos dicho en innumerables ocasiones que no basta con conocer la Palabra, tenemos que internalizarla, hacerla nuestra, “creerle” a Jesús. Solo así lograremos que nuestro anuncio sea eficaz.

En la primera lectura de hoy (1 Re 17,7-16) la viuda de Sarepta creyó en la Palabra de Dios que recibió de labios del profeta Elías (“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”) y compartió con él el último alimento que le quedaba a ella y a su hijo; es decir, realizó un “acto de fe”. Ese acto de fe hizo posible el milagro: “Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías”.

El mensaje de Jesús es claro y es uno. No podemos “acomodarlo” a nuestros gustos, necesidades o deseos. Muchas veces creerle a Jesús nos duele, nos asusta, nos exige sacrificios, privaciones, “creer contra toda esperanza” (Rm 4,18) como Abraham. Pero de algo podemos estar seguros, que si lo hacemos, veremos manifestarse la gloria de Dios. Entonces todos el que nos rodea creerá…

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE 19-05-16

Fano eucaristia

Hoy, jueves posterior a la solemnidad de Pentecostés, celebramos la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Por ello, nos apartamos momentáneamente de las lecturas del tiempo ordinario para dar paso a las lecturas propias de la Fiesta.

Como primera lectura la liturgia nos ofrece dos alternativas. La primera de ellas es el “Cuarto canto del Siervo” (Is 52,13-15; 53,1-12). Este pasaje prefigura la pasión de Cristo y su muerte redentora. Es el que contiene los versículos que leía el eunuco de la reina Candace de Etiopía (“Como oveja fue llevado al matadero; y como cordero que no se queja ante el que lo esquila, así él no abrió la boca. En su humillación, le fue negada la justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, ya que su vida es arrancada de la tierra?”), a quien Felipe se le acercó y se los explicó, aprovechando para anunciarle la Buena Nueva de Jesús, luego de lo cual, el etíope pidió ser bautizado (Hc 8,26-40).

Esa imagen del “cordero”, que sin abrir la boca es conducido al matadero, fue sin duda la que motivó a Juan a referirse a Jesús como el “cordero de Dios” (Jn 1,36) que quita el pecado del mundo. En este pasaje, profundo en su contenido y en su significado, encontramos un diálogo en el que participan Dios y una multitud anónima con la cual podemos identificarnos. Y si leemos y meditamos el canto, podemos comprender el alcance de la pasión y muerte redentora de Jesús, que Él mismo constituyó en memorial, “como sacerdote excelso al frente de la casa de Dios”, mediante la institución de la Eucaristía (ver la otra lectura alternativa propuesta para hoy – Hb 10,12-23).

La lectura evangélica de hoy es la narración que nos legó Lucas de la institución de la Eucaristía (Lc 22,14-20). “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”. Esas palabras de Jesús reflejan su corazón sacerdotal, su deseo de no abandonar a los suyos. Él había prometido enviarnos “otro” consolador, “otro” paráclito (Jn 14,16). Se refería a “otro” consolador porque si bien es cierto que el Espíritu Santo nos acompaña en todo momento y lugar, Él mismo, Jesús-Eucaristía, es también nuestro consolador. Para eso instituyó la Eucaristía. Él tenía padecer su pasión y muerte para luego ascender al Padre, pero su amor le movía a permanecer entre nosotros. Así que decidió quedarse Él mismo con nosotros en las especies eucarísticas. De paso, como Sumo y Eterno Sacerdote, nos santificó legándonos el memorial de su pasión.

En nuestro bautismo todos hemos sido configurados con Cristo como sacerdotes, profetas y reyes. Así, ejerciendo nuestro sacerdocio común, cada vez que participamos de la celebración eucarística, nos ofrecernos a nosotros mismos como hostias vivas, uniendo nuestro sacrificio al único y eterno sacrificio ofrecido por Él para nuestra salvación, en una completa oblación al Padre.

Hoy es también un día para orar por nuestros sacerdotes, para que el Señor les brinde las fuerzas y la perseverancia para ejercer su sacerdocio sacramental, que permite a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, continuar ejerciendo el suyo a través de ellos.