REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 18-01-22

“Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas”.

La lectura evangélica de hoy (Mc 2,23-28) nos presenta a Jesús, un sábado, atravesando un campo con sus discípulos, quienes arrancaban espigas mientras caminaban para comerse los granos. Éste último detalle no surge explícitamente de la lectura, pero el evangelio paralelo de Mateo (12,1-8), dice que los discípulos “desgranaban” las espigas para comerse los granos porque “tenían hambre”.

Los fariseos que observaban la escena les critican severamente: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?” Al decir eso se referían a la prohibición contenida en Ex 20,8-11 que ellos interpretaban de manera estricta, considerando una transgresión lo que los discípulos hacían. Los fariseos pretenden utilizar las escrituras para condenar a Jesús, pero Jesús demuestra tener un vasto conocimiento de las escrituras. Eso lo vemos a lo largo de todos los relatos evangélicos. Por eso les riposta citando el pasaje en el que el mismo rey David hizo algo prohibido al tomar los panes consagrados del templo para saciar el hambre de sus hombres (1 Sam 21,2-7).

Esta observancia estricta del sábado, la circuncisión, la pureza ritual, fueron fomentadas por los sacerdotes durante el destierro en Babilonia para que no se perdieran esas tradiciones, y para distinguir al pueblo judío de todos los demás. Esto dio margen al nacimiento del llamado “judaísmo”. Estas prácticas llegaron al extremo de controlar todos los aspectos de la vida de los judíos. La observancia de la Ley, por la ley misma, por encima de los hombres. Es por eso que Jesús dice: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. El amor, la misericordia, están por encima de la Ley. Jesús es Dios, es el Amor. Por tanto, termina diciendo Jesús que “el Hijo del hombre es señor también del sábado”.

Dar cumplimiento a la ley no es suficiente (la palabra cumplimiento está compuesta por dos: “cumplo” y “miento”). Estamos llamados a ir más allá. Si aceptamos que Jesús es el dueño del sábado, y que Él nos invita a seguirle (como lo hicieron los discípulos en la lectura), todo está también a nuestro servicio, cuando se trata de seguir sus pasos. De ahí que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”.

El Evangelio de ayer nos hablaba de la necesidad de guardar el “vino nuevo” en “odres nuevos”. De eso se trata el mensaje de Jesús. No podemos permitir que la observancia de los ritos y la interpretación estricta de los preceptos nos impidan practicar el amor y la misericordia (“Misericordia quiero, que no sacrificio” – Mt 12,7; Cfr. Os 6,6). A eso se refería el papa Francisco cuando dijo: “Quien se acerca a la Iglesia debe encontrar puertas abiertas y no fiscales de la fe”.

Para seguir a Jesús no es necesario que nos convirtamos en “beatos” ni que nos apartemos del mundo. No podemos vivir un ritualismo artificial que raye en la hipocresía. Ese es el cristiano del siglo 21… ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 17-01-22

“Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”.

El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy (Mc 2,18-22) contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”. Es la primera vez que Jesús hace alusión su muerte, pero sus discípulos no lo captan.

Junto con el anuncio, Jesús recalca la novedad de su mensaje, que había resumido en el sermón de la montaña, recogido en el capítulo 5 de Mateo. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17). Por tanto, hay que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley del Amor. Es una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo del que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24). En fin, se trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios y con nuestro prójimo. No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado.

Este anuncio está implícito en la utilización por parte de Jesús de la figura del “novio” cuando los fariseos le cuestionan por qué sus discípulos no ayunan. De su contestación se desprende que sus discípulos no ayunan porque no tienen nada que esperar, ya que los tiempos mesiánicos han llegado, no tienen que hacer penitencia para la llegada de un Mesías que ellos ya han encontrado.

Por eso Jesús nos dice que no se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan. Este simbolismo del “vino nuevo” junto con la figura del “novio” lo veíamos también ayer en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la novedad de su mensaje, que no es otra cosa que el Amor.

El problema es que nosotros muchas veces pretendemos aplicar nuestros propios criterios, nuestros viejos paradigmas al mensaje de Jesús. Queremos abrazarlo, recibirlo, pero no estamos dispuestos a vivir en forma radical la ley del Amor, no estamos dispuestos a amar y perdonar a todos, especialmente a los que más nos han herido, no estamos dispuestos a abrazar la cruz… “Si alguien quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Uf, ¡qué difícil!

Hoy, pidámosle al Padre que nos ayude a despojarnos de los “odres viejos”, y que nos de “odres nuevos” para recibir y retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.

Que pasen una hermosa semana, y no olviden visitar la Casa del Padre al menos una vez a la semana y, de ser posible, más de una vez. De paso, dejen a la entrada del templo sus “odres viejos”, y acepten el “odre nuevo” que allí se les ofrece… ¡Es gratis!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (1) 29-10-21

“Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer”…

La lectura evangélica que nos propone la Liturgia para hoy (Lc 14,1-6) nos presenta a Jesús una vez más curando en sábado. El lunes lo hacía en la sinagoga en favor de una mujer que llevaba dieciocho años encorvada (Lc 13,10-17). El relato que contemplamos hoy se da en un escenario distinto.

Jesús ha aceptado una invitación a comer en casa de un fariseo, uno de sus “adversarios” religiosos. Jesús aprovecha cada oportunidad para evangelizar, y eso incluye sentarse a la mesa con sus adversarios, con el significado que ese gesto tiene en la cultura de su tiempo.

Una vez allí, vio a uno que sufría de hidropesía y lo curó. Pero el milagro, del que se nos brinda poco detalle, juega un papel secundario en la narración, cuyo tema es uno también recurrente en Jesús: el verdadero sentido del sábado, y cómo los fariseos habían tergiversado la Ley de Moisés incluyendo el curar entre las 39 tareas o trabajos que estaban prohibidas en sábado. Jesús lo sabe, pero aun así, antes de curar al hombre le formula a sus anfitriones la pregunta: “¿Es lícito curar los sábados, o no?”

Ante el silencio de sus interlocutores, luego de curar y despedir a hombre, les dijo: “Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?” De nuevo, silencio… Ese silencio que resulta más ensordecedor que mil voces gritando.

El mensaje de Jesús es claro. La Ley no puede estar por encima de la caridad. A veces nosotros mismos ponemos toda clase de excusas para no ayudar a un hermano que lo necesita, incluyendo nuestras “obligaciones” para con la Iglesia. Para nosotros los cristianos, el domingo es el día del Señor, que es la Misericordia encarnada. ¿Qué mejor día para desviarnos de nuestra rutina de adoración y descanso para ayudar a un hermano necesitado?

“Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 12,7; Cfr. Os 6,6)…

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 14-10-21

¿Escuchamos las voces de los profetas de nuestro tiempo, como el papa Francisco, que nos llaman a practicar la misericordia, a acoger, sobre todo a los más necesitados (los pobres, los enfermos, los inmigrantes, los presos, los analfabetas, las viudas, los divorciados y vueltos a casar, los huérfanos, los homosexuales)?

La lectura evangélica de hoy (Lc 11,47-54) nos presenta a Jesús continuando su ataque implacable contra las actitudes hipócritas y legalistas de los fariseos y los doctores de la Ley, lanzando “ayes” contra ellos.

Comienza criticando la costumbre de los de su tiempo de erigir monumentos y mausoleos a los profetas que habían sido asesinados por sus antepasados porque sus palabras les resultaban incómodas, mientras ellos mismos ignoraban el mensaje del Profeta de profetas que tenían ante sí, y terminarían asesinándolo también: “¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán’; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario”.

“Todo tiempo pasado fue mejor”, solemos decir. Y recordamos con nostalgia los tiempos de antaño, cuando había respeto por la vida y propiedad ajenas, y Dios y la Iglesia formaban parte de nuestra vida diaria, de nuestras familias, y de todas nuestras instituciones públicas y privadas. Y a veces nos preguntamos qué pasó, en donde perdimos esos valores, en qué esquina dejamos a Dios y a la Iglesia, al punto que ya Dios no está presente en nuestras vidas, ni en nuestras escuelas, ni en nuestras instituciones, ni en algunas de nuestras iglesias…

Y construimos monumentos y mausoleos en nuestras mentes para honrar aquellos tiempos. Pero olvidamos la pregunta más importante: ¿Quién o quiénes “mataron” aquellos tiempos, aquellos valores, cuya pérdida ha precipitado nuestra Iglesia y nuestra sociedad en un espiral hacia la nada? No se trata de adjudicar “culpas” (después de todo la culpa siempre es huérfana), se trata de adjudicar responsabilidades.

Nosotros, los que añoramos y veneramos aquellos tiempos, y a los profetas que fueron ignorados, cuyos mensajes fueron “asesinados”, ¿no somos responsables por habernos cruzado de brazos mientras nuestra sociedad y nuestra Iglesia se venían abajo, ignorando las voces de los “profetas” que clamaban por la justicia y la paz? Lo he dicho y no me canso de repetirlo: El gran pecado de nuestros tiempos es el pecado de omisión.

Más aun, ¿escuchamos las voces de los profetas de nuestro tiempo, como el papa Francisco, que nos llaman a practicar la misericordia, a acoger, sobre todo a los más necesitados (los pobres, los enfermos, los inmigrantes, los presos, los analfabetos, las viudas, los divorciados y vueltos a casar, los huérfanos, los homosexuales)? Como nos dice Francisco: “La caridad que deja a los pobres tal y como están no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”.

Hagamos examen de conciencia, porque las palabras de Jesús a los de su generación son igualmente aplicables a nosotros: “Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación”.

RFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 13-10-21

Papa Francisco no aceptó los privilegios y entró en la fila del café igual a los demás…

En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Lc 11,42-46), Jesús continúa su condena a los fariseos y doctores de la ley, lanzando contra ellos “ayes” que resaltan su hipocresía al “cumplir” con la ley, mientras “pasan por alto el derecho y el amor de Dios”. Jesús sigue insistiendo en la primacía del amor y la pureza de corazón por encima del ritualismo vacío de aquellos que buscan agradar a los hombres más que a Dios o, peor aún, acallar su propia conciencia ante la vida desordenada que llevan. Todos los reconocimientos y elogios que su conducta pueda propiciar no les servirán de nada ante los ojos del Señor, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, por encima de las apariencias (Cfr. Salmo 138; 1 Sam 16,7).

Así, critica también inmisericordemente a aquellos a quienes les encantan los reconocimientos y asientos de honor en las sinagogas (¡cuántos de esos tenemos hoy en día!), y a los que estando en posiciones de autoridad abruman a otros con cargas muy pesadas que ellos mismos no están dispuestos a soportar.

El Señor nos está pidiendo que practiquemos el derecho y el amor de Dios ante todo; que no nos limitemos a hablar grandes discursos sobre la fe, demostrando nuestro conocimiento de la misma, sino que asumamos nuestra responsabilidad como cristianos de practicar la justicia y el derecho, que no es otra cosa que cumplir la Ley del amor. De lo contrario seremos cristianos de “pintura y capota”, “sepulcros blanqueados”, hipócritas, que presentamos una fachada admirable y hermosa ante los hombres, mientras por dentro estamos podridos.

Somos muy dados a juzgar a los demás, a ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mt 7,3), olvidándonos que nosotros también seremos juzgados. Es a lo que se refiere san Pablo en la primera lectura de hoy (Rm 2,1-11) cuando nos dice: “Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios?”.

Ese es el problema del hipócrita; que le presenta una cara al mundo mientras su corazón está lleno de mezquindad y pecado. Podrá engañar a la gente, pero no a Dios “que ve en lo secreto”. Ese es incapaz de recibir el beneficio del sacrificio de la Cruz, porque llega el momento en que se cree que “es” el personaje que está interpretando.

En muchas ocasiones el papa Francisco nos ha invitado todos, al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, a poner el énfasis en la misericordia por encima de la rigidez de las instituciones, de los títulos y la jerarquía. La Iglesia del siglo XXI ha de ser la Iglesia de los pobres, de los marginados. De ellos se nutre y a ellos se debe.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda un corazón puro que nos permita guiar nuestras obras por la justicia y el amor a Dios y al prójimo, no por los méritos o reconocimiento que podamos recibir por las mismas.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 12-10-21

La palabra limosna viene de la palabra griega eleemosýne, que significa “compasión”, sentimiento que Jesús manifiesta en múltiples ocasiones.

Continuamos en la liturgia el capítulo 11 de Lucas, y la lectura de hoy (Lc 11,37-41) nos presenta una vez más a Jesús criticando el ritualismo religioso de los fariseos, que enfatizaban el cumplimiento estricto con las prescripciones relativas a la purificación. De esa manera la pureza ritual se había convertido en lo verdaderamente importante, relegando a un segundo plano la pureza de corazón, que es la que verdaderamente agrada a Dios. La escena es típica: Un fariseo invita a Jesús a comer en su casa (hay toda una parte de la cristología que se dedica a “las comidas de Jesús”), y este se sienta a la mesa, y comienza a comer sin cumplir con las abluciones rituales que exigía la Mishná. Y Jesús lo hace con toda intención.

Aunque el pasaje no expresa claramente si el fariseo dijo algo, es obvio que al menos tiene que haber hecho un gesto de disgusto ante esa falta de “buenos modales” de Jesús. Jesús aprovecha la coyuntura para “catequizar”: “Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”.

La pregunta subyacente en las palabras de Jesús es: ¿Quién es puro delante de Dios, el que cumple estrictamente con las purificaciones rituales, o el que es puro de corazón? La contestación nos remite a Mt 15, 1-11, cuando los fariseos se acercaron a Jesús a “regañarle” porque sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer, a lo que Jesús, luego de hablar de la hipocresía del ritualismo vacío, termina diciendo a la gente que le escuchaba: “Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca”.

“¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?”. Nos está diciendo que el que hizo lo que captamos con los sentidos, es también el autor del “corazón”, de la conciencia humana, y que debemos prestar más atención a la pureza interior, a las cosas de esa realidad más profunda, lo más íntimo de nuestro ser, en donde solo Él y nosotros podemos ver.

“Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”. Jesús nos está señalando una vez más la supremacía del amor, ese amor que nos lleva a practicar la verdadera “limosna”, palabra cuyo significado, igual el de “caridad”, hemos tergiversado. La palabra limosna viene de la palabra griega eleemosýne, que significa “compasión”, sentimiento que Jesús manifiesta en múltiples ocasiones. Se trata de algo más que un mero sentimiento de “pena” por el abatido, por el desvalido; es hacerse uno con el que sufre; es el dolor que produce el sufrimiento de un ser amado, que nos lleva a derramar sobre ese hermano el amor de Dios que hemos recibido, como lo hacía Teresa de Calcuta. La compasión fue lo que llevó a Dios a diseñar un plan para redimirnos después de la caída (Cfr. Gn 3,15).

Esa es la “pureza” que agrada a Dios, y la que debemos pedir en nuestra oración.

REFEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 10-09-21

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy es el comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14). Esta carta, junto a la segunda carta al mismo Timoteo y la carta a Tito, conforman las tres cartas de Pablo que se conocen como “cartas pastorales”.

Los primeros dos versículos nos permiten apreciar el profundo amor y respeto que Pablo siente por su discípulo, al llamarlo “verdadero hijo en la fe”, y desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Pablo había dejado a Timoteo a cargo de la comunidad de Éfeso cuando partió para Macedonia.

El resto del pasaje (vv.12-14) nos muestra la humildad de Pablo, quien reconoce su vida anterior de pecado (“antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”) y que todo lo que ha logrado, especialmente su fe, se lo debe a la compasión que Dios ha tenido con él, y a la gracia que Dios le ha prodigado. Esa gracia y compasión le permitieron reconocer sus pecados, experimentar la verdadera conversión y ponerse al servicio del Señor. De otro modo no hubiese podido guiar a otros hacia ese camino de conversión verdadera.

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Te pedimos, Señor: Danos ojos limpios y claros para mirar dentro de nuestro corazón y nuestra conciencia, pero empáñalos tenuemente con las sombras del amor cuando veamos las faltas de los que nos rodean. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén” (de la Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 04-09-21

“Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano”.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 6,1-5) nos presenta a Jesús, un sábado, atravesando un campo con sus discípulos, quienes arrancaban espigas mientras caminaban y “frotándolas con las manos, se comían el grano”.

Unos fariseos que observaban la escena les critican severamente: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?” Al decir eso se referían a la prohibición contenida en Ex 20,8-11 que ellos interpretaban de manera estricta, considerando la conducta de los discípulos una transgresión a ese precepto. Los fariseos pretendían utilizar las Escrituras para condenar a Jesús, pero Jesús, como siempre, demuestra tener un vasto conocimiento de las escrituras, amén de ser un verdadero maestro del debate. Eso lo vemos a lo largo de todos los relatos evangélicos. Por eso les riposta utilizando las escrituras, citando el pasaje en el cual el rey David hizo algo prohibido, que a todas luces aparenta ser más grave, al tomar los panes consagrados del templo para saciar el hambre de sus hombres (1 Sam 21,2-7).

Esa observancia estricta del sábado, la circuncisión, la pureza ritual, fueron fomentadas por los sacerdotes durante el destierro en Babilonia, para, entre otras cosas, mantener la identidad y distinguir al pueblo judío de todos los demás. Esto dio margen al nacimiento del llamado “judaísmo”. Pero en el proceso tales prácticas llegaron al extremo de controlar todos los aspectos de la vida de los judíos, al punto de restringir el número de pasos que se podían dar en el sábado, y hasta la forma de lavar los envases de la cocina. Se trataba de la observancia de la Ley por la ley misma, por encima de los hombres, por encima de las necesidades humanas más básicas. Es por eso que Jesús dice: “El Hijo del hombre es Señor del sábado”, o como dice el paralelo de Marcos: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús deja claro que el amor, la misericordia, están por encima de la Ley. Jesús es Dios, es el Amor.

Dar cumplimiento a la ley no es suficiente. Como hemos dicho en innumerables ocasiones, la palabra cumplimiento está compuesta por dos: “cumplo” y “miento”. Estamos llamados a ir más allá. Si aceptamos que Jesús es el dueño del sábado, y que Él nos invita a seguirle (como lo hicieron los discípulos en la lectura), todo está también a nuestro servicio, cuando se trata de seguir sus pasos. De ahí que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Por eso la Ley tiene que ceder ante el imperativo del Amor y de su resultado lógico que es la misericordia. A eso se refería Jesús cuando nos dijo “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

Señor, “no permitas que los mandamientos y las reglas de conducta se interpongan entre ti y nosotros, tu pueblo, sino que nos dirijan suavemente, como buenas educadoras, hacia ti y hacia nuestro prójimo; y enséñanos a ir más allá de la ley con generosidad y amor servicial”. Por Jesucristo nuestro Señor, Amén (de la Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 03-09-21

“¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”

El Evangelio que nos brinda la liturgia de hoy es la versión de Lucas (5,33-39) del pasaje en que los fariseos critican a Jesús porque sus discípulos, contrario a los de Juan, y a los de los propios fariseos, que ayunan y oran a menudo, se la pasan comiendo y bebiendo. A la crítica de los fariseos, Jesús responde: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”. Luego añade dos parábolas cortas, la que propone que nadie remienda un paño viejo con una tela nueva, y la que propone que nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan y se pierden, tanto el vino, como los odres.

Hoy nos limitaremos al significado de la frase: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”

Para entender esta frase, tenemos que partir del hecho de que en el Antiguo Testamento el ayuno, especialmente del vino, eran signos de austeridad y penitencia ligados a la espera del Mesías prometido. Simbólicamente significaban que “los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir… que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí”. Pero como todas las prácticas rituales de los fariseos, estos habían convertido también ese ayuno en algo externo, que no guardaba relación con la actitud interior.

Pero la contestación de Jesús va más allá. No solo hace referencia al verdadero significado de ese ayuno, sino que les dice que este ya no es necesario para sus discípulos porque “el novio está con ellos”. Es decir, los tiempos mesiánicos ya han llegado. No es tiempo de austeridad y privaciones; ¡el tiempo de la alegría y la celebración ha llegado!

Nosotros, los cristianos de hoy, no debemos olvidar que esos tiempos mesiánicos no terminaron con la muerte de Jesús. El tiempo de la alegría se ha perpetuado con la presencia de Jesús entre nosotros: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20). ¡Jesús está vivo! Está presente entre nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, cada vez que hay dos o más reunidos en su nombre (Mt 18,20). Y la verdadera alegría del cristiano consiste precisamente de saber que “el novio” está con nosotros; en amarlo y sentirnos amados por Él. Y eso no depende de ningún rito externo, ni de oraciones vacías, carentes de contenido espiritual. Ese es precisamente el fundamento de las críticas de Jesús contra los escribas y fariseos.

Por tanto, nuestra alegría más profunda ha de estar fundamentada en esa “presencia” de Novio entre nosotros. Por eso el papa Francisco no se cansa de repetir que la alegría es el “sello” del cristiano: “Un cristiano sin alegría no es cristiano. La alegría es como el sello del cristiano, también en el dolor, en las tribulaciones, aun en las persecuciones”. ¡Que viva el Novio!